Pestañas

4 de noviembre de 2023

En busca de El Dorado perdido

 


Toma 1 ¡Acción!

1538. País de los Chachapoyas (Amazonía de Perú). Dos hombres vestidos con armadura y morrión, uno de ellos porta un arcabuz al hombro mientras que el otro lleva una espada al cinto, los dos contemplan cómo varios carpinteros están construyendo una barca.

—Don Alonso, ¿no va siendo hora de darnos por vencidos? —dice el hombre del arcabuz—. Aquí ni hay oro ni piedras preciosas, tan solo mosquitos como perdices e indios beligerantes.

—A fe mía que hemos de seguir mientras las fuerzas no nos falten. ¡Vive Dios!

—Estoy de esos chachapoyas… hasta el final de su nombre, en mala hora vinimos aquí, don Alonso.

—No blasfemes, Gonzalo. En cuanto crucemos este vasto río, hallaremos la laguna repleta de oro.

Los dos hombres se giran tras oír gritos. Un hombre con un papel en la mano se acerca al de la espada.

—Señor Alvarado, que los chapachollas, esto… los chanasollas, no, los… Que los indios poyas de San Juan de la Frontera se han amotinado. Se nos ordena que abandonemos la búsqueda y regresemos.

—¡Voto a Cristo! Suspendemos la expedición a El Dorado.

 

Toma 2. ¡Acción!

1540. Bogotá. Palacio del gobernador. En una espaciosa sala un hombre asiste de pie a la perorata de otro hombre que está sentado tras una enorme mesa de madera.

—¿Me estáis diciendo que después de sacrificar a los caballos para alimentar a la tropa y después de perder a la mitad de vuestros hombres, volvéis sin saber dónde está El Dorado? ¡Maldita sea vuestra estampa, don Hernán Pérez de Quesada!

 

Toma 3. ¡Acción!

1546. Desembocadura del Río Grande (actual Amazonas). Dos hombres observan a un enfermo postrado en un catre instalado en una tienda entre palmas.

—¿Desde cuándo está así?

—Las fiebres le atacaron hace dos semanas, pero esta noche ha sido la peor. No creo que sobreviva, don Luis. Ni las tisanas ni los ungüentos le están haciendo efecto

—¡Maldito El Dorado! Después de tantos logros, después de descubrir este grande río, después de pelear ferozmente contra los indios, acabar así por buscar una quimera.

—Y no se olvide vuecencia de las indias.

—¿Qué?

—Que ha parlado sobre las luchas de los indios, pero las indias de aqueste lugar no son menos fieras peleando. Nuestro capitán —señala al hombre postrado— las llamó amazonas, porque le recordaban a unas mujeres antiguas que guerreaban igual de bien.

—Yo tampoco creo que vea el día de mañana —replica el otro haciendo caso omiso del comentario—. Llamad al capellán para que le dé los Santos Óleos a don Francisco de Orellana.

 

Toma 4. ¡Acción!

1561. Barquisimeto (Venezuela). Tres hombres ensangrentados discuten frente al cadáver de otro que yace a sus pies con múltiples cuchilladas.

—¡Se acabó la discusión! Ni al Perú ni a El Dorado, yo me vuelvo a mi pueblo del que nunca debí salir —dice uno de los hombres limpiando una daga en la manga de su camisa.

—¡Cómo vas a volver! —replica otro de los hombres al que le falta un ojo—. Ahora somos prófugos de la justicia. Si ya teníamos difícil el explicar la muerte de don Pedro de Ursúa y la de don Fernando de Guzmán, esta —señala el cadáver— nos manda derechitos al cadalso.

—¡Cuidado, Cosme! No te confundas. De la muerte de don Pedro es responsable quien ahora acabamos de mandar al infierno. ¡Hideputa Lope de Aguirre! —exclama dándole una patada al cadáver—. Nuestra situación es por culpa de él —lo vuelve a patear—. Nos engañó con promesas vanas. Que si íbamos a ser los reyes del Perú, que si le íbamos a hacer sombra al propio Felipe II… en mala hora le seguimos, por su culpa nos encontramos así.

—Puede que en el asesinato de don Pedro nosotros no tengamos parte, pero en el de don Fernando… —interviene el tercer hombre que había permanecido en silencio.

