Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

19 de mayo de 2024

Se necesita monarca, absténganse las mujeres

 

Llevan muchos años viviendo en el mismo lugar, el que llaman Paseo de las Estatuas del parque de El Retiro; las dos están rodeadas de varones que no las dirigen la palabra por su condición de mujeres. Cabría esperar que esa situación las incitara a hermanarse, pero cada una está sumida en su propia historia y nunca se han comunicado entre sí. Sin embargo, una nueva compañera ha recalado cerca y las saca de su ensimismamiento; la recién llegada es habladora y dicharachera.

No está mal este sitio —comenta la nueva mirando a su alrededor—, hay mucha animación, nada que ver con el encierro forzoso en el que estuve hasta mi muerte; menudo rollo de convento. Dijeron que estaba loca. ¿Loca? La locura me vino de estar sola todo el santo día. Yo quería mucho a mi Felipe, esa es la verdad, y llevé muy mal su muerte; el muy imbécil le llevó la contraria a mi padre y este se lo cargó, contaron que fue por beber un vaso de agua fría después de jugar a la pelota. ¡Ja! En fin, que me quedé hecha polvo sin mi hermoso marido, pero de ahí a enloquecer… ¡Ay! ¡Perdón! No me he presentado. Me llamo Juana, ¿y vosotras?  

Las dos aludidas, aún aturdidas por la verborrea de su nueva vecina, se miran entre sí dudando si seguir la corriente a la recién llegada o permanecer en el mutismo en el que se encuentran desde hace casi dos siglos. Una de ellas, decide contestar.

Me llamo Berenguela, y ella —mira a su compañera— es Urraca. Encantada.

Un placer —responde alegre Juana.

No dicen nada más esperando que la nueva se contente con esa escueta presentación. Quieren marcar distancia, la tal Juana no deja de ser una advenediza, al fin y al cabo, pero su silencio no ejerce el efecto deseado porque ésta quiere saber más.

—Supongo que vosotras también sois reinas, de lo contrario no estaríais en este paseo entre estatuas de reyes, claro. Disculpad mi ignorancia, pero no os reconozco. ¿Dónde y cuándo reinasteis?

Una vez más es Berenguela quien decide hablar.

—Bueno, en realidad yo solo fui reina unas semanas.

—¡Anda! ¿Y eso? —insiste Juana que no se da por vencida ante respuestas tan breves.

—Fui heredera del reino de Castilla hasta que nació mi hermano Fernando, pero se murió antes que mi padre. Otro hermano mío más pequeño, Enrique, a pesar de tener solo diez años, heredó el trono cuando mi padre falleció. Cuando también murió y sin dejar descendencia porque tenía trece años, entonces ya me tocó a mí: no había ningún varón más para sentarse en el trono. No tuvieron más remedio —Berenguela comprueba que hablar le sienta bien y decide proseguir—. Cuando murió yo ceñí la corona, mas mi hijo Fernando ya era mayor y resolví cederle el gobierno. Es agotador tener que aguantar a tanto aristócrata poniendo en duda todo lo que yo decidía por ser mujer. Estaba hasta el último zafiro de la corona de aguantarlos. Así que solo fui reina durante un mes escaso.

Ante la mirada interrogante de Juana y hasta de Urraca que también se interesa en su historia de la que es completamente desconocedora a pesar de llevar tantos años juntas, Berenguela sigue hablando.

—En realidad, reiné mucho más, porque mi hermano Enrique, tan pequeño, no estaba para reinar nada y fui yo la regente.

—Yo fui reina 51 años —añade Juana—. Pero no reiné nada de nada, en realidad quienes mandaban fueron mi padre primero y mi hijo después. Dijeron que no estaba capacitada para gobernar y hasta que no me encerraron no pararon de conjurar contra mí.

—¡Hombres! ¡Mal rayo los parta! —exclama Urraca rompiendo su mutismo con un fuerte acento gallego—. Son una maldición para el gobierno, solo les interesan sus dominios y el poder, que las cosas se hagan bien les da lo mismo. Yo fui la mayor de los hijos de mi padre, el rey Alfonso VI de León, pero mi hermano Sancho, doce años menor que yo, fue el heredero, vinieron más hermanos después y siguieron siendo los candidatos a suceder a mi padre cuando Sancho murió con 15 años. Pero resultó que al fallecer mi padre todos mis hermanos habían muerto ya, solo quedaba yo y me tuvieron que reconocer como reina. Tienes razón, Berenguela, no tuvieron más remedio.

—Está claro que no son más fuertes, por mucho que presuman, su salud es pero que la nuestra, salta a la vista —tercia Berenguela—. Además, la afición por batallar añade más riesgo para morirse. Aunque nosotras tenemos las cuestión del parto, cuestión nada baladí.

—Siempre han de salirse con la suya —vuelve a intervenir Urraca, desatada después de tantos años callando—. Una vez convertida en reina, como ya era viuda y con dos hijos, quisieron que me casara de nuevo para que mi esposo reinara en mi lugar. ¡Qué desfachatez! Me casaron a la fuerza con otro rey, Alfonso de Aragón, un garrulo, un animal y un imbécil.

—El mío también era idiota, pero tan, tan guapo… —tercia Juana rememorando los pocos años que convivió con el hermoso de su marido.

—Menos mal que se anuló el matrimonio y me desembaracé de él —prosigue Urraca haciendo caso omiso de la intervención de Juana.

—¿Te repudió? ¡Qué desgraciado! —interviene Berenguela alucinada con la verborrea de su compañera de los dos últimos siglos.

—El matrimonio fue anulado por el papa porque dijo que éramos primos.

—No lo entiendo, por esa regla de tres no serían reyes la mitad de los que están aquí —añade Berenguela mirando a los compañeros que comparten con ellas el Paseo de las Estatuas.

