«Un paraíso de
la Naturaleza» «Exuberancia en estado puro» «El mayor hayedo-abetal de Europa
te asombrará con sus paisajes sacados de un cuento y sus miles de hectáreas de
naturaleza salvaje para perderte». Estas eran las frases que pude leer en el
folleto de una agencia de senderismo sobre la Selva de Irati. Aunque sé que los
reclamos turísticos siempre suelen ser exagerados, decidí apuntarme al viaje y
conocer ese lugar. Además, eso de ir a una selva en España me pareció original porque
yo siempre había ubicado las selvas en lugares recónditos y muy alejados de mi
casa como África o América.
La verdad es
que el folleto que me hizo viajar hasta ese bosque de Navarra no mintió. El lugar
era espectacular y el asombro comenzó en el mismo momento en que bajé del
autocar y me calcé las botas de montaña para iniciar el recorrido. De todas formas, lo de que aquello
fuera una selva siguió sin convencerme, demasiadas películas de Tarzán vi en mi
niñez para quitarme de encima ciertos prejuicios e informaciones incorrectas.
El folleto no
se equivocaba, no. Sobre todo en la frase que decía lo de miles de hectáreas
para perderte.
Empecé a
caminar con la boca abierta mirando embobada a mi alrededor. Hayas altísimas
mezcladas con abetos también altísimos me hicieron mirar hacia arriba con los
ojos abiertos de par en par. Tanto mirar arriba hizo que no mirara abajo, donde
pisaba, y eso provocó que diera algún que otro traspiés porque el suelo estaba cubierto
de hojas caídas y bastante embarrado ―cosas del otoño y de la lluvia navarra―.
Pero lo de mirar atontada hacia arriba tuvo otra consecuencia peor que la de
resbalar de vez en cuando y fue que me salí de la senda alejándome del grupo de
senderismo. Salirte de una senda y caminar sola en una zona que no conoces lleva
irremisiblemente a un único desenlace: te pierdes.
No sé cuánto
tiempo llevaría perdida en el bosque cuando me percaté de que estaba sola. En
un momento dado miré a mi alrededor y allí no había más que árboles, rocas
cubiertas de musgo y un silencio inquietante tan solo roto por el bisbiseo de
las hojas mecidas por el suave viento que, a ráfagas, barría el bosque.
Lo primero que
se me ocurrió fue mandar un whatsapp al guía para avisarle de mi situación,
pero no había cobertura. Lo segundo que se me ocurrió fue acudir al GPS del Google
Maps aunque en la casilla de “destino” no sabía muy bien qué poner, pero
miraría en el mapa algún lugar con casas y allí me iría. Mis dudas no tenían
ningún sentido porque el GPS tampoco funcionaba.
«Tranquila,
Paloma, no pasa nada, el grupo no puede andar muy lejos, seguro que lo
encuentras enseguida» me dije para darme ánimos, pero lo cierto es que estaba
más sola que la una y cierto canguelo y angustia empezaron a invadirme.
Intenté
recordar las lecciones de mi abuela gallega sobre cómo orientarse en el bosque;
me dijo algo como que el musgo en los árboles se adhiere en la cara norte. «Bueno,
pues ya está», me dije, «miro dónde está el musgo y me voy al norte» ―aunque no
supiera realmente qué había al norte, bueno, sí, según mis lecciones de
geografía al norte de Navarra está Francia, tampoco es que me hiciera mucha
gracia ir hasta allí, pero no podía ponerme exquisita en una situación tan extrema―.
Me acerqué a un
haya y me fijé en el musgo; el puñetero recubría todo el tronco, por todos
lados. «Pues estamos listos» me dije ya algo cabreada. Yo no sé para qué nos
enseñan cosas que no sirven para nada, incluida mi pobre abuela.
Empecé a barajar
más opciones para darme cuenta de que no las tenía porque yo soy muy urbanita y
sin planos y sin GPS o gente a la que preguntar, no sé moverme en lugares que
no conozco.
Me senté
abatida en el suelo.
―Vaya, al final
no sabe qué hacer. ¡Pobrecilla! ―dijo alguien con una dulce voz.
―Te dije que
era una panoli, otra tonta que se pierde ―respondió otra voz, esta más aguda.
Me giré
ilusionada creyendo que un par de excursionistas andaban cerca y serían mi
salvación, pero allí no había nadie, aunque las voces siguieron oyéndose y esta
vez eran más.