—Porque quería abandonar la conquista del Perú para nosotros y regresar a buscar El Dorado, ese lugar del que los indios nos hablan pero que nadie ha visto aún. A fe mía que nos están burlando estos indígenas.

—¿Y todas la muertes que se han dado después? —porfía Cosme— Porque fue darle matarile a don Fernando y ha sido un sin parar, las cuchilladas y los estrangulamientos eran casi diarios; apenas quedamos unos pocos de toda la expedición.

—Por eso mismo debíamos hacer esto —señala el cadáver con la daga ya limpia—. Había que ponerle fin. Nos volvemos o nos quedamos, pero El Dorado que lo busque otro.

 

Toma 5. ¡Acción!

1569. Cumaná (Venezuela). Dos hombres rezan ante una tumba improvisada entre dos palmeras.

—Señor, te encomendamos el alma de tu siervo Diego Hernández Serpa para que lo acojas en tu seno. Amén.

—Es hora de partir, Fernán, antes de que los indios aparezcan y rematen lo que no consiguieron ayer.

—Si no hubiera tantos desertores podríamos haberlos hecho frente y aniquilarlos.

—Esta expedición no tiene ningún sentido, buscamos una leyenda.

—Pero los dos capitanes que fueron en avanzadilla vieron una aldea con pepitas y piezas labradas en oro.

—Puede, mas no portaron con ellos nada que lo probara, además, ahora están bajo tierra como nuestro gobernador. Vámonos, aquí no hay nada de valía.

 

Toma 6. ¡Acción!

1573. San Juan de los Llanos (Venezuela). Dos hombres están sentados a la sombra de una ceiba, tienen picaduras en el rostro y manos, sus vestimentas están desgarradas y sucias.

—Mejor nos volvemos, señor Jiménez de Quesada. Regresemos a Bogotá, olvidaos de El Dorado y disfrutad de vuestro título de marqués que aquí estamos de más.

 

Toma 7. ¡Acción!

1574. En algún lugar entre el actual río Amazonas y el Orinoco. Una llanura está cubierta de cadáveres. Un grupo de indios caribes observan la matanza.

—Bueno. Un problema menos —dice uno de los indios—. Mira que llevamos ya muertos unos cuantos y siguen viniendo. Desde luego, son valientes.

—O tercos —añade otro.

—O idiotas —dice otro más.

—Son avariciosos. La obsesión por el oro les nubla la mente —añade una mujer—. Jefe, ¿qué hacemos con el único superviviente?

—Tómalo cautivo para que dentro de unos años les cuente a los suyos lo que aquí pasó. Que sepan que buscar oro les trae la muerte como se acerquen por nuestros dominios.

 

Toma 8. ¡Acción!

1596. Santo Tomé de Guayana (Venezuela). Un hombre joven está sentado junto al lecho de un hombre anciano semiinconsciente. Algo más retirado, otro hombre los acompaña de pie.

—He llegado tarde, padre, perdonadme, pero no pude reunir toda la ayuda que me demandasteis con la celeridad que el asunto requería —dice el hombre joven al yaciente.

—Creo que ya no es capaz de escucharos, don Fernando. El señor De Berrío está a punto de encontrarse con el Hacedor —dice el hombre que está de pie.

—¡Mal rayo parta a El Dorado y a quienes alientan leyendas y cuentos de viejas! Mi padre va a entregar su vida por perseguir un ensueño. ¡Cuántos años desperdiciados!

—Las penalidades de todas las expediciones hechas le han pasado cuenta. Fiebres, hambre, ver morir a sus hombres, el ataque del pirata Raleigh y los meses que estuvo preso de esos corsarios… Son muchos sinsabores. Harto ha soportado.

—Al menos ahora descansará en paz. Pero yo he de seguir con su búsqueda.

—Acabáis de decir que es una quimera.

—Mi linaje me obliga a continuar con el legado de mi padre.

 

Toma 9. ¡Acción!

1652. Laguna de Guatavita (Colombia). Dos hombres observan cómo multitud de operarios intentan quebrar la ladera de un cerro aledaño a un gran lago.

—Señor, ¿en verdad creéis que vamos a desecar toda esta agua? —dice el hombre más joven.

—Es aquí donde los eruditos ubican El Dorado.