—De todas formas, mi ex siguió tocándome las narices intentando anexionarse todos los territorios de mi corona —prosigue Urraca que parece haber tomado impulso con lo de hablar—. ¡Gañán! Pero no consiguió nada. ¡Desafiarme! ¡A mí! ¡Yo fui la primera reina de Europa! He batallado contra musulmanes y cristianos para defender hasta el último rincón del reino. Y el imbécil de mi ex que si me quiere quitar un condado, que si le corresponde una villa... me estuvo puteando durante años, y cuando mi hijo creció también me fastidió, esta vez por un obispo toca narices.

Ante la mirada interrogante de sus compañeras por la inclusión de un obispo en las cuitas del reino de León, Urraca prosigue:

—Por si no tuviera suficiente con el bestia de mi ex, el obispo de Santiago de Compostela también cuestionó mi reinado poniendo a mi propio hijo contra mí. Ese imbécil de Gelmírez, otro machirulo meapilas zampahostias…

—Vaya, veo que tuviste un reinado muy complicado —tercia Juana a la que, después de tantos años viviendo en un convento, le rechinan los exabruptos que está oyendo, más si salen de la boca de una mujer, por mucha razón que tenga ésta para insultar.

—Urraca, la Temeraria, me llamaron mis enemigos. Hazte una idea —contesta ufana la reina peleona—. Diecisiete años disputando con todo el mundo y simplemente porque era mujer. A muchos les molestó que en lugar de buscar el apoyo de un marido tomara como amantes a quienes, con sus mesnadas, podían defender mis posesiones. Hice de León un reino fuerte.

—Gracias a mí se unieron después Castilla y León —tercia Berenguela—. Dejé a mi hijo Fernando un reino igualmente fuerte y también grande.

—El que heredó mi madre Isabel para pasármelo a mí —añade Juana—. Ni siquiera mi padre, que la sobrevivió, pudo reinar en él, supuestamente claro porque me ninguneó de mala manera. Debí ser más fuerte, como vosotras, y pelear. Por desgracia no tuve coraje. En cambio, mi madre, esa sí que tenía muy claro lo de reinar, y redaños: lo suyo era suyo y lo de mi padre de él, por mucho que estuvieran casados cada uno era dueño de lo que aportaban al matrimonio.

—Separación de bienes lo llaman ahora —interviene Berenguela—. Se lo oí decir a unas chicas el otro día cuando paseaban por aquí.

—Pues hizo muy bien tu madre —añade Urraca—. Nosotras parimos nosotras decidimos.

—¿A qué viene eso? —pregunta Juana.

—Lo oigo cuando se manifiestan mujeres por aquí cerca. Me mola —Urraca contagiada con el habla de la ciudad pierde a veces el acento gallego.

—Ahora ya están cambiando las cosas —concilia Berenguela.

—¿Tú crees? —recela Urraca.

—He oído que la heredera al trono es una chica, Leonor creo que se llama.

—Pero porque no tiene hermanos —añade Juana—. Han pasado siglos y seguimos igual: las mujeres reinan cuando no hay hombres en la línea sucesoria.

—Debería ser por votación, sería lo justo ¿no creéis? —exclama Berenguela.

—¡Qué dices! Eso no es monarquía eso es… ¡República! ¡Quita, quita, mentecata! —la regaña Urraca—. Que reine el vástago mayor, sea del sexo que sea, esa debería ser la regla.

—Y con el respaldo de la representación popular en forma de comunidades que puedan rechazar los dictados del monarca si estos afectan negativamente al reino —añade Juana—. Eso es lo que pedían mis queridos comuneros y a los que yo no apoyé como debería. Cuánto hubiera cambiado la historia si hubieran triunfado y cuánta culpa tengo yo.

—No le des más vueltas, Juana. A lo hecho, pecho —la reprende Urraca pragmática—. Habrá que seguir esperando para que las cosas cambien a mejor.

—Pues me da que esto va para largo —añade Berenguela—. Tú reinaste en el siglo XI, yo en el XIII y Juana en el XVI, y las tres con el recelo de los hombres. Estamos en el siglo XXI y la sucesión sigue igual, prevalece el varón sobre la mujer. Ya ves, mucho «me too», mucho empoderamiento femenino y… «ná de ná». Esto es un asco.

—Paciencia, querida Berenguela —la tranquiliza Urraca—. Todo se andará. A nosotras lo que nos sobra es tiempo. ¡Somos estatuas!

—Y, además, —añade Juana— esperar aquí es muy entretenido.

 

 


 


 NOTA: Para la construcción del Palacio Real se elaboraron las estatuas de todos los reyes que gobernaron en la península ibérica, posteriormente se descartaron y se almacenaron por varios años. A mediados del siglo XIX se decidió reubicarlas en algunos lugares de Madrid la mayoría y también en Aranjuez, Burgos y Toledo. Las colocadas en Madrid fueron a parar a los jardines de Sabatini, a la Plaza de Oriente y al Retiro, en este parque se hallan en el llamado Paseo de las Estatuas. La correspondiente a Juana I de Castilla es la más reciente, no forma parte de ese primigenio grupo escultórico del Palacio Real, se colocó en el año 2022 como homenaje a una reina injustamente maltratada por la Historia y por sus más cercanos parientes, su padre el rey Fernando el Católico y su hijo el emperador Carlos V.


10 de mayo de 2024

Cenicienta de extrarradio

 

Este relato corresponde a una premisa del taller del colectivo Bremen del que formo parte. Se trata de versionar los cuentos de los hermanos Grimm. Espero que esta nueva Cenicienta no haga salir corriendo a más de uno.

