Sábado, 9 de enero, por la mañana
Ana no daba crédito a lo que estaba viendo; el paisaje que se desplegaba
ante sus ojos tenía que ser el producto de algún tipo de alucinación. Se
preguntó cuánto vino había bebido en la cena del día anterior y tras recordar
que su ingesta se había limitado a media copa, como siempre, fue consciente de
que lo que veía era real.
La nieve cubría todo lo que su vista abarcaba. Los coches aparcados en
la acera se intuían por el abultamiento que se dejaba entrever en medio del
manto blanco. Ni aceras, ni calzadas eran visibles, todo era una llanura blanca
y mullida que invitaba a zambullirse en su blandura helada. Los árboles del
parque se combaban bajo el peso de la nieve amenazando con caerse; algunos ya
habían sucumbido y mostraban sus heridas en los troncos, unas heridas que se
mostraban crueles al destacar el marrón de la corteza en medio del blanco invasor.
Cinco autobuses urbanos se encontraban encallados en la calzada,
abandonados por sus conductores cuando la tormenta les impidió avanzar: barcos
con ruedas, varados en un acantilado de nieve.
―¡Qué desastre! ―dijo Ana en un susurro.
―¡Halaaaaa! ¡Cuánta nieve! ―exclamó Dani mientras se tumbaba en la
blancura moviendo brazos y piernas hasta dejar la huella de la figura de un ángel.
―Dani, por favor, ven aquí ―le reprendió Ana―. Nos vamos a casa.
El alcance de la nevada era mucho mayor de lo que cabría esperar
viéndola desde la ventana de su casa; en la calle, Ana fue consciente de lo que
había ocurrido y en seguida se dio cuenta de lo peligroso que podía ser andar
por la zona en esas condiciones, por muy atractivo y extraordinario que se
presentara el paisaje.
―Venga, Ana ―la reprendió su marido mientras los gemelos hacían
pucheros―. ¿No decías que los niños debían disfrutar con la nieve? Pues mira,
ahora hay un montón ―miró a su alrededor con los ojos como platos.
Manuel también estaba asombrado, su escepticismo se había esfumado de un
plumazo ante la realidad. La predicción de los meteorólogos se había cumplido y
con creces pues en algunas zonas el espesor de la nieve acumulada superaba el
medio metro.
Otros transeúntes también habían bajado a la calle a comprobar los
efectos de una tormenta que aún no había terminado pues seguía nevando con
intensidad. Algunos intentaban rescatar sus autos debajo de kilos de nieve, otros
despejaban el acceso a sus viviendas con artilugios de todo tipo.
―Mira ese, quitando la nieve con una bandeja ―se rio Manuel al pasar
delante de un portal―, pues tiene para rato. Para esas cosas es mejor una pala.
―Claro, esa pala que todos tenemos guardada junto a la escoba y la
fregona para ocasiones como esta, ¿verdad? ―le replicó Ana con gesto airado.
―Tampoco hace falta que te pongas así ―se defendió él arrugando el ceño.
Volvieron a casa en silencio abrumados por las circunstancias, tan solo
los gemelos disfrutaron del pequeño paseo.
Domingo, 10 de enero.
Había estado nevando todo el día anterior hasta bien entrada la noche. La
ventisca no había cesado durante más de veinticuatro horas. A través de las
ventanas, Ana observó cómo el gigantesco abeto del jardín de su casa, que todas
las mañanas la saludaba con sus enormes ramas extendidas, ahora se mostraba abatido,
con el ramaje inclinado hacia el suelo bajo el peso de la nieve acumulada, en
un gesto de derrota e impotencia ante el temporal inaudito.
―Dicen que han llamado a los del ejército para rescatar a los
conductores que se quedaron bloqueados por la nieve en la M-30 y en la M-40
―comentó Ana mientras cenaban una ensalada y un poco de fruta.
―Desde luego, ¡cuánto descerebrado hay! ¡A quién se le ocurre coger el
coche con esta tormenta! ―comentó Manuel mientras se tragaba un bocado de
tomate.
