Toma 1
¡Acción!
1538. País de los Chachapoyas (Amazonía de Perú). Dos
hombres vestidos con armadura y morrión, uno de ellos porta un arcabuz al
hombro mientras que el otro lleva una espada al cinto, los dos contemplan cómo
varios carpinteros están construyendo una barca.
—Don Alonso, ¿no va siendo hora de
darnos por vencidos? —dice el hombre del arcabuz—. Aquí ni hay oro ni piedras
preciosas, tan solo mosquitos como perdices e indios beligerantes.
—A fe mía que hemos de seguir
mientras las fuerzas no nos falten. ¡Vive Dios!
—Estoy de esos chachapoyas… hasta el
final de su nombre, en mala hora vinimos aquí, don Alonso.
—No blasfemes, Gonzalo. En cuanto
crucemos este vasto río, hallaremos la laguna repleta de oro.
Los dos hombres se giran tras oír
gritos. Un hombre con un papel en la mano se acerca al de la espada.
—Señor Alvarado, que los
chapachollas, esto… los chanasollas, no, los… Que los indios poyas de San Juan
de la Frontera se han amotinado. Se nos ordena que abandonemos la búsqueda y regresemos.
—¡Voto a Cristo! Suspendemos la
expedición a El Dorado.
Toma 2.
¡Acción!
1540. Bogotá. Palacio del gobernador. En una espaciosa
sala un hombre asiste de pie a la perorata de otro hombre que está sentado tras
una enorme mesa de madera.
—¿Me estáis diciendo que después
de sacrificar a los caballos para alimentar a la tropa y después de perder a la
mitad de vuestros hombres, volvéis sin saber dónde está El Dorado? ¡Maldita sea
vuestra estampa, don Hernán Pérez de Quesada!
Toma 3.
¡Acción!
1546. Desembocadura del Río Grande (actual Amazonas).
Dos hombres observan a un enfermo postrado en un catre instalado en una tienda
entre palmas.
—¿Desde cuándo está así?
—Las fiebres le atacaron hace dos
semanas, pero esta noche ha sido la peor. No creo que sobreviva, don Luis. Ni
las tisanas ni los ungüentos le están haciendo efecto
—¡Maldito El Dorado! Después de
tantos logros, después de descubrir este grande río, después de pelear ferozmente
contra los indios, acabar así por buscar una quimera.
—Y no se olvide vuecencia de las
indias.
—¿Qué?
—Que ha parlado sobre las luchas
de los indios, pero las indias de aqueste lugar no son menos fieras peleando.
Nuestro capitán —señala al hombre postrado— las llamó amazonas, porque le
recordaban a unas mujeres antiguas que guerreaban igual de bien.
—Yo tampoco creo que vea el día de
mañana —replica el otro haciendo caso omiso del comentario—. Llamad al capellán
para que le dé los Santos Óleos a don Francisco de Orellana.
Toma 4.
¡Acción!
1561. Barquisimeto (Venezuela). Tres hombres
ensangrentados discuten frente al cadáver de otro que yace a sus pies con
múltiples cuchilladas.
—¡Se acabó la discusión! Ni al
Perú ni a El Dorado, yo me vuelvo a mi pueblo del que nunca debí salir —dice
uno de los hombres limpiando una daga en la manga de su camisa.
—¡Cómo vas a volver! —replica otro
de los hombres al que le falta un ojo—. Ahora somos prófugos de la justicia. Si
ya teníamos difícil el explicar la muerte de don Pedro de Ursúa y la de don
Fernando de Guzmán, esta —señala el cadáver— nos manda derechitos al cadalso.
—¡Cuidado, Cosme! No te confundas.
De la muerte de don Pedro es responsable quien ahora acabamos de mandar al
infierno. ¡Hideputa Lope de Aguirre! —exclama dándole una patada al cadáver—.
Nuestra situación es por culpa de él —lo vuelve a patear—. Nos engañó con
promesas vanas. Que si íbamos a ser los reyes del Perú, que si le íbamos a
hacer sombra al propio Felipe II… en mala hora le seguimos, por su culpa nos
encontramos así.
—Puede que en el asesinato de don
Pedro nosotros no tengamos parte, pero en el de don Fernando… —interviene el
tercer hombre que había permanecido en silencio.
