Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

19 de septiembre de 2018

Renuncia

CRÓNICAS ASTURES  V


Mi misión de convencer a la xana para que redimiera al oso penitente (Legítima defensa) no había tenido éxito porque ni siquiera había sido capaz de encontrar a la ninfa. Con el ánimo decaído me dispuse a acercarme a la aldea de Llueves para intentar contactar con Furaco y comunicarle mi decisión de abandonar la búsqueda de Ayalga.

A mi poco entusiasmo para encarar tan amarga tarea se añadió que no me acordaba de dónde se encontraba exactamente el lugar en el que me topé con aquel oso. Recordaba que había que subir una empinada cuesta pues el sitio estaba en lo alto de una colina, en una zona bastante boscosa y umbría. En aquella primera ocasión había llegado paseando sin rumbo fijo y no presté atención al camino que había empleado.

Entre las pocas ganas de llegar y mi mala memoria acabé dando vueltas completamente desorientada. La aldea de Llueves aquella mañana estaba desierta, no se veía un alma en todo el pueblo y mi desorientación se incrementó. Furaco se había aparecido cuando estaba apoyada en una roca con una cruz grabada pero después de deambular un buen rato sin dar con ella empecé a desesperarme. No solo era incapaz de encontrar a la xana, tampoco era apta para hallar el sitio donde empezó mi calvario particular. ¡Pues qué bien!

Me dispuse a llamar a la puerta de alguna casa y preguntar por la roca con la cruz, fue entonces cuando vi una construcción que me llamó la atención por sus dimensiones. Era muy, pero que muy pequeña. Aquella casa de piedra tenía un llamativo tejado de teja roja y tan solo un par de ventanas y una puerta diminuta. ¿Quién vivirá ahí? me pregunté, ¿David, el gnomo?

Llamé a la puerta y nadie me contestó. Intenté mirar por uno de los ventanucos pero estaban cerrados con unas contraventanas de madera que impedían ver el interior. Cuando me disponía a rodear la casa para cotillear más, la puerta se abrió. Me giré para ver quién se encontraba en el interior de la casa y… no vi a nadie.

¿Otro espíritu? ¡No, por favor! pensé. Pero en esta ocasión la razón de que no viera a nadie, en un primer momento, no era cuestión de fantasmas sino de dimensiones. Quien había abierto la puerta era una persona tan bajita que solo tras dirigir la vista hacia el suelo conseguí verla, su estatura apenas rebasaba mi propia cadera.

La persona que tenía delante era de lo más extraño que había visto nunca y eso que a mí ya me habían pasado cosas muy raras, especialmente en este viaje asturiano.

Una mujeruca me observaba con unos grandes ojos verdes que antaño debieron de ser muy hermosos pero que ahora me miraban circundados de arrugas y con expresión desconfiada. Tenía el pelo canoso y largo, completamente revuelto y enmarañado con hojas de todo tipo de tamaños y tonos pardos. Por vestimenta llevaba una blusa que debió de haber sido blanca muchos años atrás y una falda que conoció tiempos mejores. Estaba descalza y sus pies se mostraban sucios y encallecidos. Tras ese primer vistazo, que tanto me impresionó, pude reaccionar y articular palabra.

—Buenos días señora, perdone que la moleste, ¿podría decirme…

—Que el Señor esté contigo —me interrumpió.

Ese saludo de buena cristiana me hizo sentir culpable por mi estilo tan directo así que rectifiqué recordando mis clases de catequesis.

—Y con tu espíritu. ¿Podría decirme dónde…

—Ora pro nobis —me volvió a interrumpir la mujeruca.

Vaya, he debido de dar con la beata del pueblo, me dije.

—Estoy buscando una roca con una cruz grabada y…

—Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

—Amén —contesté en un acto reflejo.

Llegados a este punto empecé a sospechar que a ese paso lo mismo acabábamos rezando el rosario por lo que decidí desistir de preguntar a tan extraño personaje y volver a probar suerte en otra casa con gente más comunicativa.

—Perdone, creo que la he interrumpido con sus oraciones y no quiero importunarla más, mejor me voy. Disculpe la molestia.

Cuando me iba a dar la vuelta para marcharme, la mujer se introdujo en el interior de la casa dejando la puerta abierta y empezó a hablar sola.

—Tengo que multiplicarlos. Demos gracias al Señor nuestro Dios. Malditos bichos, saltan y no se dejan atrapar. No los puedo ayudar. Tengo que multiplicarlos. Es justo y necesario. El conjuro no funciona. No funciona. No. Renuncié a hacerlo. Me falta artemisa. Bendito seas por siempre, Señor. No, artemisa no. Mejor beleño, sí beleño. O mandrágora. La paz esté contigo por siempre. Los peces me necesitan. Ama al prójimo como a ti mismo.

