CRÓNICAS ASTURES V
Mi misión de
convencer a la xana para que redimiera al oso penitente (Legítima defensa) no
había tenido éxito porque ni siquiera había sido capaz de encontrar a la ninfa.
Con el ánimo decaído me dispuse a acercarme a la aldea de Llueves para intentar
contactar con Furaco y comunicarle mi decisión de abandonar la búsqueda de
Ayalga.
A mi poco
entusiasmo para encarar tan amarga tarea se añadió que no me acordaba de dónde
se encontraba exactamente el lugar en el que me topé con aquel oso. Recordaba
que había que subir una empinada cuesta pues el sitio estaba en lo alto de una
colina, en una zona bastante boscosa y umbría. En aquella primera ocasión había
llegado paseando sin rumbo fijo y no presté atención al camino que había
empleado.
Entre las pocas
ganas de llegar y mi mala memoria acabé dando vueltas completamente
desorientada. La aldea de Llueves aquella mañana estaba desierta, no se veía un
alma en todo el pueblo y mi desorientación se incrementó. Furaco se había
aparecido cuando estaba apoyada en una roca con una cruz grabada pero después
de deambular un buen rato sin dar con ella empecé a desesperarme. No solo era
incapaz de encontrar a la xana, tampoco era apta para hallar el sitio donde
empezó mi calvario particular. ¡Pues qué bien!
Me dispuse a
llamar a la puerta de alguna casa y preguntar por la roca con la cruz, fue
entonces cuando vi una construcción que me llamó la atención por sus
dimensiones. Era muy, pero que muy pequeña. Aquella casa de piedra tenía un
llamativo tejado de teja roja y tan solo un par de ventanas y una puerta
diminuta. ¿Quién vivirá ahí? me pregunté, ¿David, el gnomo?
Llamé a la
puerta y nadie me contestó. Intenté mirar por uno de los ventanucos pero estaban
cerrados con unas contraventanas de madera que impedían ver el interior. Cuando
me disponía a rodear la casa para cotillear más, la puerta se abrió. Me giré
para ver quién se encontraba en el interior de la casa y… no vi a nadie.
¿Otro espíritu?
¡No, por favor! pensé. Pero en esta ocasión la razón de que no viera a nadie,
en un primer momento, no era cuestión de fantasmas sino de dimensiones. Quien
había abierto la puerta era una persona tan bajita que solo tras dirigir la
vista hacia el suelo conseguí verla, su estatura apenas rebasaba mi propia
cadera.
La persona que
tenía delante era de lo más extraño que había visto nunca y eso que a mí ya me
habían pasado cosas muy raras, especialmente en este viaje asturiano.
Una mujeruca me
observaba con unos grandes ojos verdes que antaño debieron de ser muy hermosos
pero que ahora me miraban circundados de arrugas y con expresión desconfiada.
Tenía el pelo canoso y largo, completamente revuelto y enmarañado con hojas de
todo tipo de tamaños y tonos pardos. Por vestimenta llevaba una blusa que debió
de haber sido blanca muchos años atrás y una falda que conoció tiempos mejores.
Estaba descalza y sus pies se mostraban sucios y encallecidos. Tras ese primer
vistazo, que tanto me impresionó, pude reaccionar y articular palabra.
—Buenos días
señora, perdone que la moleste, ¿podría decirme…
—Que el Señor
esté contigo —me interrumpió.
Ese saludo de
buena cristiana me hizo sentir culpable por mi estilo tan directo así que rectifiqué
recordando mis clases de catequesis.
—Y con tu
espíritu. ¿Podría decirme dónde…
—Ora pro nobis —me
volvió a interrumpir la mujeruca.
Vaya, he debido
de dar con la beata del pueblo, me dije.
—Estoy buscando
una roca con una cruz grabada y…
—Dios
todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos
lleve a la vida eterna.
—Amén —contesté
en un acto reflejo.
Llegados a este
punto empecé a sospechar que a ese paso lo mismo acabábamos rezando el rosario por
lo que decidí desistir de preguntar a tan extraño personaje y volver a probar
suerte en otra casa con gente más comunicativa.
—Perdone, creo
que la he interrumpido con sus oraciones y no quiero importunarla más, mejor me
voy. Disculpe la molestia.
Cuando me iba a
dar la vuelta para marcharme, la mujer se introdujo en el interior de la casa
dejando la puerta abierta y empezó a hablar sola.
—Tengo que
multiplicarlos. Demos gracias al Señor nuestro Dios. Malditos bichos, saltan y
no se dejan atrapar. No los puedo ayudar. Tengo que multiplicarlos. Es justo y
necesario. El conjuro no funciona. No funciona. No. Renuncié a hacerlo. Me
falta artemisa. Bendito seas por siempre, Señor. No, artemisa no. Mejor beleño,
sí beleño. O mandrágora. La paz esté contigo por siempre. Los peces me
necesitan. Ama al prójimo como a ti mismo.
