No sé a qué viene tanta discusión
sobre mi forma de actuar. Unos me tratan de traidor, otros de justiciero. Mis
detractores me apodan el Renegado, mis partidarios, Guerrero. Quienes me acusan
de traición dicen que este Nuevo Mundo me ha cambiado, pero yo creo que sigo
siendo el mismo hombre que partió hace más de treinta años de mi Huelva natal.
Es cierto que nada más llegar a
las tierras que nuestro almirante Colón descubrió todo me resultó extraño, pero,
poco a poco, pude comprobar que las diferencias no eran tantas.
En el primer lugar donde recalé,
una encomienda de una isla de los caribes, mi misión fue cazar indios para
esclavizarlos. Esclavo a mí me hicieron cuando los cocomes[1] me
capturaron al recalar en una playa tras naufragar cuando íbamos desde Tierra
Firme a La Española. El esclavista esclavizado, tiene guasa.
Cuando los naipes vienen mal y
pintan bastos hay que aceptar lo que la vida nos reparte, por eso me sometí con
resignación a mi cautiverio, pero mis enemigos lo llaman cobardía. De cobarde
también me tachó mi propio compañero de penurias esclavizado al tiempo que yo, Jerónimo
de Aguilar, un ex diácono reciclado en soldado y al que sus rígidas creencias
religiosas le provocaban un exacerbado odio a todo aquel que no fuera cristiano.
Jerónimo nunca renunció, en todos
los años que vivimos juntos, a convencerme para escapar. Al principio le hice
caso y así conseguimos huir de los terribles cocomes, para ser apresados por
los tutul ixúes[2];
saltamos del cazo a la sartén. Con nuestros nuevos amos a mí se me quitaron las
ganas de volver a intentarlo a pesar de no tener carceleros, mas no hacían
falta: la selva que nos rodeaba era la reja y los grilletes el cansancio que nos
ataba después de jornadas interminables recogiendo maíz o acarreando piedra.
Aquí me tocó trabajar como una
mula, igual que en Huelva.
Ahora tengo que combatir, lo mismo
que al otro lado del océano. Allí fue en la toma de Granada luchando contra el
moro o contra el francés en la guerra de Nápoles. Aquí lo hago contra otras
tribus que intentan quedarse con nuestras mujeres y nuestras tierras o contra
los barbudos que vienen de, igual que yo, más allá del mar, y que pretenden lo
mismo: arrebatarnos lo nuestro.
Hasta la manera de guerrear es
igual, pero solo desde que estoy en estas tierras porque de eso yo soy el
responsable. Cuando el jefe Taxmar nos llevó a Jerónimo y a mí a frenar una de
las incursiones de los cocomes, nuestra manera de luchar le llamó la atención.
Fui soldado de los tercios, al mando de don Gonzalo de Córdoba, el Gran
Capitán, y fui adiestrado en el combate sistemático, donde el compañero asiste
y refuerza la propia posición haciendo de la lucha una cuestión de equipo.
Aquí, los indios, antes de que yo les enseñara, solo sabían acometer
individualmente con toda su fiereza, que es mucha, pero poco efectiva si se ha
de ganar a un ejército. Todas estas virtudes supo apreciarlas el jefe Taxmar y
me encargó que adiestrara a sus hombres. A Jerónimo le disgustó mi colaboración,
no perdía ocasión de echármelo en cara, «Eres un vendido», «No te das cuenta de
que esa gente es hereje y enemiga de Nuestro Señor y de Su Majestad» «Cristo
está disgustado contigo»… Así todo el día. ¡Qué pesado! Pero, lo cierto, es que
el trato hacia mi persona mejoró, así como mi posición en el poblado. Menos mal
que dejé de soportar a Jerónimo y sus miraditas de reproche cuando me
entregaron como lugarteniente a Balam, el jefe militar de los cheles[3]. Conseguí
prestigio adiestrando más guerreros mayas y gané la libertad cuando salvé del
ataque de un caimán al que, hasta ese día, fue mi amo. En La Española también
solíamos liberar de la esclavitud al siervo leal, pues aquí lo mismo.
No hay tanto cambio y no creo
haber cambiado nada, aquí casi todo es muy parecido, tan solo existen pequeñas
diferencias.