Tras escucharla desvariar de esa manera me ratifiqué en mi idea de buscar ayuda en otro lugar. Esa mujer estaba como una regadera. ¡Un momento! Una loca, con unas pintas muy raras, diciendo incongruencias… ¡No! ¡No podía ser verdad!

Tras pensar esto volví sobre mis pasos y franqueé el umbral de la puerta agachándome un poco pues el dintel era más bajo que yo. Una vez en el interior pude ver una única estancia iluminada por una difusa luz ambarina cuya procedencia no supe localizar. La mujer seguía con su particular monólogo pero yo me dirigí a ella tímidamente y con un hilillo de voz.

—¿Ayalga?

A pesar de que la dueña de la casa estaba hablando sola y, aparentemente, sin prestarme atención, se giró en cuanto hablé.

—Sí. ¿Nos conocemos? —me contestó mientras se quedaba quieta mirándome fijamente y ladeando un poco la cabeza. Había dejado de balbucir incoherencias y su diálogo parecía comprensible.

Me quedé muda del pasmo. Así que la xana esquiva estaba viviendo en una casa y no en el río. Además, muy cerca de donde Furaco me había pedido ayuda. Y yo dando vueltas como una tonta por toda la comarca inquiriendo por ella.

Ante mi mutismo, ella insistió.

—¿Qué quieres?

Conseguí reaccionar a medias y salí de mi estupor.

—Hola. Esto… yo… —después de tanto tiempo buscando a la xana, encontrarla cuando había renunciado a ello me había descolocado completamente.

—Vamos, niña. No tengo todo el día —rezongó enfadada—. ¿Has venido a burlarte de mí?

Que me llamara ‘niña’ me confirmó lo que ya me habían avisado, que no estaba en sus cabales. Dejé la niñez hace muchos años, aunque, también es verdad que comparada con el montón de siglos que la xana tenía yo era muy joven.

—¿Burlarme? No. Quería pedirte…

—¡Ah, claro! Vienes a pedirme. Todos quieren algo de Ayalga, o burlarse o pedir. Si lo que quieres es que te haga algún conjuro te advierto que no me dedico ya a eso. Renuncié —contestó al mismo tiempo que se persignaba—. Si quieres meigallos ya estás dando media vuelta. No cuentes conmigo.

—En realidad lo que quería no es que hagas un conjuro, más bien todo lo contrario, quiero que lo deshagas.

Ante su expresión de desconcierto y mientras seguía persignándose proseguí.

—No sé si recuerdas a un oso llamado Furaco…

—¿Furaco? ¡Claro que lo recuerdo! —me interrumpió gesticulando con grandes aspavientos—. Como para olvidarme de él, si se tira todo el día deambulando por aquí quejándose. ‘Fue en legítima defensa’, ‘fue en legítima defensa’ —repitió con tono burlón y voz de falsete—. ¡Qué pesado! En mi vida he visto un oso más llorón, en cuanto lo oigo me escondo de él. Es un auténtico plomo. ¿Qué le pasa ahora? In nomine patris et filii et spiritus sancti.

—Amén —contesté yo de nuevo. Tantos años ayudando a mi abuela sacristana me habían dejado poso—. Sé que se queja mucho pero puede que tenga razón, Ayalga, él no mató al rey, en realidad fue…

—El cuñado. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios —me interrumpió de nuevo.

—¿Lo sabías?

—Claro que sí. No juzguéis y no seréis juzgados, San Mateo versículo cinco.

Por lo visto iba a mantener una conversación con Ayalga algo dispersa, pero coherente dentro de un orden.

—¿Y por qué mantienes la maldición sobre el oso si sabes que no fue responsable de aquella muerte?

—Yo no mantengo ninguna maldición. Aquello es obra del pasado. Ahora soy distinta, renuncié y cambié. Bendito seas por siempre, Señor.

—Pero Furaco sigue penando por estos parajes, tú misma sabes que anda por aquí.

—Sí. Él sabrá por qué es un fantasma errante. Yo renuncié con mis obligaciones de xana y al hacerlo todos mis hechizos desaparecieron. Alabado sea el Señor. Además, cuando pasó aquello del rey yo ya no tenía ningún poder mágico. Reconozco que me enfadé mucho y tuve una rabieta de las mías porque la actitud de ese oso pendenciero fue muy irresponsable, solo quise asustarle un poco —añadió con una sonrisa traviesa en la cara—. Si aún no se ha reunido con los espíritus de sus ancestros será porque no tiene la conciencia tranquila, tendrá culpas que expiar. Cuando estaba vivo, Furaco no hacía más que meterse en peleas y altercados. Pero no es mi problema. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Cuando oí esto de boca de la xana recordé un programa de Cuarto Milenio donde se venía a decir que algunas apariciones eran muestra de cuentas pendientes y de remordimientos de conciencia, aunque no recordaba bien quién tenía esos remordimientos, si el espíritu en cuestión o quien percibía su presencia.