―A ti, sin ir más lejos, si yo no te hubiera dicho ayer que nos diéramos
la vuelta ―contestó Ana.
―Ana, de verdad, estás de un humor. No se te puede decir nada ―replicó
él con el ceño fruncido y clavando la vista en su cena.
―Creo que han sacado las quitanieves ahora que ha dejado de nevar ―añadió
Ana para distender el ambiente.
―Pues menos mal que no ha estado nevando una semana entera como ocurre
en otros países, porque entonces Madrid habría desaparecido bajo la nieve irremisiblemente
―dijo Manuel sonriendo a Ana con gesto cómplice.
―Y el alcalde dice que hasta finales de la semana que viene no cree que
podamos recuperar la normalidad ―añadió Ana con sonrisa cínica.
―Entonces será a principios de la otra, porque estos políticos manejan
los tiempos muy mal ―replicó Manuel con una carcajada―. A ver cómo saco yo el
coche si no vienen a limpiar la calle.
―Con la pala que deberíamos tener guardada en el trastero ―contestó Ana
riéndose también.
Martes, 12 de enero, por la mañana.
―Se nos han acabado la leche y los huevos, y de fruta
solo queda una mandarina ―dijo Ana mientras desolada miraba el interior del
frigorífico.
―¿Estás segura de que no hay nada en el súper de al
lado? ―le preguntó Manuel.
―Se le agotaron las existencias el domingo mismo, y no
reciben más género porque la calle está llena de nieve y los camiones del
reparto no puede llegar.
―No sé dónde se han metido los militares y los miles de
operarios del ayuntamiento ―se preguntó Manuel rascándose la oreja.
―Desde luego aquí no están ―respondió Ana muy enfadada.
Hacía más de dos días que había dejado de nevar, desde el
ayuntamiento decían que se estaban realizando numerosas intervenciones para
limpiar las calles, pero el caso es que la zona donde vivían Ana y Manuel
estaba igual: calles intransitables y comercios desabastecidos.
―Según la web del ayuntamiento, en el barrio de al lado
ya están limpias muchas calles, podríamos ir al Mercadona, pero andando, claro.
―Para fiarte de la web, Ana. Según esa misma página, nuestra
calle también está limpia y mira ―señaló a la ventana desde la que se veía una
calzada completamente cubierta de nieve donde solo se aventuraban los todoterrenos.
Manuel, entonces se acordó de cuando quiso comprar uno y Ana se opuso
argumentando que ese tipo de vehículos eran un absurdo y un desperdicio si se
vivía en una ciudad.
Martes, 12 de enero, por la tarde.
Decidieron ir al supermercado del barrio aledaño
caminando. Para ello, y dado el estado de las calles, se pertrecharon con su
equipo de hacer senderismo. Botas de goretex, bastones para la nieve, anoraks,
gorros y guantes térmicos. Y mochilas para cargar con las provisiones. Después de
vestirse para la ocasión parecían dos alpinistas preparados para hacer una
travesía por alta montaña en lugar de una pareja que se iba al mercado a hacer
la compra.
Tardaron más de tres horas en ir y volver del
supermercado por la complejidad del trayecto donde la nieve endurecida y
congelada por las bajas temperaturas hacía que caminar por ella fuera, además
de peligroso, muy cansado y lento.
Pero el esfuerzo valió la pena porque pudieron
aprovisionarse para unos pocos días en espera de que la municipalidad se hiciera
cargo de una vez de limpiar las calles, algo de lo que solo se había ocupado la
asociación de vecinos que en cuadrillas de seis y siete personas hicieron
pequeños caminos para que la gente pudiera transitar.
Jueves, 14 de enero, por la mañana.
―¡Aggg! ¡Qué mal huele! ―dijo Dani tapándose la nariz
con gesto teatral nada más entrar en la cocina.
Ana miró hacia un rincón donde se acumulaban cuatro
bolsas de basura.
―Tira eso ya de una vez, Ana, aquí hay una peste… ―dijo
Manuel dándole la razón a su hijo.
―Dicen que no tiremos la basura en los contenedores para
que no se acumule en la calle, como no pueden pasar los camiones aún… es un
ejercicio de ciudadanía ―replicó Ana en un intento de convencerse.