En los templos cristianos se
emplea el incienso, en los de aquí el copal; en cualquier caso, los sahumerios
buscan enmascarar el mal olor. Los curas de Huelva eran sucios y apestaban a
vino y sudor; aquí, los sacerdotes van igual de sucios, llevan la túnica y el
pelo con restos desecados de la sangre de sus víctimas sacrificadas y apestan
lo mismo. Sí es cierto que en las ceremonias religiosas de España lo de
sacrificar es más sutil: en misa comemos la sangre y el cuerpo de Nuestro Señor
Jesucristo simbolizados con el vino y el pan, mientras que aquí se dejan de
simbolismos y la sangre procede del pobre desgraciado al que le suben al altar donde
le abren el pecho y le extraen el corazón para luego devorarlo.
Los devotos creyentes también se
comportan muy parecido. Allí, al otro lado del mar, se flagelan las espaldas o laceran
el cuerpo mediante cilicios, aquí se agujerean la lengua y los labios como
ofrendas a sus dioses. Dolor absurdo en cualquiera de los casos.
En ciertas minucias puede que sí
que se note más la diferencia. La comida podría ser una de ellas. Reconozco que
echo de menos un buen jamón y un buen chorizo, aquí no conocen el cerdo, pero
tienen a cambio algo delicioso y que me hace olvidar el tocino y hasta perder el
sentido: el chocolate. El deleite que sentí la primera vez que lo probé me hizo
creer que estaba tocando el cielo, ese que prometen tanto los sacerdotes de
allí como los de aquí pero que yo solo vislumbro cuando me tomo una jícara de
ese alimento de dioses.
Una sensación parecida experimento
cuando me pongo a fumar, el humo de la planta que aquí llaman tabaco se expande
por los pulmones y relaja mente y cuerpo. Jerónimo me decía que eso no podía
ser bueno, que estaba maltratando mi salud, pero él siempre ve maldad en todo lo que causa placer. ¡Demontre de
diácono!
Me he tatuado la cara con los
símbolos que representan al animal asociado a mi espíritu que, según el chamán,
es el jaguar. Me laceré la piel para marcar las rayas que asemejan los bigotes
de esa majestuosa bestia. Lástima que la barba me las tape y no se vean, pero
rasurarme constantemente es algo tedioso y, además, con el tiempo, mis vecinos
han asumido ese rasgo tan feo de mi fisionomía.
Siempre he soñado con formar un
hogar y una familia, y eso es lo que tengo ahora. Que el cacique NaChanCam me
ofreciera como esposa a una de sus hijas fue todo un honor y un alivio al
comprobar que, de todas sus hermanas, era la única que no bizqueaba[4]. He
aceptado muchos ritos y costumbres de este pueblo maya, pero considerar guapos a los bisojos es algo por lo que no paso. La bella ZazilHá (bella para
mí, para sus parientes un adefesio) me ha regalado durante estos años amor y
atenciones, además de tres hijos que son la muestra palpable de mi felicidad.
Me siento parte de este pueblo,
estoy bien, mucho mejor que en Huelva de donde hui del hambre y la desgracia. Cuando
me despierto, en la playa y bajo las palmeras, disfruto de los espléndidos amaneceres
que esta península del Yucatán regala. A veces me da por pensar que si mis
compatriotas supieran de este lugar paradisíaco acudirían en masa a pasar
semanas de asueto.
¿Qué más puedo pedir? Que no venga
nadie a molestarme.
Quiero vivir tranquilo, sin ningún
problema, y problema supuso la llegada de un barco al mando del capitán
Hernández de Córdoba, una mala bestia que tuve el dudoso privilegio de conocer
cuando estuve a sus órdenes en mi época de esclavista. Unos mensajeros le
contaron a mi suegro que varios barbudos como yo habían fondeado frente a
nuestras costas. Alerté al cacique y nos pusimos en guardia; decidí comprobar
cuán efectivo había sido mi adiestramiento militar con sus guerreros, con los
míos, ahora.
En el momento de enfrentarnos a
los soldados de Hernández de Córdoba, reconozco que no las tenía todas conmigo,
pero el caso es que los hicimos huir.
Me rio a carcajadas al recordar la
cara de estupor del capitán cuando, ante la carga de sus hombres, los míos
esperaron, agachados y en disciplinado orden, sujetando un remedo de picas que
yo mandé fabricar, mientras otra facción de la escuadra estaba lista para
atacar con las espadas al tiempo que los arqueros detrás disparaban dardos envenenados
(hubiera preferido arcabuces, que es el arma que utilizábamos en los tercios,
pero hay que adaptarse con lo que uno tiene). Semejante maniobra no se la
esperaban y fueron derrotados.