―Deberíamos
ayudarla, ¿no creéis? ―esta voz era como la de un niño.
―Si no sabe
caminar por aquí ¿para qué viene? Cada uno es responsable de sus decisiones
―dijo otra voz mucho más ronca y con autoridad.
―No seas tan
rígido. Seguro que ha sido un despiste tonto, un error sin importancia. Vamos a
echarle una mano ―insistió la primera voz, la dulce.
―¡No! Los
problemas de los humanos no son de nuestra incumbencia.
―¡Que se fastidie! Por panoli ―añadió la voz aguda.
Mientras esta conversación se daba yo no hacía más que mirar a mi
alrededor pero no divisaba a nadie. Me incorporé y, creyendo aún que eran
excursionistas ocultos por los árboles, grité.
―¡Hola! ¡¿Hay alguien ahí?! ¡No os veo! ¡Estoy aquí! ¡Aquí! ―chillé con
todas mis fuerzas para que me pudieran localizar.
―¿Quieres hacer el favor de no gritar? ―me reconvino la voz ronca.
―Panoli y además chillona. Lo tiene todo la pava esta ―añadió la voz
aguda.
Quienes hablaban estaban cerca de mí, pero yo seguía sin ver a nadie.
―¿Dónde estáis? ―dije al aire― No os veo.
―¿No nos ves? Pues tienes un problema de vista, bonita. Panoli,
chillona y cegata, lo tienes claro ―me contestó la voz aguda.
―Mira bien ―dijo la primera voz que oí, la dulce―. Sí que nos ves, y
ahora además nos oyes.
Al tiempo que la voz dijo eso, las ramas del haya más cercana a mí
vibraron suavemente, cuando miré hacia ellas volví a oír la misma voz.
―No temas ―dijo al tiempo que las ramas volvían a moverse.
«¿Me están hablando los árboles?» me dije. Entonces pensé que, en mi errático
deambular, había pisado algún hongo alucinógeno y había respirado alguna
sustancia tóxica que ahora me provocaba visiones, o mejor dicho, “audiciones”.
―El bosque cuida de todas sus criaturas ―prosiguió la voz.
―Hasta de las panolis ―añadió la voz aguda con cierto tono irónico.
―Pero, pero,… Esto no puede ser. Los árboles no hablan ―dije yo
tontamente.
―Porque tú lo digas ―dijo otra voz distinta a las anteriores.
―Todos los seres vivos se comunican de una manera u otra. Que no se comprenda
por todos es otra cuestión ―aclaró la voz dulce.
―Vale, está bien ―me rendí―. Estoy hablando con unas hayas. Y ya que
estamos… ¿podríais decirme cómo salir de aquí?
―¿Tan mal te encuentras en nuestra compañía? ―dijo la voz infantil con
tristeza―. ¿Por qué quieres irte?
―No, no, no. Este sitio es flipante, francamente bonito ―me excusé―,
pero no es cuestión de estar aquí todo el día… o toda la noche.
Tras decir esto me estremecí al pensar que tuviera que pernoctar en el
bosque. La bruma ya era espesa a media mañana, con la oscuridad de la noche ese
lugar debía de ser espeluznante, y encima oyendo voces, por muy acogedoras que
fueran algunas.
―¿Por qué no te serenas e intentas disfrutar de todo lo que te está
rodeando? Si sabes que este lugar es increíble… ¡Relájate!
―Ya, si tienes razón ―contesté sin saber muy bien a qué árbol dirigirme―,
pero desconocer dónde estoy exactamente y qué va a pasar me pone nerviosa. Al menos
¿podríais decirme en qué lugar hay señal de GPS para ubicarme y tranquilizarme
un poco? Una vez que lo sepa, prometo relajarme y ponerme contemplativa.
―¡El GPS, dice! ¿Pero tú qué te has creído que es esto? Siempre es
igual, venís aquí a disfrutar de la Naturaleza, pero queréis seguir teniendo
las mismas cosas que en la ciudad. ¡Los humanos sois estúpidos! ―tronó la voz
ronca.
―Bueno… tampoco hace falta insultar ―dije yo algo atemorizada porque la
voz era amenazante y parecía la del mandamás del grupo.
―Ya os dije que era una panoli.
