Quizás los
muchos años deseando algo hicieron que tuviera una idea distorsionada del objeto
deseado, el caso es que Sevilla no fue para mí lo que esperaba, y no lo digo
como algo negativo, simplemente Sevilla tiene muchos mitos y ninguno es cierto.
El primer mito que
se me desmoronó fue el del tiempo. Para empezar, los pronósticos eran de
lluvia, lluvia y luego más lluvia, algo que, según la fama de esa ciudad, es
algo que solo ocurre cuando tienen que salir los pasos de Semana Santa y cuando
yo fui aún faltaban más de quince días para que eso ocurriera. Sí es cierto que
los pronósticos, como ocurre con el resto de España, no se cumplieron, y menos
mal, aunque nada más apearme del AVE había descargado un aguacero de los gordos
(no me pilló de milagro) por lo que el suelo aparecía lleno de charcos que al
pasar con el troley salpicaban de mala manera y los canalones de los tejados parecían
fuentes colgantes de tanta agua como desahogaban, así que otro mito vino a desmontarse,
ese que dice que la lluvia en Sevilla es una maravilla: no es verdad, en
Sevilla la lluvia molesta lo mismo que en otras partes.
El caso es que
el sol, tras ese aguacero que a mí me pilló dentro del tren, apareció en todo
su esplendor, pero las predicciones seguían anunciando lluvia por lo que mis
acompañantes y yo decidimos darnos prisa y aprovechar para visitar los
alrededores del hotel nada más dejar las maletas. Cargados con paraguas,
chubasqueros y botas en previsión de lluvia permanente nos fuimos a todo correr
a ver sitios y lugares antes de que lloviera. Vimos la catedral, la Giralda, el
Patio de Banderas, la Plaza de España y la antigua Fábrica de Tabaco casi con
la lengua fuera para que no nos pillara la lluvia. Empecé a sospechar que tanto
correr no era necesario porque en el cielo no se veía una sola nube. Sin embargo,
y con la idea en mente de que en Sevilla la lluvia es una maravilla, me dije
que quizás lo maravilloso radicara en que podía llover sin nubosidad, así que
seguimos viendo lugares casi a la carrera. Tanto correr hizo que nos cansáramos
antes, claro, y decidimos tomar algo, pero lo hicimos en una terracita, al lado
de una estufa (no llovía, pero hacía más que fresco) y como seguíamos teniendo
miedo al chaparrón anunciado, comimos también rápidamente. En honor a la verdad,
comimos un poco más rápido de lo esperado porque al lado de nuestra mesa se nos
puso un tío con una guitarra a cantar, o sería más apropiado decir que se puso
a dar gritos sin ton ni son mientras aporreaba el instrumento de cuerda y nos
levantaba tremendo dolor de cabeza. Así que otro mito se me cayó porque yo
creía que todos los sevillanos sabían bailar sevillanas y cantar flamenco, pero
o ese tío era de Cuenca o tenía algún gen defectuoso que le afectaba a la
garganta y al concepto de cante jondo (aunque “jondió” bastante).
Después de
cenar, las nubes seguían ausentes y yo me empecé a relajar, así que volví a ver
la Giralda y sus alrededores con más tranquilidad y sin temor climatológico.
El día
siguiente de mi llegada un tibio sol esperaba en la calle y, aunque volví a
salir cargada con paraguas, chubasquero, etc., decidí tomármelo con más
tranquilidad e hice bien porque no cayó ni una gota.
Ya he comentado
que no conocía Sevilla, así que tampoco conozco su famosa Semana Santa. No soy
yo amante de las procesiones, pero reconozco que sí me apetecía ver algún paso
porque suelen ser magníficos y llamativos. Me dijeron que ante la inminencia de
la Pascua cristiana muchos templos tenían en su interior ya preparados esos espectaculares
pasos. En Triana encontré una iglesia abierta y me introduje en ella a ver el
que correspondía a la cofradía del Cristo de no-sé-qué. Ahí vino otra
decepción: el paso era espectacular, sí, lleno de soportes de plata repujada para
las velas, con un palio de terciopelo rojo lleno de flecos y bordados de oro,
pero el Cristo no estaba en ningún lado, ni en el paso ni en la iglesia. Salí
mosqueada del templo y reparé que justo al lado había un bar, era la hora del
aperitivo y, sabiendo cómo son los sevillanos y lo contagiosa que es su alegría
de vivir, me pregunté si no estaría ahí confraternizando con sus porteadores.
