Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

20 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte III)

 

«Quince de junio del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Dos meses y medio llevamos aquí, en San Julián, el tiempo no solo no mejora, sino que cada vez es peor. Ni un alma viviente habíamos visto hasta ayer. Un hombre cubierto de pieles (no sabemos de dónde las habrá obtenido pues por aquí no hemos visto animales) se ha acercado hasta nuestro campamento en la playa congelada. Es un ser cándido, se ríe por todo, algunos pensamos que es retrasado mental (no vemos ningún motivo de risa con tanto frío como hace). Es muy alto y tiene unos pies muy grandes. Uno de los capitanes, leído y viajado, le ha llamado patagón que dice ser lo mismo que pata grande, a lo que los demás hemos dado por llamar a estos lugares abandonados de Dios, Patagonia, la tierra de los patagones pues suponemos que habrá más, aunque nosotros solo hemos visto a uno.

»Este encuentro nos ha sacado al menos de la apatía y el desánimo que se han agrandado tras un nuevo fracaso en esta malhadada expedición. Hace una semana, nuestro almirante decidió pasar a la acción, a pesar de las condiciones climatológicas, y envió a la Santiago, la nave más pequeña y manejable, a explorar el sur. Encalló en un arrecife y aunque conseguimos salvar a los náufragos, la nave ha quedado destrozada.

»El patagón ha decidido quedarse a vivir con nosotros. Ahora tenemos entre nuestras filas un hombre más y un barco menos.»

 Pigafetta recuerda al indígena que tan contento se mostraba en el campamento. Todos los intentos por comunicarse con él fueron infructuosos, ante cualquier gesto por parte de la tropa para intentar averiguar dónde había animales para alimentarse él se limitaba a sonreír de forma bobalicona.

 «Veinte y cuatro de agosto del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »El capitán Magallanes ha dado orden de zarpar. El tiempo, sin ser bueno, algo ha mejorado y nos vamos de esta maldita bahía de San Julián. Tal como hizo saber el día que se sofocó la revuelta, don Juan de Cartagena no partirá con nosotros, se quedará aquí para pasar lo que le quede de vida, que será poca pues no se le va a dejar ni agua ni comida. En el último momento el señor Magallanes decide proporcionarle compañía: un clérigo para que le ayude en el momento de morir, si no lo hace antes él y, también, para castigar al fráter por participar activamente en el motín. La primigenia idea de perdonar al resto de sublevados por ser necesarios para gobernar los barcos no se aplica en el fraile pues su única misión era la de rezar para que la expedición se desarrollara sin contratiempos y, vive Dios, que no la ha cumplido bien.

»El patagón ha sido invitado por el almirante a viajar con nosotros, algo reticente al principio ha accedido después, cuando uno de los capitanes le ha puesto una daga en el cuello. En previsión de un nuevo arrepentimiento, el almirante ha urdido una añagaza: le ha mostrado al gigante unos grilletes haciéndole creer que eran pulseras, el bobalicón se las ha puesto con su sempiterna sonrisa creyendo ser alhajas y así ha quedado amarrado a nuestro destino y a una traviesa de la bodega. Toda la tripulación recibió con risas tamaña felonía, el señor Elcano y este humilde servidor de Dios fuimos los únicos que no secundamos ese malhacer de nuestro almirante.

»Una vez todos en nuestros barcos emprendemos viaje más al sur, en busca del paso deseado. Quiera Dios que los vientos nos sean propicios.»

 «Dos de septiembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »El tiempo es adverso. Ventiscas de nieve, grandes fragmentos de hielo flotando a la deriva, temperaturas gélidas y tormentas infernales nos impiden avanzar. El almirante ha ordenado atracar al resguardo de la desembocadura de un río[1].

»Nuestra situación es desesperada. El hambre y el no saber dónde nos encontramos desanima a la tripulación que, cada día que pasa, está más débil. El patagón ha muerto, nada más embarcar dejó de sonreír y se negó a comer, lo que los demás agradecimos pues su ración añadía más cantidad a la nuestra. En cuanto vio que se alejaba de lo que suponemos su hogar se sumió en la tristeza; una congoja que ninguno entendimos pues no se entiende entristecer por abandonar un páramo helado e inhóspito.»

 Con tristeza, Pigafetta recuerda cómo toda la tripulación sintió la pérdida del sonriente patagón, aunque no podían comunicarse con él, su sonrisa complaciente era estimulante.

 «Veinte y uno de octubre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Casi dos meses llevábamos atracados en la desembocadura del río cuando el almirante ha dado fin a nuestra quietud ordenando zarpar hace dos días y hoy los cielos se han despejado para dejarnos contemplar un cabo que bien pudiera indicar que la costa ahí termina para virar hacia el oeste, aunque puede que sea otra bahía.

»El señor Magallanes ha enviado a la San Antonio y a la Concepción a internarse en ese entrante de mar para averiguar si es bahía, desembocadura fluvial o el fin del infierno, con la orden de regresar en cinco días. La Trinidad y la Victoria quedan en el exterior a la espera.

»Si es cierto que ahí se encuentra el paso, hemos estado retenidos dos meses a tan solo dos días de navegación del objeto de nuestra búsqueda. El mal concepto que tenemos todos, incluidos los más afines, sobre las aptitudes de Magallanes para este viaje no hace más que crecer.»

 El italiano observa cómo, a partir de ese momento, en su diario le apea el tratamiento de ‘señor’ al almirante. Él es su más firme defensor, pero ha de reconocer que el portugués les engañó a todos cuando se vanagloriaba de conocer una ruta para rodear el Nuevo Mundo y alcanzar el mar del Sur.