Tras escucharla
desvariar de esa manera me ratifiqué en mi idea de buscar ayuda en otro lugar.
Esa mujer estaba como una regadera. ¡Un momento! Una loca, con unas pintas muy
raras, diciendo incongruencias… ¡No! ¡No podía ser verdad!
Tras pensar
esto volví sobre mis pasos y franqueé el umbral de la puerta agachándome un
poco pues el dintel era más bajo que yo. Una vez en el interior pude ver una única estancia iluminada por una difusa luz ambarina cuya procedencia no supe localizar. La mujer seguía con su particular monólogo pero yo me dirigí a ella tímidamente y con un hilillo de
voz.
—¿Ayalga?
A pesar de que
la dueña de la casa estaba hablando sola y, aparentemente, sin prestarme atención, se giró
en cuanto hablé.
—Sí. ¿Nos
conocemos? —me contestó mientras se quedaba quieta mirándome fijamente y
ladeando un poco la cabeza. Había dejado de balbucir incoherencias y su diálogo
parecía comprensible.
Me quedé muda
del pasmo. Así que la xana esquiva estaba viviendo en una casa y no en el río.
Además, muy cerca de donde Furaco me había pedido ayuda. Y yo dando vueltas
como una tonta por toda la comarca inquiriendo por ella.
Ante mi
mutismo, ella insistió.
—¿Qué quieres?
Conseguí
reaccionar a medias y salí de mi estupor.
—Hola. Esto…
yo… —después de tanto tiempo buscando a la xana, encontrarla cuando había
renunciado a ello me había descolocado completamente.
—Vamos, niña.
No tengo todo el día —rezongó enfadada—. ¿Has venido a burlarte de mí?
Que me llamara
‘niña’ me confirmó lo que ya me habían avisado, que no estaba en sus cabales. Dejé
la niñez hace muchos años, aunque, también es verdad que comparada con el
montón de siglos que la xana tenía yo era muy joven.
—¿Burlarme? No.
Quería pedirte…
—¡Ah, claro!
Vienes a pedirme. Todos quieren algo de Ayalga, o burlarse o pedir. Si lo que
quieres es que te haga algún conjuro te advierto que no me dedico ya a eso.
Renuncié —contestó al mismo tiempo que se persignaba—. Si quieres meigallos ya
estás dando media vuelta. No cuentes conmigo.
—En realidad lo
que quería no es que hagas un conjuro, más bien todo lo contrario, quiero que
lo deshagas.
Ante su
expresión de desconcierto y mientras seguía persignándose proseguí.
—No sé si
recuerdas a un oso llamado Furaco…
—¿Furaco? ¡Claro
que lo recuerdo! —me interrumpió gesticulando con grandes aspavientos—. Como
para olvidarme de él, si se tira todo el día deambulando por aquí quejándose. ‘Fue
en legítima defensa’, ‘fue en legítima defensa’ —repitió con tono burlón y voz
de falsete—. ¡Qué pesado! En mi vida he visto un oso más llorón, en cuanto lo
oigo me escondo de él. Es un auténtico plomo. ¿Qué le pasa ahora? In nomine
patris et filii et spiritus sancti.
—Amén —contesté
yo de nuevo. Tantos años ayudando a mi abuela sacristana me habían dejado poso—.
Sé que se queja mucho pero puede que tenga razón, Ayalga, él no mató al rey, en
realidad fue…
—El cuñado.
Ruega por nosotros Santa Madre de Dios —me interrumpió de nuevo.
—¿Lo sabías?
—Claro que sí.
No juzguéis y no seréis juzgados, San Mateo versículo cinco.
Por lo visto
iba a mantener una conversación con Ayalga algo dispersa, pero coherente dentro
de un orden.
—¿Y por qué
mantienes la maldición sobre el oso si sabes que no fue responsable de aquella
muerte?
—Yo no mantengo
ninguna maldición. Aquello es obra del pasado. Ahora soy distinta, renuncié y cambié.
Bendito seas por siempre, Señor.
—Pero Furaco
sigue penando por estos parajes, tú misma sabes que anda por aquí.
—Sí. Él
sabrá por qué es un fantasma errante. Yo renuncié con mis obligaciones de xana
y al hacerlo todos mis hechizos desaparecieron. Alabado sea el Señor. Además,
cuando pasó aquello del rey yo ya no tenía ningún poder mágico. Reconozco que
me enfadé mucho y tuve una rabieta de las mías porque la actitud de ese oso
pendenciero fue muy irresponsable, solo quise asustarle un poco —añadió con una
sonrisa traviesa en la cara—. Si aún no se ha reunido con los espíritus de sus
ancestros será porque no tiene la conciencia tranquila, tendrá culpas que
expiar. Cuando estaba vivo, Furaco no hacía más que meterse en peleas y
altercados. Pero no es mi problema. Señor, no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Cuando oí esto
de boca de la xana recordé un programa de Cuarto Milenio donde se venía a decir
que algunas apariciones eran muestra de cuentas pendientes y de remordimientos
de conciencia, aunque no recordaba bien quién tenía esos remordimientos, si el
espíritu en cuestión o quien percibía su presencia.