 

Érase una vez un padre y una hija muy pobres, muy pobres. El hombre, a la tristeza de perder a su mujer cuando esta se largó con un fornido repartidor de bombonas de butano, hubo de añadir otra pérdida, la de su puesto de trabajo como peón de albañil cuando la burbuja del ladrillo explotó. Sin un sueldo no podía afrontar los pagos del alquiler de la infravivienda en la que vivía con su hija de catorce años y que el ayuntamiento había entregado a un fondo buitre.

Abandonado, en el paro y sin un euro, el padre se vio contra las cuerdas. En esta situación tan estrecha se hallaba cuando recibió un email de un hermano que unos años atrás había emigrado a México. El mensaje, además de enumerarle todas las bondades de su nuevo país de adopción, terminaba con un animoso «Ándale y vente a México, güey».

Con la venta de sus exiguas posesiones (un viejo coche y unos pocos electrodomésticos) el padre y la hija consiguieron dos billetes con destino a México D.F. Y allí arribaron. No tardaron en asentarse, el padre era de natural espabilado y, aunque pobre, era guapo. La buena planta para sus 55 años encandiló a una rica terrateniente ya viuda pero necesitada de compañía varonil, especialmente si esta tenía la facha del español.

En la mansión de estilo colonial se aposentaron los recién llegados. Durante unos meses todo pareció ir sobre ruedas. La rica hacendada era melosa y complaciente; de su anterior matrimonio tenía dos hijas bellísimas cuya belleza resaltaba aún más cuando estaban junto a la niña venida de España, porque toda la guapura que poseía el padre lo tenía de fea su hija: los ojos eran oscuros, sin brillo, como el pelo que siempre aparecía grasiento y sin gracia, de un color gris ceniza que originó el apelativo de Cenicienta y que vino a sustituir su verdadero nombre, Susana.

La niña, además de poco agraciada, era contestona y maleducada. En lugar de aprender piano y recitar poesías, como hacían sus bellas hermanastras, ella se dedicaba a haraganear todo el día.

Pero la idílica existencia vino a enturbiarse un día en que el padre se partió la crisma al saltar del trampolín en la piscina de la hacienda. Un hombre atractivo pero torpe con las acrobacias acuáticas.

La desconsolada viuda se quedó por segunda vez sin marido. Su natural alegre tornó triste, sobre todo al constatar que perdía al guapo y se quedaba con la fea, su hija. Intentó que la huérfana española se fuera a vivir con el hermano del fallecido, afincado igualmente en México y con más derecho natural a hacerse cargo de la fea adolescente. Pero el tío paterno, conocedor de las malas maneras de su sobrina, hizo oídos sordos a las insinuaciones de su breve cuñada y esta decidió otra táctica: hacer la vida imposible a la niña para que tomara la decisión de irse de allí, a España o a Tombuctú, a la viuda le daba igual siempre y cuando el lugar estuviera fuera de su casa.

La madrastra asignó a Cenicienta las tareas más ingratas del hogar.

¾¿Se pué saber por qué tengo que hacerlo yo? ¾replicó la recién estrenada huérfana cuando se enteró de sus nuevos quehaceres tan alejados del zanganeo habitual en ella¾. ¿Para qué están tós los criados?

¾Bueno… ejem… Pues, resultó que hemos perdido los caudales que nos sustentaban y hemos tenido que despedirlos, no más ¾contestó la madrastra incómoda pues su fina educación no casaba con mentir.

Cenicienta aceptó la explicación encogiéndose de hombros. Se dispuso a obedecer... a su manera.

La nueva criada se reveló como un auténtico desastre. La madrastra no sabía si la poca pericia de la cría era el resultado de una ineptitud innata para las tareas domésticas o la consecuencia de la mala leche de la que hacía alarde no más.

Las camas aparecían con las mantas y las sábanas arrugadas, no siempre en el orden correcto; los baños, después de que Cenicienta se encargara de ellos, se mostraban más sucios de lo que estaban antes de ponerse a limpiarlos; las alfombras acumulaban el polvo por encima resultado del diario uso, pero también por debajo pues ahí iban a parar los desperdicios que acumulaba cuando se dedicaba a barrer.

Pero lo peor era cuando Cenicienta entraba en la cocina. En pocos días, tras degustar los guisos de la fea adolescente, la madrastra y sus bellas hijas recurrieron al servicio a domicilio de un restaurante cercano para que les trajeran la comida, de lo contrario se arriesgaban a morir intoxicadas con los potajes que la española preparaba.

Al principio, se molestaban en recriminar el proceder de su nueva criada, mas pronto abandonaron la idea por inútil.

¾Cenicienta, linda, ¿serías tan amable de no dejar mi foulard de cachemir en el suelo? Es mejor que lo guardes en un cajón, en cualquier caso, nunca lo deposites en el lavabo con el grifo abierto.

¾Ponlo tú donde te salga de las narices y deja de dar la tabarra ¾contestaba Cenicienta a sus hermanastras cuando estas se atrevían a hacerle algún reproche.

¾Cenicienta, mi niña, ¿puedes traerme un vaso de agua? Hace mucho calor y ando sofocada.

¾Vete tú al grifo, tía petarda.

¾Pero, rechula, no seas malhablada, tu papito desde el cielo estará disgustado por tu comportamiento.

¾Sí, va a estar ese fisgando por un abujero lo que hago, no te amuela. Anda y que te den.

La vida era un infierno en la hacienda, hasta que un día un anuncio en los ecos de sociedad del periódico local vino a iluminar la oscura existencia de la hacendada y sus dos bellas hijas.

«Don Rigoberto Mendoza de Liencres y Santurce tiene el honor de presentar a su hijo, don Nicolás Mendoza de Olid y Zárate, en la recepción que dará en su palacio de la finca Santa Hortensia, donde se dispondrá a elegir esposa. El rico terrateniente y heredero de extensos cafetales desea fundar una familia y busca una bella mujer con la que compartir tan loable proyecto.»