―Y es un ejercicio de responsabilidad de la
administración cumplir con su obligación de darnos servicio que para eso
pagamos los impuestos ―contraatacó Manuel mientras agarraba las bolsas y
poniéndose el abrigo se dispuso a salir a tirarlas.
―Pero es que el alcalde ha dicho que …
―El alcalde puede decir misa, Ana, que ya va para una
semana y esto ya no se puede aguantar. ¡Ya está bien!
―La madre de Carlos, dice que el alcalde ha dicho que
guardemos las bolsas en el cuarto de la basura ―intercedió Dani para ayudar a
su madre.
―Sí, claro, en esta casa no tenemos suficientes
habitaciones para dormir, comer y teletrabajar y la basura va a tener un cuarto
para ella ―contraatacó Manuel mientras salía por la puerta cargado de bolsas
con desperdicios.
Jueves, 14 de enero, por la tarde.
―¡Está pasando una excavadora por la calle del súper del barrio! ¡La
están limpiando ya! ―exclamó Ana cuando llegó a casa después de hacer un
recorrido bastante penoso en busca de pan.
―¡Qué bien! Y qué rapidez, hace solo una semana que empezó a nevar ―contestó
Manuel con sorna y remarcando la palabra “solo” ―. Esto es gestionar bien una
crisis, sí señor. Por lo menos ya podremos comer fruta fresca y no solo
congelados.
Las magras provisiones que pudieron conseguir el día de la excursión a
través de la nieve ya se estaban empezando a acabar ―al tener que llevarlas
sobre sus espaldas no pudieron abastecerse de mucha cantidad―. Pero, ahora, saber
que se podrían proveer al lado de casa era un alivio que venía distender una
situación cada vez más penosa y más kafkiana.
Viernes, 22 de enero
―¡Ohh, ya no hay nieve! ―dijo Santi mirando por la ventana.
Hacía dos semanas de la gran nevada y durante ese tiempo la nieve había
permanecido en parques y jardines, además de en muchas aceras y calzadas del
barrio, pero ese día había amanecido completamente limpio todo.
―¿Han pasado los de la limpieza esta noche? ―dijo Manuel sorprendido
mirando junto a su hijo por la ventana.
―Lo que ha pasado ha sido una borrasca, ha estado lloviendo toda la
noche y se ha llevado la nieve.
Llevaba lloviendo con intermitencia desde el día anterior, pero esa
noche las precipitaciones habían sido algo más intensas y duraderas, y al fin
la nieve se había marchado.
―La meteorología nos trajo la nieve y la meteorología nos la quitó
―respondió Manuel en plan filosófico.
―Menos mal, porque si tenemos que esperar a que se la llevara el ayuntamiento
tenemos nieve hasta el próximo verano ―contraatacó Ana en plan crítico―. Supongo
que ahora habrá que esperar a que llegue un huracán para que se lleve los
restos de árboles caídos y ramas.
Tras las palabras de Ana, una fuerte ráfaga de viento hizo vibrar violentamente
el abeto que se veía desde la ventana. El día venía limpio de nieve y con mucho
aire.
―Ana, mejor no digas nada, ¿vale? No tientes a la suerte, que ya vamos
bien servidos de fenómenos naturales extremos ―le comentó un temeroso Manuel
recordando que la madrugada anterior una gran bola de fuego atravesó el cielo
de la ciudad.
Como el viento arreciaba, Manuel decidió bajar la persiana y mirando a
su mujer le dijo:
―Oye, Ana, ¿tú conoces a alguna santera que sepa quitar el mal de ojo?
¡Hola, Paloma! El año pasado fue Gloria, este año Hortensia y ya anuncian a Filomena. Es difícil estar preparado para lo excepcional, como han sido estas nevadas. Cada lugar se prepara lo que ordinariamente se repite, en Estados Unidos con esos refugios para los huracanes, en los países nórdicos para las nevadas, en los asiáticos para los tsunamis... Cualquier cosa de estas en España sería una hecatombe.