—¿De verdad no puedes hacer nada por Furaco? —no podía creer que después de todo la xana no fuera responsable de lo que le pasaba a mi oso lastimoso.

—Ni puedo, ni me apetece. ¡Que me dejen en paz! ¡Renuncié! Antes de mi renuncia nadie reparaba en mí. En cuanto abandoné mis prácticas de ninfa todos se dedicaron a insultarme, a denigrarme, a ir con chismes sobre mí por todos lados. Pero me da igual. Me es indiferente lo que piense esa panda de cretinos. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros.

Resultaba muy esclarecedor todo lo que contaba y me di cuenta de que en un conflicto siempre hay que escuchar a las dos partes, o conocer más de una versión.

—Ya sé que renunciaste a todo por amor —repliqué procurando empatizar con aquella xana que por momentos me parecía mucho más cuerda de lo que daba a entender.

—¡Tú no sabes nada! —contestó mientras alzaba la voz y me miraba airada. Esos ojos verdes podían ser muy bellos pero también eran capaces de encerrar mucha ira, o desencanto, no estaba segura.

—Llevo tiempo buscándote y averiguando cosas sobre ti. Alguien me habló de tu desengaño amoroso…

Con una mueca de burla en el rostro, Ayalga se acercó a mí y con un tono de voz que me heló la sangre me interrumpió.

—¡Tú! ¡No sabes nada!

—Me lo dijo Brigo (Ultraje), que te conoció hace tiempo —continué en un intento de justificarme.

Entonces, bruscamente y sin solución de continuidad, Ayalga pasó del enfado a la risa.

—¿Brigo, dices? —contestó entre carcajadas que me parecieron forzadas— Ese druida fatuo es un imbécil. No entiende nada. Solo le preocupan dos cosas: su persona y cuántas conquistas puede hacer para alardear de ellas. Bueno, hay otra cosa que también le interesa: quejarse. Es un llorica tan insufrible como Furaco. Dice que se siente ultrajado porque construyeron una iglesia encima de su tumba —recalcó haciendo burla y encogiéndose de hombros—. Que aprenda a convivir con la frustración, no siempre podemos conseguir lo que queremos, ¡si lo sabré yo! A mí tampoco me han salido las cosas como quería y no voy lloriqueando por todos lados. Son todos una caterva de flojos —añadió airadamente.

Según transcurría mi charla con Ayalga me iba convenciendo de que ese personaje estaba muy cuerdo. No era una loca. Rara, sí, pero loca, no.

—Yo deseé algo con toda la fuerza de mi corazón pero no pude conseguirlo —continuó Ayalga—. Amé a un hombre por el que renuncié a todo y fue en vano. No fui correspondida. Mis acercamientos no dieron resultado, ni mis conjuros tampoco. No sirvió de nada. Mi renuncia no obtuvo ninguna compensación, tan solo oprobio y rechazo.

En ese momento, Ayalga, se dejó caer al suelo sentándose entre restos de hojas y ramas secas. Un polvo fino amarillo, que yo creí que era polen, se levantó del piso envolviendo a la xana en un manto dorado. Una gran pena se reflejaba en su rostro y yo empecé a lamentar haberla molestado con mis peticiones absurdas pues empezaba a sospechar que lo que me contó Furaco no se ajustaba a la realidad.

—La bendición de Dios todopoderoso descienda sobre todos nosotros —prosiguió la xana balanceando el cuerpo hacia delante y hacia atrás.

—Amén —volví a contestar otra vez—. Tengo entendido que en un intento por conseguir la atención de tu amado te hiciste cristiana —añadí pretendiendo averiguar más sobre ella y comprobar en cuántas cosas más me habían informado mal.

—Eso tampoco es verdad. Otra mentira más que se cuenta de mí. No sabes nada, niña —contestó con un gesto de derrota que me dejó desarmada—. Convertirme al cristianismo fue una consecuencia, no una herramienta. Mi amado Bermudo era un muchacho, novicio de una de las primeras órdenes cristianas que vinieron aquí; era un benedictino. Le vi por primera vez un día que fue al río a buscar agua, estaba rezando una oración en voz alta. Sentía curiosidad por esos monjes tan austeros, tan recatados y me acerqué más. Su mirada estaba cargada de dulzura, sus manos delicadas prometían caricias imposibles que yo nunca llegué a probar, su voz era tan bonita… Desde ese momento no pude quitármelo del pensamiento —prosiguió meneando la cabeza y dejando caer los hombros en un ademán de desamparo—. Ya solo podía pensar en él. Creo que me obsesioné, pero el dios Angus me había lanzado sus redes y ya no pude escapar.

Tras decir esto Ayalga se calló y permaneció ensimismada mirando al frente, con la mirada perdida. Entonces comenzó a rezar un avemaría y a hacer el signo de la cruz frenéticamente. Cuando terminó la oración continuó su discurso como si nada hubiera pasado.