Nada más leer la noticia, la madrastra de Cenicienta se puso manos a la obra.

¾Esta puede ser nuestra oportunidad de deshacernos de esa malencarada. Hemos de conseguir que el hijo de don Rigoberto la elija y se la lleve lejos de aquí.

 ¾Pero, mamacita querida, ¿no leyó bien la nota? Aquí pone que busca una bella esposa. Cenicienta es requetefea. Si se la ve callada todavía tiene un pase, pero en cuanto abre la boca… su fealdad es casi una anécdota no más.

¾¡Órale! Dejadme a mí.

Para no levantar sospechas, la hacendada dispuso que sus dos hijas asistieran a la recepción del rico terrateniente y su necesitado heredero. Las bellas criollas deberían arropar a Cenicienta al tiempo que vigilarían que la barriobajera de su hermanastra no generara ningún conflicto de cualquier tipo.

¾Deberíamos acudir con una rica carroza ¾arguyó la mayor de las bellas hermanas¾. Pero nuestra calesa está estropeada desde que Cenicienta lavó la tapicería con lejía y aguarrás.

¾Podemos pedirle prestado el coche de caballos a nuestro vecino don Raúl Santaolalla y Cifuentes ¾añadió la más pequeña de las beldades.

¾Mejor recurrir a vuestra madrina Rosana ¾replicó la madre de ambas.

¾¿La santera que vive en la gruta del río Papanumba? Ay, mamacita, no me gusta esa mujer. No sé cómo usted se avino a que nos amadrinara semejante personaje. Dicen las comadres que practica vudú y que tiene tratos carnales con el demonio ¾dijo la menor de las hermanas al tiempo que se persignaba¾. Virgen de Guadalupe, protégenos.

¾Ya, pero es buena consiguiendo imposibles ¾insistió la madre¾, e imposible es que alguien quiera fundar una familia con Cenicienta. Si la negra Rosana no lo logra, tendremos que chingarnos y aguantar a vuestra hermanastra por los siglos de los siglos.

¾Amén ¾contestaron a coro las dos retoñas.

El día de la fiesta en la hacienda Santa Hortensia el lujo y la ostentación se habían reunido para conocer al primogénito de los Mendoza de Liencres y Santurce de Olid y Zárate y, de paso, averiguar quién sería la elegida como futura integrante de la familia cafetera.

Multitud de carruajes competían en dorados, brillos y resplandores, pero, de todos ellos, el más llamativo fue el de las hermanastras de Cenicienta. Dos lacayos ricamente vestidos gobernaban el coche. Nadie hubiera imaginado que el carruaje y los cocheros eran el resultado de una tarde de magia en la cueva de la negra Rosana. Mediante conjuros y rezos de candomblé, la santera había convertido dos guacamayos en los vistosos criados y una pieza de aguacate en una lujosa carroza. En su interior, las dos bellas hermanas competían entre sí en primor y dulzura flanqueando a Cenicienta que, con ceño fruncido, iba enfurruñada.

¾No sé qué pinto yo en un sarao d’estos, la verdá. Tié pinta de ser un rollo patatero, tanto señorito empingorotado me va a hartar. Hay que fastidiarse, menudo marrón me habéis endiñao.

¾Cenicienta, mi linda, ya verás cómo te entretienes y la fiesta te resulta amena y productiva ¾intentó calmarla una de sus hermanastras.

Al evento acudieron numerosas señoritas deseosas de emparejar con una familia tan señorial y adinerada, pero también porque el pretendiente era guapo a rabiar. El joven, además de guapo estaba enamorado de todo lo europeo desde que, durante cinco años, recorrió Europa; volvió subyugado por la historia y el arte del viejo continente y al regresar a México éste le pareció pueblerino y chabacano.

Fue esta la razón de que entre tanta beldad dulce y zalamera solo le atrajera Cenicienta, malhablada, fea, desabrida, pero… europea. Además, de España, algo que le daba un plus de valor pues el lenguaje común que compartían le hacía la comunicación más fácil ya que al pretendiente guapo, adinerado y enamorado de Europa no se le daban bien los idiomas.

Durante toda la noche el heredero intentó bailar con Cenicienta mientras que esta se dedicó a escaquearse con cualquier pretexto. Además, los zapatos la estaban matando y el corsé no la dejaba respirar. Agazapada detrás de un matorral y liándose un canuto la pilló el zangolotino.

¾Bella dama, ardo en deseos de bailar con usted para abrazar su fina cintura y moverme al compás de sus delicados pies.

Cenicienta miró a un lado y a otro pensando que el guapo mozo se estaba dirigiendo a alguien que, a la luz de sus palabras, no era ella: en ese momento, y tras conseguir desabrocharse el corsé, la fina cintura a la que aludía su pretendiente era una tripa abultada por los gases de los frijoles del almuerzo, y los delicados pies, fuera de los zapatos que los comprimían, se presentaban hinchados y con unos dedos del grosor de salchichas.

¾¿Me estás hablando a mí, prenda?

Ante el gesto afirmativo del galán, Cenicienta se echó a reír a carcajadas que levantaron el vuelo de unos graciosos pajarillos a los que no les hizo ninguna gracia el estridente ruido.

¾Mira, chaval, yo a las doce me piro que he quedao con unos colegas para hacer botellón. A mí el champán y los canapés no me molan, prefiero el tequila y unos tacos con guacamole.

Semejante respuesta no amilanó al pretendido pretendiente, al contrario, le incitó a cortejarla más pues en sus maneras bruscas reconoció el hablar tan directo de los nacidos en España, o sea, Europa. Sin embargo, en un despiste del guapo heredero, Cenicienta se marchó de la fiesta. Desconsolado, el hacendado solo pudo recoger como recuerdo de su presencia uno de los zapatos que la niña malencarada se había dejado.

