Siguiendo las premisas del taller de escritura Bremen, versiono otro cuento de los hermanos Grimm, El enano saltarín. Vaya por delante que no conocía dicho cuento y me tuve que documentar antes de ponerme a escribir lo que viene a continuación. Por si a algún lector le ocurre lo mismo que a mí, aquí tiene un enlace con el cuento original: El enano saltarín.
El currículum de Zacarías era extraordinario. En su expediente académico se contaban las asignaturas de la carrera de Farmacia por matrículas de honor.
En realidad, Zacarías no era ningún cerebrito. El mérito se lo debía a
su padre, que tampoco es que tuviera mucha inteligencia, pero sí mucho dinero. El
papá, un terrateniente con vastas fincas en Extremadura, ganaba buenos caudales
gracias a las piaras de cerdos ibéricos que comían bellotas a la sombra de frondosas
encinas. El criador de cerdos se encargó de que su retoño obtuviera excelentes
calificaciones a base de regalar con prodigalidad manifiesta jamones de pata
negra. Una pequeña universidad, ubicada muy cerca de su localidad,
facilitó que la generosidad del magnate porcino fuera bien recibida pues los
apuros económicos por los que atravesaba la institución la convirtió en un
fácil objetivo para dejarse sobornar; los magros salarios que pagaba a sus
profesores se veían compensados con el suministro de embutidos ibéricos de muy
alta calidad.
Tras terminar la carrera, Zacarías no tenía muchas ganas de dedicarse al
noble arte de vender remedios para las enfermedades. La botica que su padre
quería costearle no le resultaba atractiva. Aún menos le apetecía hacerse cargo
de la gestión de las fincas con los cerdos y sus jamones. Zacarías quiso seguir
en la universidad, y decidió realizar una tesis doctoral.
Sin embargo, la pequeña universidad de provincias no era suficiente para
Zacarías que aspiraba a mucho más. Tanta matrícula de honor se le había subido
a la cabeza y se creyó que estaba tan bien preparado como su expediente reflejaba
cuando, en realidad, no tenía ni idea de nada. A veces, hasta omitía la tilde
en uno de sus apellidos: Ramírez.
Se fue a Madrid en pos de unos horizontes más amplios que los que le
proporcionaban las dehesas de su familia. Recaló en una universidad con
tan pocos recursos como la de su provincia, pero con muchísimo más prestigio y
calidad.
—¡Es
fantástico!
Toribio Liencres, director del departamento de Farmacología, leía el CV de
Zacarías con asombro y admiración. Que semejante portento quisiera fichar por
su equipo era todo un honor y un zasca en toda la boca para el jefe de
Parasitología que se lo tenía muy creído desde que le habían publicado un
artículo en Nature. Seguro que con este nuevo fichaje el ratio de publicaciones
y sus índices de impacto subirían como la espuma.
—Te
pondremos en un proyecto de investigación sobre terapias anticoagulantes pues
veo que tu Trabajo Fin de Grado fue sobre «Coagulación y trombogénesis en
pacientes con elevado riesgo cardiovascular», así que tienes una buena
preparación en ese campo —le
ofreció el profesor Liencres.
Zacarías asintió complacido, engañándose a sí mismo al obviar que el TFG
al que hacía alusión su interlocutor fue medio copiado de otro que encontró en
internet y que terminó de ajustar con inteligencia artificial.
—Empezarás
a realizar unas pruebas en ratones sobre el efecto de la heparina frente a la
warfarina y cómo afectan a los niveles de tromboxanos, prostaglandinas y
leucotrienos, evaluando, también, la agregación plaquetaria.
Zacarías siguió asintiendo e ignorando igualmente que no tenía ni idea
de lo que era un leucotrieno, una prostaglandina o un tromboxano. Tan solo
había entendido que trabajaría con ratones, algo que lo serenó un poco porque,
al menos, no habría daños personales que lamentar.