ResponderEliminarEn Barcelona, al menos en la parte cercana al mar no ha caído un puñetero copo de nieve, para desilusión de mi hijo pequeño. Y es que la nieve tiene esa doble cara, la de los daños e incomodidades y la más lúdica. En fin, como todo en esta vida hay que tomárselo con humor, aunque a este paso vamos a convertirnos todos en Groucho Marx ante tantas adversidades. Un fuerte abrazo!
Hola, David.
EliminarLa verdad es que hasta ese año, para mí la nieve siempre fue algo lúdico, con unas ligeras molestias, como el tener cuidado al andar por según qué sitios y poco más. Sin embargo, esta vez he conocido la cara más amarga de los inconvenientes que trae una nevada importante, supongo que en lugares donde están acostumbrados y preparados para estas situaciones la cosa se lleva más o menos bien, pero en Madrid fue una auténtico caos, y lo peor es que fueron muchos días.
Al igual que Ana, tengo por costumbre hacer la compra los viernes, como avisaron de la nevada lo pospuse para el lunes siguiente o el martes, pensando, tonta de mí, que ya habría pasado lo peor, pero lo peor vino después cuando pasaban los días y nadie venía a despejar las calles (en mi zona tardaron una semana en aparecer, que se dice pronto, y no en todas las calles). Para más inri, se pone a helar con unas temperaturas inauditas (trece grados bajo cero llegó a marcar el termómetro de mi balcón), con lo que la nieve se convirtió en hielo imposible de pisar.
En fin, que nunca hubiera creído vivir algo así, pero tampoco pensé que viviría una pandemia y mira... Estoy de tanto sobresalto hasta la coronilla y para conjurarlo recurro al humor, aunque también te digo que cada vez me cuesta más sacar el lado divertido de todo esto porque ya no me hace ninguna gracia.
Un abrazo fuerte.
Toda una aventura habéis pasado en Madrid con la nevada. Es que los políticos no esperaban esa gran nevada a pesar de que los meteorólogos lo avisaron bien alto y en todos los medios o es que son ineptos de verdad. Y la basura y los árboles ya los han recogido y cortados. Otra aventura nos espera. Que bien lo narras, una historia estupenda. Un abrazo.
ResponderEliminarMamen, no sé si los políticos no se lo esperaban o miraron para otro lado, porque la gestión ha sido una porquería. La decisión de no ponerse a limpiar hasta que dejara de nevar solo se le puede ocurrir a alguien que no tiene dos dedos de frente, porque luego la limpieza fue mucho más ardua y difícil (en algunos lugares se llegó a acumular un metro de nieve).
EliminarMe lo intento tomar con humor pero te aseguro que hubo días que estuve muy cabreada y al borde de la desesperación.
Un besote.
Desde luego que parece que nos ha mirado un tuerto, como se suele decir.vamos de una en otra. Primero la nieve, luego el hielo y el frío, y ahora el viento. Pero bueno, por lo menos la nieve ya no es un estorbo. ¡Qué ganas tenía de verla desaparecer y que la calle volviera a estar limpia!. Lo que les ocurre a tus protagonistas es lo mismo que nos ha pasado a muchos.¡Hasta los quince días no hemos recuperado la normalidad!
ResponderEliminarUn besito, Kirke
Hola, Rita.
EliminarLo que le pasó a Ana y a Manuel está basado en hechos reales por eso creo que todos los que hemos sufrido a Filomena nos vemos reflejados en sus experiencias.
Estábamos deseando que el 2020 se acabara y teníamos puestas muchas esperanzas en el 2021, pero no sé yo... La verdad es que no se está comportando demasiado bien.
En mi zona la nieve se fue cuando llovió, y menos mal que llovió de manera continua pero suave, porque también habían avisado de posibles riadas que al final no se dieron, ya solo nos faltaba eso.
Un besote, y a recuperarse del susto (y prepararse para lo que venga que yo ya estoy en un ay).
