Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

11 de enero de 2018

Malditos bichos


Relato presentado al “Amigo invisible literario” y al que hago alusión en la publicación Concursos y despistes.

—¡Malditos bichos! No me podía haber tocado otro proyecto. De tres posibles trabajos me tuvo que caer el único que no me gustaba, el de los insecticidas. ¡Qué voy a contar yo sobre insecticidas si a mí no me pican los mosquitos!

De esta manera Ariadna iba rezongando por la Rambla del Carmelo. Tan solo hacía dos meses que había terminado el grado de publicista y ya estaba trabajando en una reputada agencia de publicidad. Con su flamante título bajo el brazo se presentó a una entrevista de trabajo y, para su sorpresa, la admitieron.

Pero la alegría le duró más bien poco. Como era la última en recalar, y novata, más que apreciar su desbordante ingenio lo que solicitaban de ella eran trabajos de poca monta, como rellenar impresos solicitando permisos de rodaje en la calle para filmar los anuncios que la agencia gestionaba.

Sin embargo, hoy parecía que su suerte había cambiado. La habían convocado a una reunión donde se repartirían tres proyectos nuevos que habían sido concedidos a la agencia. Uno de los proyectos era una petición de la oficina de turismo de Suecia que quería promocionar las visitas a ese país, otro era una campaña sobre la violencia de género y el último era el que Ariadna automáticamente bautizó como el de “los bichos”, un anuncio para una famosa empresa de productos sanitarios entre los que se encontraban unos aerosoles repelentes de mosquitos. 

Cuando Ariadna leyó los resúmenes de las tres campañas se quedó prendada del de la violencia de género. No es que fuera particularmente susceptible al problema —ella nunca había sufrido ese tipo de agresión y ni siquiera conocía a nadie que la hubiera padecido—. Además, Ariadna siempre fue una egoísta porque los problemas de los demás le importaban un bledo; pero a su congénito egoísmo había que añadir otra característica de su personalidad: era una trepa. Por eso hacerse cargo de esa campaña le pareció una estupenda manera de promocionarse. En la actualidad la sociedad está muy sensible con las víctimas de maltrato y seguro que ese posible spot ideado por ella la lanzaría al estrellato en el mundo de la publicidad.

Pero más que lanzarse al estrellato lo que hizo fue estrellarse, porque le tocó hacerse cargo del proyecto de “los bichos”. Tendría que ingeniárselas para cantar las excelencias de una sustancia llamada dietiltoluamida —por Dios, si hasta el nombre ya era repelente— que aplicada sobre la piel ahuyentaba a los mosquitos y sus picaduras.

“El mosquito es vector de enfermedades. Bill Gates presentó en su página personal una lista con los animales más peligrosos para el hombre y el primer puesto lo ocupaba el mosquito con una estimación de 725.000 muertes al año”. Esa era la manera que la empresa insecticida quería justificar la utilidad de su producto y en ese aspecto debería incidir Ariadna, o al menos eso es lo que su jefe quería que hiciera.

—Y a mí qué más me dan las muertes por picaduras, si a mí no me pican yo estoy a salvo —pensó Ariadna haciendo gala, una vez más, de su egoísmo más recalcitrante.

Esta peculiaridad de Ariadna con las picaduras de los mosquitos había sido motivo de bromas por parte de sus allegados. Alguno le había dejado entrever, medio en serio, medio en broma, que si los mosquitos no la picaban era porque la veían como un insecto más pero mucho más grande que ellos y con mucha peor intención.

El mal humor que se apoderó de ella tras salir de esa frustrante reunión la tenía amargada y le había levantado un fuerte dolor de cabeza (o quizás había sido el memorizar el nombre de la sustancia esa). Utilizó la jaqueca como disculpa para largarse de la oficina e irse a su domicilio en el barrio del Carmelo. Quería llegar cuanto antes para tomarse un analgésico y una cerveza fresquita, a ver si así se le quitaba la cefalea y de paso la mala leche.

Su casa se encontraba en lo alto de una cuesta. Dado que su barrio estaba ubicado en la ladera de una colina lo de tener que subir empinadas calles era algo habitual y lógico. Una vez arriba las vistas eran espectaculares pero llegar hasta ahí se hacía muy pesado en algunas ocasiones, como la de hoy en la que un molesto dolor de cabeza no era el mejor compañero para hacer esfuerzos al caminar.