Iglesia donde el cristo del paso se encontraba ausente, posiblemente estuviera tomándose una caña en el bar de al lado
Me habían dicho
que Sevilla era una ciudad grande y cosmopolita, pero tranquila y segura.
Mentira. Muchas de sus calles son peatonales, o eso parece, porque no pasan
coches, pero sí pasan patinetes, bicicletas y tranvías, todos muy silenciosos
pero veloces. Además, el carril bici se confunde con el resto del pavimento de
la calle lo que para una madrileña acostumbrada en su ciudad a ver los carriles
bici con colores chillones resulta desconcertante y motivo de mucho peligro
porque te sales del lugar pensado para el peatón sin comerlo ni beberlo. Paseando
una mañana por la avenida de la Constitución, entre las bicis, los patinetes y
los tranvías, estuve más expuesta a ser atropellada que en cuarenta años
viviendo en Madrid donde sus conductores tienen fama de pasarse el código de la
circulación por el forro del abrigo. Está bien que se preserve la salud de los
sevillanos con transportes poco contaminantes provocando un descenso de
enfermedades pulmonares, pero no sé yo si, en contraposición, el número de
traumatismos ha aumentado.
Pero no solo el
tráfico no contaminante es peligroso. Sevilla huele muy bien, lo reconozco,
huele a azahar gracias a los naranjos que adornan hasta el último rincón de esa
ciudad maravillosa, pero si las flores de esos árboles dan un aroma estupendo,
los frutos, o sea, las naranjas, dan unos sustos morrocotudos. Dichas naranjas
son de un tamaño considerable y tienen la costumbre de caerse del árbol de vez
en cuando lo que supone que al llegar al suelo se espachurran con el consabido
desparrame de pulpa y zumo, aunque si antes de llegar al suelo pillan en su
trayectoria la cabeza de algún turista despistado, al desparrame pringoso de
pulpa y zumo se añade un chichón de dimensiones nada desdeñables.
Plaza de Doña Elvira, llena de naranjos. Obsérvese el tamaño de las naranjas caídas en el suelo
El último día
de mi estancia en Sevilla lo dediqué a visitar el Real Alcázar. Un lugar magnífico
elegido por los reyes de diferentes dinastías para alojarse en él durante sus
estancias sevillanas. Paseé entre sus jardines y sus diferentes palacios. En uno
de ellos me llamó la atención un piano de cola, no por el instrumento en sí,
sino porque en él había un cartel pidiendo que no se tocara. Entiendo que era
una pieza antigua y muy valiosa y no era cuestión de que algún espontáneo se
pusiera en plan Mozart a darle a la tecla, pero eché de menos esa precaución
sevillana en la terraza donde un desalmado nos atronó los oídos con su cante
desafinado, el ayuntamiento debería considerar poner un cartel parecido en su
guitarra.
Tentada estuve de llevarme el cartelito y ponérselo en la guitarra del "agradable" cantaor que nos "amenizó" la cena en una terracita.
Si más
sobresaltos, terminé mi estancia en Sevilla, regresé a mi ciudad y con la misma
idea en la cabeza que aquella primera vez en la que estuve de paso: volver.
Espero que no discurran otros treinta años para ver cumplido mi deseo.
Ya dice el refrán que cada uno cuenta la feria según le va. Dos personas hacen el mismo viaje al mismo lugar y una habla maravillas y la otra pestes, según lo acontecido. En tu caso, el tiempo y algún otro pormenor anecdótico enturbiaron tu percepción inicial, aunque al final todo mejoró y pudiste disfrutar de esa ciudad que, para mí, es una maravilla, con lluvia o sin ella. Pero mucho mejor si el tiempo acompaña.
ResponderEliminarYo he estado en Sevilla varias veces, unas por vocación (turismo) y otras por obligación (trabajo) y siempre me ha gustado perderme por el laberinto de callejuelas del barrio de Santa Cruz. Y eso a pesar de que mi primera estancia en la capital hispalense no me dejó precisamente un buen sabor de boca (leer Una tarde en Jerez, mi penúltima entrada en Cuaderno de bitácora para saber a qué me refiero).