Hacía bien en preocuparse tu protagonista y lo triste es que solo podemos protestar y poco más. Da vergüenza ver que siempre son los mismos los que pagan el pato. Es como dices la obligación de nuestros gobernantes es gobernar y hacerlo bien, no puede ser que la ciudadanía tenga todas las responsabilidades y ellos ninguna. A ver si se estaba diciendo, pues se trata de tomar medidas y desde luego empezar a limpiar cuando ha dejado de nevar no ha resultado la mejor de las soluciones.
ResponderEliminarDe todas maneras desde fuera y sin vuestras incomodidades y problemas generados las imágenes eran una auténtica preciosidad.
Lo peor es que no aprendemos.
Un beso
Hola, Conxita.
EliminarLas imágenes que dejó Filomena son espectaculares, yo misma tengo unas cuantas que supongo algún día miraré con admiración, pero lo cierto es que ahora mismo verlas me produce desasosiego porque me llegué a agobiar bastante cuando pasaban los días y no podíamos acceder a alimentos (mi congelador tiene unas dimensiones reducidas y en casa somos cuatro para comer). Además, todos esos días "aislados" me los tiré cruzando los dedos para que a ninguno de casa nos pasara algo grave y necesitáramos una ambulancia (mi padre está muy mayor). Afortunadamente ya pasó, pero fueron demasiados días y de eso la administración es la responsable, porque nevar estuvo nevando día y medio.
Yo también creo que no habremos aprendido nada porque estoy segura que el mes que viene nos viene otra igual (esperemos que no) y nos vuelve a pasar exactamente lo mismo.
Un besote, guapa.
Un muy buen relato de la odisea que habéis tenido que pasar con la nieve, madre mía, uf, de verdad lo que he sufrido yo por vosotros, entre ellos mi hijo y tu madre mía, según ibas contando y me iba contando Jorge.
ResponderEliminarLo que me gusta del relato es lo realista que es la mujer y lo poco realista que es el marido, habrá excepciones digo yo, pero generalmente ellos tienden a no hacer mucho caso "eso son cuatro copitos de nada" y luego mira la que se lía.
Desde luego entre unos y otros, izquierda y derecha da igual, ante cualquier adversidad menudo desastre de gestión y lo malo es que lo habéis pagado todos los madrileños.
Un besote.
Hola, Tere.
EliminarEntre Ana y Manuel he querido reflejar las dos posiciones mayoritarias ante el temporal: una que se centra en lo práctico y otra que no afronta lo que pasa y se autoengaña.
La gestión ha sido un desastre, tú ya has visto cómo denunciaba en FB el día a día, y lo peor es que nadie se hace responsable. Al final como llovió la nieve se limpió y a otra cosa, mariposa. Es lamentable.
Han sido días muy duros y aún hoy me agobia recordarlos, espero que con el tiempo el trauma se suavice y todo sea una anécdota curiosa, aunque en cuestión de anécdotas ya estamos bien servidos. Qué ganas tengo de vivir la rutina aburrida.
Un besote.
Si yo creyera en algo sobrenatural diría que ese algo envió la nieve para que el colegio que estaba al lado de la casa en la que se produjo la explosión tuviera vacío de niños el patio cuando se le vino encima toda la lluvia de escombros. A veces pasan cosas que parece que escapan a la casualidad.
ResponderEliminarPero fenómenos paranormales aparte, parece ser que la gestión del fenómeno en Madrid por parte del Ayuntamiento ha sido de lo más penoso. Y los negacionistas ya están negando el calentamiento global basándose en esta nevada. Hay que ser ignorantes. Imagino que son los mismos que niegan el virus y dicen que la Tierra es plana.
Un beso.
En mi entorno tengo a gente que sí cree en fenómenos sobrenaturales basados en la religión, y me han llegado a decir que lo de la nieve para que los niños no estuvieran en el recreo que fue un milagro. Yo, que me puede mi lado más racional, les contesto que el verdadero milagro habría sido que no explotara nada y así no habría que lamentar ninguna muerte.
EliminarLa gestión del ayuntamiento ha sido espantosa, el abandono de algunas zonas es inexplicable (o puede que sí se explique en forma de votos) y la desesperación de muchos madrileños ha llegado al cabreo monumental, aunque luego se nos olvida todo, o eso parece cuando se hacen sondeos sobre intención de voto. Cada vez entiendo menos lo que pasa y lo que nos pasa.