―¡Oye, ya está bien! ―me revolví hacia la voz esa de pito que ya me
estaba empezando a hartar, aunque, una vez más, no sabía muy bien qué haya era
la que había hablado―. Vale que me he perdido, que soy de ciudad, pero un
poquito de respeto. A ti te quería ver yo en un atasco en hora punta en la M40,
a ver qué hacías.
―Tranquilicémonos, por favor ―intervino la voz dulce―. Insisto en que
deberías pararte y escuchar el bosque, no solo a nosotros, sino a todos: el
musgo, las setas, los gusanos, las hojas caídas… Podemos contarte muchas cosas.
Al mismo tiempo que el haya amable hablaba me sentí adormecida y me
acurruqué en las raíces de una de ellas (esperando que no fueran las de la voz
chunga ni las del haya toca narices).
―Eso es ―prosiguió el haya simpática―. Estate atenta y oirás muchas
historias. Atiende.
―Está bien, pero como alguien vuelva a llamarme panoli, me levanto y me
voy.
―¿Irte? ¿A dónde, pano…? Vaaale, ya me callo.
Me recosté e hice lo que me había sugerido la dulce voz, atender y
escuchar. Fue impresionante todo lo que aprendí.
(Continuará…)
Imagino que podríamos aprender mucho escuchando a la naturaleza como hacían aquellos personajes de películas y novelas que vi y leí en mi juventud, pero creo que nosotros ya hemos perdido totalmente la capacidad de entender las señales de árboles, nubes, estrellas, flores, etc.
ResponderEliminarQuedo esperando con mucha curiosidad qué fue lo que el bosque te enseñó. Ahora recuerdo un documental que me recomendó mi hijo. Se titula Lo que el pulpo me enseñó y está en Netflix.
Un beso.
Alguna de las cosas que allí aprendí puede que tú ya las sepas por ser bióloga (el engranaje perfecto de los hayedos para preservar su hábitat), pero puede que otras cosas, como los habitantes que por ahí pululan, y no me refiero a la fauna precisamente, las desconozcas y en la siguiente entrega las sabrás.
EliminarNo somos capaces de entender ya nada, pasamos con prisa y sin fijarnos en lo que nos rodea. Es una lástima que el ritmo de vida actual nos haya convertido en auténticos imbéciles. Aunque siempre queda la posibilidad de escaparse a lugares como la Selva de Irati para desconectar e intentar recuperar la sabiduría perdida.
Un besote.
Hola Paloma esperando leer la continuación de tu relato y ver cómo sale tu protagonista de ese lio y a ver cómo después lo cuenta .
ResponderEliminarMe has hecho pensar en ese estar en la naturaleza y querer tener todo lo que se tiene en la ciudad, empezando por el GPS. Hace unas semanas cuando empezó la temporada de setas que justo comentaron que muchas personas que se perdían se confiaban en exceso de la tecnología y cuando la cobertura desaparecía, ellos ya estaban perdidos y es que en el bosque uno debe saber cómo orientarse y no es nada fácil si se viene de ciudad.
Un beso enorme, muy feliz fin de semana
Hola, Conxita.
EliminarLlevo practicando senderismo desde hace más de treinta años y siempre he tenido muy presente que la montaña y/o el bosque pueden ser traicioneros, no hay que confiarse nunca. La precaución es fundamental para no ser víctima de un accidente.
Cuando yo era joven no había ni GPS ni localización tecnológica, se iba con un mapa (los del ejército eran estupendos) y siempre había que tener un punto de referencia (una montaña o un pico más alto) para saber en qué dirección ir. Ahora lo fiamos todo a los GPS y resulta que muchos lugares como, por ejemplo, los hayedos la señal no llega porque las ramas de los árboles están dispuestas de tal manera que son como un paraguas (lo hacen para atrapar la mayor cantidad de luz) y en esos sitios la señal del satélite no se puede captar.
Otra cosa que hay que tener siempre muy clara en la montaña es no ir solo nunca, cualquier percance tan tonto como torcerse un tobillo puede ser muy grave si no tienes quién te asista.
En fin, que la naturaleza es muy bonita pero algunos no son conscientes de que también entraña peligros si no se tiene un poco de sensatez.
Espero que las próximas entregas te gusten.
Un besote, guapa.
Es un lugar de ensueño que invita a imaginar. Si además sabes contarlo así de bien la magia está servida.