Un beso.
A pesar de todas las objeciones que aquí, en plan quejica, expongo Sevilla me encantó. Tenía muchas ganas de conocerla y no me ha decepcionado, la verdad. Hubiera agradecido un poco más de sol, al menos un sol que calentara más, pero aun así esa ciudad es una preciosidad. Dicen que el año que viene van a bajar mucho los precios del AVE, a ver si es cierto y si no nos sale una guerra por los alrededores que den al traste con las tarifas, me iré allí otra vez, aunque solo sea para pasar un día.
EliminarMe tengo que poner al día con los blogs "prioritarios" entre los que está el tuyo porque veo que mi retraso en publicaciones es alarmante (¿tu penúltima entrada?, eso quiere decir que ya llego dos tarde al menos, ja, ja, ja). Leeré esa tarde en Jerez a ver qué te pasó, espero que no sea algo relacionado con un desaforado pegando gritos a la oreja, como nos pasó a nosotros con el cantaor impertinente (yo creo que cantaba mal a propósito para que le diéramos dinero a cambio de que se fuera).
Un beso.
En mi excursión de fin de Bachillerato conocí Sevilla, Córdoba y Granada. Las tres me resultaron preciosas, pero sobre todo Sevilla. Yo iba sin mayores expectativas. Con quince años pocas me había hecho. Tal vez por eso la sorpresa fue mayor. Después he vuelto muchas veces a Sevilla, menos a Córdoba y Granada, y nunca me ha decepcionado. También me molesta que me canten mientras como (aunque canten de maravilla), pero esas ciudades andaluzas tienen algo que me entra muy "jondo". Y el olor a azahar y el arte musulmán tienen mucho que ver con ello.
ResponderEliminarAunque hay que tener mala suerte para que te lluevo en Sevilla. A mí también me pasa. Una de las veces que fui a Córdoba era abril y pasamos un frío de miedo. Los amigos que vivían allí nos dijeron que dos días antes iban en manga corta y sandalias.
Un beso.
La primavera tiene ese inconveniente de una meteorología muy variable, aunque estar en abril con dos grados bajo cero como estamos en Madrid tampoco es normal, por mucha primavera fluctuante que sea.
EliminarDentro de lo que cabe tuvimos suerte porque no nos llovió nada, en determinados momentos aparecía una nube oscura amenazante pero que luego pasaba de largo sin descargar nada y dejando un sol estupendo, así que nos libramos.
Fíjate, Rosa, a mí lo que más me impresionó de Sevilla fue ese olor a azahar, algo que tengo grabado en el olfato y que ninguna foto puede reproducir. Dicen que el olor es el sentido que más poder evocador tiene y yo creo que siempre asociaré el del azahar a Sevilla y a los momentos divertidos que pasé allí.
Conozco Córdoba y Granada, y en esas visitas el sol andaluz nos acompañó como era de esperar; también son especiales, como lo es cada ciudad con sus particularidades.
Un besote.
Desde luego menudo viaje, uf, corriendo y con amenaza de lluvia. Por aquí ha caido bastante, estuvo dos dias seguidos sin dar tregua, los embalses han crecido, o sea todo lo que no os llovio a vosotros, nos cayo a nosotros en dos dias y una semana sin ver el sol, casi me da algo.
ResponderEliminarYo he estado dos veces y las dos vine maravillada, también es cierto que soy hija de una andaluza y amo a andalucia y claro se ve con otros ojos, la verdad es que de todas las ciudades andaluzas que he visitado hasta ahora me quedo sin duda con Córdoba y Málaga, tengo unas ganas inmensas de ir a Cádiz, pero no se cuando podré.
Y es una pena que no vieras el cristo solo el paso, porque suelen ser una tallas preciosas y no tienen nada que ver con lo que nos encontramos por otros lugares de España que celebra la Semana Santa, te puedo asegurar que emociona, y en procesión, indepedientemente de si eres creyente o no, también pone los pelos de punta, el silencio es sepulcral y se crea un ambiente único. He vivido muchas procesiones en Málga y es algo que siempre me emociona y quiero alguna vez repetir.