—En un par de ocasiones conseguí volver a verlo pero la última me aparecí ante él, se asustó y huyó. Las estrictas normas de su orden le obligaron a encerrarse en un monasterio, perdiendo todo contacto con nadie que no perteneciera a su congregación —tras apartar una lágrima dorada de uno de sus ojos la xana continuó hablando—Como una manera de sentirme próxima a él empecé a frecuentar los templos de su religión y me alejé del río. Ya que no podía verlo quería comprender su forma de vivir, sus oraciones. Quería saber por qué su dios le pedía aislarse encerrado entre los muros de un cenobio y no podía disfrutar de la mayor creación del hacedor: la Naturaleza.

Mientras Ayalga proseguía con su monólogo el polvo amarillo que la había envuelto al principio empezó a brillar y sus ojos verdes reflejaron destellos dorados; las hojas del suelo se arremolinaron en derredor suyo encerrando a la xana en un círculo de hojarasca. Los restos de vegetación que había por toda la estancia se habían acercado a arroparla, a protegerla.

—Al principio sus iglesias me parecían tristes, oscuras —prosiguió Ayalga—pero poco a poco, descubrí que el recogimiento que allí se sentía me procuraba una gran paz. Pasé muchas horas en esos templos, asistí a muchas de sus ceremonias religiosas y acabé consiguiendo una serenidad que creía perdida desde que me enamoré de Bermudo. Fue entonces cuando decidí seguir la doctrina del crucificado, cuando me volqué en la práctica de su religión, cuando renuncié a mi condición de xana. Sabía que mi determinación me iba a traer problemas, que ellos no lo entenderían, pero no me he arrepentido nunca de esa decisión. Nunca, a pesar de todo.

—¿A pesar de todo? —la interrumpí.

—Sí, a pesar del desprecio de mis allegados, del escarnio de mis compañeras acuáticas, de las burlas de todos los habitantes del río. Elegir otra forma de vida me supuso la defenestración, el rechazo de quienes dijeron que me querían. Dejé de formar parte de su mundo en cuanto renuncié a pensar como ellos. Hube de pagar mi imperdonable osadía: enamorarme de un ser diferente a mí y seguir un credo distinto al que me correspondía por nacimiento. Pagué un alto precio por mi elección y por mi renuncia.

Decididamente, Ayalga no estaba loca, ni mucho menos. Su discurso era de una claridad diáfana y lleno de sentido común. Si no fuera por esa manía de citar frases de la eucaristía o de ponerse a rezar de repente…

—¿Por qué a unos seres se les disculpa, incluso se admira su pasión y a otros, en cambio, se nos reprocha? —continuó—. El dios Angus se transformó en cisne para ser igual que su amada. O la misma Froiluba (El beso), baja a la orilla del río a llorar su pena y todo aquel que la oye se compadece de ella. Al menos esa viuda pudo disfrutar de su enamorado, pudo estar con él, aunque fuera un tiempo breve, pudo besarlo y sentirlo, acariciarlo y ser acariciada. Yo no. Yo no tuve nada de eso. Solo conseguí rechazo y menosprecio. Ave María Purísima.

—Sin pecado concebida —volví a replicar.

No sé si fue por mi educación en el seno de una familia católica, por mi abuela sacristana o simplemente por empatía, pero no podía dejar de contestar a los introitos eucarísticos de la xana. Tras mi réplica, Ayalga se calló, se levantó del suelo y comenzó a recorrer la pequeñísima estancia a gran velocidad, como si estuviera buscando algo.

—¿Dónde está? Tengo que encontrarla. No podré pescarlos. Y multiplicarlos. Es justo y necesario. Gracias a ti Señor, por este pan fruto del trabajo del hombre —empezó a decir Ayalga mientras daba vueltas por la sala.

Había entrado en uno de sus bruscos e intensos estados de enajenación y yo no sabía qué hacer. Verla deambular con ese frenesí me estaba poniendo nerviosa.

—¿Buscas algo? —dije por ayudar.

—La caña de pescar. La necesito —respondió mientras se mesaba los desordenados cabellos.

—Otra cosa que no te perdonan los habitantes del río es que pesques —añadí recordando mi conversación con Saltín (A contracorriente) —. Consideran una traición que ahora te alimentes de peces.

—Yo no me como los peces. Otra mentira más. Señor ten piedad. ¿Quién te dijo eso?

—Pues un salmón. Si no te los comes ¿para qué quieres la caña? No me digas que practicas tú también la pesca sin muerte —repliqué con cierto sarcasmo.

—Cada vez hay menos, los pescadores los matan y ya quedan muy pocos. Quiero capturarlos para multiplicarlos, como hizo nuestro señor Jesucristo junto al mar de Galilea. Los multiplicaré y evitaré que desaparezcan —contestó Ayalga mientras seguía revolviendo los pocos enseres que en esa casa cabían.