—¿De verdad no
puedes hacer nada por Furaco? —no podía creer que después de todo la xana no
fuera responsable de lo que le pasaba a mi oso lastimoso.
—Ni puedo, ni me
apetece. ¡Que me dejen en paz! ¡Renuncié! Antes de mi renuncia nadie reparaba
en mí. En cuanto abandoné mis prácticas de ninfa todos se dedicaron a insultarme,
a denigrarme, a ir con chismes sobre mí por todos lados. Pero me da igual. Me
es indiferente lo que piense esa panda de cretinos. Santa María, madre de Dios,
ruega por nosotros.
Resultaba muy
esclarecedor todo lo que contaba y me di cuenta de que en un conflicto siempre
hay que escuchar a las dos partes, o conocer más de una versión.
—Ya sé que
renunciaste a todo por amor —repliqué procurando empatizar con aquella xana que
por momentos me parecía mucho más cuerda de lo que daba a entender.
—¡Tú no sabes
nada! —contestó mientras alzaba la voz y me miraba airada. Esos ojos verdes
podían ser muy bellos pero también eran capaces de encerrar mucha ira, o
desencanto, no estaba segura.
—Llevo tiempo buscándote
y averiguando cosas sobre ti. Alguien me habló de tu desengaño amoroso…
Con una mueca
de burla en el rostro, Ayalga se acercó a mí y con un tono de voz que me heló
la sangre me interrumpió.
—¡Tú! ¡No sabes
nada!
—Me lo dijo
Brigo (Ultraje), que te conoció hace tiempo —continué en un intento de
justificarme.
Entonces,
bruscamente y sin solución de continuidad, Ayalga pasó del enfado a la risa.
—¿Brigo, dices?
—contestó entre carcajadas que me parecieron forzadas— Ese druida fatuo es un
imbécil. No entiende nada. Solo le preocupan dos cosas: su persona y cuántas
conquistas puede hacer para alardear de ellas. Bueno, hay otra cosa que también
le interesa: quejarse. Es un llorica tan insufrible como Furaco. Dice que se
siente ultrajado porque construyeron una iglesia encima de su tumba —recalcó haciendo
burla y encogiéndose de hombros—. Que aprenda a convivir con la frustración, no
siempre podemos conseguir lo que queremos, ¡si lo sabré yo! A mí tampoco me han
salido las cosas como quería y no voy lloriqueando por todos lados. Son todos
una caterva de flojos —añadió airadamente.
Según
transcurría mi charla con Ayalga me iba convenciendo de que ese personaje
estaba muy cuerdo. No era una loca. Rara, sí, pero loca, no.
—Yo deseé algo
con toda la fuerza de mi corazón pero no pude conseguirlo —continuó Ayalga—.
Amé a un hombre por el que renuncié a todo y fue en vano. No fui correspondida.
Mis acercamientos no dieron resultado, ni mis conjuros tampoco. No sirvió de
nada. Mi renuncia no obtuvo ninguna compensación, tan solo oprobio y rechazo.
En ese momento,
Ayalga, se dejó caer al suelo sentándose entre restos de hojas y ramas secas. Un
polvo fino amarillo, que yo creí que era polen, se levantó del piso envolviendo
a la xana en un manto dorado. Una gran pena se reflejaba en su rostro y yo
empecé a lamentar haberla molestado con mis peticiones absurdas pues empezaba a
sospechar que lo que me contó Furaco no se ajustaba a la realidad.
—La bendición
de Dios todopoderoso descienda sobre todos nosotros —prosiguió la xana
balanceando el cuerpo hacia delante y hacia atrás.
—Amén —volví a
contestar otra vez—. Tengo entendido que en un intento por conseguir la
atención de tu amado te hiciste cristiana —añadí pretendiendo averiguar más
sobre ella y comprobar en cuántas cosas más me habían informado mal.
—Eso tampoco es
verdad. Otra mentira más que se cuenta de mí. No sabes nada, niña —contestó con
un gesto de derrota que me dejó desarmada—. Convertirme al cristianismo fue una consecuencia,
no una herramienta. Mi amado Bermudo era un muchacho, novicio de una de las
primeras órdenes cristianas que vinieron aquí; era un benedictino. Le vi por
primera vez un día que fue al río a buscar agua, estaba rezando una oración en
voz alta. Sentía curiosidad por esos monjes tan austeros, tan recatados y me
acerqué más. Su mirada estaba cargada de dulzura, sus manos delicadas prometían
caricias imposibles que yo nunca llegué a probar, su voz era tan bonita… Desde
ese momento no pude quitármelo del pensamiento —prosiguió meneando la cabeza y
dejando caer los hombros en un ademán de desamparo—. Ya solo podía pensar en
él. Creo que me obsesioné, pero el dios Angus me había lanzado sus redes y ya no pude
escapar.