En cuanto a lo del cante, de verdad que mala suerte que te dejaran los oidos y mas mientras disfrutar de las buena tapas que ofrece aquella tierra, y mira que hay cantaores buenos pero entiendo que los buenos no es lo que cantan en los chiringuitos mientras el turista come una lastima.
Gracias por tu sentido del humor una vez más para contarnos tu visita a la capital hispalense.
Un beso.
A mí me falta Málaga y Cádiz como tareas pendientes aunque conozco localidades de las dos provincias, pero las capitales no. Málaga seguramente quede resulta en septiembre (ya hemos planeado una escapada en el AVE) y Cádiz puede que este verano si me entregan el coche nuevo a tiempo.
EliminarConozco la Semana Santa andaluza relativamente, pasé una en un pueblo de Córdoba, Montoro, y otra en otra localidad de Sevilla, Estepa. Supongo que los pasos de lugares más pequeños no son tan espectaculares como los de las capitales, pero algunos eran bastante lustrosos, y en concreto la llamada procesión del silencio a mí me impresionó mucho. Lo de las saetas... como que no me gusta tanto, no entiendo yo la "jondura" de ese cante, qué quieres que te diga.
Las tapas son una pasada, el pescaíto frito y el adobo... para chuparse los dedos. En fin, que vuelvo sí o sí a Sevilla.
Un besote.
Y apuntar que menos mal que no se os ocurrio subir en coche de caballos para dar una vuelta por la ciudad, porque la última vez qu eestuve se me ocurrio preguntar y ejje me cobraban por el paseito de una hora 15 euros y dije que si que muy bonito debería ser el paseo pero que iba a ser que no, que el caballo muy bonito y todo muy romántico pero que no que no, que esos quince euros en otras cosas, es que en el comentario anterior no te lo he mencionado porque me acaba de venir a la cabeza, sorry.
ResponderEliminarVimos los coches de caballo pero ni se nos ocurrió coger uno, no pregunté precios pero me los imaginé, ja, ja, ja. Suficiente sablazo me atizaron en Venecia con el paseíto en góndola como para repetir en terreno patrio.
EliminarOtro besote, Tere.
Tengo muchas ganas de conocer Sevilla y me has hecho reír con eso de que la lluvia en Sevilla molesta igual que en todas partes sobre todo cuando una va de turista, porque visitar bajo la lluvia es un poco engorroso. Afortunadamente habéis disfrutado de unos buenos días y eso es lo que importas.
ResponderEliminarEl olor a azahar es fantástico, no tanto que una naranja te caiga en la cabeza jajaja pero bueno mejor eso que la cagadita de una paloma. Lo de patinetes, bicicletas y toda clase de tortura para los viandantes deberían repensarlo en las ciudades, no puede ser que vayan por donde les de la gana y a toda velocidad. Ayer mismo por aquí había un tipo zigzagueando a toda velocidad entre los sufridos peatones y ni un guardia cerca para ponerle una multa. En fin que la convivencia entre estos vehículos y los ciudadanos aún está por hacer, por lo menos por aquí.
Me alegra que haya sido una buena estancia, qué envidia (sana si existe) jajaja
Un beso
Hola, Conxita.
EliminarEl tema de la convivencia entre peatones y cliclistas/patinetes es complicado. Si soy sincera la culpable de haber estado a punto de ser atropellada varias veces solo fui yo porque invadía el carril bici, lo que pasa es que estaba muy mal señalizado y era anchísimo, además, en la calle a la que hago referencia, también pasaba el tranvía por lo que entre el espacio para el tren, el de las bicis/patinetes y el que ocupaban los bancos y árboles... para el peatón quedaba muy poco sitio, si además vas mirando embobada los edificios pues te sales de tu zona y la lías.
El olor a azahar es un pasada y a mí me encantó.
Si tienes oportunidad no dejes de ir a esa ciudad maravillosa, deja huella.
Un besote.
Qué buen relato sobre tu viaje a Sevilla. Las imágenes muestran la majestuosidad de esa ciudad tan bonita. gracias por compartirlas. Te espero po mi blog. Te dejo un abrazote. desde Argentina. Susana
ResponderEliminarhttps://somosartesanosdelapalabra.blogspot.com/2022/03/desayunos-artesanos-volumen-iii.html
Me alegro de que te haya gustado, Susana. Sevilla es una ciudad preciosa.