—Pero eso es una fábula, señor, y perdonad mi franqueza. No hay más riquezas que las que ya se han encontrado.

—Aquí se celebraba una ceremonia en la que cada nuevo cacique de Guatavita se cubría con oro y se bañaba en la laguna al tiempo que sus súbditos arrojaban al agua esmeraldas y objetos de oro. El fondo de esta laguna debe de estar repleto de tesoros, Rodrigo.

—No sé, señor Sepúlveda, pero mucha agua junta veo yo para hacer que se escape por aquella brecha que intentan abrir.

—Ten fe, Rodrigo, ten fe. El tesón es la base del éxito.

—Os doy la razón a medias: tesón no nos falta, pero éxito...

 

Toma 10. ¡Acción!

1971. Selva peruana. Un hombre está sentado en una silla de tijera, en la mano tiene un megáfono, a su lado otro hombre lleva en las manos un libreto. Varios hombres y mujeres trajinan alrededor de ellos entre cámaras y focos.

—¡Coooorten! —grita el del megáfono—. Este guion es una mierda. Así no vamos a ningún lado.

—Werner, tu idea de hacer una película sobre aventureros en busca de El Dorado es muy difusa. Hubo tantos que es difícil centrarse.

—Mira, vamos a hacer una cosa. Nos basamos en una sola expedición. Me gusta mucho esa que tiene tantos asesinatos, eso da juego. ¿Cuál era? —se rasca la frente— ¡Ah! ¡Sí! La que habla de un tal Lope de Aguirre. Esa es la que vamos a utilizar, ya tengo en mente a quien hará el papel del sanguinario ese: Klaus Kinski encarnará muy bien el personaje.

—¡Genial! ¿Y el título? ¿Seguimos con el de ahora, «En busca de El Dorado perdido»?

—No. Mejor: «Aguirre, la ira de Dios». Seguro que es un taquillazo.

 


 

 

8 comentarios:

  1. Ja, ja, razón tubo Werner (Herzog, I supose). Fue todo un taquillazo. Con una historia tan compleja y dilatada en el tiempo, es mejor ceñirse a un solo detalle y saber contar mucho solo con eso.
    Magnífico relato, Paloma.
    Un beso.

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    1. Supones bien, querida Rosa, es Herzog el Werner del relato.
      Me alegro de que te haya gustado esta crónica.
      Un besote.

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    2. Acabo de ver ese "tubo" en mi comentario y me ha hecho sangrar los ojos. No sé cómo ponen la "b" al lado de la "v" en los teclados.
      Otro beso.

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    3. Ja, ja, ja, yo también creo que el que puso esas dos teclas juntas lo hizo con muy mala intención.
      No te preocupes, hasta el mejor escribiente tiene un borrón. Las prisas, y la mala leche del que diseñó el teclado, nos hacen cometer errores tontos. Un beso.

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  2. Genial, Paloma. Me has engachado y divertido a la par, por la historia en sí y por el lenguaje empleado. Te lo has currado pero que bien. Te felicito. Mira que la búsqueda de esa quimera se llevó a muchos por delante. En la búsqueda infructuosa de El Dorado se cumplió aquello de que la esperanza es lo útimo que se pierde, después de la vida, claro.
    Y sí, como bien dice Rosa, la película "Aguirre, la ira de Dios", fue todo un éxito de taquilla. Todavía la recuerdo,
    Un beso.

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    1. Hola, Josep Mª.
      Está mal que yo lo diga, pero sí que me he currado esta entrada porque las expediciones para encontrar El Dorado fueron muchas (no he citado ni la mitad de todas ellas) y algunas muy largas aunque yo solo he puesto cómo terminaron.
      La película es muy buena, y la actuación de Kinski también, la cara de ido que pone (o que tenía él) da hasta miedo.
      Un besote.

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  3. En esas tomas, con humor que se agradece, nos narras una conquista absurda que no llegó a ser. El film es realmente espectacular. Muchas gracias por el toque de humor, de verdad.

    Un abrazo

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    1. Hola, Albada.
      Me alegra saber que te has entretenido con esta historia. Aunque se cuenta con humor, prometo que fui muy fiel a los datos históricos que se cuentan. A mí también me gustó mucho la peli.
      Un abrazo.

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