Tras decir esto
Ayalga se calló y permaneció ensimismada mirando al frente, con la mirada
perdida. Entonces comenzó a rezar un avemaría y a hacer el signo de la cruz
frenéticamente. Cuando terminó la oración continuó su discurso como si nada
hubiera pasado.
—En un par de
ocasiones conseguí volver a verlo pero la última me aparecí ante él, se asustó
y huyó. Las estrictas normas de su orden le obligaron a encerrarse en un
monasterio, perdiendo todo contacto con nadie que no perteneciera a su
congregación —tras apartar una lágrima dorada de uno de sus ojos la xana
continuó hablando—Como una manera de sentirme próxima a él empecé a frecuentar
los templos de su religión y me alejé del río. Ya que no podía verlo quería comprender
su forma de vivir, sus oraciones. Quería saber por qué su dios le pedía
aislarse encerrado entre los muros de un cenobio y no podía disfrutar de la
mayor creación del hacedor: la Naturaleza.
Mientras Ayalga
proseguía con su monólogo el polvo amarillo que la había envuelto al principio
empezó a brillar y sus ojos verdes reflejaron destellos dorados; las hojas del
suelo se arremolinaron en derredor suyo encerrando a la xana en un círculo de
hojarasca. Los restos de vegetación que había por toda la estancia se habían
acercado a arroparla, a protegerla.
—Al principio
sus iglesias me parecían tristes, oscuras —prosiguió Ayalga—pero poco a poco,
descubrí que el recogimiento que allí se sentía me procuraba una gran paz. Pasé
muchas horas en esos templos, asistí a muchas de sus ceremonias religiosas y
acabé consiguiendo una serenidad que creía perdida desde que me enamoré de
Bermudo. Fue entonces cuando decidí seguir la doctrina del crucificado, cuando
me volqué en la práctica de su religión, cuando renuncié a mi condición de
xana. Sabía que mi determinación me iba a traer problemas, que ellos no lo
entenderían, pero no me he arrepentido nunca de esa decisión. Nunca, a pesar de
todo.
—¿A pesar de
todo? —la interrumpí.
—Sí, a pesar
del desprecio de mis allegados, del escarnio de mis compañeras acuáticas, de
las burlas de todos los habitantes del río. Elegir otra forma de vida me supuso
la defenestración, el rechazo de quienes dijeron que me querían. Dejé de formar
parte de su mundo en cuanto renuncié a pensar como ellos. Hube de pagar mi imperdonable
osadía: enamorarme de un ser diferente a mí y seguir un credo distinto al que
me correspondía por nacimiento. Pagué un alto precio por mi elección y por mi
renuncia.
Decididamente,
Ayalga no estaba loca, ni mucho menos. Su discurso era de una claridad diáfana
y lleno de sentido común. Si no fuera por esa manía de citar frases de la eucaristía
o de ponerse a rezar de repente…
—¿Por qué a
unos seres se les disculpa, incluso se admira su pasión y a otros, en cambio,
se nos reprocha? —continuó—. El dios Angus se transformó en cisne para ser
igual que su amada. O la misma Froiluba (El beso), baja a la orilla del río a
llorar su pena y todo aquel que la oye se compadece de ella. Al menos esa viuda
pudo disfrutar de su enamorado, pudo estar con él, aunque fuera un tiempo
breve, pudo besarlo y sentirlo, acariciarlo y ser acariciada. Yo no. Yo no tuve
nada de eso. Solo conseguí rechazo y menosprecio. Ave María Purísima.
—Sin pecado
concebida —volví a replicar.
No sé si fue por
mi educación en el seno de una familia católica, por mi abuela sacristana o simplemente
por empatía, pero no podía dejar de contestar a los introitos eucarísticos de
la xana. Tras mi réplica, Ayalga se calló, se levantó del suelo y comenzó a
recorrer la pequeñísima estancia a gran velocidad, como si estuviera buscando
algo.
—¿Dónde está?
Tengo que encontrarla. No podré pescarlos. Y multiplicarlos. Es justo y
necesario. Gracias a ti Señor, por este pan fruto del trabajo del hombre
—empezó a decir Ayalga mientras daba vueltas por la sala.
Había entrado
en uno de sus bruscos e intensos estados de enajenación y yo no sabía qué
hacer. Verla deambular con ese frenesí me estaba poniendo nerviosa.
—¿Buscas algo?
—dije por ayudar.
—La caña de
pescar. La necesito —respondió mientras se mesaba los desordenados cabellos.
—Otra cosa que
no te perdonan los habitantes del río es que pesques —añadí recordando mi
conversación con Saltín (A contracorriente) —. Consideran una traición que
ahora te alimentes de peces.
—Yo no me como
los peces. Otra mentira más. Señor ten piedad. ¿Quién te dijo eso?