Después de todo, es posible que Ayalga sí estuviera un poquito loca. Pero tantos años siendo rechazada tan injustamente y viviendo en soledad condenada al ostracismo es motivo más que suficiente para que la mente se desquicie algo.

—Los peces se multiplican. Ya está. El conjuro funcionará. Ya no soy xana. Renuncié. Funcionará. Amad y seréis amados. Ora pro nobis. Y con tu espíritu. La paz del Señor.

Ayalga completamente trastornada daba vueltas desenfrenadamente y gesticulando. Tan solo se paraba de vez en cuando para persignarse y entrecruzar los dedos de las dos manos en un gesto de súplica mientras dirigía la vista hacia el techo.

Estuve unos minutos esperando a que la xana volviera a su estado de lucidez, pero fue en vano. Intenté hacerla entrar en razón con unas cuantas frases pero todo fue inútil. Parecía que el momento de discernimiento había pasado y ya no era posible comunicarse con ella.

Desistí de seguir hablando con Ayalga y salí de la casita dejando a la xana con su monólogo incoherente. Al cerrar la puerta, el mismo polvo amarillo que había en el suelo se desprendió de las jambas posándose en mis ropas.

Fuera de la vivienda me apoyé derrotada en un árbol. Estaba desconcertada. En lugar de encontrarme a una loca rencorosa y malhumorada xana, tal como me la habían descrito quienes la conocieron antes que yo, había hallado a un ser triste, algo desquiciado, es cierto, pero ante todo, Ayalga me pareció un ser desvalido, frágil y solitario.

Además, la conversación con la xana lo había trastocado todo. Ya no me importaba el destino de Furaco, ese oso tendría que afrontar las consecuencias de sus actos, quizás él mismo no estaba tan convencido de haber actuado en defensa propia cuando atacó a Favila. El druida quizás no debería amargarse tanto por reposar debajo de un templo cristiano, un templo que llamaba al recogimiento y en donde se predicaba el amor también, no tan libre ni tan carnal como a él le gustaría, pero amor al fin y al cabo. O la viuda quizás debería lamentarse menos y dar gracias por haber podido besar a su amante y por el recuerdo de ese beso; es mejor haber amado y ser correspondido que ser rechazado y no conocer nunca los placeres de ese amor.

Pero muchas veces es más fácil buscar culpables ajenos para así eludir nuestras propias responsabilidades o nos empeñamos tanto en compadecernos de nosotros mismos que no sabemos valorar lo que tenemos o lo que hemos tenido.

En cambio Ayalga no era así. Ella renunció a sus tradiciones y asumió las consecuencias. Supo ver qué podía conllevar la renuncia. Su elección al enamorarse o al creer en un dios concreto le había supuesto el ostracismo, la exclusión. Había sido fiel a una convicción, había sido coherente con su determinación y lo había pagado muy caro: sola, vilipendiada y dispersa en su delirio. Como para no volverse loco.

Mientras me sacudía el polvo que se había adherido a mi camisa al salir de la casa, sentí pena por la xana pero también admiración por su valentía, por ser tan fuerte dentro de su fragilidad. También pensé qué tendría ese dichoso polvo amarillo que se quedaba pegado a mis dedos y que brillaba a la luz del sol.

Abandoné Asturias el día siguiente. Cuando estaba colocando el equipaje en el maletero del coche miré hacia la colina donde se encontraba la vivienda de la xana. Desde mi posición no podía ver la casita, la distancia y la frondosa vegetación me lo impedían, pero al dirigir la vista hacia allí creí ver una luz verde brillar. En ese momento se levantó una ligera brisa que arrastró unas hojas secas de un jardín aledaño. Las hojas se arremolinaron en torno a mis pies formando un círculo perfecto, al mismo tiempo que un polvo dorado se levantaba del suelo para cubrir con reflejos ambarinos mis zapatos.

Volví a mirar hacia la colina y la luz verde brilló de nuevo. Ayalga decía que había renunciado a su condición de xana, pero yo sabía que lo que estaba pasando era obra de ella. Después de todo, y por mucho que se cambie, uno no puede renunciar del todo a lo que fue, siempre queda algo.

Mirando la luz verde brillante levanté la mano y le dije adiós.







NOTA: Angus es el dios celta del amor, se enamoró de una mortal y se convirtió en cisne para estar cerca de ella.
A las xanas se las considera popularmente las hadas de los ríos y los bosques asturianos. Pero en la mitología griega una ninfa no es lo mismo que un hada. Las ninfas tienen apariencia femenina y son del mismo tamaño que los humanos, mientras que las hadas son minúsculas. Mi Ayalga, como es fruto de mi invención, ha resultado ser un compendio de ninfa y hada. Que me disculpen los puristas. El polvo de hadas son unas partículas que se caracterizan porque brillan y producen diferentes efectos desde inconsciencia a alucinaciones.
Siempre he sentido admiración por quienes no se dejan arrastrar por la masa, por quienes tienen sus propias ideas y no permiten que los manipulen, aunque esa oposición les tache de locos o de raros. Independientemente de que tengan razón o no, o de que se equivoquen con sus convicciones, ese criterio propio me resulta muy atractivo. Además, me siento muchas veces identificada con ese tipo de personas, puede que yo también sea algo rara, o simplemente estoy loca. El personaje de Ayalga es un homenaje a todos aquellos que asumen con valentía ser diferentes.
Las crónicas astures se han terminado. Pero antes de cerrar definitivamente esta sección quiero agradecer encarecidamente a todos los que habéis sido fieles a esta serie. Soy consciente de que este tipo de relatos tan largos y con tantos episodios no son del agrado de muchos blogueros, que el formato no es el más apto para los gustos y usos de quienes frecuentan los blogs. Con todo y con eso, vosotros, quienes me seguisteis en la búsqueda de la xana, habéis leído y comentado igualmente. Gracias por vuestra fidelidad y vuestra paciencia.

GALERÍA FOTOGRÁFICA

La casita de Ayalga
Mapa de la ruta en busca de la xana perdida

GLOSARIO

Crónicas astures I: Legítima defensa
Crónicas astures II: El beso
Crónicas astures III: Ultraje
Crónicas astures IV: A contracorriente
Crónicas astures V: Renuncia

22 comentarios:

  1. Como seguidora 'fiel' (y entusiasta) de esta serie yo te doy las gracias a ti por contarnos cosas de Asturias de una manera amena y divertida.
    Sabes que yo no leo blogs (salvo el tuyo) así que no tengo ni idea de lo que se estila o es frecuente en estos sitios. Solo te puedo decir que a mí las historias largas, si están bien contadas y son entretenidas como las tuyas, no me asustan. Así que por mí puedes seguir escribiendo lo que quieras que tendrás en mí una lectora asegurada.
    Eso en general. En particular esta serie me ha encantado, me han gustado todos los personajes que has inventado y he de remarcar que a mí me has sorprendido con esta última publicación. Me había hecho una idea de la xana completamente diferente a lo que era en verdad, y eso muestra cómo has sabido 'engañarme'. Además, creo que hay mucha reflexión en esa forma de describir un personaje según lo que opinan otros de él para luego darse uno cuenta de que como dices en la historia hay que oír a las dos partes.
    En fin, que me ha encantado, de verdad. Tienes mucha imaginación y espero que donde sea que viajes sigas encontrándote con personajes tan entrañables como los de estas crónicas.
    Un gran beso.

    Lucía.

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    1. Hola, Lucía.
      Muchas gracias por tus palabras tan alentadoras. Estas historias largas no suelen ser del agrado de algunos blogueros. La actividad frenética que se suele dar por estos lares hace que los textos extensos tengan poca aceptación, pero cuando escribí esta historia decidí que tuviera la extensión que yo creía oportuna, no la más adecuada para el blog.
      Sí es cierto que me he planteado dejar de publicar este tipo de relatos por esta vía, aunque por otra parte... No sé, ya veré qué hago en un futuro próximo. De momento me quedo con tu seguimiento incondicional. Gracias.
      Un besote.

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  2. Siempre tuviste admiración por quienes no se dejan arrastrar por la masa, por quienes tienen sus propias ideas y no permiten que los manipulen, aunque esa oposición le tache de locos o de raros. Independientemente de que tengan razón o no, o de que se equivoquen con sus convicciones, ese criterio propio te resulta muy atractivo.
    Es bonito.
    Asturias es hermosa desde sus raíces.
    Al final Ayalga no era el silencio arrepentido pero sí el amor ciego ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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    1. Hola, Paco.
      Me gusta la gente valiente que tiene ideas propias, siempre y cuando esas ideas no sean perniciosas para nadie, claro.
      Siempre me han atraído las personas que no se dejan llevar por la moda y que en cierta manera van contra la corriente.
      Como ves el salmón Saltín no fue el único que nadaba a contracorriente.
      Un beso.

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  3. 👏👏👏👏 mis más sinceros aplausos, Kirke. Has sabido terminar la historia de una manera muy hermosa. Con esa Xana que supo renunciar por amor y a la que todo el mundo critica; todo el mundo que no supo o no quiso tener el valor para aceptar lo que les tocaba vivir. La gente tiende a quejarse mucho y a no sentirse nunca culpable de nada de lo que les sucede.
    Y me ha encantado ese mapa final que pones con los lugares donde han tenido lugar los cinco capítulos de tus crónicas.
    La verdad es que ha resultado un placer leerte y aunque es cierto que han sido entradas largas, una vez se empezaban a leer, una se veía arrastrada y ya no se acordaba de si era largo o corto.
    Geniales tus crónicas asturianas.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa.
      Eres una lectora entusiasta y fiel de este blog, prácticamente desde sus inicios.No concibo este espacio sin tu visita constante. Gracias, amiga por esa fidelidad.
      El mapita me costó bastante trabajo porque es completamente artesanal, nada de un 'copia y pega' de otro sitio. Así que te agradezco que hayas reparado en ese detalle.
      Me estoy replanteando mi actividad bloguera, aún no tengo nada decidido pero sea cual sea la determinación que tome tú serás siempre un referente asociado a mi blog.
      Un beso muy grande, amiga.