Para recuperar a su amor perdido (el pazguato era guapo, enamorado de Europa y un repipi en temas amorosos) puso un anuncio en el periódico local con la foto del zapato y reclamando a su dueña que, en cuanto apareciera, sería la futura señora de Mendoza de Olid y Zárate.

¾¡Mamacita, este es el zapato de Cenicienta! ¾gritó una de las bellas hermanas cuando leyó el periódico.

¾¡No mames! ¿De verdad? ¾exclamó la madre arrebatando el diario a su hija¾. Hay que llevar a vuestra hermanastra, aunque sea a rastras.

En la interminable fila que se formó delante del estrado donde se había expuesto el zapato para que se lo probaran las aspirantes a ser la futura señora Mendoza de Olid y Zárate, Cenicienta protestaba airadamente.

¾¡¿Pero qué hago yo aquí?!

¾Don Nicolás quiere hablar con la poseedora del calzado que te dejaste, Cenicienta ¾contestó la madrastra entusiasmada comprobando que a ninguna de las muchachas que iban delante de ellas les calzaba bien el zapato: a todas les venía grande esa talla 42.

Cuando le llegó el turno a la española, el zapato se adaptó a su pie, aunque tuvo que emplear algo de fuerza. Desde luego grande no le venía.

¾¡Aquí está! ¾gritó triunfal uno de los numerosos secretarios que trabajaban para los Mendoza en el cafetal y al que tan insólito cometido le tenía descolocado. No entendía muy bien dónde radicaba la virtud de encontrar a alguien con los pies tan grandes.

De una habitación aledaña salió el joven enamorado de Europa y, ahora, también de Cenicienta; arrobado se le acercó.

¾¡Que alegría proporciona a mi corazón el haberte encontrado, amor mío!

Cenicienta miró a su alrededor y cuando comprobó que era ella el objeto de las palabras de ese moñas se rio a voces.

¾Mira que eres pringao. Por aquí sois mogollón de cursis, pero lo tuyo es de traca, bro. No me voy contigo ni harta de vino.

¾Vino no te faltará a mi lado, los mejores caldos adornan mis bodegas. Tampoco te ha de faltar cualquier vianda que desees: caviar, delicatessen de todo tipo. Lo que quieras tendrás. Vivirás como una princesa.

Cuando Cenicienta oyó lo de «princesa» se llevó una mano a la barbilla, un gesto que realizaba cuando quería pensar, algo que hacía muy de tarde en tarde y que le suponía un gran esfuerzo.

¾Eso de ser princesa… podría molar. Esas no hacen nada, ¿no?

¾Bordan, leen, pasean por los jardines...

¾O sea… no hacen nada. Pues va a ser que sí que me voy a ir contigo, colega.

¾¡Qué bien! ¾aplaudió el rico heredero¾. Viviremos felices y comeremos perdices.

¾De perdices nada, tron ¾contestó Cenicienta¾. Marisco y churrasco. Que se note ese poderío.

 


23 de abril de 2024

Escribir, el remedio del alma

 


Siempre he pensado que todo amante de la lectura lleva en su interior el germen de un escritor. Creo que los que amamos la lectura anhelamos emular a quienes nos gusta leer, es decir, a los autores de las obras que nos hacen disfrutar.

Cuando estoy leyendo un libro que me gusta mucho desearía escribir algo parecido y me encantaría saber expresar igual de bien esas emociones, esas descripciones que, en el momento de la lectura, me atrapan y me admiran.

Hace más de diez años decidí crear este blog. En sus inicios era un espacio dedicado a reseñas literarias, aquí plasmaba mis impresiones sobre las lecturas de diferentes novelas. Al principio constaban de apenas un par de párrafos, luego se fueron haciendo más extensas de manera que, además de opinar sobre el libro en cuestión, también reflexionaba sobre el tema tratado en el argumento.

Poco a poco fui explorando otros registros y añadí nuevas secciones en las que daba rienda suelta a mis impresiones sobre diferentes temas y no todos relacionados con la literatura. El blog se convirtió en un rincón donde dar alas a mis ansias de escribir y poner en forma de letras mis reflexiones, unas veces en clave de humor, otras completamente en serio pues los temas a tratar no se prestaban a risa.

Con el tiempo fui más allá y, venciendo la vergüenza que suele aparecer en estos casos, empecé a escribir relatos. Los primeros eran muy cortos, pero, poco a poco, las historias se hicieron más complejas necesitando más espacio para desarrollarse.

Una vez perdida la timidez inicial mi osadía me llevó a presentarme a concursos de relatos con mayor o menor fortuna. Unas veces llegué al pódium, las más no me comí una rosca, pero en todas me lo pasé fenomenal.

Un curso de escritura creativa y el sentirme muy cómoda escribiendo ficción acabaron por aficionarme a esto de poner negro sobre blanco las historias que me vienen a la cabeza.

Sin embargo, aún me quedaba un escalón por subir, un reto mayor: contar una historia más larga, con un argumento y unos personajes que requirieran desarrollo, espacio, mucho más trabajo; quería escribir una novela.

Este nuevo reto anduvo mucho tiempo en el cajón de las quimeras, ese donde guardo mis deseos que creo imposibles de alcanzar, pero que, al igual que ocurre con los sueños, me resisto a renunciar a ellos.

La historia estaba en mi cabeza, el escenario y los personajes principales también, el desarrollo y los detalles vinieron después cuando, en un arranque de optimismo, decidí ponerme a la tarea.

Fue un esfuerzo mayúsculo. Durante todo el proceso fui consciente del trabajo que hay detrás y qué diferencias tan grandes existen entre un relato, más o menos extenso, y una novela, una historia con muchos más matices.