Se fueron, pero volvieron. Esta
vez al mando de Juan de Grijalva y, de nuevo, los hicimos huir.
Fue entonces cuando corrió la voz
de que un renegado estaba enseñando las tácticas de combate españolas a los
indígenas y me empezaron a llamar de todo. Al tiempo que mi felonía crecía
entre mis antiguos camaradas, mi ascendiente se agrandaba entre mi nuevo pueblo
de adopción.
Renegado para unos, Guerrero para
otros. Entre todos me han despojado del nombre. Gonzalo de Arona nací, pero ahora
me apodan Guerrero, y así creo que me acabarán llamando mucho tiempo después de
que yo deje de caminar sobre la tierra.
Hace unos años vino un mensajero
desde Cozumel: un nuevo capitán, Hernán Cortés, supo de mi existencia, y me
buscó. Quería que me uniera a su tropa, que me llevara también a mi esposa e
hijos, que seríamos recibidos con los brazos abiertos. Rechacé la oferta.
Aquí estoy bien, no quiero
regresar a ningún otro sitio que no sea mi humilde y acogedora cabaña en el
interior de la selva.
Quien sí aceptó el ofrecimiento
fue Jerónimo de Aguilar, creo que se convirtió en el intérprete de ese capitán
y que tuvo un papel importante en conseguir que los españoles llegaran hasta la
capital de los mexicas, Tenochtitlán.
Más de dos décadas llevo
rechazando a mis compatriotas, a los de antes. Yucatán es un hueso duro de roer;
mientras imperios como el azteca ya han sucumbido, nuestro pueblo, el mío de
ahora, resiste. Entre los mayas celebran cada victoria como si fuera el final
de la guerra, pero sé que la guerra no ha terminado y que volverán más y serán
ellos los que acaben venciendo.
Ya queda poco. Mi adiestramiento los han frenado, he conseguido derrotar al enemigo utilizando sus mismas tácticas, pero ellos son más. No podemos vencer. Nos acosan y esto se termina.
Seguramente acabe
muerto, rodeado de amigos, de un lado y del otro del mar, luchando por lo que
considero justo, como ellos, como nosotros. Matar o morir. Igual que siempre. No
encuentro la diferencia.
NOTA HISTÓRICA: Gonzalo de Arona, más conocido por Gonzalo Guerrero, es considerado el padre del mestizaje por simbolizar la unión de dos pueblos al integrarse y adoptar como propio el modo de vida de los mayas. Su tenaz oposición a la invasión española le valió el apodo de traidor o Renegado, máxime cuando enseñó a los indígenas las tácticas militares de sus antiguos compatriotas.
Uno de los estados de la nación de
México lleva el nombre de Guerrero en su honor.
[1]
Indios mayas de la península del Yucatán.
[2]
Indios mayas del Yucatán enemigos de los cocomes.
[3]
Indios mayas del Yucatán, aliados de los tutul ixúes.
[4]
Entre el pueblo maya se consideraba un signo de belleza y distinción ser bizco
de tal manera que, a muchos miembros de la nobleza, desde recién nacidos, se
les ataba un palo en la frente con una bola colgando entre los dos ojos para
forzar el estrabismo.
Caray, qué interesante. No tenía ni idea de este Gonzalo de Arona ni de que se le considere el fundador del mestizaje. Es muy lógico dejarse de zarandajas de patrias e historias y luchar por quienes te dan un entorno agradable y una buena familia y amistades. Porque, realmente, no hay mucha diferencia entre dos que se pelean. Tan solo los puede diferenciar cuál agredió y cuál fue el agredido. Y eso aquí está muy claro.
ResponderEliminarMe encanta que retomes estas Crónicas del Descubrimiento.
Un beso.
Es más conocido por Gonzalo Guerrero y yo hace tiempo que oí hablar de él. Creo que de los esclavos que estuvieron en manos de los indios el más conocido es Jerónimo de Aguilar porque luego sirvió como intérprete a Hernán Cortés, en cambio a Gonzalo se le cita poco por "traidor", algo que es completamente injusto.