Mientras ascendía sintió un cosquilleo en el pie, algo estaba sobre su tobillo. Levantó la pierna y vio una pequeña arañita que se había entretenido en hacerle cosquillas cerca de la pulsera de su sandalia. 

—¡Qué monada! —pensó, para acto seguido recordar que había visto en un documental de la tele que los arácnidos eran unos depredadores naturales de los mosquitos. Ese recuerdo le trajo a la memoria su contencioso con esos bichos en particular y con todos los insectos en general, por lo que el mal humor volvió con toda su crudeza y se tradujo en un manotazo que lanzó a la arañita a unos pocos centímetros de su pie.

El arranque de furia trajo consigo, a su vez, una punzada de dolor más fuerte en su cráneo y Ariadna lo volvió a pagar con la araña que recibió un pisotón para quedar aplastada contra el pavimento en forma de un puntito negro.

Justo cuando espachurró a la araña creyó ver cómo una sombra negra salía del minúsculo cadáver. También, en ese momento, Ariadna percibió una especie de zumbido a su espalda.

—Bzzz, bzzz.

La publicista se giró rápidamente hacia el lugar de donde procedía el ruido pero no vio a nada ni a nadie. Y esto fue lo que le hizo sospechar, que no hubiera nadie, pues a esas horas de la tarde, aunque ya empezaba declinar el día, lo normal es que hubiera transitando por la rambla más gente y la calle se presentaba inusualmente vacía.

Decidió caminar más deprisa a pesar del dolor de cabeza y de la inclinación de la calle y en este punto advirtió otro elemento extraño: la cuesta tenía escaleras.

—¿Escaleras? —se dijo— ¿desde cuándo hay escaleras en este tramo de la calle?

Miró más detenidamente a su alrededor y comprobó que se encontraba en el carrer Beat Almató, una calle alejada de su domicilio y del itinerario que utilizaba para llegar a él.

—¿Qué demonios está pasando aquí? 

Ariadna pensó que su monumental cabreo unido al terrible dolor de cabeza habían sido la causa de que deambulara sin ton ni son, alejándose de su casa y del analgésico que empezaba a necesitar con urgencia.

Comenzó a descender la calle pero comprobó que le costaba mucho trabajo, más pareciera que estuviera subiendo pues notaba una pesadez extraña en las piernas. Después de dar una veintena de pasos levantó la mirada y, alarmada, constató que había estado ascendiendo en lugar de bajando.

—No puede ser, he girado y me he dado la vuelta, no puedo haber estado subiendo —dijo en voz alta y ya bastante asustada. Mientras esto se decía giró sobre sí misma y en ese giro las escaleras se distorsionaron de manera que no sabía qué tramos eran para ascender y cuáles para descender.

Se sintió como si formara parte de un cuadro de Escher, ese tío que pintaba cosas muy raras, con escaleras que se interconectaban en ángulos imposibles y con una especie de gusanos que no se sabía si subían o bajaban.

Ariadna creyó que la cabeza le iba a estallar, el dolor cada vez era más fuerte y la desorientación que tenía en ese momento le añadía una sensación de vértigo. Se masajeó las sienes con los ojos cerrados y en cuanto los abrió comprobó que se encontraba en lo alto de la empinada escalera. No sabía cómo ni cuándo había llegado hasta allí, porque no era consciente de haberse movido. 

Delante de ella una interminable sucesión de escalones bajaban hasta el inicio de la calle, y a su espalda… no había nada. Creyó que la cefalea le había producido una especie de ceguera selectiva, pero el caso es que tan solo el vacío se encontraba en lo alto de esa alucinante escalinata.

Por si esto no fuera suficiente motivo de confusión volvió a oír el zumbido de los minutos anteriores —o puede que hubieran transcurrido horas, ya que el atardecer se había convertido en noche cerrada—.

—Bzzz, bzzz.

Ariadna se giró otra vez y en esta ocasión le pareció ver arrastrarse algo y que se escondía entre una grieta de un escalón. 

