Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

22 de marzo de 2025

Qué bien se está en la cama


Este relato es una versión del cuento de los hermanos Grimm "La Bella Durmiente"

***

Había una vez un reino muy lejano donde el rey y la reina esperaban su primer retoño. Toda la corte anhelaba el maravilloso momento en que naciera el heredero a la corona.

El tan ansiado día llegó y el heredero resultó ser una niña preciosa. Nació con las primeras luces de una linda mañana y Aurora la llamaron. La nena era un encanto porque apenas lloraba y no se hacía sentir ya que la mayor parte del tiempo lo pasaba dormidita en su cuna. Un amor.

La calma que la acompañaba debida a ese afán por dormir se tornó en preocupación cuando el bebé dormía prácticamente todo el día. Tan solo abría sus somnolientos ojos para mamar de las ubres de su oronda nodriza y hasta esto lo hacía medio dormida pues al quinto o sexto chupeteo dejaba de nutrirse para sumirse en el profundo sueño que tanto le gustaba.

—Esto no es normal —se quejó el rey y padre de la heredera—. Aurora está en la edad de gatear y decir algunas palabras, pero se pasa las horas en la cuna durmiendo.

—Seguro que es una fase —la exculpaba la reina y madre de la retoña—. Esperemos un poco más, verás cómo al final es una niña despierta y lista.

La espera fue en vano porque con la tierna edad de tres añitos Aurora seguía sobando a todas horas. La corte comenzó a murmurar que una maldición rondaba a la futura soberana y señora del reino.

—Nunca han sido muy laboriosos los reyes anteriores —se atrevió a comentar un palafrenero con fama de deslenguado y de ideas republicanas—, y casi todos se han caracterizado por una pereza exasperante, pero esta princesa va a dejar el listón muy alto ya que parece que ni siquiera quiere abandonar la cama.

Así transcurrieron varios años más hasta que la situación se hizo insostenible cuando la ya adolescente heredera seguía roncando a pierna suelta en sus aposentos porque, tal como ella comentaba las pocas veces que estaba despierta, se estaba muy bien en la cama.

—Sufre narcolepsia —comentó el médico real tras examinar a la princesa y hacerle varias pruebas diagnósticas entre las que se encontraba observar atentamente sus heces y orina.

—Narco… ¿qué? —preguntó el rey que, aunque era muy instruido, esa palabra no la había oído nunca.

—Narcolepsia —repitió el galeno—. La narcolepsia es un trastorno del sueño que genera somnolencia durante el día. Las personas que la padecen pueden tener dificultad para permanecer despiertas durante mucho tiempo. Se duermen de forma repentina. Esto puede causar problemas graves en su rutina diaria.

—¿A qué os referís con causar problemas graves en la rutina diaria, doctor? —preguntó muy preocupada la reina.

—En el caso de Aurora que no saldrá de la cama —fue la tajante contestación del facultativo.

—¿Y qué se puede hacer? —se interesó el rey.

—No se tiene conocimiento de remedio para este mal. No hay cura, majestad —volvió a asentir tajantemente el doctor.

—Este médico es muy bueno pero tanta sinceridad y rotundidad me cargan un poquito —reconoció el rey a su mujer cuando estaban ya a solas.

—¿Qué vamos a hacer con la niña? —preguntó angustiada la reina.

—Disculpad, majestad —interrumpió una mujer que había sido nodriza de la reina y que seguía, a pesar de su larga edad, en la corte como dama de compañía—. Conocí a alguien que padecía el mismo mal que nuestra querida Aurora y consiguió sanar gracias a la intervención de una curandera que vive en el bosque.

—¡Vete a buscarla! —gritó la reina alborozada y nerviosa a la vez.

—Un momento —dijo el rey—. No nos precipitemos. ¿Cómo que curandera? ¿No será una bruja? Si vive en el bosque…

—Curandera, bruja. ¡Qué más da! Lo que tiene que hacer es librar a la niña de su enfermedad, me da igual cómo.

Llamaron a la curandera-bruja y esta se personó en el palacio. Aunque era de pequeña envergadura y muy poquita cosa, a su paso todos se retiraban con cierto respeto y temor porque la fama que la precedía no era muy buena. Entre las comadres se decía que era capaz de convertir en gallinas a quienes la incomodaban y, dado el carácter huraño de la mujer, se sentía incomodada con bastante facilidad. Además, el tufo que desprendía su ropa a moho y sudor tampoco ayudaba el acercamiento a su persona.

—La cosa está chunga —espetó la bruja. Además de huraña era muy vulgar hablando—. Esta niña necesita un estímulo, algo que la mantenga despierta porque le resulte interesante.

—¿Y qué hierba o cocimiento sería el adecuado? —preguntó el rey y padre de la heredera.

—¡Qué cocimientos ni qué niño muerto! —espetó la mujeruca—. Para estimularse y mostrar interés necesita un buen maromo que la entretenga.

—No entiendo —balbució la reina y madre de la adolescente.

—Necesita un hombre que la divierta como realmente se divierte bien una mujer —replicó la bruja riéndose a carcajadas y mostrando unos dientes llenos de manchas y caries.

