Harta ya de tanta playa (a la que
nunca fui muy aficionada, las cosas como son) y tanto sol y calor, propios de
las fechas y de las latitudes en las que vivo, este año decidí cambiar
radicalmente para irme de veraneo.
Hasta la fecha, y salvando el
viaje a Bélgica, mis escapadas fuera de España se habían limitado a países
mediterráneos (Grecia, Francia, Italia, Portugal…) por lo que siempre me sentí
como en casa por la afinidad cultural que tienen estos países con el mío.
Esta vez, no. Me fui a
Centroeuropa: República Checa, Eslovaquia, Hungría y Austria fueron los
destinos elegidos. Durante más de diez días me dediqué a visitar sus capitales
y, en alguna de ellas, sus alrededores.
No voy a ponderar las excelencias
de las ciudades que visité, para eso está la Wikipedia y los documentales de la
2. Me voy a centrar en las peculiaridades que a mí más me sorprendieron
(monumentos e historia, aparte) y cómo sentí yo esos rasgos distintivos.
En estos países, tan diferentes
del mío, esperaba encontrar otra cultura y otro clima completamente distintos a
los habituales para mí. Definir en qué consiste la cultura de un país puede ser
complejo, así que me voy a centrar primero en la otra cuestión que yo buscaba
diferente: el clima.
Mis expectativas en cuanto al
clima no se cumplieron en ninguno de los países por los que anduve. Esperando
encontrar temperaturas más benignas que las que el verano madrileño nos atiza
en plan castigo divino, me di de bruces con una realidad muy distinta (o puede que con
lo que me diera de lleno fue con el cambio climático).
Praga es una ciudad donde, según
lo que nos contó la guía de allí, por lo general suele llover bastante, pero en
verano el sol se asoma «aunque sea tímidamente» (sic). Tan solo el cielo
aparece sin una sola nube una media de diez días al año. De esta situación se
deriva, siempre según las estadísticas que nos proporcionó nuestra guía, que
muchos praguenses tienen déficit de vitamina D y padecen osteoporosis de
adultos, además la incidencia de raquitismo en los niños es una de las más
altas de la U.E.
Bueno, pues de esos diez días sin
una sola nube que tocaba este 2024, cuatro fueron los que pasé allí. No solo
lució el sol, además lo hizo con una fuerza inusitada que se manifestó con una
temperatura de 37ºC (una barbaridad para la zona). Dada la situación con la
vitamina D de los habitantes de Praga, la cosa se tradujo en que los praguenses
(y algún que otro turista nórdico) se colocaban en las zonas soleadas para
exponerse al sol cual lagartos buscando calentar la sangre mientras que nuestro
grupo de españoles andábamos buscando sombra como desesperados.
Vista de Praga (sin una sola nube, como se puede apreciar) |
Karlovy Vary es una ciudad balneario donde los nativos de Chequia van a recuperarse de sus distintas dolencias gracias a las aguas termales que manan por varias fuentes y que tienen propiedades saludables. Pacientes con cáncer, enfermedades hepáticas, renales, digestivas… se benefician de esas aguas tan sanas. El día que estuve yo, también podría haber ido toda la población a recuperarse de su déficit de vitamina D porque el sol nos dio de lleno y a placer. Un calor que, sumado a la humedad, empañó disfrutar plenamente de los preciosos edificios que adornan la ciudad. Dicen que lo habitual, cuando se visita Karlovy Vary, es beber de las fuentes que se encuentran en puntos estratégicos. Yo no lo hice. Estas fuentes surten aguas con diferentes temperaturas, la más «fresquita» sale a 60ºC. Con el calor que hacía, una servidora no estaba por la labor; quizás, si hubiera tenido una bolsita de té, me habría preparado una infusión, pero no era el caso, así que me fui de allí sin beber nada.
Fuente termal en Karlovy Vary |
En Viena también tuvimos nuestra buena cuota de sol y calor, aunque en este caso estuvo acompañado de alguna que otra tormenta que vino a refrescar el ambiente y a regar los jardines que no suelen tener una atención especial por parte de los jardineros en cuanto a riego ya que la pluviosidad se hace cargo de esta cuestión, aunque a mí me parece que van a tener que cambiar esa práctica porque algunas praderas estaban bastante amarillentas.
Quiero resaltar una peculiaridad
de las tormentas vienenses y es que están muy definidas; con severidad prusiana allí el agua cae a base de bien o no cae. En Viena el concepto «chispear» no
existe. Me explico. Estando a las puertas del palacio de Schönbrunn noté cómo
se acercaba una nube bastante oscura, el sol aún lucía, pero la nube estaba
llegando. De repente, a cinco metros de donde yo me encontraba, la gente empezó
a correr y gritar. Lo primero que pensé es que habían visto a un terrorista con
una bomba adosada al cuerpo, porque yo no vi ninguna amenaza inminente. En
seguida, un ruido ensordecedor acompañó a una cortina de agua donde estar
cincuenta centímetros a un lado u otro era la diferencia entre no mojarte o
calarte hasta los huesos. Tuve suerte de encontrarme pegada a la fachada y
poder refugiarme debajo de una cornisa. Si llego a estar a un par de metros de
la pared me hubiera mojado completamente, tal era la brusquedad repentina del
agua que caía. La tormenta apareció jarreando agua de golpe. Menos mal que, igual
que vino, se marchó y pudimos disfrutar de los preciosos jardines que tiene ese
palacio.