Resultó una tarea más ardua de lo que me esperaba. Sufrí horrores, pero también disfruté muchísimo. Cuando, por fin, la terminé vino la segunda parte: ¿Qué hago yo con esto?

«Esto» se quedó guardado en una carpeta de mi ordenador casi dos años. Pensaba que debería darle salida, pero no sabía cómo. Además, había otra cuestión que frenaba la exposición de mi trabajo: me daba muchísima vergüenza. ¡Qué cosas!

Vale que escribiera relatos y los mostrara, pero una novela… ¿En serio? Me pareció una petulancia por mi parte y ahí se quedó el resultado, guardadito en el disco duro de mi portátil hasta que un día dije que por qué no darle/darme una oportunidad.

Lo primero que hice fue presentarme a un concurso de una afamada editorial, Edhasa, (tenía mucha vergüenza de mostrarme como «novelista», pero una vez superado el escollo me vine arriba sin cortapisas). El concurso, entre plazos de presentación, normativas de jurado y veredicto, tardó casi un año en dar los resultados. Ni que decir tiene que no me comí un colín, pero me había lanzado a la palestra y ya no había marcha atrás.

Después del fiasco del concurso (no por esperado, menos doloroso) me puse en contacto con unas agentes literarias que conocí a través de una amiga escritora con varias novelas ya editadas. Estas agentes, después de varios meses, me contestaron que la novela «estaba muy bien escrita» (no tiene faltas de ortografía) pero que «no era del estilo» que ellas trabajaban. Supongo que esas dos expresiones son eufemismos que se emplean en el mundo editorial para mandar a paseo a los escritores que no interesan.

A pesar de este nuevo rechazo, no me amilané, aunque sí sentí flaquear el ánimo. Me puse a buscar editorial. Contacté con varias que presumen de «apoyar» a «escritores noveles» (eufemismo para nombrar a los autores a los que no los conoce ni el Tato). El «apoyo» resulta bastante interesado pues esas editoriales apoyan a los escritores noveles siempre y cuando estos apoquinen una pasta previa, es decir, siempre y cuando uno pague por publicar; el montante oscilaba entre mil y dos mil euros, aproximadamente.

Cuando tomé la decisión de mostrar mi primer retoño en forma de novela, nunca pretendí ganar dinero, pero tampoco pensé que tendría que poner yo el capital. Me negué en redondo a seguir el juego a esas editoriales que se aprovechan de la ilusión de los «escritores noveles».

Entre pitos y flautas, ya habían transcurrido casi dos años desde que decidí dar luz a mi pretendida novela y la pregunta «¿Qué hago yo con esto?» seguía sin respuesta.

Decidida a recurrir a la última opción, o sea Amazon, vino a ayudarme otra amiga escritora, alguien cuyo nombre desvelaré en otro momento, pero a quien le debo muchísimo y que homenajearé debidamente a su debido tiempo.

Pues bien, esta escritora y amiga me habló de una editorial, muy modesta y sencilla, que sí se dedica a dar oportunidades a los escritores noveles (y a los no tan noveles) pero sin aprovecharse de ellos, es decir, sin cobrarles un euro.

Mandé el manuscrito con muy pocas expectativas porque, hasta el momento, la experiencia no estaba siendo lo que se dice alentadora.

Después de varios meses, ya convencida de que me iban a mandar otra vez a la porra, recibí un escueto correo de la editora:

 

Hola, Paloma:

Podemos hablar de la publicación de la novela ya que me ha gustado mucho. Tienes una gran narrativa y es algo que no había leído antes, te felicito.

 Lo único que puedo decirte es que no será para ya su publicación porque tengo otros pendientes primero.

Aquí me tienes para lo que necesites.

 Un abrazo.

 

Recuerdo que abrí ese email en el metro, en medio de otros viajeros que me miraron asombrados cuando, nada más leerlo, solté un «¡Toma, toma, toma!» en voz alta que los pilló por sorpresa. Juro que se me saltaron las lágrimas de la emoción. Noqueada tardé horas en reaccionar.

Varios días después me puse en contacto telefónico con la editora, una mujer encantadora que rezuma ilusión y amor por su trabajo; un ánimo contagioso que me puso en órbita.

En aquella conversación me dijo que, tal como avisó en el correo, debería ser paciente porque sus recursos son limitados y había varias publicaciones por delante, que debería esperar hasta el verano. Después de dos años con el manuscrito dando tumbos de un lado a otro, unos pocos meses más no me parecieron una molestia.

La editorial se llama Meiga Ediciones, lo que tiene su retranca porque ya sabéis mi querencia por las brujas, especialmente las gallegas al ser mi madre nacida en la provincia de La Coruña y, por tanto, poseer media genética procedente de aquellos lares. Para más redundancia resulta que el tema de la novela a publicar trata de… ¡Ay, no puedo decir más! No obstante, iré relatando por aquí el proceso que se avecina fascinante. Publicar con el respaldo de alguien tan ilusionado como yo o más seguro que da para una buena historia.

Hace semanas que sé la decisión de esta editorial, pero, siguiendo indicaciones de «mi editora», he esperado al Día del Libro para dar la primicia.

¡Feliz Día del Libro! Yo, este año, lo celebro con UN libro muy especial para mí.




 


15 de abril de 2024

Operación Triunfo

Negros nubarrones cubrían el generalmente soleado cielo de Sevilla; la bruma del Guadalquivir añadía más gris al color de acero del día.

Pedro Guzmán de Alcalá se acercó a su puesto de escribanía y observó ceñudo la larga fila de hombres que aguardaban frente a su mesa. La jornada se presentaba complicada y la negrura del cielo parecía ser la constatación meteorológica de las impresiones del escribano. Tomó asiento con un resoplido y, tras ordenar su material de escritura, dio venia al primero que encabezaba la hilera.