—¡Ay! Pero antes deberá casarse —exclamó la reina que ya había entendido lo que la curandera quería decir.

—Y no con cualquiera —añadió el rey—. Debemos buscar un pretendiente acorde a su rango. Tiene que poseer sangre azul.

—El color de la sangre y el ringorrango que tenga el susodicho da lo mismo —intervino la bruja—, lo importante es que esté bien dotado para que la nena se satisfaga.

—Por supuesto que tendrá que aportar una dote porque se va a llevar un reino con ese matrimonio —dijo la reina que había vuelto a no enterarse de lo que quería decir la sanadora.

—Querida, creo que esta mujer se refiere a otro tipo de… dotación —puntualizó el rey a su esposa pues él sí había entendido las palabras de la hechicera—. Va a ser complicado averiguar ese tipo de atributos en los posibles candidatos, pero algo habrá que hacer si no queremos que nuestra dinastía se extinga y el populacho aproveche la ocasión para gobernarse sin necesitarnos a nosotros.

Varios heraldos recorrieron los reinos adyacentes buscando un pretendiente para Aurora. Indagar que, además de tierras y riquezas, tuviera unas excelentes cualidades varoniles resultó lo más difícil de la misión, pero el rey contaba con una buena red de espionaje cuyos miembros eran capaces de informarse de todo, incluso de qué aspecto tenían los candidatos cuando se desnudaban.

—Ha sido muy complicado, majestad, pero creo que ya tenemos al pretendiente ideal —informó al monarca el privado del reino, un duque algo estirado y lameculos.

—¿De quién se trata? —preguntó el rey.

—Es el hijo menor de un reyezuelo que se encuentra en los confines del continente. Puede que su alcurnia no sea la más adecuada, pero… es famoso por su vigor en la cama. No sé si me explico, majestad.

—Perfectamente —contestó el soberano haciendo un gesto con la mano para que el valido no entrara en más detalles—. Sea, organicemos las nupcias y que la noche de boda tenga lugar lo antes posible, a ver si acabamos con este enojoso problema.

Los esponsales se realizaron una soleada mañana de primavera. Guirnaldas, banderines y farolillos adornaron la capital del reino para celebrar tan festivo día. Aurora iba vestida con un precioso traje cuajado de perlas y diamantes, mientras que a su lado se hallaba el que iba a ser su esposo, un príncipe algo bajito, con poco pelo y muy poco agraciado. Nadie entendía por qué alguien tan feúcho se había ganado la mano (y todo el resto del cuerpo) de la heredera, pero ya se sabe que los designios de la realeza se escapan al entendimiento del populacho.

De toda la parafernalia que rodeó el evento, Aurora se enteró de nada y menos, porque anduvo adormilada todo el tiempo. Tan solo salió de su sopor para musitar un desmayado «Sí, quiero» cuando el obispo le preguntó si aceptaba a su pretendiente como esposo.

Tras el banquete nupcial los recién casados se retiraron a los aposentos preparados para esa primera noche como marido y mujer. Toda la corte permaneció expectante en la antesala de las habitaciones esperando no sabían muy bien qué.

A los pocos minutos la espera dio resultado. Unos gemidos de placer se empezaron a escuchar. Esos gemidos fueron seguidos por auténticos gritos provenientes de Aurora entre los que se intercalaban frases del tipo «Sigue, no pares» «Así, así» «Qué bien». La orquesta de suspiros y muestras de alborozo duró toda la noche y parte de la mañana del día siguiente. Tan solo se interrumpió cuando unas criadas se internaron en la habitación de los recién casados para proporcionarles condumio que les ayudara a reponer las fuerzas gastadas durante el fornicio nocturno.

Han transcurrido varios meses, Aurora sigue sin salir de sus aposentos, aunque ahora no pasa allí sola las horas durmiendo sino en la agradable compañía de su esposo con el que no para de entretenerse, tal como había prescrito la curandera. En esta ocasión, en lugar de los habituales ronquidos de antaño lo que se escuchan son los gemidos que dan fe de lo despierta que se encuentra la heredera. En esta nueva situación sigue opinando que se está muy bien en la cama.







17 de febrero de 2025

¡Abrid la puerta!

 

—Una muestra de la típica chulería madrileña. Nombrar como Puerta a lugares donde no hay ninguna.

Así se expresaba Arnaldo cuando en la ruta turística de la que era guía mostraba la Puerta del Sol. Solía ser bastante cáustico con este tema, quizás fuera el daño colateral de la vergüenza que sintió cuando, recién llegado de su pueblo manchego, preguntó dónde estaba la puerta de la famosa Puerta del Sol. Desde entonces sentía cierta inquina hacia esos lugares que, para él, no eran más que una fanfarronada del pueblo de Madrid.

Lo cierto es que eran varios los sitios dispersos por la ciudad, plazas habitualmente, que se llamaban puerta de… y en los que ninguna puerta se hallaba en ellos. Puerta de Moros, Puerta del Ángel, o la famosísima Puerta del Sol en la que en ese momento se encontraba, eran ubicaciones que suelen llamar la atención al foráneo de Madrid, porque no hay puerta ni nada que se le parezca.