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  4. Ay, Paloma; qué pena me da que se termine, la he disfrutado y me ha maravillado sumergirme en esta serie donde brotaba historia, fantasía, realidad y humor. He sentido pena, nostalgia, picardía, recelo y finalmente comprensión.
    En esta última entrega has hecho un perfecto balance en el que se exponen las verdades y mentiras de cada personaje, porque no existe solo de una. Para cada sujeto cada acto será visionado de una manera y estos desencadenantes tendrán mil razones para existir, así que nos llevas a reflexionar justo a eso. La xana sí que es verdad que tenía un serio problema psicológico pero la soledad e incomprensión es un castigo muy severo. Pero de ella me quedo con su fortaleza y sentir, como has dicho, es digno de admirar. Todos deberíamos ser más libres para ser tal cual, sin el miedo que acarrea la sociedad o el entorno.
    Me ha encantado mucho, mucho.
    Un beso enorme.

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    1. Hola, Irene.
      Muchas veces nos dejamos llevar por lo que dicen otros, no tenemos otra manera de ver algunas cosas y nos hacemos una idea equivocada. Creo que lo que ha pasado con Ayalga es un buen ejemplo, cuando solo conocemos a alguien por las referencias de terceros nos tenemos que imaginar cómo es ese alguien a través de esas opiniones pero si podemos conocer a la persona en cuestión nos haremos una idea más cercana y, muchas veces, alejada de lo que nos dijeron.
      Gracias por ser tan fiel a esta serie y por tu apoyo incondicional. Saber que te gustó me enorgullece mucho.
      Un beso grande y feliz domingo.

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  5. Ahora solo faltaría añadir "Podéis ir en paz", jajaja.
    Me han encantado estas crónicas, tan bien concebidas y narradas. Un gran trabajo el tuyo, desarrollando un cuento de hadas y embrujos en una región rica en mitos y leyendas y con un trasfondo histórico. Las reseñas a pie de relato y las espléndidas fotografías han rematado el trabajo bien hecho. Enhorabuena.
    En muchos de nuestros viajes, si conociéramos la historia del lugar, sus leyendas y tradiciones ancestrales, disfrutaríamos mucho más de la visita.
    Con tu relato nos has transportado muchos siglos atrás. Debo decir que su final me ha sabido a poco, dejándolo abierto a la imaginación de cada uno. Habría preferido que, por lo menos, el pobre Furaco recuperara su estado original y fuera un oso más que poblara las montañas asturianas, jeje.
    Una historia sencillamente genial (si es que lo genial puede ser sencillo).
    Un beso.

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    1. Hola, Josep Mª.
      Qué duda cabe que Furaco tiene un problema y yo no se lo he solucionado. Pero yo solo me comprometí a buscar a la xana e interceder. La encontré y también me encontré con que la cosa no era como el oso me la había contado, así que... él sabrá. Que cada palo aguante su vela, viene a ser la moraleja final, ja, ja, ja.
      Me alegra mucho la buena opinión que tienes de esta serie. Fue una apuesta arriesgada (por la extensión de cada entrada y la duración de la historia completa) que me ha hecho reflexionar mucho sobre los pros y los contras de un formato como es el blog.
      Gracias por tu comentario y la buena valoración.
      Un beso grande.

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  6. Me han encantado tus crónicas de tu viaje a Asturias y como te ha inspirado y para nada se me ha hecho largo, todo lo contrario, me han gustado mucho y me han entretenido , de modo que muy muy agradecida.
    Y me has emocionado en la parte final de tu nota, algún te contaré porque, pero si, en cierta manera hay parte de esa admiración que tú sientes que me ha hecho emocionarme sobre manera. Creo que nunca se ha de aislar a nadie por su forma de pensar o sentir, cada uno es libre de pensar, sentir y vivir como quiera sin que haga daño a nadie y así debe ser, pero a veces hay que seguir una serie de normas que la sociedad impone o un circulo en concreto de personas, y si no entras en esa forma de pensar te ves aislada y repudiada, en fin creo que quienes así lo hacen, se equivocan, ante todo siempre el respeto por el que tienes enfrente debe ser la base de la vida y la convivencia, y creo que con esto ya te he dicho mucho.
    Gracias mil por esta serie tan bonita que me da pena que se acabe, me ha encantado Paloma, ojala en tus próximos viajes tengas tanta inspiración para relatos como estos.
    Besos.