Se dispuso a bajar pero notó que no podía mover los pies. Bajó la vista para ver una sustancia pegajosa que se adhería a sus sandalias. Con mucho esfuerzo consiguió despegar uno de los pies y comprobó que esa sustancia era blanca y al tacto parecía sedosa. 

—Bzzz, bzzz, bzzz.

Esta vez el zumbido era mucho más fuerte y se sentía más cercano. Al mismo tiempo la luz descendió notablemente. La sustancia pegajosa empezó a ascender por sus piernas hasta llegar a la cintura. No podía moverse. 

—Bzzz, bzzz, bzzz.

Una pequeña arañita apareció por un lateral de la escalera y con una lentitud  exasperante se dirigió hacia Ariadna. 

Fascinada y aterrada a partes iguales, Ariadna intentó zafarse de aquello que la impedía moverse. Quería huir, quería despertarse pues una pesadilla debía de ser lo que le estaba ocurriendo. Seguro que era eso, una pesadilla.

En su delirio recordó que a ella no le picaban los mosquitos, y puede que tampoco lo hicieran las arañas. De todas formas en Barcelona no hay arañas venenosas, o quizás sí, pero esa que se le acercaba no era demasiado grande. O puede que el tamaño no tuviera que ver con la toxicidad del veneno, en cuyo caso el artrópodo, que ya estaba a escasos centímetros de sus pies, podía ser muy peligroso. 

—¡Mierda! —pensó— debería haber puesto más atención cuando vi aquel documental sobre arañas. Seguro que también dijeron algo sobre los antídotos. Si tuviera a mano un espray de dietitula… duetila… ditelula… como se llame la sustancia esa, podría mandar a ese asqueroso bicho al Infierno. Aunque, eso solo sirve para los mosquitos, o puede que también para las arañas…

Mientras esto balbucía, Ariadna sintió cómo la araña la había alcanzado y con la misma parsimonia empezó a reptar por sus piernas hasta llegar a su rostro. De cerca pudo comprobar que entre lo que debía de ser la cabeza salían dos apéndices que se incrustaron en su labio superior. Al instante, Ariadna sintió un picotazo.

 —¡Joder! Al final resultó que las arañas sí me pican —pensó a la vez que una extraña sensación de bienestar la invadía, incluso ya no sentía el lacerante dolor de cabeza. 

Medio adormilada sintió cómo la oscuridad se cernía sobre ella y con cierta sensación de mareo, como si empezara a caer por un precipicio sin fin, aún tuvo tiempo para un último pensamiento.

—¡Malditos bichos! 

  





  

26 comentarios:

  1. No hay que despreciar a los bichitos. Por pequeños que sean, pueden esconder grandes amenazas. Yo, por si acaso, los respeto mucho.
    Muy buen relato, Kirke, con la dosis justa de humor, de terror y de fantasía.
    ¡Ja! ¿Este es el relato que tenía que versar sobre fantasmas, estar ambientado en no sé qué barrio y tener como protagonista al amigo invisible? Pues igual está muy bien.
    Un beso.

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    1. Si uno se olvida de las consignas yo creo que tiene un pase el relato. A mí las arañas no me gustan y por muy pequeñas que sean me siguen pareciendo amenazadoras.
      Los fantasmas no salen, aunque reseño de manera tenue que una sombra se desprende cuando la primera arañita es pisoteada por la malvada Ariadna, así que lo mismo sí hay un fantasma.
      Gracias por tus ánimos, amiga.
      Un besote.

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  2. Me ha gustado mucho tú relato, ves como tienes que escribir más? te ánimo a ello. Yo me ha dado por escribir también y estoy a punto de colgar también otro relato.
    Este relato me ha recordado un día que subí a un pueblo en Asturias, Carmameña se llamaba, ya contaré la historía pero el caso es que cuando subí me invadieron por el brazo unas lindas mariquitas, eran tan monas, yo suavemente las apartaba de mi brazo, ese es el recuerdo que me trajo tú relato.
    Un besote y repito escribe mas que no se te da nada mal.

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    1. Puede que acabéis hartos de mis escritos porque estoy realizando un curso de escritura y todas las semanas tenemos que escribir un relato. Supongo que los publicaré todos en el blog.
      Me alegra saber que tú también has sido contagiada por el virus de la escritura.
      Un besote.

