Había una vez un candidato a diputado que rondaba la sede de su partido
en busca de algún cargo importante que le abriera la posibilidad de aparecer en
las listas para las elecciones generales.
De su niñez conservaba un compañero del colegio sin ambiciones políticas
que se había dedicado a ir al gimnasio en lugar de estudiar en la universidad como
había hecho él. Mientras el soñador político alimentaba el cerebro, su amigo de
la infancia alimentaba los músculos consiguiendo un trabajo como portero en una
famosa discoteca del norte de España.
El aspirante a diputado no contaba con demasiados contactos en las altas
esferas de su partido por lo que su misión en la agrupación política consistía
en repartir pasquines y asistir a mítines para jalear a los ponentes.
Un día, su amigo, el portero de discoteca, fue a visitarle a la capital.
Viendo el desánimo que le embargaba sospechando que sus anhelados sueños de
medrar en política no se iban a cumplir, el musculoso le ofreció su ayuda.
—¿En qué me puedes tú ayudar? Si a ti nunca te ha interesado la política
ni conoces a nadie relacionado con ella.
—Tú dame un buen traje y un buen coche y verás cómo sé moverme y
contactar. La política es muy parecida a una discoteca: los que tienen pases
VIP van a los reservados y consumen las mejores bebidas de marca, los demás
tienen que esperar a que los porteros, o sea gente como yo, les demos permiso
para acceder al local y llegar hasta los famosos.
—Lo del traje puedo solucionarlo, lo del coche… no sé, ya veré qué puedo
hacer.
El político ambicioso, a base de hacerse ver y repartir cafés todas las
mañanas, consiguió un puestecito como delegado municipal en un barrio obrero de
la capital. Allí demostró que lo aprendido en su carrera de Empresariales
servía para algo porque maquilló muy bien unos movimientos bancarios que
demostraban a las claras que los fondos europeos para cursillos de formación a
desempleados no habían ido a parar donde debían.
Esta buena gestión del aspirante fue recompensada por el concejal de
turno que ya se veía dando explicaciones, es decir, lanzando balones fuera, en
el pleno del ayuntamiento para que no le imputaran nada. El agradecimiento se
manifestó con un puesto de ayudante del secretario de una sección dependiente
de una subdirección de la subsecretaría de la organización de su partido.
El puesto tenía hasta despacho propio, si así se podía llamar a un
cubículo de cuatro metros cuadrados con una ventana que daba a un patio
interior; pero el cargo también iba acompañado de un vehículo con su conductor
y todo. Inmediatamente el recién ascendido llamó a su amigo, el portero de
discoteca, para ofrecerle el auto a cambio de que fuera también su chófer.
—¿De qué coche se trata?
—Un Audi A2.
—Puede valer —dijo el cachas inclinando la cabeza—. De momento. Me lo
tendrás que dejar para mi uso privado, así haré mejor mis gestiones, es decir,
tus gestiones.
—De acuerdo. Espero que tengas razón.
El portero reconvertido en chófer, se vistió en una de las tiendas más exclusivas de la ciudad, el presupuesto que le habían dado al ayudante de secretario
estaba muy por debajo de la factura resultante, pero, una vez más, éste hizo
alarde de sus mañas para jugar con las cifras y que cuadraran cuando no lo
hacían en absoluto.
Desplazándose en el Audi A2, con un traje de Armani y unas gafas de sol
Philipp Plein, el portero anduvo por los reservados de las discotecas más
famosas de la capital. El acceso le fue franqueado gracias a los contactos que
tenía entre el gremio de porteros donde todos formaban una piña. Con la planta
imponente que le proporcionaban los ciento diez kilos de músculo y el traje
hecho a medida, se dio a conocer a empresarios y presidentes de clubs de fútbol
presentándose como el secretario de un importante cargo del gobierno de la
nación. A estos hombres de las finanzas les habló del interés de su jefe en
mantener relaciones empresariales donde su participación en la concesión de contratos
de obra podría beneficiar a según qué empresas elegidas por él, siempre y
cuando estas manifestaran cierta generosidad con su benefactor.
—¿De veras les has dicho que yo estoy en el gobierno? ¡Pero no es
cierto! —le comentó asombrado, y algo asustado también, el político trepa
cuando el nuevo chófer le contó sus andanzas en busca de aliados.
—No es cierto… por el momento. Todo se andará. Cuando tengas las «inversiones»
de los empresarios, ese dinero te abrirá puertas que ahora te están cerradas.
Tras varias reuniones con los magnates de la empresa que, para abrir
boca, le regalaron algunos presentes (un piso en una urbanización del
extrarradio y un viaje a Santo Domingo), el ayudante de secretario habló de sus
nuevos amigos al secretario del que era ayudante. Éste, tras asegurarse que
también recibiría algún tipo de agasajo, habló con su jefe inmediato. Tras
subir unos cuantos peldaños visitando varios despachos más, los empresarios
dadivosos empezaron a recibir encargos de la administración local.
Cuando el nombre del ayudante del secretario anduvo de boca en boca,
desde el partido empezaron a tenerle en cuenta. Un día fue llamado por el alcalde
a su despacho para una charla informal. El aspirante, asustado, se lo comentó a
su amigo el chófer.
—No te apures. Esto funciona. Seguro que quiere saber qué contactos
conoces. Di los nombres de esta gente —le dijo el chófer pasándole una lista—.
Si se les tiene en cuenta ellos pueden seguir siendo muy generosos.
Gracias a esa lista facilitada por el ex portero de discoteca, el
ayudante de secretario pasó a ser secretario con ayudante, y el chófer cambió
el Audi A2 por un A6, mientras que los viajes vacacionales de ambos ese año
tuvieron como destino un complejo hotelero de lujo en Bali.
El día que el presidente se interesó por el político ambicioso éste se
acercó a una cafetería cercana al congreso acompañado por su chófer y el Audi.
Tras una conversación amistosa, el presidente fue invitado al domicilio
particular del aspirante para un almuerzo entre amigos.
—No puedo llevarle a mi apartamento de soltero. Tendré que alquilar algo
en una urbanización de postín —se sinceró con su chófer.
—No alquiles nada. Yo te consigo un chaletazo en una buena zona —respondió
el musculitos.
Tras amenazar a un narcotraficante con chivarle a la Guardia Civil su próxima
descarga en Algeciras, éste se avino a «regalar» su mansión a su nuevo
protector en la política y allí fue donde el presidente y su mujer cenaron en
amigable ambiente con el que iba a ser el próximo titular del Ministerio de Vivienda
y Bienestar Social.
¡Ministro! Ni en sueños habría pensado alcanzar ese cargo. Diputado era
su máxima aspiración, pero gracias a los tejemanejes de su chófer había llegado
mucho más lejos de lo pensado. Debía agradecérselo. El nuevo Audi A8 que
utilizaba para sus desplazamientos oficiales tuvo un hermano gemelo para el
propio chófer, además de un chalet súper moderno en una zona exclusiva de la
ciudad.
De esta manera los dos amigos de la infancia unieron sus vidas en la
opulencia y el éxito. Eran inseparables y trabajaban en perfecta armonía. Ahora
estaban inmersos en la compra de material sanitario a precio de ganga que
podrían encasquetar a cuenta del erario público con tarifas desorbitadas pero
que, con la experiencia que ya tenían, podrían pasar por una transacción legal.
Sería coser y cantar. La vida les sonreía.