Algunos de los
personajes que por esta sección han pasado tuvieron dificultades para
desarrollar y ver reconocida su labor científica por ser mujeres. Han sido
varias las científicas que han desfilado por Demencia, la madre de la Ciencia donde el principal escollo a
superar fue su condición de mujer.
El protagonista
de hoy también tuvo muchos problemas para desarrollar su trabajo, en este caso
no fue a causa de su sexo sino de su nacionalidad. Torres Quevedo tenía una grave defecto que le dificultó destacar en el mundo de la ciencia: era español. Esta tara fue mucho más sangrante en su propio país pues
al día de hoy muchos de sus compatriotas desconocen su labor y ni siquiera
saben quien fue. Entre esta población se encuentra una servidora para la que,
hasta que vio un documental hace unas semanas, Torres Quevedo era el nombre de
un edificio situado enfrente de la sede central del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas.
Y sin más
rodeos vamos con este excelente inventor patrio.
Leonardo Torres
Quevedo nace en Cantabria el 28 de diciembre de 1852. Su padre es ingeniero de
caminos y trabaja en los ferrocarriles de Bilbao por lo que toda la
familia reside en esa ciudad. Como sus padres viajan frecuentemente, Leonardo
pasa largas temporadas al cuidado de unas parientes del padre, las hermanas
Barrenechea, que le toman cariño y lo declaran heredero de todos sus bienes (que
eran muchos), algo que le va a venir muy bien para independizarse.
Estudia el
bachillerato en Bilbao, y en París completa sus estudios durante dos años.
Cuando el padre es trasladado a Madrid, toda la familia se instala en la
capital y Leonardo, que tiene entonces dieciocho años, se matricula en la
Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos. Pero estos estudios se
interrumpen por culpa de la Tercera Guerra Carlista. Bilbao es asediado por los
carlistas y el joven Leonardo se va a allí como voluntario a defender la
ciudad. Tras levantarse el sitio de la ciudad vasca, nuestro protagonista regresa a Madrid
y finaliza la carrera con un brillante cuarto puesto en su promoción. Tiene
veinticuatro años.
Empieza a
ejercer de ingeniero en la misma empresa de ferrocarriles que su padre pero
alterna su trabajo con viajes por toda Europa para informarse de primera mano
sobre los últimos avances técnicos y científicos. Leonardo da muestras de ser
una mente inquieta, algo que deriva en una actividad frenética cuando se
pone a inventar.
Debido a esta
inquietud intelectual el joven ingeniero realiza sus propias investigaciones (sufragadas
por él mismo) cuando se instala en Santander.
Se casa con Luz
Polanco a la edad de treinta y tres años y tiene ocho hijos con ella. Se vuelca en el diseño de distintas máquinas para usos muy diversos. En 1889 regresa a Madrid, participa en los círculos sociales de la urbe y publica diferentes trabajos
científicos.
Cuando alguna
de las máquinas inventadas por él son aceptadas en el extranjero, aquí le
empiezan a premiar y le caen algunos reconocimientos como la Medalla Echegaray;
ingresa en la Real Academia Española usando el mismo sillón que ocupó
Pérez-Galdós y es presidente de la Sociedad Matemática Española. También le
proponen ser ministro de Fomento en el gobierno liberal de García Prieto,
pero él declina el ofrecimiento.
En París
también es reconocido. La Sorbona le nombra doctor honoris causa y forma parte de la Academia de Ciencias de París.
Esto sí que tiene valor pues menudos son los franceses para reconocer el mérito
de los extranjeros y más si encima son españoles.
Muere en
Madrid, el 18 de diciembre de 1936, cuando le faltaban diez días para cumplir ochenta
y cuatro años.
Supongo que algunos no habrán oído hablar de este ingeniero que incluso llegó a ocupar un sillón en
la RAE (un dato anecdótico: fue una gran defensor del esperanto). Sin embargo son
muchos los aparatos que salieron de su mente despierta y para usos de lo más variopinto.
En el campo de
la aeronáutica, Torres Quevedo dirigió la construcción del primer dirigible
español, lo bautizaron España y
corría el año 1905. En su diseño se incorporaban elementos innovadores que lo
hacían mucho más seguro que otros dirigibles ya construidos por lo que la
empresa francesa Astra compró la patente. Este tipo de dirigible lo utilizaron los
franceses y los británicos en la Primera Guerra Mundial para labores de
inspección naval.
Dirigible Astra-Torres |
En 1918 Torres
Quevedo diseñó otro dirigible, el Hispania,
pensado para realizar grandes recorridos. Con él, España pretendía efectuar la
primera travesía aérea del Atlántico pero los problemas de financiación (cómo
me suena esto) hicieron que el dinero no llegara a tiempo (cómo me sigue
sonando esto) y el proyecto se retrasó mucho, tanto que los británicos se nos
adelantaron y son ellos quienes atraviesan el Atlántico en un bimotor desde
Terranova hasta Irlanda. Aquí nos encontramos con el primer fracaso de este
ingeniero por culpa de su nacionalidad. Marca España.
Pero Torres
Quevedo no solo diseñó dirigibles. Su mente imaginativa se centró en máquinas que facilitaban el transporte donde
la orografía es compleja. Muy jovencito, en su Cantabria natal, construyó en
su casa el primer transbordador, el
transbordador de Portolín. Este artilugio salvaba un desnivel de cuarenta
metros en doscientos metros de longitud, la tracción era animal (un par de
vacas) y la barquilla era una simple silla. Más adelante, y siempre basándose
en su idea original, construyó el transbordador del río León, ya con tracción a
motor pero que solo transportaba materiales, no personas. Estamos ante el
inventor del teleférico.
Como estos
transbordadores son muy codiciados en lugares donde la orografía dificulta el
transporte, Torres Quevedo presentó sus ideas en Suiza. Pero los suizos no solo
no atendieron a su proyecto, además se chotearon del pobre ingeniero español
con comentarios hechos con mucha mala baba.
Este fracaso
con los helvéticos no impidió que construyera el primer transbordador para llevar
personas. Se estrenó en el Monte Ulía, en San Sebastián. Esta maquinaria fue la
que se empleó, posteriormente, para los transbordadores en otros países, como el de Chamonix o el de Río de Janeiro.
Funicular del Monte Ulía |
Torres Quevedo
también inventó otro tipo de máquinas. A destacar el primer aparato de radiodirección
del mundo: el telekino. Este
artilugio era un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas por ondas
hertzianas. En el puerto de Bilbao hizo una demostración guiando un bote desde
la orilla. Sentó las bases, junto a otro genio, Nikola Tesla, del mando a
distancia.
Demostración en el puerto de Bilbao del funcionamiento del telekino |
También
construyó varias máquinas analógicas de cálculo. Este tipo de máquinas “traducen”
operaciones matemáticas en movimientos físicos. Una de ellas fue el Ajedrecista, una máquina que jugaba
solo con rey y torre pero que siempre daba mate. Algunos consideran a este
autómata el primer videojuego de la historia.
Máquina de ajedrez diseñada por Torres Quevedo |
Con el telekino
y el ajedrecista, Torres Quevedo sienta las bases de lo que ahora llamamos
inteligencia artificial, máquinas que pueden desempeñar tareas complejas donde
es necesario “pensar”.
Su actividad
creadora fue frenética. Inventó el puntero proyectable, un antepasado de los punteros láser que ahora muchos utilizamos cuando queremos exponer un trabajo; construyó un
proyector didáctico que mejoraba la forma en la que las diapositivas se
colocaban sobre unas placas de vidrio para proyectarlas; mejoró las máquinas de
escribir; construyó un aritmómetro (una máquina electromecánica capaz de
realizar cálculos de forma autónoma con un dispositivo de entrada de comandos)...
Spanish Aero Car |
Fueron muchas
las patentes que este ingeniero desarrolló, pero la obra que le lanzó al
estrellato (sobre todo en el extranjero) fue el Spanish Aero Car. Este funicular
atraviesa las cataratas del Niágara de una orilla a otra del río, es
prácticamente horizontal (no salva desniveles como lo suelen hacer este tipo de
máquinas) y puede soportar hasta nueve toneladas de carga. Se inauguró en 1916
y sigue en funcionamiento al día de hoy con muy pocas modificaciones respecto
al original diseñado por nuestro ingeniero cántabro. Fue un proyecto español de
principio a fin: ideado por un español, construido por una empresa española y con
capital español. Hay que reseñar que desde el siglo que ya lleva funcionando no
ha habido accidentes dignos de mención. Esto sí que es Marca España (de la buena).
A la entrada de
acceso de la estación para cruzar las cataratas hay una placa de bronce que
recuerda la autoría:
Por lo menos los canadienses sí le dan el reconocimiento
que se merece.
A pesar de ser
un gran desconocido del público, la contribución de este ingeniero a la mecánica fue muy importante y muchos de sus inventos han servido para que, sus versiones
mejoradas, hoy nos faciliten más la vida.