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  3. ¡Hola Paloma!

    Este es el famoso relato del que nos has hablado y que como a la protagonista te ha supuesto algún dolorcillo de cabeza, ja,ja,ja. Pues te aseguro una cosa, además de muy divertido y muy bien hilado con tela de araña made in Kirke, daría para un cortometraje de terror estupendo.
    Sabes lo que te digo: ¡Malditos bichos! y tú me entiendes ;-)
    Un gran abrazo.

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    1. Creo que la idea de terror difiere mucho de unas personas a otras. A unos les da miedo unos psicópatas armados con hachas con la intención de destripar a alguien y a otros nos asusta más un pequeño insecto que se aproveche de una situación irreal con escaleras que suben y bajan a su antojo.
      Y te doy la razón, los bichos no necesariamente han de ser insectos ;)
      Un abrazo, Miguel.

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  4. Dicen que los bichos más pequeños son los más venenosos. Yo detesto a los bichos, sobre todo si pican... así que ¡pálido me has dejado, Paloma! En esa zona suele instalarse el mosquito tigre y dejarte un recuerdo por días.
    El relato me ha encantado, visual, con un personaje al que dotas de profundidad cuando mencionas la razón por la que quiso el tema de la violencia de género. El Via Crucis crece a medida que el espanto aumento. Y eso se ve.
    Tanto que me han entrado unos picores que...
    Un fuerte abrazo! e insisto en que escribas más!

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    1. No me gusta maltratar a mis personajes y creo que esa fue la razón de que presentara a Ariadna como un ser egoísta y antipático. Así, cuando la mata la araña, no se siente tanto pesar.
      Cuando vi las escaleras que hay en algunas calles de esos barrios barceloneses me vinieron a la mente los cuadros de Escher y su descabellada forma de pintar.
      Como le comento a Tere, vais a cansaros de leer relatos míos pues estoy asistiendo a un curso de escritura creativa y todas las semanas tengo que escribir algo, no creo que resista la tentación de compartirlos en el blog.
      Gracias, David, por tu amable comentario.
      Un beso.

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  5. No suelo leer cuentos de fantasías y patino un poco interpretándolos. El estilo me parece ligero y de buen leer, pero el final me descolocó un poco, como si le faltara una conclusión de por qué esa araña produce esos efectos tan drásticos, o me fallaron las claves iniciales para meterme en la atmósfera irreal y que ese final me resultara coherente. Pero como dije, no soy experta en ese tipo de narraciones.
    Un abrazo, preciosa. (Espero que no te moleste mi comentario, adivino que no, pero no quiero seguir instalada en el elogio fácil que solo engorda el ego del autor y poco aporta en el fondo).

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    1. Parece ser que la araña era mortalmente venenosa, y que su pequeño tamaño no quería decir que fuera inofensiva. Se supone que la protagonista muere, previamente es inmovilizada por una tela de araña y luego picoteada.
      Es un relato medio de terror medio fantástico (o eso pretendía yo). Aunque la idea de terror es muy relativa, pues para algunos si no hay sangre o vísceras desparramadas no hay terror.
      Este es un texto que estaba sujeto a unas consignas en un ejercicio de una web en Facebook, aunque yo no las seguí todas sí cumplí algunas y me tuve que ceñir a ellas. Si quieres más datos lo cuento en la anterior publicación del blog.
      Sabes que no me importa en absoluto la crítica si es constructiva y tú lo haces con el ánimo de corregir, algo que yo valoro y agradezco. Puedes ponerme todas las objeciones que estimes oportunas.
      Un besote grande.

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  6. Paloma pues a mi me gusta mucho tu relato, yo lo interpreto como que, no gustandote los bichos, esta araña que mata Ariadna es diminuta. Parece ser, que le pica y la enreda otra más grande que la envuelve en la telaraña. Ariadna entra entre el dolor de cabeza y ese sueño irreal que la envuelve en un relato de humor y terror. No ves que, no solos los bichos pueden ser agradable, como el que yo tuve como animal de compañía en un relato, sino que pican y son malevolos. Jajaja, si te cuento los que me picaron a mi en el parque de Doñana ¡ufff!. Te mueres de dolor y picor. Me ha encantado como lo cuentas con ese sentido del humor como nos acostumbras, para mi perfecto. Un abrazo