Respecto a los negacionistas, sus propios "razonamientos" los ponen en evidencia, y muestran lo analfabetos que son.
Un besote.
A veces se sale de guatemala para entrar en guatepeor, je,je.
ResponderEliminarA medida que leía me he ido acordando de un audio buenísimo en el que un argentino va contando su experiencia al irse a vivir a Toronto. Cuando empieza a nevar se maravilla y todo lo que va ocurriendo día a día es como un espejismo mágico, hasta que llega un momento en que con tanto frío, nnieve, hielo y suciedad se caga en todo, ja,ja,ja.
Un día de estos vi en las telenoticias cómo un vecino de un barrio de Madrid (no recuerdo cuál) se quejaba de que decían que en ese barrio ya se habia eliminado la nieve, y mostraba que era cierto en todas las calles colindantes menos en la suya. Manda huevos.
Siempre que ocurren cosas así, desastres naturales, los políticos corren a hacerse la foto y a contar mentiras, tralará.
Espero que las borrascas se alejen de una vez y os/nos dejen tranquilos.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarEl primer día que empezó a nevar, el jueves, nos hizo mucha ilusión, a medida que se acumulaban los copos en los árboles y jardines, todos nos mostrábamos encantados. El viernes la cosa ya empezó a ponerse turbia porque la ventisca era preocupante y la manera de acumularse la nieve en todas partes, incluso en las calzadas, ya mosqueaba un poquito. El sábado yo estaba espantada con tanta nieve, porque supe que eso no se iba a marchar en muchos días, y así fue.
De toda la gestión del ayuntamiento, lo que más me molesta es que no se ha tratado a todas las zonas igual. Cuando me fui andando al Mercadona del barrio de al lado, al igual que hizo Ana, me encontré que en una calle sin tiendas ni centros de salud, estaba pasando una excavadora, una quitanieves pequeña y varios operarios echando sal. La calle estaba limpísima, en cambio, al otro lado del parque, en mi zona, había medio metro de nieve. No sé a qué se debe ese trato de favor o tan desigual. Mientras en algunas zonas las calzadas estaban despejadas en otras, con super mercados, era imposible transitar para llegar a las tiendas de alimentación. Inexplicable.
A ver qué nos viene ahora, porque creo que se ha abierto la caja de las desgracias. Hace una semana mi marido hablaba en plan de broma sobre la aparición de dinosaurios; después de todo esto espero no encontrarme con una lagartija porque creo que salgo pitando del susto. No me fio ya ni de mi sombra.
Un beso.
Hola Paloma, lo mio es de traca. Esta mañana muy temprano hacía un comentario aquí, largo muy largo,( no soy capaz de sintetizar así me maten) Empezaba mi comentario: ¡ Que Dios nos coja confesaos! con lo que nos esta cayendo, y me preguntaba en que lugar debíamos confesarnos ya que la iglesia de referencia de mi familia( en la Paloma se han celebrado muchas de las bodas, bautizos y funerales de mi familia materna) y no es que seamos muy devotos, algunos incluso nada devotos, decía que: había estado a punto de saltar por los aires. Después de mucho enrollarme y preguntarme que más nos podía pasar a los madrileños,( mientras los que tienen la obligación de tomar decisiones y de apagar el fuego, lo único que saben es pasarse la lata de gasolina para hacerse la foto ( porque así es como esta gentuza pretenden acabar con estos "incendios".
ResponderEliminarTe agradecía estas crónicas tuyas tan como la vida misma (yo también me caí por el hielo) y llenas de ingenio.
Pues justo cuando le dí a publicar, me dice que "natis de plastis, bueno que el teléfono se me ha estropeado y la única conexión que tengo con el mundo exterior es esa.
Así que ya no voy a preguntar que más me- nos puede pasar, porque seguro que pronto encuentro la respuesta.
Espero al menos que a ti no te den argumentos para seguir escribiendo crónicas desgraciadas, y te tengas que dedicar única y exclusivamente a escribir de viajes y ficción que también se te da muy bien.