EliminarLo de que el que empieza primero un pelea es el peor... bueno, a veces se empieza porque hay situaciones en que tienes que saltar sí o sí. Como dice el refrán: dos no riñen si uno no quiere, ja, ja, ja.
Un beso.
Sabía lo del estrabismo, pero lo que cuentas me parece super interesante. Qué bonito es conocer otras culturas.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias, Aliena. Me alegra saber que esta manera de contar la historia te haya resultado interesante.
EliminarUn beso.
Qué historia tan interesante y bien contada. Si al principio se me antojó un acto de traición el hecho de asimilarse al supuesto enemigo, luego he comprendido que forma parte de una lógica. Si encontró placentero vivir con gentes que al principio lo esclavizaron y que luego lo agasajaron, por no decir que encontró mujer y formó una familia, el de lógica que se quedara en aquellas tierras y tomara partido por ellas. Seguramente tú habrías obrado de igual modo al descubrir el chocolate, ja, ja, ja.
ResponderEliminarUn beso.
A mí lo que me llama la atención de este señor es la coherencia. Él se dedicó a cazar esclavos, cuando le toca a él serlo lo asume. Es consciente de que es un "o tú o yo" y no le da más vueltas. Cuando le ofrecen adiestrar a los guerreros mayas, pues los adiestra, él vive con ellos y asume que la seguridad del poblado implica seguridad para él.
EliminarA mí me ofrecen chocolate y me olvido de mi país, de mi bandera y hasta de mi madre. Por el chocolate... ¡mato!
Un beso.
Hola, Paloma.
ResponderEliminarQuizás me equivoque, pero siempre he pensado que la esencia de lo que somos es la que es, puede variar, difuminarse o agravarse por el tiempo y sus circunstancias. Pero el que es un monstruo lo es. Otra cosa es quién apoye a esa persona, porque entonces estará rodeado de iguales, que necesitan de una mano ejecutora, como también sucede a la inversa. El que solo aspire a la unión creará fraternidad.
Nunca he terminado de comprender el sentimiento o la necesidad de propiedad. Eso siempre termina influenciando en guerra y barbarie.
Tu escrito nos cede la necesidad por encontrar ese lugar para sentirse en paz. Luego como siempre llegarán otros y simplemente avasallarán. Siempre estamos repitiendo la misma historia. No aprendemos.
Gracias por este cachito de historia.
Un beso.
Hola, Irene.
EliminarLa historia de la Humanidad se escribe con sangre. Todos quieren lo que tiene el otro y hasta parece que se valora más lo que uno posee si antes fue posesión del de al lado y se le arrebató previamente. Es triste, pero es así.
Guerrero fue un producto de su época. Un ser brutal y básico. En su simpleza me parece que es un personaje bastante coherente y nada fanático, a él no le mueven creencias religiosas intensas que demonizan al que no piensa igual.
En mi documentación sobre la conquista de América me he encontrado con algunos personajes que me han tocado la fibra sensible, por uno u otro motivo, y este es uno de ellos. De otros dos hablaré más adelante, Hernando de Soto y Alonso de Ojeda, los motivos ya los sabrás si tienes paciencia y aguante para seguir viniendo por aquí, ja, ja, ja.
Un besote.
¡Hola, Paloma! Un relato espectacular y un personaje que desconocía, pero que me ha enamorado a primera vista o a primer relato. Un tipo realmente humano y diría que totalmente libre, pese a sus períodos de esclavitud. Digo libre de mente y sabio. Muy sabio. Al final, los de abajo somos esclavos, solo cambia la persona que nos lleva de la correa. Da igual que sea de aquí o allá, una vez te das cuenta de eso lo mejor es adaptarse y arrimarse al sol que más calienta.
ResponderEliminarY sí nada nuevo bajo el sol, está el Poder y el Pueblo llano, da igual cuándo y cómo lo leas. Un abrazo!!
Hola, David.
EliminarNadie es completamente libre, hay muchas ataduras de todo tipo, lo malo es que nosotros mismos nos ponemos más cadenas de las necesarias y los prejuicios son una forma de atarnos a situaciones que no nos convienen.
Desde luego, Gonzalo Guerrero supo romper esas ligaduras, tuvo una mente abierta, por eso me parece tan entrañable, no se dejó llevar por atavismos ni por juicios preestablecidos. Él encontró su lugar entre los mayas y decidió luchar por lo que él valoraba más. Punto.
Un abrazo grande.