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    1. De esta araña se podría decir que chiquita pero matona. Está claro que muchas veces las apariencias engañan.
      Sin ánimo de querer parecerme a Ariadna, a mí tampoco me pican los mosquitos. Cuando iba de acampada con mis amigos a las orillas de un río, todos se levantaban con unas ronchas horribles y yo estaba tan pichi. Puede que los mosquitos me tengan miedo.
      En cambio sí me han picado, y varias veces, las abejas. Aunque arañas no, que yo sepa; en cualquier caso, venenosas seguro que no.
      Un abrazo, Mamen.

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  7. Bueno, Paloma, aunque no siguieras las consignas del concurso al pie de la letra, te salió un relato estupendo, al estilo kafkiano, jeje. Tras su lectura, reitero tu gran capacidad para los relatos. Debes admitir que tienes ingenio y estilo. Y esta historia es un buen ejemplo de ello. Haces amena la lectura y, en este caso concreto, intrigante.
    Quién más quién menos, todos tenemos nuestras fobias, grandes o pequeñas. Yo mismo, sin llevar a padecer aracnofobia, sí les tengo bastante respeto y me repelen, al igual que las cucarachas. De ahí que cuando leí La Metamorfosis compadecí al pobre Gregorio mucho más que cualquier otro lector normal, jajaja
    Me ha gustado mucho.
    Un abrazo.

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    1. Lo de las fobias daría mucho sobre lo que hablar. A mí las cucarachas también me dan asco y cuando me encuentro ante una salgo pitando, no las soporto. Hay otro insecto que es inofensivo pero que también me da repelús y que me pone muy nerviosa, aunque me da cierto reparo confesarlo, pero a ti te lo cuento ahora que no nos "oye" nadie: las polillas, esas grandes y gordas con pelos. Es tal la repugnancia que cuando entra alguna en la habitación donde yo estoy me pongo histérica y además ni siquiera puedo matarlas porque se desmenuzan y quedan hechas polvo, literalmente, algo que me da mucho más asco aún.
      En fin, que cada uno tiene sus manías.
      Gracias, Josep Mª, por tu valoración tan positiva del texto; tuve que lidiar con un estilo que no es habitual en mí, y me salió algo kafkiano, tienes razón.
      Un abrazo grande.

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  8. En el mito de Teseo aparece Ariadna dándole un ovillo de lana que ella utilizaba para hilar, como la araña que la atrapa en su seda pegajosa.
    ¿Elegiste el nombre aposta?
    Creo que es un buen relato fantástico y de terror para el que tenga repulsión a los arácnidos.
    espero leer más como estos, gracias a ese taller de escritura.
    Un beso.

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    1. ¡Sí, señor! Premio para el caballero. Empleé el nombre de Ariadna con esa doble intención, por lo del hilo. Creo que eres el primero que se da cuenta.
      Este relato no es consecuencia del taller de escritura pero acabo de terminar uno como tarea para la próxima clase y lo publicaré en breve; vais a cansaros de mí. Al final le voy a coger yo el truco a esto de escribir, ya lo verás.
      Un beso, Javier.

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  9. Hola Paloma, a mi el relato me ha producido bastante agobio, imaginaba ese bicho en las piernas y todo pegajosos y me parecía una auténtica pesadilla. Me dan bastante repelús las arañas y se me han puesto los pelos de punta leyéndote. Creo que en explicaste en la entrada de tus "descuidos" las características que tenía que tener el relato y por eso me ha gustado identificar esas calles tan empinadas del Barrio del Carmelo, un barrio que no conozco mucho a pesar de que es mi ciudad. El tema de las fobias y los miedos a los animales puede provocar auténticos momentos de terror y tu protagonista ha conseguido transmitirlo.
    Te veo entusiasmada con el taller de literatura creativa, y me parece fantástico porque escribir nos ha de permitir disfrutar. Después ya le pondremos técnica.