—Porque quería abandonar la
conquista del Perú para nosotros y regresar a buscar El Dorado, ese lugar del
que los indios nos hablan pero que nadie ha visto aún. A fe mía que nos están
burlando estos indígenas.
—¿Y todas la muertes que se han
dado después? —porfía Cosme— Porque fue darle matarile a don Fernando y ha sido
un sin parar, las cuchilladas y los estrangulamientos eran casi diarios; apenas
quedamos unos pocos de toda la expedición.
—Por eso mismo debíamos hacer esto
—señala el cadáver con la daga ya limpia—. Había que ponerle fin. Nos volvemos
o nos quedamos, pero El Dorado que lo busque otro.
Toma 5.
¡Acción!
1569. Cumaná (Venezuela). Dos hombres rezan ante una
tumba improvisada entre dos palmeras.
—Señor, te encomendamos el alma de tu siervo Diego
Hernández Serpa para que lo acojas en tu seno. Amén.
—Es hora de partir, Fernán, antes de que los indios
aparezcan y rematen lo que no consiguieron ayer.
—Si no hubiera tantos desertores podríamos haberlos hecho
frente y aniquilarlos.
—Esta expedición no tiene ningún sentido, buscamos una
leyenda.
—Pero los dos capitanes que fueron en avanzadilla vieron
una aldea con pepitas y piezas labradas en oro.
—Puede, mas no portaron con ellos nada que lo probara, además,
ahora están bajo tierra como nuestro gobernador. Vámonos, aquí no hay nada de valía.
Toma 6.
¡Acción!
1573. San Juan de los Llanos (Venezuela). Dos hombres
están sentados a la sombra de una ceiba, tienen picaduras en el rostro y manos,
sus vestimentas están desgarradas y sucias.
—Mejor nos volvemos, señor Jiménez
de Quesada. Regresemos a Bogotá, olvidaos de El Dorado y disfrutad de vuestro
título de marqués que aquí estamos de más.
Toma 7.
¡Acción!
1574. En algún lugar entre el actual río Amazonas y el
Orinoco. Una llanura está cubierta de cadáveres. Un grupo de indios caribes
observan la matanza.
—Bueno. Un problema menos —dice
uno de los indios—. Mira que llevamos ya muertos unos cuantos y siguen
viniendo. Desde luego, son valientes.
—O tercos —añade otro.
—O idiotas —dice otro más.
—Son avariciosos. La obsesión por
el oro les nubla la mente —añade una mujer—. Jefe, ¿qué hacemos con el único
superviviente?
—Tómalo cautivo para que dentro de
unos años les cuente a los suyos lo que aquí pasó. Que sepan que buscar oro les
trae la muerte como se acerquen por nuestros dominios.
Toma 8.
¡Acción!
1596. Santo Tomé de Guayana (Venezuela). Un hombre
joven está sentado junto al lecho de un hombre anciano semiinconsciente. Algo
más retirado, otro hombre los acompaña de pie.
—He llegado tarde, padre, perdonadme, pero no pude reunir
toda la ayuda que me demandasteis con la celeridad que el asunto requería —dice
el hombre joven al yaciente.
—Creo que ya no es capaz de escucharos, don Fernando. El
señor De Berrío está a punto de encontrarse con el Hacedor —dice el hombre que
está de pie.
—¡Mal rayo parta a El Dorado y a quienes alientan
leyendas y cuentos de viejas! Mi padre va a entregar su vida por perseguir un
ensueño. ¡Cuántos años desperdiciados!
—Las penalidades de todas las expediciones hechas le han
pasado cuenta. Fiebres, hambre, ver morir a sus hombres, el ataque del pirata
Raleigh y los meses que estuvo preso de esos corsarios… Son muchos sinsabores.
Harto ha soportado.
—Al menos ahora descansará en paz. Pero yo he de seguir
con su búsqueda.
—Acabáis de decir que es una quimera.
—Mi linaje me obliga a continuar con el legado de mi
padre.
Toma 9.
¡Acción!
1652. Laguna de Guatavita (Colombia). Dos hombres
observan cómo multitud de operarios intentan quebrar la ladera de un cerro
aledaño a un gran lago.