Tras ultimar con Liencres los detalles de su ingreso en el departamento,
Zacarías se sentó en un banco del campus y empezó a sudar copiosamente. Se
había metido en un buen berenjenal. Cuando levantó la cabeza comprobó que a su
lado se encontraba una chica menuda, con la piel muy blanca y el pelo lacio,
los gruesos cristales de sus gafas delataban una avanzada miopía.
—Puedo
ayudarte —espetó
la recién llegada a modo de saludo.
—No
creo. Me he metido en un buen lío. Esto, tarde o temprano, iba a estallarme.
—Yo
puedo evitarlo. ¿Qué tienes que hacer?
Zacarías, sin saber muy bien por qué, le contó a la chica lo que acababa
de suceder en el despacho del profesor Liencres.
—No
te preocupes. Pásame lo que tienes que medir que yo me ocupo. Confía en mí. Pero
mi colaboración tiene un precio.
—Sí,
sí, claro —contestó
rápidamente Zacarías—.
Yo te paso un cheque con la cantidad que me pidas, o si prefieres una
transferencia…
—Solo
quiero que me incluyas en el artículo que se publique a raíz de los datos que
yo te daré. Me llamo María Espadacajuenquerelay.
—Como tú digas —dijo
Zacarías al que le pareció que la transacción con aquella desconocida le iba a
salir barata.
Dos días después, le llegó un correo electrónico con una hoja de cálculo
donde aparecían los valores de las supuestas pruebas que él tendría que haber
realizado. Además, esos resultados eran claramente significativos.
—¡Cojonudo! —exclamó
el profesor Liencres valorando la información que le suministró su doctorando—.
Esto va al British Medical Journal, a ver si hay suerte.
Resultó que sí hubo suerte porque la prestigiosa revista científica
aceptó el artículo y lo publicó. La que no tuvo tanta fortuna fue la verdadera
autora de los resultados ya que a la ayudante en la sombra de Zacarías no se la
mencionaba en el trabajo en ningún momento.
—Muchacho,
esto sí que ha sido un excelente bautismo de fuego —dijo el director del
departamento palmeando la espalda de Zacarías—. Vamos a seguir. Deberías
valorar los factores genéticos y cómo influyen en la efectividad de los
fármacos estudiados. Enfrenta dos modelos: ratones knout out frente a
ratones C57BL/6. Espero noticias tuyas en breve.
Zacarías, que creía haber ya cumplido su misión en el departamento con
la publicación en BMJ, salió del despacho del director con los ánimos por el
suelo. Volvió al banco donde se encontró a su hada madrina por ver si se
acercaba de nuevo, aunque al no ser fiel al trato puede que no quisiera ni
verlo, eso en el mejor de los casos.
—No
cumpliste tu palabra —dijo
la chica apareciendo, otra vez, por sorpresa.
—¡Hola!
Pensaba que no querrías verme. Tienes razón, no hice lo que me pediste, pero es
que soy nuevo en el departamento y no sabía cómo justificar que apareciera el
nombre de una desconocida. Además, creo que apunté mal tu apellido y no tenía
manera de contactar contigo para que me confirmaras la grafía. ¿Te llamas Escalacarelay?
—María
Espadacajuenquerelay.
—Espera,
que lo apunto. La próxima vez te incluiré en el trabajo, lo prometo.
La chica pareció conforme. Tras averiguar la nueva tarea de su protegido
se marchó sin decir una palabra más.
A los pocos días los resultados de los experimentos aparecieron en el
correo de Zacarías. Tras enseñárselos al director decidieron enviarlos a una
revista de mayor impacto que la anterior y el artículo fue aceptado y
publicado. El nombre de la verdadera autora no aparecía en él.
Cinco artículos más sufrieron el mismo proceso, María se encargaba de
obtener los resultados y Zacarías se llevaba el mérito publicando en revistas
científicas de renombre. Era la admiración del departamento, máxime cuando
nadie recordaba haberlo visto trabajar en el laboratorio, algo que él explicaba
diciendo que era un hombre de costumbres nocturnas y que se ponía a la tarea
por la noche. Como, por las mañanas, el laboratorio aparecía con muestras de
haber sido utilizado (nadie sospechaba que quien visitaba el lugar por la noche
era María) creyeron las razones del nuevo fichaje que tantas alegrías estaba
proporcionando a todo el departamento.