    Un beso enorme bonita

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    1. A veces, las cosas más insignificantes, como una pequeña araña, pueden convertirse en una pesadilla. Además, el subconsciente puede añadir más drama y convertir una situación incómoda en algo trágico.
      Este relato al estar sujeto a imperativos del concurso se convirtió, casi sin darme cuenta, en algo surrealista.
      Siento por un lado que se te pusieran los pelos de punta (no es mi intención hacer pasar un mal rato al lector), pero por otro me alegra saberlo pues indica que te ha metido en la escena.
      Con el taller de escritura, y eso que solo llevo una clase, estoy muy ilusionada. Ya he escrito un relato como "deberes" y fíjate si me gusta que he hecho dos versiones (ahora tengo la duda de cuál presentar el próximo día de clase).
      Un beso grande, Conxita, y feliz fin de semana.

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  10. ¡Hola, Paloma!
    He leído de principio a fin el relato con mucho interés, porque tanto a Adriadna como a ti, os ha ocasionado más que un quebradero de cabeza. Tu inventiva y originalidad en el relato es más que notable. Un tipo de humor inglés que destilan tus letras en el género que más te sientes cómoda como la ironía y comedia.
    La verdad, tengo pavor por toda clase de insectos, y la trepa de la protagonista recibe de su propia medicina. Un logrado final, para un texto con la dificultad de unas normas ¿Sabes? Las normas están para saltárselas, ja.

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    1. Yo también creo que lo más atractivo que tienen las normas es la posibilidad de saltárselas. Por despiste, y muchas veces por voluntad propia, yo suelo saltarme algunas normas si no implica falta de seguridad o riesgo de algún tipo.
      Lo del humor en mis relatos es algo innato, aunque me gustaría desligarme de él en algún momento, por lo de cambiar de registro. Pero reconozco que con la ironía me siento muy a gusto. Al menos, en esta ocasión me sumergí en el relato fantástico, aunque de manera muy tenue.
      Gracias, Lola, por tu comentario.
      Un beso.

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  11. Menudo agobio esta historia de surrealismo arácnido, supongo que al final todo estaba en la cabeza de la chica tras la picadura. Poco a poco vas pasando de lo real a lo irreal para meternos en la mente de la protagonista y su paseo virtual por las calles de Barcelona. Si que es cierto que el final cuesta un tanto interpretarlo, como leí en un comentario anterior, y hay que estrujarse las neuronas para comprender el destino de la publicista, aunque finalmente encajan las piezas. Desde luego que imaginación no te falta Paloma. Un abrazo.

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    1. Si el final no quedó claro entono el "mea culpa" porque en ningún momento pretendí dejar un final abierto. Mi intención era matar a la protagonista.
      Me halaga mucho eso que dices de que tengo imaginación, porque siempre me he quejado de lo contrario. Este texto me costó mucho trabajo; el tener que sujetarme a unas consignas me encorsetó bastante (y eso que no las seguí todas) pero al final me gustó porque me obligó a idear una historia que 'a priori' nunca hubiera escrito.
      Un abrazo, Jorge.

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  12. Me he sumergido de lleno en tu relato Paloma, será por la fobia que les tengo a las arañas...Me transmites muchos sentimientos cuando escribes, así que no dejes de hacerlo, disfruto mucho leyéndote.

    Un abrazo y hasta el próximo relato.

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    1. Bueno, aunque lo hayas pasado un poco mal si has tenido esas sensaciones creo que me puedo sentir orgullosa.
      Gracias por tu amable comentario, Mer. Eres un sol.
      Un beso.

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  13. Aunque no cumplieras estrictamente las consignas del concurso, te ha quedado un relato redondo.
    Has recreado la situación perfectamente, ¡hasta me he agobiado cuando Ariadna no sabía si subía o bajaba las escaleras! Y ni que decir tiene con el tema bichos, que odio cualquiera que sea su tamaño o forma.
    Felicidades por la historia y esperamos con ganas que nos cuentes mas ahora que te vas a hacer una escritora de primera con ese curso de escritura.
    Un beso muy fuerte.

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    1. Muchas gracias, compañera, por tan lindo comentario.
      Cuando escribo procuro que lo que me imagino en la mente se traslade al papel para que quien lo lea vea lo mismo. Todo lo que cuentas me da muchos ánimos.
      Creo que por culpa del curso que estoy realizando os voy a "castigar" más a menudo con relatos, ja, ja, ja.
      Un beso grande, Chelo.

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Hada verde:Cursores
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