Este relato es una versión del cuento de los hermanos Grimm "La Bella Durmiente"
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Había una vez un reino muy lejano donde el rey y la reina esperaban su primer retoño. Toda la corte anhelaba el maravilloso momento en que naciera el heredero a la corona.
El tan ansiado día llegó y el heredero resultó ser una niña preciosa.
Nació con las primeras luces de una linda mañana y Aurora la llamaron. La nena
era un encanto porque apenas lloraba y no se hacía sentir ya que la mayor parte
del tiempo lo pasaba dormidita en su cuna. Un amor.
La calma que la acompañaba debida a ese afán por dormir se tornó en
preocupación cuando el bebé dormía prácticamente todo el día. Tan solo abría
sus somnolientos ojos para mamar de las ubres de su oronda nodriza y hasta esto
lo hacía medio dormida pues al quinto o sexto chupeteo dejaba de nutrirse para
sumirse en el profundo sueño que tanto le gustaba.
—Esto no es normal —se quejó el rey y padre de la heredera—. Aurora
está en la edad de gatear y decir algunas palabras, pero se pasa las horas en
la cuna durmiendo.
—Seguro que es una fase —la exculpaba la reina y madre de la retoña—.
Esperemos un poco más, verás cómo al final es una niña despierta y lista.
La espera fue en vano porque con la tierna edad de tres añitos Aurora
seguía sobando a todas horas. La corte comenzó a murmurar que una maldición
rondaba a la futura soberana y señora del reino.
—Nunca han sido muy laboriosos los reyes anteriores —se atrevió a
comentar un palafrenero con fama de deslenguado y de ideas republicanas—, y
casi todos se han caracterizado por una pereza exasperante, pero esta princesa
va a dejar el listón muy alto ya que parece que ni siquiera quiere abandonar la
cama.
Así transcurrieron varios años más hasta que la situación se hizo
insostenible cuando la ya adolescente heredera seguía roncando a pierna suelta
en sus aposentos porque, tal como ella comentaba las pocas veces que estaba
despierta, se estaba muy bien en la cama.
—Sufre narcolepsia —comentó el médico real tras examinar a la princesa
y hacerle varias pruebas diagnósticas entre las que se encontraba observar
atentamente sus heces y orina.
—Narco… ¿qué? —preguntó el rey que, aunque era muy instruido, esa
palabra no la había oído nunca.
—Narcolepsia —repitió el galeno—. La narcolepsia es un trastorno del
sueño que genera somnolencia durante el día. Las personas que la padecen pueden
tener dificultad para permanecer despiertas durante mucho tiempo. Se duermen de
forma repentina. Esto puede causar problemas graves en su rutina diaria.
—¿A qué os referís con causar problemas graves en la rutina diaria,
doctor? —preguntó muy preocupada la reina.
—En el caso de Aurora que no saldrá de la cama —fue la tajante
contestación del facultativo.
—¿Y qué se puede hacer? —se interesó el rey.
—No se tiene conocimiento de remedio para este mal. No hay cura,
majestad —volvió a asentir tajantemente el doctor.
—Este médico es muy bueno pero tanta sinceridad y rotundidad me cargan
un poquito —reconoció el rey a su mujer cuando estaban ya a solas.
—¿Qué vamos a hacer con la niña? —preguntó angustiada la reina.
—Disculpad, majestad —interrumpió una mujer que había sido nodriza de
la reina y que seguía, a pesar de su larga edad, en la corte como dama de
compañía—. Conocí a alguien que padecía el mismo mal que nuestra querida Aurora
y consiguió sanar gracias a la intervención de una curandera que vive en el
bosque.
—¡Vete a buscarla! —gritó la reina alborozada y nerviosa a la vez.
—Un momento —dijo el rey—. No nos precipitemos. ¿Cómo que curandera?
¿No será una bruja? Si vive en el bosque…
—Curandera, bruja. ¡Qué más da! Lo que tiene que hacer es librar a la
niña de su enfermedad, me da igual cómo.
Llamaron a la curandera-bruja y esta se personó en el palacio. Aunque
era de pequeña envergadura y muy poquita cosa, a su paso todos se retiraban con
cierto respeto y temor porque la fama que la precedía no era muy buena. Entre
las comadres se decía que era capaz de convertir en gallinas a quienes la
incomodaban y, dado el carácter huraño de la mujer, se sentía incomodada con
bastante facilidad. Además, el tufo que desprendía su ropa a moho y sudor
tampoco ayudaba el acercamiento a su persona.
—La cosa está chunga —espetó la bruja. Además de huraña era muy vulgar
hablando—. Esta niña necesita un estímulo, algo que la mantenga despierta
porque le resulte interesante.
—¿Y qué hierba o cocimiento sería el adecuado? —preguntó el rey y
padre de la heredera.
—¡Qué cocimientos ni qué niño muerto! —espetó la mujeruca—. Para
estimularse y mostrar interés necesita un buen maromo que la entretenga.
—No entiendo —balbució la reina y madre de la adolescente.
—Necesita un hombre que la divierta como realmente se divierte bien
una mujer —replicó la bruja riéndose a carcajadas y mostrando unos dientes
llenos de manchas y caries.
—¡Ay! Pero antes deberá casarse —exclamó la reina que ya había
entendido lo que la curandera quería decir.
—Y no con cualquiera —añadió el rey—. Debemos buscar un pretendiente
acorde a su rango. Tiene que poseer sangre azul.
—El color de la sangre y el ringorrango que tenga el susodicho da lo
mismo —intervino la bruja—, lo importante es que esté bien dotado para que la
nena se satisfaga.