Buenos días nos dé el Señor. Vuesamerced dirá.

Buenos días nos dé el Señor y su Santa Madre. Vengo a registrarme como descubridor de nuevos mares. Mi nombre es Vasco Núñez de Balboa[1].

Perdonad, creo que no os he entendido bien, ¿qué es lo que queréis que registre?

Mi capacidad para descubrir nuevos océanos.

No os entiendo. ¿Cómo queréis que registre eso?

Anotando lo que os digo en un papel. Sois escribano ¿verdad? ante el gesto de afirmación del susodicho, siguió hablando. ¡Ea! Ya estáis tardando, llevamos esperando desde antes de la amanecida para que nos contraten.

¿Contraten? ¿Cómo que contraten?

Vamos a ver, esta es la Casa de Contratación de Indias el escribano volvió a asentir. ¿Pues qué vais a contratar? ¡Soldados y tripulantes para ir allí! ¿O, acaso, estabais pensando en fregonas para limpiar los barcos?

El resto de los integrantes de la fila celebró con grandes carcajadas la respuesta del que decía llamarse Vasco.

Mirad, señor, creo que os estáis confundiendo. Cierto es que aquesta es la Casa de Contratación de Indias, mas su función es la organización de las flotas, supervisar los barcos, fiscalizar la hacienda pública…

¡Y contratar! le interrumpió el descubridor de mares desconocidos. Espabilad, señor, os veo abotargado y algo disperso.

De nuevo, los presentes aplaudieron y jalearon al futuro conquistador que se encaraba al escribano.

Lo siento mucho, pero aquí no nos dedicamos a esos menesteres.

La concurrencia recibió con pitos y abucheos esta última frase.

Pedro Guzmán de Alcalá se rascó la incipiente calva que asomaba en su coronilla. Lo de que el día se presentaba complicado iba a cumplirse con largueza.

¡Pues yo vengo a lo mesmo que, aquí, el caballero pretende! gritó desde atrás un hombre corpulento al que le faltaban varios dientes y le sobraba mala leche.

¡Y yo!

¡Y yo!

La fila se convirtió en un corrillo que rodeaba la mesa del escribano. Todos los integrantes se mostraban desafiantes y en actitud amenazadora.

Ante la algarabía, un anciano elegantemente vestido se acercó acompañado por un alguacil.

¿Qué ocurre, don Pedro? inquirió el recién llegado.

Aquestos hombres, que vienen a que se les contrate para ir a las Indias. Les he aclarado a qué nos dedicamos aquí, pero no se avienen a razones.

El anciano miró a los levantiscos y, con un gesto de confianza, agarró el hombro del escribano mientras se acercaba a su oído para que nadie más que él oyera lo que le iba a decir.

Seguidles la corriente. Anotad todo cuanto os digan y luego quemad los papeles. No es menester alborotos, bastante tenemos ya con los diezmos reales que estos desarrapados miró con desprecio a los demás nos intentan robar cuando en las Indias descubren algo.

Gracias, don Rodrigo contestó el amanuense. Lamento que el tesorero tenga que venir a encargarse de asuntos tan mundanos.

No os preocupéis, ante todo que no haya ningún tumulto.

Está bien. Contadme qué queréis que anote aceptó resignado el escribano tras la marcha de su superior.

Que sé descubrir mares (Vamos de excursión a la playarepitió el aludido con un gesto de cansancio. ¡Ah! también sé criar cerdos, puede que monte una granja en La Española. En mi Badajoz natal aprendí todo lo que hay que saber sobre los gorrinos.

¿Pero no sois vasco? le preguntó riéndose el compañero de al lado.

Vasco de nombre, extremeño de nacimiento contestó con displicencia pues la broma le cargaba bastante por repetitiva. Si le hubieran dado un maravedí cada vez que habían bromeado con su nombre y su lugar de origen no le haría falta irse a las Indias a buscar fortuna.

Anotado queda. Si no necesitáis reseñar nada más, dejad paso al siguiente.

Vasco Núñez de Balboa se apartó y otro hombre le sustituyó.

Soy Juan Ponce de León[2] y yo sé… ¡descubrir penínsulas!

Descubrir penínsulas repitió el escribano pinzándose el puente de la nariz. ¿Algo más?

Esto… Buscar fuentes… podría valer (Juventud, divino tesoro).

Como digáis. ¡Siguiente!

Me llamo Andrés de Urdaneta[3] y soy ducho en el arte de navegar. Puedo encontrar el camino de vuelta de las Indias o tornaviaje.

Disculpad, señor, digo, padre rectificó el escribano al percatarse de que quien tenía enfrente vestía el hábito de los agustinos. El camino de vuelta de las Indias ya lo descubrió nuestro almirante don Cristóbal Colón tras hallar, previamente, el de ida.

Yo me refiero a la ruta de vuelta desde las Indias de verdad, las que buscaba el almirante en principio, y además por mares españoles (Billete de ida y vuelta).

Como gustéis aceptó el escribiente que ya no quería porfiar con esa panda de locos, además, se le estaba levantando dolor de cabeza. ¡Siguiente!

Francisco Pizarro[4] y hermanos dijo desabridamente un tipo malencarado con pinta de facineroso al que acompañaban cuatro hombres más con rasgos físicos similares. Sabemos someter y humillar, y robar.

—Bueno, eso no es nada original. ¿Algo más?

También sabemos secuestrar, pedir rescate y no cumplir la palabra dada (Ya lo veremos)

¡Siguiente!

Francisco de Orellana[5]. Me gusta viajar por ríos grandes y ver mujeres guerreras con los pechos al aire (Mujer tenías que ser).