—Pues un
salmón. Si no te los comes ¿para qué quieres la caña? No me digas que practicas
tú también la pesca sin muerte —repliqué con cierto sarcasmo.
—Cada vez hay
menos, los pescadores los matan y ya quedan muy pocos. Quiero capturarlos para
multiplicarlos, como hizo nuestro señor Jesucristo junto al mar de Galilea. Los
multiplicaré y evitaré que desaparezcan —contestó Ayalga mientras seguía
revolviendo los pocos enseres que en esa casa cabían.
Después de
todo, es posible que Ayalga sí estuviera un poquito loca. Pero tantos años
siendo rechazada tan injustamente y viviendo en soledad condenada al ostracismo
es motivo más que suficiente para que la mente se desquicie algo.
—Los peces se
multiplican. Ya está. El conjuro funcionará. Ya no soy xana. Renuncié.
Funcionará. Amad y seréis amados. Ora pro nobis. Y con tu espíritu. La paz del
Señor.
Ayalga
completamente trastornada daba vueltas desenfrenadamente y gesticulando. Tan
solo se paraba de vez en cuando para persignarse y entrecruzar los dedos de las
dos manos en un gesto de súplica mientras dirigía la vista hacia el techo.
Estuve unos
minutos esperando a que la xana volviera a su estado de lucidez, pero fue en
vano. Intenté hacerla entrar en razón con unas cuantas frases pero todo fue
inútil. Parecía que el momento de discernimiento había pasado y ya no era
posible comunicarse con ella.
Desistí de
seguir hablando con Ayalga y salí de la casita dejando a la xana con su monólogo
incoherente. Al cerrar la puerta, el mismo polvo amarillo que había en el suelo
se desprendió de las jambas posándose en mis ropas.
Fuera de la
vivienda me apoyé derrotada en un árbol. Estaba desconcertada. En lugar de encontrarme
a una loca rencorosa y malhumorada xana, tal como me la habían descrito quienes
la conocieron antes que yo, había hallado a un ser triste, algo desquiciado, es
cierto, pero ante todo, Ayalga me pareció un ser desvalido, frágil y solitario.
Además, la conversación
con la xana lo había trastocado todo. Ya no me importaba el destino de Furaco,
ese oso tendría que afrontar las consecuencias de sus actos, quizás él mismo no
estaba tan convencido de haber actuado en defensa propia cuando atacó a Favila.
El druida quizás no debería amargarse tanto por reposar debajo de un templo
cristiano, un templo que llamaba al recogimiento y en donde se predicaba el
amor también, no tan libre ni tan carnal como a él le gustaría, pero amor al
fin y al cabo. O la viuda quizás debería lamentarse menos y dar gracias por
haber podido besar a su amante y por el recuerdo de ese beso; es mejor haber
amado y ser correspondido que ser rechazado y no conocer nunca los placeres de
ese amor.
Pero muchas
veces es más fácil buscar culpables ajenos para así eludir nuestras propias responsabilidades
o nos empeñamos tanto en compadecernos de nosotros mismos que no sabemos
valorar lo que tenemos o lo que hemos tenido.
En cambio Ayalga
no era así. Ella renunció a sus tradiciones y asumió las consecuencias. Supo ver qué
podía conllevar la renuncia. Su elección al enamorarse o al creer en un dios
concreto le había supuesto el ostracismo, la exclusión. Había sido fiel a una
convicción, había sido coherente con su determinación y lo había pagado muy caro: sola, vilipendiada y dispersa en su delirio. Como para
no volverse loco.
Mientras me
sacudía el polvo que se había adherido a mi camisa al salir de la casa, sentí
pena por la xana pero también admiración por su valentía, por ser tan fuerte
dentro de su fragilidad. También pensé qué tendría ese dichoso polvo amarillo
que se quedaba pegado a mis dedos y que brillaba a la luz del sol.
Abandoné
Asturias el día siguiente. Cuando estaba colocando el equipaje en el maletero
del coche miré hacia la colina donde se encontraba la vivienda de la xana.
Desde mi posición no podía ver la casita, la distancia y la frondosa vegetación
me lo impedían, pero al dirigir la vista hacia allí creí ver una luz verde
brillar. En ese momento se levantó una ligera brisa que arrastró unas hojas
secas de un jardín aledaño. Las hojas se arremolinaron en torno a mis pies
formando un círculo perfecto, al mismo tiempo que un polvo dorado se levantaba
del suelo para cubrir con reflejos ambarinos mis zapatos.
Volví a mirar
hacia la colina y la luz verde brilló de nuevo. Ayalga decía que había
renunciado a su condición de xana, pero yo sabía que lo que estaba pasando era
obra de ella. Después de todo, y por mucho que se cambie, uno no puede
renunciar del todo a lo que fue, siempre queda algo.
Mirando la luz
verde brillante levanté la mano y le dije adiós.
NOTA: Angus es
el dios celta del amor, se enamoró de una mortal y se convirtió en cisne para
estar cerca de ella.