—Bueno,
chaval. Ya es hora de que escribas tu tesis —le dijo un día el director a
Zacarías—,
vas derechito al estrellato científico. En un mes espero que me envíes el
borrador.
De nuevo, Zacarías recurrió a María. No sabía por qué, a pesar de su continuo
incumplimiento del trato, ella seguía trabajando para él. Pero ya solo quedaba
el último trámite: conseguir el doctorado.
—Yo
te escribo la tesis. No temas. Pero esta vez el pago será distinto. Quiero que
me pongas como tu directora.
Zacarías iba a protestar, si difícil era explicar la inclusión en un
artículo de alguien a quien nadie conocía en el departamento, imposible sería
justificar que la dirección de la tesis fuera a parar a una desconocida. Pero
no le dijo nada, si había incumplido hasta ahora sus tratos, igualmente podía
prometer lo que María le pedía para luego no hacer nada de lo prometido.
***
Hoy era el gran
día. El tribunal dispuesto en su mesa esperaba el comienzo de la exposición del
doctorando, el padre de Zacarías, mezclado entre el público asistía orgulloso
al momento en que su retoño se convertiría en doctor, el más alto grado
académico que se puede obtener, todo el departamento de Farmacología se
distribuía por la sala para presenciar la defensa de la estrella de la
facultad.
Mientras,
Zacarías observaba desde su atril que la nueva directora de su tesis no
apareciera, tal como le había prometido María. Había sido toda una hazaña
conseguir convencer al profesor Liencres de la inclusión de María como tutora
de la tesis.
—Es
una profesora de la universidad de Guacayamba y me ha ayudado desde la
distancia.
—¿Guacayamba? —preguntó
escéptico el profesor
—Sí.
Es un centro universitario ubicado en la selva, en Centroamérica. Se dedican a
experimentar con monos y otros bichos que viven solo allí y que solo allí
permiten las leyes experimentar con ellos.
El argumento
era peregrino, pero el nivel de la publicaciones de Zacarías le permitía
ciertas excentricidades por muy increíbles que fueran algunas y así se libró.
Ahora solo
esperaba que María no hiciera acto de presencia, la lejanía de su supuesta
ubicación y las malas comunicaciones de la selva con los territorios
civilizados explicarían su ausencia.
Sin embargo, un
mensaje en el móvil de Zacarías recibido a primera hora de la mañana hizo
saltar las alarmas.
«Hay un error
en mi apellido en la tesis. Está mal escrito.»
—¡Bah!
Qué más dará, el nombrecito se las trae. Da lo mismo. Nadie se va a dar cuenta —se
dijo sin darle demasiada importancia.
Salió al
estrado y se dispuso a defender su tesis. Al dar al ordenador, la presentación
que tan primorosamente le había preparado María no se cargó porque donde
debería estar el power point la carpeta decía estar vacía.
—Disculpe
el tribunal por este fallo informático —se excusó Zacarías con un hilo de
voz. Aquello tenía mala pinta.
Sacó del
bolsillo de su chaqueta un pen donde tenía una copia del fichero «por si
acaso». Ahí sí estaba el power point y, aliviado, lo cargó en el proyector de
la sala. Cuando le dio a iniciar en lugar de aparecer la portada de su flamante
tesis salió la foto de una piara de cerdos donde las cabezas habían sido
sustituidas por la cara de él mismo. Todos los presentes comenzaron a reír,
salvo el tribunal al que aquello le pareció una broma fuera de lugar.
Zacarías,
histérico comenzó a darle al avance de la presentación donde, a cada
diapositiva que aparecía se sumaban más fotos de cerdos. Eran 77 diapositivas,
aquello debería finalizar. En la última, en lugar de cerdos aparecía el
siguiente mensaje:
Espadacajuenquerelay,
Espadacajuenquerelay, Espadacajuenquerelay y el gruñido de un cerdo.