A mí también me gusta añadió el escribano cabeceando al tiempo que tomaba nota de las inclinaciones del tal Orellana.

¿Viajar por ríos anchurosos?

No, ver mujeres desnudas, preferiblemente que no sepan guerrear, por si acaso. ¡Siguiente!

Álvar Núñez Cabeza de Vaca[6]. Yo podría curar y escribir cuadernos de viaje.

¿Sois cirujano? ¡Sabéis sanar! Por fin alguien con conocimientos de utilidad, se dijo el amanuense.

¿Quién yo? No, no tengo ni idea, pero pienso aprender (Sana, sana, colita de rana).

Pedro Guzmán de Alcalá se tapó la cara con las dos manos y empezó a sudar. Era una tortura escuchar tanta incoherencia y la migraña cada vez era más intensa; le iba a estallar la cabeza.

Juan Sebastián Elcano[7]. Sé dar vueltas al mundo (Vamos a dar una vuelta).

Tened cuidado, no os vayáis a marear. —Ante el gesto hosco de quien tenía delante, decidió añadir—: Por lo de dar vueltas. Era una chanza 

En Guetaria no somos amigos de la guasa.

Ya veo. ¡Siguiente!

Hernán Cortés[8]. Sé descubrir un imperio y fundar un país; lo llamaré México (El que oye llover).

—¡Qué obsesión con los imperios! ¡Siguiente!

Lope de Aguirre[9]. Busco oro (En busca de El Dorado perdido).

Como todos. ¡Siguiente!

Fray Tomás de Berlanga[10]. Descubro islas, las llamaré Galápagos por las extrañas criaturas que las habitan (Calma).

Pedro de Valdivia. Voy a descubrir tierras al sur de las Indias y las llamaré Chile.

Hernando de Soto[11]. Navegaré por un gran río, le llamaré Misisipi. También sé hacerme amigo de emperadores indios secuestrados.

Alonso de Ojeda. Puedo organizar expediciones marinas por el Caribe, tengo mucho valor y muy poco entendimiento. Soy algo bruto, pero en el fondo buena persona: mi mujer india me va a adorar.

Gonzalo Guerrero. Me gustan los indios y pienso convertirme en uno de ellos, aunque me llamen traidor. Seré el símbolo del mestizaje.

Jerónimo de Aguilar[12]. Se me dan bien los idiomas, los aprendo rápido sobre todo si los indios me convierten en un cautivo; puedo hacer de intérprete.

—Álvaro de Mendaña. También descubro islas, se me da tan bien que cuando vuelvo a una de ellas, descubro otras diferentes. Las voy a llamar Salomón a las primeras y Marquesas a las segundas. 

Durante cuatro horas estuvieron desfilando ante Pedro Guzmán de Alcalá hombres con las más variopintas habilidades, cada cual más increíble.

Tras tomar nota de todos ellos, el escribano recogió el montón de pliegos resultante de su trabajo y se dirigió a otra sala donde el fuego de una enorme chimenea restaba humedad al ambiente cargado por la lluvia que amenazaba desde el inicio de la mañana.

Mientras lanzaba a la hoguera los papeles que había escrito, el escribano de la Casa de Contratación de Indias no pudo por menos que compadecer a esos pobres desgraciados. Todos los días conocía casos de desventurados que iban a las Indias huyendo de la miseria para encontrar solo sufrimiento y muerte en lugar de las riquezas que desde España se les prometía. Seguro que ese sería el destino de quienes hoy habían ido para que se anotaran sus virtudes convertidas en proezas.

Mientras el papel, donde estaban volcados los sueños de un grupo de desdichados, se convertía en cenizas, el escribano se masajeó las sienes. El dolor de cabeza le estaba matando.

Ojalá hoy hubiera venido alguien que supiera inventar algún remedio para el dolor de cabeza, lo llamaría Aspirina.

 

 

NOTA DE LA AUTORA

Muchos de los nombres que por aquí aparecen ya han sido protagonistas de Crónicas del Descubrimiento (los enlaces a sus entradas aparecen resaltados en paréntesis) por lo que pueden resultar conocidas sus andanzas y entender mejor a qué se deben los comentarios que hacen. Otros están pendientes de su momento de gloria en este blog y aún no he contado nada sobre ellos, pero todo se andará.

Todas estas crónicas tienen un tono gamberro que ya avisé desde su inicio, pero reconozco que este episodio se lleva la palma en cuanto a situaciones descabelladas. De vez en cuando me vengo arriba y los disparates se me desatan. También es verdad que tenía que cumplir los requisitos del taller de escritura en el que participo y el tema era casting, así que me he montado una Operación Triunfo algo particular y completamente absurda.



[1] Descubrió el océano Pacífico.

[2] Descubrió la península de La Florida y buscó la fuente de la eterna juventud.

[3] Descubrió el viaje de vuelta desde las Islas Filipinas a América utilizando la ruta del este por mares de la Corona de España.

[4] Conquistador del Perú. Mantuvo preso al inca Atahualpa y cuando recibió el rescate lo asesinó.

[5] Descubridor del río Amazonas.

[6] Anduvo perdido por el norte de América, mientras fue esclavo de un chamán aprendió la utilidad de las plantas medicinales.

[7] Completó la primera circunnavegación de la Tierra.

[8] Conquistador de México. Sometió el imperio azteca.

[9] Integrante de una de las expediciones en busca de El Dorado.

[10] Descubridor de las Islas Galápagos.

[11] Primer europeo en navegar por el Misisipi. Cuando Pizarro secuestró a Atahualpa se convirtió en su amigo y le enseñó a leer y escribir español.

[12] Fue cautivo de los mayas y aprendió su idioma. Sirvió de intérprete a Hernán Cortés.





Hada verde:Cursores
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