A las xanas se
las considera popularmente las hadas de los ríos y los bosques asturianos. Pero
en la mitología griega una ninfa no es lo mismo que un hada. Las ninfas tienen
apariencia femenina y son del mismo tamaño que los humanos, mientras que las
hadas son minúsculas. Mi Ayalga, como es fruto de mi invención, ha resultado
ser un compendio de ninfa y hada. Que me disculpen los puristas. El polvo de hadas son unas partículas que se caracterizan porque brillan y producen diferentes efectos desde inconsciencia a alucinaciones.
Siempre he
sentido admiración por quienes no se dejan arrastrar por la masa, por quienes tienen
sus propias ideas y no permiten que los manipulen, aunque esa oposición les
tache de locos o de raros. Independientemente de que tengan razón o no, o de
que se equivoquen con sus convicciones, ese criterio propio me resulta muy
atractivo. Además, me siento muchas veces identificada con ese tipo de
personas, puede que yo también sea algo rara, o simplemente estoy loca. El
personaje de Ayalga es un homenaje a todos aquellos que asumen con valentía ser diferentes.
Las crónicas
astures se han terminado. Pero antes de cerrar definitivamente esta sección
quiero agradecer encarecidamente a todos los que habéis sido fieles a esta
serie. Soy consciente de que este tipo de relatos tan largos y con tantos
episodios no son del agrado de muchos blogueros, que el formato no es el más
apto para los gustos y usos de quienes frecuentan los blogs. Con todo y con
eso, vosotros, quienes me seguisteis en la búsqueda de la xana, habéis leído y
comentado igualmente. Gracias por vuestra fidelidad y vuestra paciencia.
GALERÍA FOTOGRÁFICA
La casita de Ayalga |
Mapa de la ruta en busca de la xana perdida |
GLOSARIO
Crónicas astures I: Legítima defensa
Crónicas astures II: El beso
Crónicas astures III: Ultraje
Crónicas astures IV: A contracorriente
Crónicas astures V: Renuncia
Como seguidora 'fiel' (y entusiasta) de esta serie yo te doy las gracias a ti por contarnos cosas de Asturias de una manera amena y divertida.
ResponderEliminarSabes que yo no leo blogs (salvo el tuyo) así que no tengo ni idea de lo que se estila o es frecuente en estos sitios. Solo te puedo decir que a mí las historias largas, si están bien contadas y son entretenidas como las tuyas, no me asustan. Así que por mí puedes seguir escribiendo lo que quieras que tendrás en mí una lectora asegurada.
Eso en general. En particular esta serie me ha encantado, me han gustado todos los personajes que has inventado y he de remarcar que a mí me has sorprendido con esta última publicación. Me había hecho una idea de la xana completamente diferente a lo que era en verdad, y eso muestra cómo has sabido 'engañarme'. Además, creo que hay mucha reflexión en esa forma de describir un personaje según lo que opinan otros de él para luego darse uno cuenta de que como dices en la historia hay que oír a las dos partes.
En fin, que me ha encantado, de verdad. Tienes mucha imaginación y espero que donde sea que viajes sigas encontrándote con personajes tan entrañables como los de estas crónicas.
Un gran beso.
Lucía.
Hola, Lucía.
EliminarMuchas gracias por tus palabras tan alentadoras. Estas historias largas no suelen ser del agrado de algunos blogueros. La actividad frenética que se suele dar por estos lares hace que los textos extensos tengan poca aceptación, pero cuando escribí esta historia decidí que tuviera la extensión que yo creía oportuna, no la más adecuada para el blog.
Sí es cierto que me he planteado dejar de publicar este tipo de relatos por esta vía, aunque por otra parte... No sé, ya veré qué hago en un futuro próximo. De momento me quedo con tu seguimiento incondicional. Gracias.
Un besote.
Siempre tuviste admiración por quienes no se dejan arrastrar por la masa, por quienes tienen sus propias ideas y no permiten que los manipulen, aunque esa oposición le tache de locos o de raros. Independientemente de que tengan razón o no, o de que se equivoquen con sus convicciones, ese criterio propio te resulta muy atractivo.
ResponderEliminarEs bonito.
Asturias es hermosa desde sus raíces.
Al final Ayalga no era el silencio arrepentido pero sí el amor ciego ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Hola, Paco.
EliminarMe gusta la gente valiente que tiene ideas propias, siempre y cuando esas ideas no sean perniciosas para nadie, claro.
Siempre me han atraído las personas que no se dejan llevar por la moda y que en cierta manera van contra la corriente.
Como ves el salmón Saltín no fue el único que nadaba a contracorriente.
Un beso.
👏👏👏👏 mis más sinceros aplausos, Kirke. Has sabido terminar la historia de una manera muy hermosa. Con esa Xana que supo renunciar por amor y a la que todo el mundo critica; todo el mundo que no supo o no quiso tener el valor para aceptar lo que les tocaba vivir. La gente tiende a quejarse mucho y a no sentirse nunca culpable de nada de lo que les sucede.