Jardines de Schöbrunn |
En las otras ciudades por las que estuvimos la lluvia no nos molestó, pero el sol sí. En Bratislava anduvimos de sombra en sombra para poder atender las explicaciones de la guía sin derretirnos en el intento. En Budapest, las nubes nos dieron un poco de respiro, pero hacía bastante calor y se notaba que no era habitual porque los nativos miraban mi inseparable abanico con algo de asombro y mucha envidia (creo que una señora, paseando por el Parlamento, quiso arrebatármelo, pero le adiviné la intención y me giré abortando sus intenciones). Cualquier brizna de brisa era bienvenida, de hecho, cuando hicimos un crucero por el Danubio pensé en sobornar al piloto de la embarcación para que durara más el trayecto y así aprovechar el fresquito que la velocidad del barco en el río nos proporcionaba (además de poder regodearme en las fantásticas vistas de Budapest que dicho crucero nos regaló).
Vista del Parlamento de Budapest desde un barco en el Danubio |
Hasta en Salzburgo nos hizo calor. Antes de llegar, la imagen que yo tenía de esa ciudad es la que me quedó viendo «Sonrisas y lágrimas». Allí Julie Andrews iba vestida con trajes tupidos y bien abotonados; no le debió de hacer la temperatura que tuve yo porque, de ser así, hubiera muerto de una lipotimia cantando «Do, re, mi».
En fin, que el clima me decepcionó
mucho. Yo esperaba huir del calor español y me encontré con altas temperaturas
donde no suele haberlas. Para pasar esto no hacía falta salir de España, la
verdad.
En cuanto a hallar una cultura
diferente, en eso no hubo fraude. Como comento al inicio de esta publicación,
definir qué es la cultura de un país resulta complicado, pero yo lo resumo muy
fácilmente en tres cuestiones: historia, idioma y gastronomía.
De la historia no voy a comentar
porque siguen estando ahí los documentales de la 2. Me centraré en los idiomas
y en la comida, pero eso lo dejaré para el próximo post. ¡Ah!, también contaré
cuando se me coló un chino en la habitación del hotel de Budapest.
CONTINUARÁ…
Pues si hubierais ido ahora, estarías nadando o remado por las calles. Vaya diluvio el que ha caído por esos lares.
ResponderEliminarCuando, hace bastantes años, fuimos a VIena, no pudimos hacer la travesía por el Danubio hasta Salsburg porque dñuas atrás había llovido a mares y el río había alcanzado una altura que no permitía que el barco pasara bajo los puentes.
Así
Qué tiempo te va a hacer durante un viaje es la gran incógnita cuando uno planea marcharse por ahí. Según la época del año, antes, se podía más o menos hacer alguna previsión, ahora es imposible. Con el cambio climático te llueve a mares cuando no toca y te hace calor cuando debería hacer frío. Una aventura más que añadir al viaje, y un motivo para llenar más la maleta con ropa de todo tipo, de abrigo y de calor. Un rollo.
EliminarBesos
No sé qué c... pasa, pero otra vez se me ha disparado el comentario sin quererlo. De ahí los gazapos tipográficos.
ResponderEliminarSigo: Así que cuando uno viaja se expone a hechos así. Uno espera sol y encuentra agua y frío, y uno desea fresquito y se achicharra. Son los gajes de viajar.
Un beso.
Veo que hicimos un viaje similar, aunque nosotros solo visitamos las capitales de los cuatro países. Esa vez no alquilamos coche y nos desplazamos en tren. Mi idea sobre el clima de esos lugares es totalmente distinta a la tuya. Son países del centro de un continente y esos climas suelen ser extremos, mucho frío y mucho calor. En Praga recuerdo haber pasado calor, en Viena y en Bratislava los cielos estaban más cubiertos y lloviznó, sobre todo en Viena, pero tampoco de esa forma que comentas. Recuerdo una llovizna de pasear con paraguas. En Budapest hizo sol sin demasiado calor. Te hablo un poco de recuerdos lejanos porque el viaje lo hice en 1994.
ResponderEliminarEstoy deseando que nos hables sobre la gastronomía y, por supuesto del chino en tu habitación, ja, ja.
Un beso.
Sé que en esa zona el clima es continental, por tanto es de extremos, pero también es cierto que esas temperaturas tan elevadas no son comunes. En Viena, el guía local nos contó que hace años podían alcanzar 36 ó 37 grados dos o tres días en todo el verano, ahora tienen esas temperaturas durante dos o tres semanas. Quizás por eso la lluvia es en forma de tormenta, por esa temperatura tan elevada.
EliminarYa he colgado la segunda parte sobre la comida y el chino.
Besos.
Hola, Paloma.
ResponderEliminarSoy cero playa, no puedo estar ahí estirada cual croqueta rebozada, no, no. Y eso que la tengo a tiro de piedra.
Parece que te llevaste el sol y el calor, menos con el suceso de la tormenta exprés, ja, ja, ja
Yo también quiero que nos expliques lo del chino, seguro que nos haces reír un montón.
Un beso.
Hola, Irene.
EliminarPara mí también es más interesante visitar ciudades y contemplar paisajes que estar vuelta y vuelta en el sol. Bastante calor paso cuando tengo que sufrir el día a día en verano en Madrid.
Lo del chino fue de traca y a mí me supone un motivo de preocupación porque en todos los viajes me pasa algo estrambótico y, la verdad, no es normal. Ya está colgado en el blog.
Un beso grande.