ResponderEliminarNo tardes en compartir lo que te enseñaron las hayas. La intriga es grande.
Gracias, el lugar desde luego es inspirador, se respira magia. Además, creo que las hayas son los árboles que más invitan a la ensoñación y si, encima, te hablan y las entiendes... pues sale esta historia que iré contando por partes.
EliminarUn saludo.
Hola Paloma;
ResponderEliminarLeerte es un estupendo comienzo de domingo, me encanta esa manera tuya de crear diálogos llenos de humor e ironía. Espero las siguientes entregas. Un abrazo.
Hola, Pura.
EliminarGracias por tus palabras. Tengo mucha suerte de poder encontrar lugares tan mágicos que me transmiten historias y conocimiento así, luego, lo puedo contar por aquí.
Un besote.
Trisha se perdió en el bosque, el cual, a su manera, también le habó. Incluso charló con su amado Tom Gordon.
ResponderEliminar¿La mujer que amaba a quién, será en este caso?
Tranquila, Kirke. Una Paloma no puede perderse en un bosque.
Bueno, yo no tengo ningún jugador como ídolo, ni de béisbol ni de fútbol ni siquiera de baloncesto (y eso que me gusta ese deporte), así que por ese lado Trisha y yo no nos parecemos, ja, ja, ja.
EliminarA mí, de momento, en ese bosque me hablaron las hayas, algunas más simpáticas que otras.
Dicen que las palomas tienen una especie de radar que las hace orientarse muy bien, desde luego yo, a pesar del nombre, eso no lo tengo tampoco. Sin un mapa o un buen punto de referencia para guiarme, estoy perdida en cualquier lado.
Un abrazo.
La verdad es que si yo me pierdo en un bosque los nervios a flor de piel, uf, madre mía que agobio me entraría.
ResponderEliminarEstas historias que nos traes son estupendas y un sitio como presumo que es el que visitaste no es para menos.
Nos tendriamos que detener mas en la naturaleza, salir más y disfrutarla, porque verdaderamente no nos damos cuenta de lo mucho que nos aporta y lo bonita que es, eso si, en alguna ocasión me he encontrado con que precisamente la gente educada con el entorno no es precismamente y me da rabia porque los bosques son de todos y no puede ser que unos cuantos dejen allí de todo y cuando digo de todo es de todo.
Si algbuna vez tengo ocasión te voy a llevar a un sitio que estoy segura que te va a gustar, y vas a disfrutar, no es el bosque de Irati, pero estoy segura que te va a encantar. Mariposas en tus manos y un sinfin de Romero, Tomillo, una pinada estupenda y un pueblo con mucho encanto y con unas casas modernistas que estoy segura que te encantarian. Hablo de Alcoy mi segunda ciudad, donde he vivido mi niñez y mi adolescencia un lugar especial.
Un besote.
Yo me he "perdido" en más de una ocasión caminando por la montaña, y siempre ha sido por salirme de la senda. Afortunadamente, fueron momentos puntuales y por poco tiempo porque, cuando voy sin un guía, por mi cuenta con amigos, siempre me aseguro de que haya algún punto de referencia que sirva para ubicarme (un pico elevado, un río, un valle, algo así). Aunque, como te comento, el estar perdida nunca duraba mucho tiempo, sí es cierto que agobia un poquito. Caminar por la montaña supone tenerla respeto, no miedo, y ser sensato.
EliminarTodos los paisajes naturales son bonitos, cada uno a su manera. Los bosques, incluso los páramos tienen su encanto. Estoy segura de que ese lugar del que me hablas me gustaría, nunca he estado en Alcoy, algo que debería corregir.
Un besote, Tere.
Esta aventura promete, voy a leer la segunda parte. ¿Y la panoli esa quién es? ... ¡ Uy! espera, mejor me callo
ResponderEliminarBesitos.
Ay, la panoli, la panoli. Me alegra que te esté gustando esta historia.
EliminarUn besazo.
Como siempre la aventura te pasa a ti. Lo de panoli es gracioso. Un abrazo.
ResponderEliminarLo de panoli a mí, al final, ya me empezó a cansar. Tanta insistencia se hizo cargante, ja, ja, ja.
EliminarUn besote, Mamen.
Hola Kirke!! Te acabo de descubrir y me parece un relato precioso. ¡Ya me tienes como seguidora! Besos!!
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Ana. Bienvenida.
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