ResponderEliminarY me ha encantado ese mapa final que pones con los lugares donde han tenido lugar los cinco capítulos de tus crónicas.
La verdad es que ha resultado un placer leerte y aunque es cierto que han sido entradas largas, una vez se empezaban a leer, una se veía arrastrada y ya no se acordaba de si era largo o corto.
Geniales tus crónicas asturianas.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarEres una lectora entusiasta y fiel de este blog, prácticamente desde sus inicios.No concibo este espacio sin tu visita constante. Gracias, amiga por esa fidelidad.
El mapita me costó bastante trabajo porque es completamente artesanal, nada de un 'copia y pega' de otro sitio. Así que te agradezco que hayas reparado en ese detalle.
Me estoy replanteando mi actividad bloguera, aún no tengo nada decidido pero sea cual sea la determinación que tome tú serás siempre un referente asociado a mi blog.
Un beso muy grande, amiga.
Ay, Paloma; qué pena me da que se termine, la he disfrutado y me ha maravillado sumergirme en esta serie donde brotaba historia, fantasía, realidad y humor. He sentido pena, nostalgia, picardía, recelo y finalmente comprensión.
ResponderEliminarEn esta última entrega has hecho un perfecto balance en el que se exponen las verdades y mentiras de cada personaje, porque no existe solo de una. Para cada sujeto cada acto será visionado de una manera y estos desencadenantes tendrán mil razones para existir, así que nos llevas a reflexionar justo a eso. La xana sí que es verdad que tenía un serio problema psicológico pero la soledad e incomprensión es un castigo muy severo. Pero de ella me quedo con su fortaleza y sentir, como has dicho, es digno de admirar. Todos deberíamos ser más libres para ser tal cual, sin el miedo que acarrea la sociedad o el entorno.
Me ha encantado mucho, mucho.
Un beso enorme.
Hola, Irene.
EliminarMuchas veces nos dejamos llevar por lo que dicen otros, no tenemos otra manera de ver algunas cosas y nos hacemos una idea equivocada. Creo que lo que ha pasado con Ayalga es un buen ejemplo, cuando solo conocemos a alguien por las referencias de terceros nos tenemos que imaginar cómo es ese alguien a través de esas opiniones pero si podemos conocer a la persona en cuestión nos haremos una idea más cercana y, muchas veces, alejada de lo que nos dijeron.
Gracias por ser tan fiel a esta serie y por tu apoyo incondicional. Saber que te gustó me enorgullece mucho.
Un beso grande y feliz domingo.
Ahora solo faltaría añadir "Podéis ir en paz", jajaja.
ResponderEliminarMe han encantado estas crónicas, tan bien concebidas y narradas. Un gran trabajo el tuyo, desarrollando un cuento de hadas y embrujos en una región rica en mitos y leyendas y con un trasfondo histórico. Las reseñas a pie de relato y las espléndidas fotografías han rematado el trabajo bien hecho. Enhorabuena.
En muchos de nuestros viajes, si conociéramos la historia del lugar, sus leyendas y tradiciones ancestrales, disfrutaríamos mucho más de la visita.
Con tu relato nos has transportado muchos siglos atrás. Debo decir que su final me ha sabido a poco, dejándolo abierto a la imaginación de cada uno. Habría preferido que, por lo menos, el pobre Furaco recuperara su estado original y fuera un oso más que poblara las montañas asturianas, jeje.
Una historia sencillamente genial (si es que lo genial puede ser sencillo).
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarQué duda cabe que Furaco tiene un problema y yo no se lo he solucionado. Pero yo solo me comprometí a buscar a la xana e interceder. La encontré y también me encontré con que la cosa no era como el oso me la había contado, así que... él sabrá. Que cada palo aguante su vela, viene a ser la moraleja final, ja, ja, ja.
Me alegra mucho la buena opinión que tienes de esta serie. Fue una apuesta arriesgada (por la extensión de cada entrada y la duración de la historia completa) que me ha hecho reflexionar mucho sobre los pros y los contras de un formato como es el blog.
Gracias por tu comentario y la buena valoración.
Un beso grande.
Me han encantado tus crónicas de tu viaje a Asturias y como te ha inspirado y para nada se me ha hecho largo, todo lo contrario, me han gustado mucho y me han entretenido , de modo que muy muy agradecida.
ResponderEliminarY me has emocionado en la parte final de tu nota, algún te contaré porque, pero si, en cierta manera hay parte de esa admiración que tú sientes que me ha hecho emocionarme sobre manera. Creo que nunca se ha de aislar a nadie por su forma de pensar o sentir, cada uno es libre de pensar, sentir y vivir como quiera sin que haga daño a nadie y así debe ser, pero a veces hay que seguir una serie de normas que la sociedad impone o un circulo en concreto de personas, y si no entras en esa forma de pensar te ves aislada y repudiada, en fin creo que quienes así lo hacen, se equivocan, ante todo siempre el respeto por el que tienes enfrente debe ser la base de la vida y la convivencia, y creo que con esto ya te he dicho mucho.