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    1. Hola, Tere.
      Por lo que cuentas tú o alguien muy cercano a ti, habéis tenido que soportar los inconvenientes de no seguir las normas sociales, o hacer algo distinto a lo que se espera de uno.
      Es difícil salirse de la norma, porque la sociedad no tolera bien a aquellos que tienen sus propias reglas. Siempre que no se haga daño a terceros yo siempre defenderé el "vive y deja vivir", algo muy manido pero, por lo visto, muy complicado de cumplir.
      Gracias por tu apoyo incondicional a esta serie asturiana.
      Ojalá que en mis próximos viajes me encuentre a personajes tan peculiares como estos. Ya veremos.
      Un besote.

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  7. Ya sabes que soy absoluta fan de tus crónicas astures y me encanta como has hilado todo, como le has dado la vuelta a algunas cosas y todas las conclusiones y reflexiones que podemos sacar de este texto.
    Enhorabuena y la casina de Ayalga me encanta.
    Besos.

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    1. Hola, Gemma.
      Muchas gracias por tu seguimiento. Siendo tú asturiana que te haya gustado esta serie tiene un plus añadido.
      Un besote.

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  8. Me he divertido mucho con estos capítulos de esta historia que nos has contado. Es el fruto de tu imaginación y la forma de contar tus peripecias por la tierra asturiana, donde las leyendas de xanas, druidas, duendes, Etc.... hay muchas en su mitología. Ademas de como le das tu gracia, es estupenda y ha sido muy agradable leer tu escritos. Ójala yo tendría esta gracia para contar las histórias de mis viajes como tu nos los muestras, yo utilizo más Wikipedia. Un abrazo.

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    1. Hola, Mamen.
      Cada uno tiene una virtud. A mí me encantaría, por ejemplo, pintar tan bien como tú. Yo, con un pincel en la mano, soy un absoluto desastre.
      Gracias por tu fidelidad a esta serie.
      Un beso muy grande.

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  9. Bueno, bueno, bueno,... un final que ni me imaginaba. Un final lleno de ternura e ingenio. Enhorabuena!

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    1. Hola, Norte.
      Esa era la intención, dar un final inesperado y presentar a una Ayalga distinta a lo que nos contaban los otros personajes.
      Me alegro de que hayas disfrutado.
      Un beso.

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  10. Excelente colofón, Paloma. Te felicito. Has sabido crear una trama coherente, has distribuido la información y has sabido dar contenido a todos y cada uno de los capítulos. Y lo has hecho utilizando un recurso esencial: la continuidad. En todos ellos haces referencias a los anteriores, enlazas la nueva información con la ya dada. Eso es vital para que el lector no se abrume. También me gustaría destacar los diálogos. Tienes oído para escuchar al personaje en tu mente y plasmarlo en papel. Con ello consigues que hablen con Naturalidad y que cada uno, el oso, la viuda, el druida y Ayalga, hablen distinto. Tengan su propia voz. Así que Chapeau!
    Quizá, como sugerencia, evitaría en el final dar esa opinión sobre si las personas raras son esto o aquello. Esas conclusiones mejor dejar que las saque el lector, aunque las comparta. Un fuerte abrazo!!!

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    1. Hola, David.
      Sí es cierto que la nota final es redundante, pero no pude evitarlo y caí en la tentación de remarcar mi admiración por aquellos que se rebelan contra la norma establecida y van a su bola (sin perjudicar a terceros).
      Utilizar el diálogo es un recurso muy valioso pero peligroso también porque si no es natural, no es creíble y todo se desmorona. Gracias por valorar los diálogos de esta historia tan positivamente, me has inflado como un globo, de verdad.
      Gracias también por ser fiel a esta historia larga tan poco apropiada para seguir por un formato como es un blog.
      Un abrazo grande.

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  11. Paloma muy buen final, mis felicitaciones por el trabajo que has hecho con estas crónicas y sobre todo por ese vívido sentido del humor que hay en cada uno de los capítulos. En el de hoy he soltado cada carcajada y es que lo bordas, escribir en clave de humor me parece muy complicado y de hecho recuerdo pocos libros con los que me he reído y sin embargo mientras te leo en ti es natural y lo haces fácil, me han encantado esos diálogos casi esperpénticos con la religión por medio.
    Un beso enorme y muchas felicidades

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    1. Hola, Conxita.
      Saber que te he hecho reír me hace sentir muy satisfecha. Dicen que es más fácil hacer llorar que reír, el caso es que me siento muy cómoda escribiendo humor.
      Lo que me cuentas de los diálogos también me supone un gran estímulo.
      Muchas gracias por ser una fiel seguidora de estas crónicas y por ser tan amable comentando.
      Un besote muy grande.

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Hada verde:Cursores
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