EliminarUn abrazo.
Me gusta leer los chascarrillos que te pasaron en Sevilla. Yo he estado unas cuatro veces y vivía muy cerca de la Plaza de España en casa de una amiga. En el centro por lo que los paseos siempre fueron caminando. Tres veces estuve en la feria de abril y el ambiente es muy bonito. Pero te quedas un poco harta de escuchar sevillanas. Visitar Sevilla siempre merece la pena. Todavía no he conocido la zona de la Macarena. Un abrazo.
ResponderEliminarNosotros teníamos el hotel en pleno barrio de Santa Cruz, así que también nos recorrimos todo andando. Es una ciudad maravillosa.
EliminarNunca he estado en la Feria de Abril, saber que hay tantísima gente ya me echa para atrás, pero creo que también acabaría harta de tanta sevillana. Mi pasión por lo andaluz tiene un límite, ja, ja, ja.
Un abrazo, Mamen.
Es que por el hecho de ser españoles no tiene por qué gustarnos el cante jondo y las sevillanas. Yo detesto la música andaluza a pesar de tener un abuelo procedente de Málaga. Nunca he estado en Sevilla y no puedo opinar aunque la ciudad tiene preciosos monumentos tanto antiguos como modernos.
ResponderEliminarMira que me has hecho reír con todo el lío de la lluvia y la maravilla. Gracias por hacerme pasar un rato divertido tan necesario en estos tiempos tan tremendos.
Un beso.
Me alegro de que te hayas divertido leyendo esto, siempre viene bien alegrarse un poco tal como está el panorama nacional e internacional.
EliminarA mí el cante jondo no me gusta, la verdad, ni bien cantado ni, por supuesto, mal cantado como el mamón que nos aturdió la cena. Lo de las sevillanas... bueno, dos o tres pueden tener un pase, creo que más ya no.
Un besote.
¡Hola, Paloma! Un divertido paseo al que nos has invitado. Yo todavía no he tenido la suerte de visitarla, aunque por lo que comentas la globalización parece que tiende a unificar la vida diaria de las ciudades, lo de los patinetes, bicis y demás empieza a ser un problema muy serio, aunque como ahora toca vender "sostenibilidad" se omitan la cantidad de accidentes, lesiones graves y hasta muertes en las que estos vehículos aparecen involucrados, y ello sin ningún seguro detrás que pueda responder.
ResponderEliminarYo, aunque de sangre almeriense, tampoco soy muy de cante jondo, en realidad no me llaman la atención ningún flolklore. Salvo las coplas de la gran Concha Piquer, por supuesto. Un abrazo!!
Hola, David.
EliminarSevilla bien merece una visita, o dos o tres. Es una ciudad preciosa, y con un encanto especial. Lo de la sostenibilidad y el transporte hay que pulirlo un poquito más, creo que hay sitio para todos, los peatones, los ciclistas, los patineteros (¿se dice así?) y los tranvías, pero no se puede incentivar un medio de transporte sin poner reglas antes y eso es lo que ha pasado en muchas ciudades: se lanzan a poner patinetes por todos sitios sin ton ni son.
A mí el folclore me gusta, creo que es muy descriptivo de la cultura de una zona, aunque me gusta con moderación. Como hija de gallega me gusta mucho la música celta, o las muñeiras, pero sin pasarse, es decir: lo poco agrada, lo mucho enfada (harta).
Un abrazo grande.
Patinetes, bicicletas, tranvías y calesitas tiradas por caballos., no son nada los sevillanos con eso del tráfico ecológico.
ResponderEliminarYo ya he estado dos veces y no me ha decepcionado. Sevilla tiene un sabor especial, no me cabe duda. Pero me tira más el norte.
Besos.
Sevilla tiene un sabor especial y un olor también. En primavera el olor de los naranjos impregna todo y es una auténtica delicia.
EliminarYo soy originaria del norte, y también me atrae mucho aunque no sabría "elegir" entre norte y sur, creo que no son comparables de tan distintos como son.
Un besote.