 «Uno de noviembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Hay alborozo y alegría en la tripulación. La San Antonio y la Concepción han regresado con la mejor de las noticias: la entrada de mar no es una bahía cerrada. ¡Alabado sea el Señor! Por fin hallamos el paso. Magallanes lo ha bautizado de Todos los Santos dada la festividad que hoy se celebra.

»Esta noche ha habido fiesta y cantos en cubierta. Algo ha venido a añadir inquietud a la alegría general: se observan puntos de luz en el interior, lejos de la costa. Hay habitantes en estos lares. Esas luces parpadeantes han provocado que algunos llamen a este lugar Tierra de Fuego.

»Encomendándonos a Dios y con el ánimo crecido, mañana iniciamos la misión de atravesar el paso de Todos los Santos. Que Cristo y su Santa Madre, la Virgen, nos acompañen.»

 «Veinte y ocho de noviembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Dios, en su infinita bondad, ha permitido que atravesemos el paso que nos ha llevado hasta el mar del Sur, aunque se ha cobrado un alto precio.

»Hemos dado vueltas y afrontado grandes penalidades antes de llegar al final de este maldito paso tan estrecho, lleno de arrecifes, islotes y corrientes adversas. Además, hemos perdido otra nao.

»En una encrucijada Magallanes envió a la San Antonio y la Concepción por un lado y un bote por otro. El bote regresa presto para comunicar que se ha divisado el final del paso. La Concepción también regresa para informar que por ese lado no hay salida y que perdió de vista a la San Antonio; dado el buen tiempo que imperaba cuando la dejó de ver se sospecha que su desaparición no se debe a un naufragio sino a una deserción: la San Antonio se vuelve a España.

»La alegría de saber finalizada la travesía del paso se empaña con esta pérdida. No solo duele la traición, además, en la San Antonio se almacenan las provisiones. Que Dios se apiade de nosotros.»

 CONTINUARÁ...

 

[1] Río Santa Cruz



Entradas anteriores:


6 comentarios:

  1. A una calamidad le seguía otra. Era para volverse loco, digo yo. Y los castigos no eran moco de pavo. Abandonar a su suerte a un insurrecto y al fraile que también secundó la insurrección y que no fue perdonado porque su función no era otra que la de rezar en vano, tiene su enjundia.
    Patagonia y Tierra de fuego. No sabía el origen de tales términos, mira por dónde. Lo que estoy aprendiendo con tu relato...
    Y no es de extrañar que la gente desertara en cuanto veía una vía de escape.
    No sé cuán larga será esta historia que nos estás contando, pero mientras dure la seguiré disfrutando, je, je.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Josep Mª.
      Me enteré del origen de los topónimos de Patagonia y Tierra de Fuego documentándome sobre esta expedición y me pareció digno de mencionarlo en el relato. Yo también estoy aprendiendo mucho escribiendo esto, ja, ja, ja.
      Hazte a la idea que, en esta serie, el viaje va por algo menos de la mitad así que puede que queden otras tres partes, espero que no se te haga muy larga la historia, pero es que les pasó de todo y me cuesta eliminar algunos sucesos para no alargar demasiado el cuento.
      Como te veo interesado en esta aventura, te añadiré un dato que he omitido en el relato: lo de esparcir los restos de los amotinados que ejecutó Magallanes lo tomó "copiado" Drake cuando anduvo robando por esos lares unos setenta años después (se le amotinaron algunos y los descuartizó dispersando los restos, igual que hizo Magallanes). Hay tradiciones que se adquieren muy fácilmente aunque, y en esto no estoy muy segura, creo que antes que Magallanes ya lo habían hecho otros antes.
      Me alegro que este diario alternativo de Pigafetta te esté gustando.
      Un beso.

      Eliminar
  2. Yo, como Josep Mª te leo entusiasmada y me está encantando, aunque ya lo sabes. Bienvenidas sean todas las entregas que haya. Estoy aprendiendo como vosotros, él leyéndote y tú documentándote. No es una parte de la historia que haya estudiado nunca y me está resultando de lo más interesante, además de entretenida y, con el humor que te caracteriza, hasta divertida.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esta gente vivió aventuras que no necesitan de adornos literarios para entretener y encandilar a quienes las quieran conocer.
      Es fácil escribir este diario porque el argumento es sólido y, por increíble que pueda parecer en algunos momentos, totalmente real. Yo solo me dedico a darle forma.
      Me alegro de que te guste. Aún quedan aventuras (más bien, desventuras) a estos viajeros alrededor del mundo.
      Un besote.

      Eliminar
  3. ¡Hola, Paloma! Pues fíjate que hasta ahora no me había planteado el por qué llamar Patagonia a la Patagonia. La parte del fraile y el insurrecto es tronchante. Dejar a uno para que muera y al otro para que le dé la extremaunción, dada su probada inutilidad, me ha sacado una gran sonrisa. Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, David.
      El origen de muchos topónimos es más que curioso y con una explicación perfectamente coherente. Yo también me enteré de dónde venía el nombre de Patagonia documentándome sobre este fascinante viaje.
      Lo del fraile felón fue una manera de mostrarse firme por parte de Magallanes ante la sublevación. Es curioso que perdonara a los que no se significaron demasiado pero a este cura no. Es cierto que si hubiera castigado con la muerte a todos los implicados se habría quedado sin tripulantes, por eso me he inventado que la tarea de este cura no era ni tan necesaria ni tan eficaz. Lo cierto es que el sacerdote y Cartagena se quedaron allí a morirse del asco (y de hambre).
      Un abrazo.

      Eliminar

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores