Enlace para ver la primera parte: pinchar aquí
Al día siguiente y aún escocida por el fracaso de su temeraria actitud se dispuso a vestirse para acudir a misa en la aledaña iglesia de la Santa Cruz. Allí le pondría un par de velas a San Judas Tadeo, abogado de los casos difíciles y desesperados, pues muy difícil y desesperado parecía conseguir la atención de Salvador Rupérez y Quiroga.
Cuando estaba acomodándose la última horquilla en su estirado moño, Pacita —la criadita que ayudaba a Paca, la cocinera, y que se encargaba de los pequeños recados— entró toda presurosa en su dormitorio.
—Doña Matilde, doña Matilde, que en la puerta hay un chico con un recao pa usté.
—Pacita, ¿cuántas veces te he dicho que has de llamar antes de entrar en una estancia? Hija mía, qué poca carrera hago contigo, no hay manera de que sigas las mínimas normas de la educación —contestó Matilde a la acalorada chiquilla.
—Tié usté razón, señora. Pero ¿qué hago con el recao?
Fue entonces cuando Matilde fue consciente de lo que implicaba la irrupción de la criada; un recado de alguien. Hacía años que no se recibían avisos en esa casa, tan solo la invitación impecablemente escrita en letra inglesa —cómo no— de las hermanas Rupérez para las meriendas de los martes, pero hoy era miércoles. ¿Quién podría ser?
—Bueno, pues pídele al chico ese que te diga lo que quiere y me lo comunicas —le contestó a la sirvienta.
—Es que viene escrito en un papel, señora.
—Bien, ¿y qué? —replicó Matilde mientras se acomodaba un pequeño mechón de pelo especialmente rebelde.
—Pues que yo no sé leer, doña Matilde. No puedo saber qué recao es.
—¡Alma de cántaro! Pues coge ese papel y tráemelo. Por Dios bendito, mira que eres simple, niña. ¡Vamos!
Mientras Pacita salía de la habitación a todo correr para obedecer las indicaciones de su señora, Matilde se quedó cavilando quién sería el autor de esa misteriosa nota.
—¡Bah! Seguro que es una equivocación o alguna chiquillada de los zarrapastrosos que andan por los descampados de Atocha.
Mientras estaba en estas cavilaciones Pacita regresó y le tendió un sobre. Era de color ocre, de buena textura; con una letra pulcra y sin florituras ponía ‘Para Matilde Salazar’, en el anverso y con el mismo tipo de letra se podía leer ‘Salvador Rupérez y Quiroga’.
Con el corazón a punto de salírsele por la boca, Matilde empezó a temblar de pies a cabeza. Pacita, que aún permanecía en la estancia a la espera de nuevas instrucciones, se asustó pues pareciera que a su señora le estuviera dando un ataque de no sabía muy bien qué.
—Señora, ¿qué le pasa? ¿le está dando un paralís? —preguntó la chiquilla seriamente preocupada.
—¿Eh? Nada, nada, no pasa nada, Pacita —contestó la aludida siendo consciente de la presencia de la niña—. Puedes retirarte, vete a ayudar a Paca.
Una vez sola, Matilde se decidió a leer la nota. Antes necesitó respirar profundamente varias veces hasta que consiguió ralentizar los latidos de su corazón.
¡Una nota de Salvador! ¿Qué querría de ella? Quizás sí que entendió todos los mensajes que le había enviado la tarde anterior y por pudor, y porque era todo un caballero, no quiso que nadie —ni siquiera ella misma— se diera cuenta de que había entendido cada uno de sus movimientos con el abanico.
La nota rezaba así:
“Estimada
señorita Salazar:
Perdóneme
la intromisión y la osadía por dirigirme a usted de una manera tan abierta,
pero después de la velada de ayer en casa de mis tías tengo una idea en mente
en la que usted juega un papel muy importante y me veo en la necesidad de hablarlo
directamente sin necesidad de testigos que entorpecerían el diálogo.
¿Cabría
la posibilidad de que nos reuniéramos en algún lugar, público por supuesto,
para poder decirle de viva voz lo que desde ayer necesito comunicarle? He
pensado que el lugar de encuentro podría ser el café Suizo, allí podríamos hablar cómodamente y estaría encantado de invitarla a una
horchata o a lo que prefiera usted.
Sé
que mi petición puede parecer atrevida e insolente, pero le aseguro que mis
intenciones son absolutamente honestas y no ha de temer ningún agravio por mi
parte.
Sea
como fuere yo estaré en dicho café esta tarde a las cuatro, si finalmente se
decide a acceder a mi petición me hará sentirme un hombre afortunado.
Se
despide de usted con afecto:
Salvador
Rupérez y Quiroga.”
Con manos temblorosas Matilde apretó la nota contra su pecho y se puso a reír y a llorar a la vez. Salvador quería una cita con ella. ¡Una cita! Por “una idea en mente” desde ayer en la velada en casa de sus tías. Estaba claro que tenía que ver con sus manejos del abanico. Seguro.
*****
Matilde decidió no ir a misa y dejar las velas a San Judas para otra ocasión. Pensó en una tarea más productiva como elegir un vestido para su cita con Salvador y, lo más importante, pensar qué abanico sería el más adecuado. Aun así las manecillas del reloj del salón parecían no moverse, por lo que decidió dejar de mirarlo y guiarse por las campanadas del cercano reloj de la Puerta del Sol, algo que la hizo llegar con diez minutos de retraso porque era famosa, y motivo de chanzas por parte de los madrileños, la poca fiabilidad del reloj emplazado en la torre de Gobernación.
Cuando entró en el café a punto estuvo de desmayarse de tan emocionaba como se sentía. Al fondo, al lado del espejo, estaba Salvador, con su piel morena, con sus ojos claros y con su sonrisa en la boca en cuanto la divisó. Él se levantó y galantemente le tendió la mano a la vez que retiraba una de las sillas para que Matilde se sentara.
—No sabe qué feliz me hace verla aquí y comprobar que ha aceptado mi invitación —dijo Salvador iniciando la conversación.
—Bueno, confieso que me tiene sumamente intrigada eso que quiere hablar conmigo —contestó Matilde con un hilillo de voz pues el nerviosismo que la atacaba siempre que estaba delante de Salvador hizo de nuevo acto de presencia.
Después de que el camarero les sirviera sus consumiciones —café para él y azucarillos para ella—, Salvador continuó con la tímida conversación. Se le notaba azorado, pensó Matilde, y eso era señal de que lo que le iba a comunicar era importante.
—Verá, Matilde, no soy hombre de circunloquios. Durante muchos años me he desenvuelto entre plantaciones y gente del campo cultivando café, por eso le pido de antemano disculpas si mi tono y mis maneras le resultan bruscas.
—Ay, Salvador, ¡qué cosas dice usted! No me parece en absoluto un hombre brusco —respondió Matilde al mismo tiempo que sentía ruborizarse, por lo que optó por ocultarse detrás de su abanico a la vez que se daba algo de aire para ver si así se le iba el calor que empezaba a sentir en todo el cuerpo.
Cuando hizo esta maniobra Salvador amplió su sonrisa —y Matilde sintió aún más calor—.
—Matilde, es usted una artista con los abanicos. Y precisamente de ellos quería hablarle.
Llegados a este punto el movimiento de muñeca de Matilde era desenfrenado, y el aire que despedía el abanico llegó hasta los ocupantes de la mesa colindante.
—Pues usted dirá.
—Mire, desde que la conozco me ha llamado mucho la atención la cantidad de abanicos que posee.
—Sí, bueno, verá, es que aquí en Madrid hace mucho calor y… en fin, son muy útiles, claro, porque si no fuera por el aire que dan no se podría aguantar, aunque ustedes los hombres no los llevan y no pasa nada, o eso parece, es decir, que no se va a morir uno por no llevar abanico pero si lo lleva mejor que si no lo lleva ¿no cree?
Mientras decía todo esto, Matilde pensó que hubiera sido mejor quedarse calladita, porque para decir semejante sarta de bobadas era preferible enmudecer. Pero entre el calor y la sonrisa de Salvador estaba al borde del síncope y su cerebro no era capaz de funcionar con lucidez.
Sin embargo Salvador siguió sonriendo y prosiguió.
—Mi madre y mis tías también son aficionadas a utilizarlos pero reconozco que usted tiene un donaire particular. Además, ayer fui consciente de quién es de verdad. Su manera de utilizar ese útil y al mismo tiempo bello instrumento me ha hecho reflexionar y de ahí mi petición por verla hoy.
Según hablaba Salvador, Matilde estaba flotando en una nube vaporosa y nadando en un mar de sudor pues el calor que sentía no se lo habrían quitado ni los abanicos gigantes de plumas que vio en uno de los cuadros de El Prado.
—Matilde, ¿sería usted tan amable de acompañarme a elegir un abanico para alguien muy especial? Usted es una entendida en la materia, ayer me lo demostró con unos movimientos de gran pericia y creo que me sería muy útil.
—¿Elegir un abanico? ¿Para alguien muy especial? —balbució ella aturdida por lo que acababa de escuchar.
—Es algo que llevo con mucha discreción, por eso he querido hablarlo con usted fuera de las paredes de la casa de mis tías. Tengo una prometida en Cuba y quería regalarle un abanico, pero cuando fui a una de las mejores tiendas de la ciudad me asaetearon con ingentes detalles. Que cómo quería las varillas, de carey, nácar o marfil, que si mejor de madera, pero madera de peral o de manzano, que si la tela de seda o de encaje. En fin, que me aturdieron con muchas preguntas y no supe contestar.
—Bueno... esto... en realidad es sencillo. No... no es tan complicado. Ejem, las varillas mejor que sean de peral, pero los padrones han de ser de nácar porque así duran más, la tela que sea resistente pero no muy gruesa pues le quitaría cimbreo —contestó Matilde con un hilillo de voz otra vez, pero en esta ocasión no por el nerviosismo sino por la amarga decepción que se acababa de instalar en su pecho.
Además, el calor que anteriormente la abrasaba había sido sustituido por un sudor frío que estaba haciéndole tiritar.
Después de despedirse apresuradamente de Salvador aduciendo una jaqueca repentina y dejando al indiano algo extrañado, Matilde salió a todo correr del café Suizo.
*****
Matilde caminaba calle Alcalá arriba anegada en sudor y lágrimas. El agua en la cara no fue capaz de atenuar el tremendo sofoco que padecía. Pestañeando furiosamente para ahuyentar el llanto se fue a su casa deseando quitarse la ropa que tanto la incomodaba y el mal sabor de boca de unos azucarillos que le habían dejado un regusto a hiel.
Mientras iba camino de su casa agitaba frenéticamente el abanico. ¡Por Dios, qué calor!
Escrito en Madrid, una tarde calurosa del mes de agosto.
Pobre Matilde ella ilusionada y enamorada, y menudo chasco. Me ha encantado y me alegra que una tarde calurosa de agosto te haya servido de inspiración para escribir algo tan bueno. Felicidades y espero mas relatos. Besos TERE.
ResponderEliminarPasar calor debía de tener algo bueno, en mi caso idear este relato. Algo es algo.
EliminarGracias, Tere. por la visita.
Un beso.
Pobriña mía, una enamorada frustrada. Es que estos hombres no son nada de fiar o muy al contrario...tan predecibles.
ResponderEliminarUna inspiración veraniega que me ha encantado leer.
Salvador es de esas personas que van a su bola, solo les importan sus propios problemas y se fijó en Matilde porque le podía ser útil a sus propósitos. En fin, nadie dijo que la vida fuera fácil.
EliminarGracias por tus palabras, Javier.
Pobre mujer... ¡¡menudo chasco!!. Comprenderla no la comprendió, pero captó rápidamente que de abanicos entendía un montón.
ResponderEliminarMuy bueno, Kirke de veras. La espera mereció la pena y las expectativas creadas por la primera parte se han visto de sobra recompensadas.
Un beso.
Parece que Salvador dentro de su nula perspicacia algo sí supo captar, que Matilde era una entendida de los abanicos. Pero Matilde no captó que el interés de Salvador iba por otros derroteros muy alejados de ella.
EliminarGracias, amiga, por tus palabras.
Un besote.
Aixxx noooo! Pobre Matilde! Me ha gustado mucho el ritmo de la narración y la manera ser de Matilde, es una gran protagonista! Un besito guapa, me ha encantado :))
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. Siempre es un placer saber que nuestro trabajo gusta.
EliminarUn besote, guapa.
Ay la pobre mía el disgusto que se acaba de llevar. Yo le hubiera metido fuego a Salvador allí mismo y lo hubiera abanicado para acelerar el proceso. Me ha encantado el relato, Paloma. Eres una fenómena de las palabras. Besos
ResponderEliminarQué bueno, Marina, nunca se me habría ocurrido pensar que el abanico fuera un acelerante para los incendios, jajaja.
EliminarMuchas gracias por tus amables palabras acerca de este texto.
Un besote.
Aynsss pobrecita qué disgusto.
ResponderEliminar"Miratú" el tipo desagradecido pedirle que le ayude a escoger un abanico, aún fue comedida Matilde.
Me ha gustado mucho, sobre todo ese final que me ha acabado sorprendiendo que ya la veía en brazos del enamorado y suspirando de amor. Muy bien.
Besos
Me temo que los finales felices en casos tan extremos como el de Matilde no son habituales. A la pobre le habría ido mucho mejor si hubiera hablado directamente con Salvador, pero eso en aquella época era imposible de realizar.
EliminarMatilde tuvo muy mala suerte, debería haber nacido más tarde, como unos cien años.
Un besote, Conxita.
Leí con gran detenimiento la primera parte de las desventuras amorosas de la señorita Matilde. En una hilarante primera parte, quería conquistar a Don Salvador, el morenazo que ha conquistado el corazón, de la entradita en años.
ResponderEliminarLa autora sabe jugar con el humor, y el amor al cien por cien. En un relato de principios de siglo situado en Madrid, sólo hay algo para sofocar el calor, el abanico. Aunque nuestra protagonista lo usa para otros menesteres, y con el famoso lenguaje del abanico, una mujer pudorosa es la única forma de declarar su amor.
Un relato fiel documento de la época. En su primera y en ésta, segunda parte ha cumplido el cometido de hacer pasar un buen rato. El humor es más difícil que la tragedia. Gran dosis de imaginación y calidad literaria. Mi enhorabuena.
Un abrazo literario.
Muchas gracias por tan halagadoras y bonitas palabras. Intenté documentarme lo mejor posible y ser fiel, dentro de un orden, a la época en la que se desarrolla la historia.
EliminarMe alegra saber que todo el trabajo que está detrás de este relato haya sido de provecho.
Un abrazo.
Kirke adelante. Una mezcla divertida de chotis aderezada con vientecillo de abanicos propulsores de feromonas madrileñas. Lástima que no lleguen a ser capaces de colarse por las fosas nasales del cubano acostumbrado a olores más tropicales.¡Qué pena! Y mira que la española cuando besa...
ResponderEliminarYo creo que Matilde debería haberse llevado a la fiesta a un traductor simultáneo, tomado los azucarillos con un poco de ron cubano y por qué no, haber vestido medias rojas que con algo de destape de la época... zas.
Es posible que si Matilde se hubiera informado más sobre las costumbres cubanas en lugar de aprender el lenguaje de los abanicos le hubiera sido más efectivo para tratar con Salvador.
EliminarNunca se sabrá, el indiano parece que no está por la labor de tener nada con Matilde.
Un beso, Paco.
Ay Paloma, lo que me he reído con lo del "paralís" jajajaja. Hace tiempo que no oía esa palabra y me encanta.
ResponderEliminarNo sé qué te ha inspirado este relato pero la verdad es que te está quedando genial. No solo es divertido, sino que ahora, además, me tienes intrigadísima. Yo creo que al final los "meneos" de abanico van a servir de algo, aunque no sea Salvador el blanco de los mensajes. Estoy deseando leer la continuación y espero que la pobre Matilde salga bien parada porque me está dando una penilla... De aquí no me muevo hasta que no salga la continuación :DD
¡Un beso grande!
Siento decepcionarte, Julia, pero la historia se acaba con esta segunda parte. Matilde se ha quedado compuesta con el abanico y con Salvador suspirando por otra.
EliminarPor desgracia el romanticismo de aquella época no siempre contaba con desenlaces felices, al menos para una de las partes.
C'est la vie.
Un besote.
Ainssss pues no sé por qué pensé que los enérgicos movimientos de abanico de Matilde en su regreso a casa encontrarían otro "blanco" en el que sí surtieran sus efectos. Me he ido cuatro pueblos más allá del final de la autora, o sea tú. ¿De verdad que no puedes hacer algo más por la pobre Matilda? Anda... :))
EliminarTermine aquí o no me reitero: el relato es genial.
¡Un beso de lunes, guapa!
Es lo que tiene la interacción entre el lector y el escritor, Julia, que uno al leer se sumerge e idea otras situaciones diferentes.
EliminarEn este caso voy a dejar a Matilde utilizando el abanico para lo que fue ideado, para dar aire.
Gracias por tus palabras, guapa.
Un beso y buen lunes.
Hola Kirke, esto es lo que se define como un pedazo de chasco monumental el que se llevó Mrs Matilde. La verdad, es que en cuestiones amorosas, no conviene apresurase y confirmar todos los cabos, ja,ja,ja, sino el calor puede ser sonrojante. Un relato muy, pero que muy castizo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo creo que todo lo que le pasó a Matilde se basa en utilizar lenguajes muy poco claros. Si ella fuera más de "al pan, pan, y al vino, vino" seguro que no habría tenido ese chasco. Pero de todo se aprende, seguro que al próximo enamorado lo trata de otra manera (esta del abanico no fue muy eficaz).
EliminarUn abrazo, Miguel.
jajaja menudo chasco se ha llevado la pobre Matilde, y es que a veces no coincide lo que pensamos que piensan otros de nosotros, con lo que piensan realmente, valga el trabalenguas. Además te las has arreglado para intrigarnos en este capítulo con la aparición de esa misteriosa nota de Salvador, con la que has introducido una nota de suspense que hace que el capítulo se lea fácilmente. Bravo por la documentación respecto a los abanicos, no sé si ha sido a propósito para el relato o eres una entendida, pero ha quedado solvente. Está quedando muy bien esta historia, Paloma. Un saludo.
ResponderEliminarEsa nota de Salvador decía lo que tenía que decir, pero la pobre Matilde estaba tan segura de "sus pensamientos" que todo lo relacionó con su forma de actuar. Como tú bien comentas lo que nosotros pensamos no coincide muchas veces con lo que piensan otros.
EliminarUtilizo mucho los abanicos, en Madrid el calor en verano es asfixiante, pero no conocía los signos que se pueden hacer con ellos. Me documenté al respecto para este relato. Ahora tengo la intriga de qué habré estado yo "diciendo" sin querer antes de conocer este lenguaje. De momento a mí nadie me ha mandado notas, jajaja.
Un abrazo, Jorge.
Me ha gustado mucho, Kirke. Motivos: la ortografía y la puntuación excelentes (no siempre las cuidamos como debiéramos: observo en los blog que se debería revisar más); la ambientación, adecuada; el ritmo y el desarrollo, ágiles; la caracterización de los personajes, muy creíble; la historia, entretenida y con intriga; los diálogos, con sentído (es fácil caer en lo insustancial, y no es tu caso); el final, bien resuelto.
ResponderEliminarTienes madera de escritora, y no es un elogio bloguero (que habría que coger con pinzas). Es mucho más difícil (así lo veo yo, aunque habrá quien no esté de acuerdo conmigo) escribir una historia sencilla y con enganche como esta que una de ciencia ficción, de miedo, de aventuras, o de amores trasnochados e irreales. Lo sencillo es difícil. Lo que no me gustó es que esté en partes, pero porque le doy más importancia a la literatura que a la dosificación bloguera. Al que le gusta le literatura, le gustará leerlo todo, por el placer que le procura tu lectura; el que no quiera y solo vaya por intercambio de comentarios a su blog, él o ella se lo pierde, y una gana.
Un abrazo, Kirke, Paloma.
Escribir historias sencillas y cotidianas tiene la dificultad de que han de ser creíbles, pues esas situaciones son conocidas por el lector y a este no se le puede engañar tan fácilmente. Cuando se trata de historias de ciencia-ficción o magia ahí juega también un papel importante la imaginación del escritor, algo que yo valoro mucho pues carezco de ella.
EliminarY siempre están los diálogos para dar la credibilidad a la historia. Yo me fijo mucho en ellos. Cuando un personaje habla tiene que hacerlo de manera que se le "oiga" y que resulte creíble, que lo que diga sea necesario y con la palabras propias de la caracterización de dicho personaje (extracto social y cultural).
Los elogios blogueros, sobre todo en blogs como el mío con poca difusión en la red, yo creo que se basan en el cariño y la amistad de los contertulios. Personalmente, me gustaría que si se ven fallos en la redacción se me digan (con educación, claro), aunque entiendo que pueda resultar incómodo para el que los ve.
Como ya te comenté en la primera parte tuve mis dudas de publicar el relato en su totalidad o por partes. Tu crítica, que agradezco muchísimo, me ha terminado de convencer; el próximo relato lo colgaré enterito, sea de la extensión que sea. Te doy la razón: "al que le gusta la literatura, le gustará leerlo todo" y así no se desconecta de la historia.
Muchísimas gracias por tus palabras, Ángeles, te diré que peso 55 kilos y mido uno sesenta y pico metros, pero si tuviera que salir ahora mismo de la habitación en la que estoy... no cabría por la puerta de la satisfacción que me ha dado leer lo que me dices.
Un besote grande, guapa.
Ahora, mis fallos. Escribo la frase ya rectificada: observo que en los blogs debería haber más revisiones. Y ya está, y mejor no releo lo que puse en el comentario porque veré más fallos. Kisses.
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EliminarNo te preocupes. Yo también acabo de ver un error en mi comentario anterior (le falta la "s" a un artículo). Puede que el ritmo de vida frenético que tenemos nos incite a escribir también rápido y no nos paremos a revisar.
De todas formas a mí me pasa a menudo, que leo y releo un texto y no le veo fallos, lo publico y ¡zas! compruebo que tiene errores. ¡Qué rabia!
Otro besote y buen fin de domingo.
Qué pena Paloma, ains... mira que creí ver futuro en la historia y nada, que nuestro chico ya estaba comprometido. Supongo que el chasco nos lo hemos llevado todos, jeje
ResponderEliminarPero quitando la lástima que me da la pobre, el relato es fantástico, ambientación, diálogo es impecable. Yo como lectora lo he disfrutado muchísimo y me encantaría que continuara, :)
Un besazo, enorme.
Me temo que las vicisitudes de Matilde aquí terminan, qué le pasará a la pobre de ahora en adelante es algo que no sabremos, aunque para eso está la imaginación de cada lector.
EliminarMe alegra mucho saber que has disfrutado leyendo el relato, es la mejor recompensa para mí.
Un besote, Irene.
¡¡¡¡Hola!!!! Oye pues me ha gustado el final y me he reído con algunas cosas, muy muy original, de verdad aunque pobre Matilde.
ResponderEliminarBesos.
La pobre Matilde salió malparada de esta experiencia, esperemos que haya aprendido a comunicarse de otra manera porque lo del abanico no resultó.
EliminarUn besote, guapa.
Jajaja. Describes la situación con maestría. He disfrutado de la lectura aunque veía venir el final. No es que resulte especialmente previsible sino porque me ha recordado a uno de mis relatos, "Gertrudis y la merienda campestre", publicado en "Retales de una vida" el 3 de junio de 2015 e incluido en mi recopilación de relatos "Irreal como la vida misma" (por si quieres leer una de las dos cosas, jeje). Y es que me encantan los enredos y malentendidos.
ResponderEliminarComo dije tiempo atrás, se te dan muy bien los relatos y este es un buen ejemplo de ello.
Un abrazo.
No recordaba ese relato y he ido a buscarlo en el libro que tengo en casa. Los enredos y malentendidos provienen muchas veces del que escucha y no del que habla. Dicen que no hay palabra mal dicha, sino mal entendida.
EliminarAunque yo creo que tu Anselmo fue más cruel que mi Salvador, porque montarle a la pobre Gertrudis una merienda con toda la parafernalia para pedirle lo que le pidió... pobrecita mía.
De todas formas, pobres Gertrudis y Matilde, se ve que no tuvieron una madre como la mía que ya desde pequeña me dijo: "no te fíes de los hombres, son imprevisibles, siempre salen por donde menos te lo esperas" jajaja.
Gracias, Josep Mª, por lo que me dices, viniendo de alguien que escribe tan bien es un honor, de verdad.
Un abrazo.
Hola, Paloma! La muerte de mi portátil ha retrasado muchas cosas, entre ellas este magnífico relato. La verdad es que visto el elitismo de doña Matilde creo que se ha llevado un chasco merecido. Una historia narrada con agilidad, mostrando los detalles necesarios y avanzando a través de unos diálogos simplemente geniales. Los he oído, como cuando escucho hablar a una persona real. El tono de los mismos, el lenguaje elevado de los "señores", el vulgar de Pacita. Aparte de la documentación del ambiente de época y el conocimiento de sobre abanicos. Sin duda, un relato de 10. Enhorabuena!
ResponderEliminarDoy mucha importancia a los diálogos en una historia, ese poder "oír" a quien habla para mí es una muestra de credibilidad, al fin y al cabo, cuando se cuenta algo se pretende que quien recibe la historia la "vea" y la sienta.
EliminarMuchísimas gracias por lo que me comentas, tú escribes muy bien y me dejas más ancha que larga con tus elogios.
Un abrazo grande, David.
Qué fea situación. Matilde va a tener que cambiar de tácticas, urgente.
ResponderEliminarEstupendo relato, Kirke. Qué bien narrado está.
Saludos.
Gracias, Raúl, por tu visita y por tu valoración.
EliminarUn abrazo.