Un beso y cuídate.
Por cierto el teléfono en tres horitas me lo han arreglado.
Hola, Pura.
EliminarYo no creo en maldiciones, pero algo debe de haber porque tanta desgracia junta no es normal. No conozco a ninguna santera pero estoy por buscar en google a ver qué hay y si nos puede quitar el mal fario.
Cuando vi lo de la explosión en las noticias no podía creérmelo, y cuando dijeron dónde había sido lo primero que pensé fue en el colegio de La Paloma, y en ese patio porque me consta la cantidad de niños que suelen estar ahí. Veo que tú y tu familia sois castizos. A mí me "ofrecieron" a la Virgen de la Paloma después de bautizarme (anda una foto por ahí, yo toda envuelta en encajes o mantillas de cristianar, o como se llame eso).
Lo que te ha pasado con el móvil es una cosita más que se va acumulando a todo lo que nos pasa ahora mismo. No sé tú, pero a mí ya se me ha llenado el tarro de cosas que salen mal y creo que estoy a punto de explotar. De todas formas, que te arreglaran el móvil tan pronto tómatelo como una pequeña victoria ante tanta adversidad y agárrate a esas pequeñas cosas que salen bien. Hay que intentar ser positivo porque si no...
Estoy deseando escribir cosas alegres pero voy a tener que tirar de imaginación porque como me base en hechos reales no va a poder ser.
El diario del reconfinamiento de momento anda parado porque me estoy librando inexplicablemente. Hace dos meses con una IA de 340 nos tenían confinados, ahora tenemos una IA de 670 y nos dejan "libres". No entiendo nada, pero nada de nada.
Un besote y cuídate también mucho que la cosa está chunga.
¡Madre mía Paloma! está claro que cuentas y resumes todos los acontecimientos acaecidos como si fueran reales ¡Ah que lo son! es verdad, que cabeza la mía. Hoy he soñado que caían meteoritos en la ciudad ¡Te lo juro! no es broma. Aunque sigo opinando que el peor de todos los males es el de la plaga de políticos que descontrolan y desdirigen a este pobre país de bobos, que a pies juntillas, algunos de ellos se creen todavía las farsas (ahora se llaman fake news) que nos endilgan mientras están inoperativos y tan ricamente en sus sillones, no los del parlamento y el senado, más bien en los orejeros de sus casoplones.
ResponderEliminarQue los dioses nos pillen confesados.
Besos.
Yo también creo que la peor plaga que tenemos encima son los malos dirigentes que nos gobiernan, y contra esa no hay vacuna que valga.
EliminarLa verdad es que estamos bien servidos de desgracias, yo no sé si es una maldición o qué, pero no es normal.
El día que me dijeron que había surcado el cielo un bólido creí que me estaban gastando una broma, pero no, era cierto. Tanto fenómeno excepcional junto empieza a ser mosqueante, lo mismo es un avance de una invasión extraterrestre, al igual que los aztecas, antes de la llegada de los españoles, empezaron a registrar hechos extraños que auguraban una desgracia. Hummm, lagarto, lagarto.
Un besote.
Manolito, de verdad que me cae, mal, pero mal, ja, ja, ja. Has creado un personaje que de verdad se vive con tanta intensidad que uno se despacharía a gusto con él, :) Y esa pala, ay, esa pala. Un buen palazo necesita el hombre.
ResponderEliminarPor lo menos con el final que le has dado se le ve más temeroso y menos charlatán.
Muy buena historia, Paloma.
Y si descubres lo de la santera pásanos el teléfono, con la que nos está cayendo nunca se sabe qué servicios se van a necesitar.
Un beso, y feliz tarde.
Manolito es el típico bocazas que se cree sabe más que nadie y en el fondo es un gañán, pero todos. incluso los gañanes, al final saben ver cuándo algo es peligroso, aunque unos lo hacen más tarde que otros.
EliminarLo de la santera estoy en ello, porque los terremotos de Granada han acabado de convencerme, aquí está pasando algo raro, raro, raro...
Un besote, Irene, y cuídate mucho, mucho.