—Por supuesto que tendrá que aportar una dote porque se va a llevar un
reino con ese matrimonio —dijo la reina que había vuelto a no enterarse de lo
que quería decir la sanadora.
—Querida, creo que esta mujer se refiere a otro tipo de… dotación —puntualizó
el rey a su esposa pues él sí había entendido las palabras de la hechicera—. Va
a ser complicado averiguar ese tipo de atributos en los posibles candidatos,
pero algo habrá que hacer si no queremos que nuestra dinastía se extinga y el
populacho aproveche la ocasión para gobernarse sin necesitarnos a nosotros.
Varios heraldos recorrieron los reinos adyacentes buscando un
pretendiente para Aurora. Indagar que, además de tierras y riquezas, tuviera unas excelentes cualidades varoniles resultó lo más difícil de la misión, pero el
rey contaba con una buena red de espionaje cuyos miembros eran capaces de
informarse de todo, incluso de qué aspecto tenían los candidatos cuando se
desnudaban.
—Ha sido muy complicado, majestad, pero creo que ya tenemos al
pretendiente ideal —informó al monarca el privado del reino, un duque algo
estirado y lameculos.
—¿De quién se trata? —preguntó el rey.
—Es el hijo menor de un reyezuelo que se encuentra en los confines del
continente. Puede que su alcurnia no sea la más adecuada, pero… es famoso por
su vigor en la cama. No sé si me explico, majestad.
—Perfectamente —contestó el soberano haciendo un gesto con la mano
para que el valido no entrara en más detalles—. Sea, organicemos las nupcias y
que la noche de boda tenga lugar lo antes posible, a ver si acabamos con este enojoso
problema.
Los esponsales se realizaron una soleada mañana de primavera.
Guirnaldas, banderines y farolillos adornaron la capital del reino para
celebrar tan festivo día. Aurora iba vestida con un precioso traje cuajado de
perlas y diamantes, mientras que a su lado se hallaba el que iba a ser su
esposo, un príncipe algo bajito, con poco pelo y muy poco agraciado. Nadie
entendía por qué alguien tan feúcho se había ganado la mano (y todo el resto del
cuerpo) de la heredera, pero ya se sabe que los designios de la realeza se
escapan al entendimiento del populacho.
De toda la parafernalia que rodeó el evento, Aurora se enteró de nada y
menos, porque anduvo adormilada todo el tiempo. Tan solo salió de su sopor para
musitar un desmayado «Sí, quiero» cuando el obispo le preguntó si aceptaba a su
pretendiente como esposo.
Tras el banquete nupcial los recién casados se retiraron a los
aposentos preparados para esa primera noche como marido y mujer. Toda la corte
permaneció expectante en la antesala de las habitaciones esperando no sabían muy
bien qué.
A los pocos minutos la espera dio resultado. Unos gemidos de placer se
empezaron a escuchar. Esos gemidos fueron seguidos por auténticos gritos
provenientes de Aurora entre los que se intercalaban frases del tipo «Sigue, no
pares» «Así, así» «Qué bien». La orquesta de suspiros y muestras de alborozo
duró toda la noche y parte de la mañana del día siguiente. Tan solo se
interrumpió cuando unas criadas se internaron en la habitación de los recién
casados para proporcionarles condumio que les ayudara a reponer las fuerzas
gastadas durante el fornicio nocturno.
Han transcurrido varios meses, Aurora sigue sin salir de sus aposentos,
aunque ahora no pasa allí sola las horas durmiendo sino en la agradable compañía de
su esposo con el que no para de entretenerse, tal como había prescrito la
curandera. En esta ocasión, en lugar de los habituales ronquidos de antaño lo
que se escuchan son los gemidos que dan fe de lo despierta que se encuentra la
heredera. En esta nueva situación sigue opinando que se está muy bien en
la cama.
Ay, Paloma. Qué te digo a parte que me he reído muchísimo, vaya tela con la Aurorita, narcolepsia dice el médico, ¡Ja! Lo que es una vaga, mira cómo se espabila con el bien dotado que le han buscado, eso sí, como no salga en breve de la cama hasta úlceras le saldrán, ;)
ResponderEliminarGenial, divertidísimo, me encanta el humor cínico que siempre desprenden tus letras.
Besos.
Ja, ja, ja. Me has tenido engachado durante toda la lectura con la intriga de saber cómo podía terminar esta historia, y de hecho, me ha sorprendido este final tan "especial". Ciertamente, la princesa se lo pasa ahora mucho mejor que antes, y además se entera perfectamente de lo que sucede. Lo que no sé es cómo terminará el contrayente después de tanta fornicia día y noche y semana tras semana. Igual Aurora acaba enviudando de tanto trajín. La Jurado diría aquello de que se rompió el amor de tanto usarlo. Sea como sea, el problema ha cambiado pero no a mejor para el reinado, je, je.
ResponderEliminarUn beso.
Se entienden tan bien en la cama, que ya mismo buscarán otros escenarios copulatorios, tales como el mármol de la cocina o la pica del lavabo.
ResponderEliminarHasta con lo erótico festivo te atreves. Aurora la narcolépsica, o la ninfómana, la denominará el populacho, siempre tan deslenguado con lo que respecta a la realeza de vida disipada.
ResponderEliminarY en la cama se está bien, sin duda, pero no para quedarse a vivir.
Un beso.
Te dije yo que me iba entretener y animar y no ha sido para menos, una risas me he echado y me ha levanto un poquito el ánimo . Mil gracias
ResponderEliminarPobrecilla, durmiendo y solo le entretiene lo que le entretiene para salir de su letargo, jaja
Un buen relato lleno de ese humor tuyo que sabes que me encanta.
Un beso enorme Paloma.