Espero que con
esta publicación haya enmendado esta injusticia. Ojalá. Torres Quevedo se lo
merece.
Cuánto daño hizo aquella frase de "que inventen ellos". Nunca he podido comprender el desapego que la ciencia ha encontrado en España, en el público en general. La ciencia es la poesía de la realidad. Descubrir cómo funciona lo que nos rodea, mirar más allá para darnos cuenta de que la frontera siempre se alejará de nosotros.
ResponderEliminarConocía a Torres Quevedo por las cataratas del Niagara, pero no todos sus otros aportes. En especial me ha llamado la atención su trabajo como precursor de la informática y la inteligencia artificial.
Merecidísimo reconocimiento a esta figura. Ojalá llegue el día que estas personalidades sean las protagonistas de nuestras conversaciones de bar. Un fuerte abrazo!
Hola, David.
EliminarEsa frase de Unamuno se ha aplicado en el sentido más negativo en España. Las instituciones son reacias a reconocer que invertir en ciencia da réditos aunque sea a largo plazo.
No te puedes ni imaginar la cantidad de veces que he visto interrumpido un buen estudio de investigación por falta de financiación, o porque un aparato se ha estropeado y no hay presupuesto para arreglarlo. En España la Ciencia siempre ha sido la hija ignorada.
Lo de que estas personalidades sean protagonistas en las conversaciones de bar es una quimera, pero en concreto Torres Quevedo lo fue en una de ellas; ocurrió con unos amigos a los que les comenté, delante de unas cañas, mi reciente descubrimiento de este inventor a través de un documental y uno de mis interlocutores ya lo conocía por lo que me estuvo contando cosas de él.
Gracias por tu comentario tan entusiasta.
Un abrazo.
Este científico español no le dieron el reconocimiento que se mereció. No sé porque siempre se la da la espalda a los científicos y a la gente mejor preparada. Cuántas fugas de cerebros hay actualmente que han estudiado aquí y se han ido por falta de oportunidades y trabajo. Así nos va en España. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarEs una paradoja que en España se prepare tan bien a los científicos y luego no se les dé la oportunidad de desarrollar su preparación en el país.
Aquí los formamos y luego los beneficios los disfrutan otros. Es de locos (y de idiotas).
Un beso.
Esta sección es una maravilla Paloma y no dejo de aprender contigo de personas que si bien sus nombres -como es el caso- me sonaban por edificios o calles que albergan su nombre por algunos puntos de la geografía española, son por lo general desconocidos para mí en las entregas que llevas. Y bueno, efectivamente este era hombre, pero español y eso como dices es una tara de nacimiento que tristemente demuestra nuestro poco interés en la innovación y el desarrollo y encima con cachondeito en el extranjero. A destacar, el genial Spanish Aero Car y la inteligente decisión de no entrar en política. Somos un país tan cainita que algunos destacados científicos que han entrado en política y hablo de la época actual, han sido tan destrozados por los "bandos contrarios" que no me extraña que huyan del país como la peste y encima desprestigiados. Un fuerte abrazo y deseando desde ya leer más entregas de esta sección tan didáctica.
ResponderEliminarHola, Miguel.
EliminarTienes toda la razón en que fue un acierto por parte de este inventor no entrar en política.
Aquí nos puede el temperamento y las ideas políticas están por encima del intelecto, así algunos buenos profesores universitarios y defensores de la investigación científica han caído en desgracia en cuanto se han decantado por un programa y han tomado posesión de una cartera ministerial. Tú lo has dicho: somos unos cainitas.
Me alegra saber que te gusta esta sección. Yo, desde luego, disfruto mucho preparándola porque también aprendo mientras me documento.
Un abrazo.
Cuántas mentes brillantes habrán sufrido el desdén por parte de la sociedad científica y la falta de reconocimiento por parte de la sociedad en general. Siempre me ha resultado incréible cómo alguien pueda ser una fuente tan generosa de invenciones. Son genios que merecerían estar en un pedestal y, en cambio, han pasado por esta vida sin pena ni gloria. Por lo menos, en este caso, Torres Quevedo sí tuvo algún reconocimiento y no cayó en saco roto algunas de sus más importantes aportaciones a la tecnología. Sin duda alguna, si hubiera sido francés o británico, habría recibido muchas más ayudas económicas y sus inventos habrían dado la vuelta al mundo. Una verdadera pena, como lo es que, habiendo estado dos veces en las cataratas del Niágara, no me percatara de la existencia del Aero Car. Debía estar mirando para otro lado. Mecachis.
ResponderEliminarMe ha encantado esta reseña biográfica de un inventor del que desconocía su existencia. Esta sección es tan útil como sus inventos, jeje.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarCuando sé de individuos como Torres Quevedo yo me maravillo. Qué duda cabe de que son personas excepcionales que surgen raramente, por eso habría que darles todo el apoyo, financiero y anímico también, para aprovecharnos de ellos, pues sus ideas son útiles y nos benefician a todos.
Yo me pregunto cuántos Torres Quevedo habrán quedado en el anonimato y sin poder ver sus invenciones hechas realidad por la estulticia de un estado que no sabe tener visión de futuro.
Lo del Niágara tiene remedio: vuelve otra vez, ja, ja, ja. Yo nunca he estado allí, pero si voy algún día lo primero que haré será montarme en el Spanish Aero Car, que no te quepa duda.
Un beso.
Madre mía, y ni siquiera aparece ne los libros de texto.
ResponderEliminarMuchas gracias por traerlo, me encanta esta sección.
Feliz miércoles.
Hola, Gemma.
EliminarNo sé si este hombre aparece en los libros de texto de ahora. Yo creo que en los de mi época no, o por lo menos yo no lo recuerdo.
Feliz miércoles también para ti.
Un besote.
Hola Paloma tengo que reconocer que no sabía nada de este gran inventor y da mucho a pensar porque ni siquiera conocemos la obra de nuestros científicos, es muy triste. Los estereotipos y prejuicios perjudican siempre y en este caso a la ciencia. Mentes brillantes hay en muchos países y por desgracia aquí se los forma y se desarrollan en otros países en los que adquieren la notoriedad que su país les ha negado. Sería necesario repensar el trato que damos a la ciencia y a los científicos, cuántos becarios e investigadores tienen que abandonar porque aquí no se subvenciona ni reconoce su trabajo, cuándo se aprenderá a valorar menos pandereta y sol y más esfuerzo y trabajo científico.
ResponderEliminarYa sabes que soy una fan de la sección. Es entretenida y encima nos descubre a científicos que tendríamos que conocer.
Besos
Hola, Conxita.
EliminarMientras hice la tesis doctoral estuve rodeada de gente muy válida que se estaba formando con resultados muy buenos. Eran buenos científicos, con mentes excepcionales y prácticamente todos han acabado en el extranjero, trabajado o bien en universidades o en empresas privadas.
Parafraseando a Unamuno, podríamos añadir "Que se lleven los réditos ellos".
Es una auténtica vergüenza, y una pena que los gobiernos no se den cuenta o no quieran darse cuenta.
Un besote.
Al ser cántabro por aquí se le conoce un poco más. Aunque solo sea por un Instituto de Secundaria que lleva su nombre. Es el Torres Quevedo, abreviando, aunque bien es cierto que se le suele llamar por el nombre del barrio y es más conocido como Instituto de Cazoña.
ResponderEliminarSabía que era ingeniero y había inventado algún artilugio, pero desconocía la mayor parte de lo que nos cuentas por lo que me ha resultado de lo más gratificante conocer un poco más a un hijo ilustre de mi tierra de adopción.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarQue en Cantabria tampoco sea demasiado conocido es ya preocupante y una pena. El ninguneo de nuestros genios en su propia tierra es ya de juzgado de guardia. Pero es lo que hay.
Un besote.
Gracias, Paloma.
ResponderEliminarYo tampoco conocía a Torres Quevedo y eso que en su día visité las cataratas del Niágara, en la parte de Canadá. No me extraña, seguimos igual. Deseosos de todo lo extranjero y abandonando lo nuestro. ¡Qué penita!
Un abrazo y ¡Feliz Año!
Hola, Ana.
EliminarA veces nos fijamos en todo lo que viene de fuera y despreciamos lo que tenemos más cerca. Es completamente cierto eso de que nadie es profeta en su tierra.
Un beso y feliz año también para ti.
Es una pena que lo que mas da valor a un país como los cientificos tengan que triunfar y ser validos fuera, en fin este país no progresa y dejamos escapar a talentos en muchos ambitos como el cientifico, y por lo que parece la pena es que con Torres Quevedo ya tampoco lo era, en fin penoso.
ResponderEliminarMe gusta esta sección por las cosas que descubro y aprendo y eso siempre siempre siempre hay que agradecerlo. Gracias Paloma.
Un Besote
Hola, Tere.
EliminarPor desgracia nadie es profeta en su tierra, especialmente si eres español.
Me alegra mucho saber que esta sección te gusta y te enseña cositas.
Un beso y feliz tarde de domingo.