Gracias mil por esta serie tan bonita que me da pena que se acabe, me ha encantado Paloma, ojala en tus próximos viajes tengas tanta inspiración para relatos como estos.
Besos.
Hola, Tere.
EliminarPor lo que cuentas tú o alguien muy cercano a ti, habéis tenido que soportar los inconvenientes de no seguir las normas sociales, o hacer algo distinto a lo que se espera de uno.
Es difícil salirse de la norma, porque la sociedad no tolera bien a aquellos que tienen sus propias reglas. Siempre que no se haga daño a terceros yo siempre defenderé el "vive y deja vivir", algo muy manido pero, por lo visto, muy complicado de cumplir.
Gracias por tu apoyo incondicional a esta serie asturiana.
Ojalá que en mis próximos viajes me encuentre a personajes tan peculiares como estos. Ya veremos.
Un besote.
Ya sabes que soy absoluta fan de tus crónicas astures y me encanta como has hilado todo, como le has dado la vuelta a algunas cosas y todas las conclusiones y reflexiones que podemos sacar de este texto.
ResponderEliminarEnhorabuena y la casina de Ayalga me encanta.
Besos.
Hola, Gemma.
EliminarMuchas gracias por tu seguimiento. Siendo tú asturiana que te haya gustado esta serie tiene un plus añadido.
Un besote.
Me he divertido mucho con estos capítulos de esta historia que nos has contado. Es el fruto de tu imaginación y la forma de contar tus peripecias por la tierra asturiana, donde las leyendas de xanas, druidas, duendes, Etc.... hay muchas en su mitología. Ademas de como le das tu gracia, es estupenda y ha sido muy agradable leer tu escritos. Ójala yo tendría esta gracia para contar las histórias de mis viajes como tu nos los muestras, yo utilizo más Wikipedia. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarCada uno tiene una virtud. A mí me encantaría, por ejemplo, pintar tan bien como tú. Yo, con un pincel en la mano, soy un absoluto desastre.
Gracias por tu fidelidad a esta serie.
Un beso muy grande.
Bueno, bueno, bueno,... un final que ni me imaginaba. Un final lleno de ternura e ingenio. Enhorabuena!
ResponderEliminarHola, Norte.
EliminarEsa era la intención, dar un final inesperado y presentar a una Ayalga distinta a lo que nos contaban los otros personajes.
Me alegro de que hayas disfrutado.
Un beso.
Excelente colofón, Paloma. Te felicito. Has sabido crear una trama coherente, has distribuido la información y has sabido dar contenido a todos y cada uno de los capítulos. Y lo has hecho utilizando un recurso esencial: la continuidad. En todos ellos haces referencias a los anteriores, enlazas la nueva información con la ya dada. Eso es vital para que el lector no se abrume. También me gustaría destacar los diálogos. Tienes oído para escuchar al personaje en tu mente y plasmarlo en papel. Con ello consigues que hablen con Naturalidad y que cada uno, el oso, la viuda, el druida y Ayalga, hablen distinto. Tengan su propia voz. Así que Chapeau!
ResponderEliminarQuizá, como sugerencia, evitaría en el final dar esa opinión sobre si las personas raras son esto o aquello. Esas conclusiones mejor dejar que las saque el lector, aunque las comparta. Un fuerte abrazo!!!
Hola, David.
EliminarSí es cierto que la nota final es redundante, pero no pude evitarlo y caí en la tentación de remarcar mi admiración por aquellos que se rebelan contra la norma establecida y van a su bola (sin perjudicar a terceros).
Utilizar el diálogo es un recurso muy valioso pero peligroso también porque si no es natural, no es creíble y todo se desmorona. Gracias por valorar los diálogos de esta historia tan positivamente, me has inflado como un globo, de verdad.
Gracias también por ser fiel a esta historia larga tan poco apropiada para seguir por un formato como es un blog.
Un abrazo grande.
Paloma muy buen final, mis felicitaciones por el trabajo que has hecho con estas crónicas y sobre todo por ese vívido sentido del humor que hay en cada uno de los capítulos. En el de hoy he soltado cada carcajada y es que lo bordas, escribir en clave de humor me parece muy complicado y de hecho recuerdo pocos libros con los que me he reído y sin embargo mientras te leo en ti es natural y lo haces fácil, me han encantado esos diálogos casi esperpénticos con la religión por medio.
ResponderEliminarUn beso enorme y muchas felicidades
Hola, Conxita.
EliminarSaber que te he hecho reír me hace sentir muy satisfecha. Dicen que es más fácil hacer llorar que reír, el caso es que me siento muy cómoda escribiendo humor.
Lo que me cuentas de los diálogos también me supone un gran estímulo.
Muchas gracias por ser una fiel seguidora de estas crónicas y por ser tan amable comentando.
Un besote muy grande.