—Señor, ¿en verdad creéis que
vamos a desecar toda esta agua? —dice el hombre más joven.
—Es aquí donde los eruditos ubican
El Dorado.
—Pero eso es una fábula, señor, y
perdonad mi franqueza. No hay más riquezas que las que ya se han encontrado.
—Aquí se celebraba una ceremonia
en la que cada nuevo cacique de Guatavita se cubría con oro y se bañaba en la
laguna al tiempo que sus súbditos arrojaban al agua esmeraldas y objetos de
oro. El fondo de esta laguna debe de estar repleto de tesoros, Rodrigo.
—No sé, señor Sepúlveda, pero
mucha agua junta veo yo para hacer que se escape por aquella brecha que
intentan abrir.
—Ten fe, Rodrigo, ten fe. El tesón
es la base del éxito.
—Os doy la razón a medias: tesón
no nos falta, pero éxito...
Toma 10.
¡Acción!
1971. Selva peruana. Un hombre está sentado en una
silla de tijera, en la mano tiene un megáfono, a su lado otro hombre lleva en
las manos un libreto. Varios hombres y mujeres trajinan alrededor de ellos
entre cámaras y focos.
—¡Coooorten! —grita el del
megáfono—. Este guion es una mierda. Así no vamos a ningún lado.
—Werner, tu idea de hacer una
película sobre aventureros en busca de El Dorado es muy difusa. Hubo tantos que
es difícil centrarse.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Nos
basamos en una sola expedición. Me gusta mucho esa que tiene tantos asesinatos,
eso da juego. ¿Cuál era? —se rasca la frente— ¡Ah! ¡Sí! La que habla de un tal
Lope de Aguirre. Esa es la que vamos a utilizar, ya tengo en mente a quien hará
el papel del sanguinario ese: Klaus Kinski encarnará muy bien el personaje.
—¡Genial! ¿Y el título? ¿Seguimos
con el de ahora, «En busca de El Dorado perdido»?
—No. Mejor: «Aguirre, la ira de
Dios». Seguro que es un taquillazo.
Ja, ja, razón tubo Werner (Herzog, I supose). Fue todo un taquillazo. Con una historia tan compleja y dilatada en el tiempo, es mejor ceñirse a un solo detalle y saber contar mucho solo con eso.
ResponderEliminarMagnífico relato, Paloma.
Un beso.
Supones bien, querida Rosa, es Herzog el Werner del relato.
EliminarMe alegro de que te haya gustado esta crónica.
Un besote.
Acabo de ver ese "tubo" en mi comentario y me ha hecho sangrar los ojos. No sé cómo ponen la "b" al lado de la "v" en los teclados.
EliminarOtro beso.
Ja, ja, ja, yo también creo que el que puso esas dos teclas juntas lo hizo con muy mala intención.
EliminarNo te preocupes, hasta el mejor escribiente tiene un borrón. Las prisas, y la mala leche del que diseñó el teclado, nos hacen cometer errores tontos. Un beso.
Genial, Paloma. Me has engachado y divertido a la par, por la historia en sí y por el lenguaje empleado. Te lo has currado pero que bien. Te felicito. Mira que la búsqueda de esa quimera se llevó a muchos por delante. En la búsqueda infructuosa de El Dorado se cumplió aquello de que la esperanza es lo útimo que se pierde, después de la vida, claro.
ResponderEliminarY sí, como bien dice Rosa, la película "Aguirre, la ira de Dios", fue todo un éxito de taquilla. Todavía la recuerdo,
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarEstá mal que yo lo diga, pero sí que me he currado esta entrada porque las expediciones para encontrar El Dorado fueron muchas (no he citado ni la mitad de todas ellas) y algunas muy largas aunque yo solo he puesto cómo terminaron.
La película es muy buena, y la actuación de Kinski también, la cara de ido que pone (o que tenía él) da hasta miedo.
Un besote.
En esas tomas, con humor que se agradece, nos narras una conquista absurda que no llegó a ser. El film es realmente espectacular. Muchas gracias por el toque de humor, de verdad.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Albada.
EliminarMe alegra saber que te has entretenido con esta historia. Aunque se cuenta con humor, prometo que fui muy fiel a los datos históricos que se cuentan. A mí también me gustó mucho la peli.
Un abrazo.