Para seguir con la broma, Arnaldo obviaba a sus clientes el origen de esos nombres que hacían referencia, mayoritariamente, a las puertas que en su día hubo en las diferentes murallas que circundaban la ciudad en tiempos pretéritos.

El tema de no existir puerta era el motivo de muchas bromas y recochineo por parte de Arnaldo con sus amigos, familiares y, por supuesto, sus clientes cuando de guía ejercía.

—En Madrid tienen afición a presumir de cosas que no poseen, como lo de las puertas. Puerta del Sol… ¿ustedes ven alguna? No, ¿verdad?  Son unos chulos, si no tienen algo, se lo inventan. Además, una muestra absurda, porque si no hay puerta, ni entras… ni sales, ja, ja, ja.

Algunos de los turistas no le encontraban la gracia a que un guía de una ciudad se mofara del lugar que enseñaba, pero la mayoría le seguían la broma y se reían con él.

Una noche, volviendo de tomar unas copas con otros colegas, pasó por una de esas puertas de las que solía burlarse, una que, además, le provocaba su mayor nivel de comentarios hirientes: la Puerta Cerrada. Allí, como era de esperar, no había puerta, ni cerrada, ni abierta. Por eso mismo, Arnaldo se mofaba con mayor escarnio porque solía transitar por la plaza pavoneándose de que, ahí no estaba nada cerrado pues podía moverse con total libertad.

Aquella noche, aunque no tenía el público que solía secundar sus bromas, hizo lo propio, cruzar la plaza con cierta soberbia demostrando al aire que ninguna puerta cerrada le impedía el acceso al lugar.

Cuando se acercó a la cruz, ubicada donde antaño estuvo una de las puertas de la muralla medieval y que se encuentra en el centro de dicha plaza, le pareció escuchar un chirrido. Como el que hace una puerta con las bisagras mal engrasadas.

—Será cosa de los tres cubatas que me he pimplado —se dijo Arnaldo y no le dio mayor importancia.

El ruido chirriante volvió a repetirse y Arnaldo agudizó el oído comprobando que ese sonido provenía de la citada cruz situada en el centro. A pesar de la hora tardía no se veía nadie alrededor, algo que era también inusual pues en Madrid siempre hay alguien circulando por la calle por muy tarde que sea.

Arnaldo se acercó al centro de la plaza y, cuando estaba justo a los pies de la cruz, el ruido de bisagra se repitió, seguido de un golpe fuerte, como el que hace una puerta al cerrarse. Se giró y comprobó que algo le impedía retroceder, palpó con las manos y lo que debería ser aire era algo duro, consistente, que le prohibía salir de allí. Desde su posición podía observar el resto de la plaza, pero él se hallaba encerrado en una especie de jaula transparente. Sacudió la cabeza creyendo que algo le estaba haciendo alucinar, aunque, lo cierto es que no podía salir de ahí. Empezó a ponerse nervioso.

Al cabo de bastantes minutos, un barrendero municipal hizo acto de presencia y Arnaldo le llamó, pero el operario no reparó en él, llevaba unos auriculares y parecía aislado de su entorno oyendo vete a saber tú qué. Arnaldo comenzó a aporrear la pared transparente que lo encerraba y a hacer aspavientos hasta que el operario pasó a medio metro escaso de donde él estaba, imposible no verlo. Sin embargo, el limpiador, que incluso llegó a cruzar su mirada con la de él, no dio muestras de haberlo visto.

Arnaldo creyó estar inmerso en una pesadilla de la que quería despertar.

Con las primeras luces del día llegaron también transeúntes camino a sus trabajos o a diferentes quehaceres, teniendo como resultado el mismo que con el barrendero en cuanto a darse cuenta de la presencia de Arnaldo.

Desesperado, comenzó a gritar para comprobar que nadie oía su voz. Ni le veían ni le oían. Una puerta inexistente se había cerrado dejándole atrapado en un lugar inaccesible. ¡No podía ser! Una puerta no se puede cerrar si no existe, pensó, Arnaldo, aunque, siguiendo ese razonamiento, tampoco podría abrirse. Comenzó a hiperventilar y, aferrándose a la idea de que aquello era una pesadilla de la que, tarde o temprano, se despertaría, decidió esperar y no dejarse llevar por el pánico.

—En algún momento me despertaré y esto se habrá acabado.

***

—Señoras y señores, estamos en uno de los lugares más antiguos de Madrid: Puerta Cerrada. En este lugar se encontraba una de las puertas de la antigua muralla cristiana del siglo XII. Su nombre es debido a que permanecía casi siempre cerrada por la peligrosidad que suponía ya que, al ser muy estrecha y tener recodos, era aprovechada por los maleantes para asaltar a quienes por ella transitaban.

Tras esta explicación el guía dejó que el grupo de turistas hiciera fotos a la cruz que representa la antigua ubicación de la puerta. Mientras la clientela se hacía selfies, el cicerone añadió:

—Se considera este lugar un sitio misterioso. Dicen que en el silencio de la noche se oye la voz de un hombre que grita «¡Abrid la puerta!».

 







Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores