Ayer vi un capítulo de Cuarto Milenio sobre abducciones extraterrestres
y comprendí algunas cosas que nos están pasando en Madrid.
En el reportaje un psiquiatra analizaba la relación entre la parálisis
del sueño y la abducción. Parece ser que algunas personas durante la noche
quedan paralizadas porque los visitan seres alienígenas que luego se los llevan
a su planeta. A veces los devuelven y entonces es cuando cuentan lo que les ha
pasado, pero otras veces se quedan allí donde sea que se van y desaparecen del
todo para siempre.
Ya sé lo que ha ocurrido con la oposición de Madrid al gobierno de la
Ayuso: han sido abducidos. La mayoría no ha vuelto y por eso ahora ni se les ve
ni se les oye; otros han regresado, pero se nota que aún no están bien del
todo. Hace unos días vi a Gabilondo en la tele y lo noté adormilado y disperso,
como si estuviera en la Luna, vamos. A otros miembros de la oposición los he
visto limpiar las pintadas vandálicas a una estatua de Largo Caballero, a estos,
que aún siguen entre nosotros, parece que les preocupa más preservar la memoria
de madrileños muertos que cuidar de la salud de los que aún estamos vivos.
Voy a mirar si hay algún sistema para llamar a los alienígenas y ser
abducida, a ver si así yo también puedo largarme de esta pesadilla.
No sé cómo gobernarán y harán oposición en otros planetas, pero seguro
que no lo hacen peor que aquí.
Día 36 (25 de octubre)
Ayer, aprovechando mis últimas
horas de libertad, me fui a visitar las Meninas que adornan Madrid este año ya
que a partir del lunes mi barrio vuelve a estar confinado porque, según se ve, este
fin de semana el virus en las zonas con alta incidencia no se puede propagar y
los que vivimos en ellas podemos transitar por otros sitios.
Durante el paseo he visto las
terrazas llenas de gente, y nadie llevaba la mascarilla puesta, incluso más de
uno estaba fumando sin respetar la distancia de seguridad.
Pensé en preguntar a alguno de
esos tipejos si eran del Puente de Vallecas, el lugar más chungo donde está el
virus y donde, dicen, todo es por culpa de sus vecinos que son unos
irresponsables, pero he desistido. Dados los precios de las consumiciones en
esos garitos del centro, dudo mucho que entre la clientela se encuentre ningún habitante
de un barrio tan humilde. Está claro que unos cardan la lana y otros se llevan
la fama (y el confinamiento).
Día 38 (27 de octubre)
Siempre me ha gustado escuchar música, pero ahora lo hago con más
frecuencia por eso de que la música amansa las fieras y y yo estoy muy, pero
que muy enfurecida con lo que está pasando y necesito amansarme, pero ya. Así
que estoy todo el día con los auriculares puestos.
He creado una playlist en el confinamiento, cada canción tiene su porqué.
En ella hay algunas canciones que ni siquiera me gustaban antes de la pandemia,
pero ahora me resultan reveladoras. Aquí pongo las canciones y los motivos por
los que las he elegido.
«Resistiré» del Dúo Dinámico: elegida por empatía y porque de
tanto oírla cuando estábamos todos encerrados se me ha quedado enquistada.
«Maneras de vivir» de Rosendo: esta la canto (enfadada) cuando
veo algún botellón o fiesta multitudinaria.
«Ni contigo ni sin ti» (tienen mis males remedio) de Emilio José
y «Échame a mí la culpa» (de lo que pase) de Albert Hamond: me vienen a
la mente cuando veo los rifirrafes entre gobierno central y autonómico.
«Disculpe el señor» (pero se nos llenó de pobres el recibidor) de
Serrat: cuando la presidenta le echa la culpa de la propagación del virus a la
inmigración.
«La muralla» de Víctor Manuel y Ana Belén: la canto mucho desde
que me encerraron selectivamente, además he adaptado la letra (algún día la
publico y todo).
«Vete» (me has hecho daño, vete) de Los Amaya: la canto cuando
sale la Ayuso en la tele.
«Qué alegría cuando me dijeron» de autor desconocido (algún cura,
supongo): esta aún no la canto, pero la tengo en reserva para cuando llegue el
día en que echen a los ineptos que nos gobiernan (no pierdo la
esperanza porque soy una ilusa).
«Marieta» de Javier Krahe: esta es la que más oigo. No sé si es
porque me veo como una damnificada de tanto inepto gobernando, pero me siento
muy identificada con el cantautor; repito especialmente el estribillo cuando
dice eso de “y yo con mi canción como un gilipollas, madre, y yo con mi canción
como un gilipo o o llas”.
Día 43 (1 de noviembre)
Nunca me ha gustado Halloween y nunca lo he celebrado. Además, los
disfraces que se emplean me parecen de mal gusto. Pero este año he hecho una
excepción. Teniendo en cuenta que mi zona estaba confinada por el alto riesgo
de contagio he querido sacar provecho del miedo que eso genera.
Al lado de mi casa hay un cementerio y se supone que está prohibido ir
si no vives en la zona confinada, pero, en un gesto de hipocresía suprema, las
autoridades han emitido un decreto a la carta para permitir a gente de fuera
entrar en dicha zona y acceder así al camposanto. Así que, aprovechando la
coyuntura, he decidido celebrar Halloween a mi manera y, encima, el disfraz no
ha sido nada complicado de confeccionar.
Ayer salí a la calle con la ropa de andar por casa y me puse un
brazalete con el símbolo de peligro biológico (un triángulo amarillo con una
especie de círculos superpuestos). Me acerqué al cementerio; como es uno de los
más grandes de Europa tiene una extensión igual a la capital de Soria así que,
a pesar de que solo se admite la mitad del aforo, allí había más gente que en
Teruel. Estuve deambulando entre las tumbas y las personas que se paseaban tan
tranquilas y tan impunes por el lugar; cuando estaba donde más gente había grité:
«¡Vivo en esta zona! ¡La IA es muy elevada!» y acto seguido me puse a toser
como una loca.
Salieron todos corriendo despavoridos. Una señora cuando pasó delante de
mí me llamó bruja y no lo entendí porque yo iba vestida con un chándal.
La verdad es que fue divertidísimo. Me sentí como Astérix cuando ponía
en fuga a los romanos para echarlos de su aldea.
Desde que llevo confinada es la primera vez que realmente me lo he
pasado bien. Mola Halloween.
¡Feliz día de Todos los Santos! o ¡Feliz Samhain! (como diría Astérix).