Pestañas

10 de abril de 2022

Ha llegado a su destino

 



¡Ya hemos llegado! ¡Demos gracias a Dios!

Todos inclinaron la cabeza en señal de agradecimiento y se santiguaron. En verdad había que agradecer el que pisaran tierra sanos y salvos, el viaje había sido complicado y bastante más largo de lo que el almirante había dicho. Dos meses y nueve días habían estado navegando sin ver nada más que agua alrededor. Dos semanas antes de divisar tierra la comida se empezó a pudrir y algunos marineros prefirieron dormir en cubierta antes que respirar el olor repugnante que impregnaba los camarotes.

Don Rodrigo, venid y tomad fe de la posesión que hago ahora mismo de esta isla para nuestros reyes y señores.

Un individuo todo vestido de negro se acercó, iba cargado con tinteros, plumas y demás artículos de escribir porque para algo era el escribano de la expedición. Cuando Rodrigo de Escobedo se dispuso a reseñar lo que el almirante le requería se dio cuenta de que no tenía dónde apoyarse, entre tanto cachivache se le había olvidado bajar del barco una mesa.

—¡Bernal!  —gritó don Rodrigo— acércate y déjame la espalda para poder apoyarme.

Un chiquillo de quince años obedeció las órdenes del escribano y este se preparó para tomar nota de lo que el almirante le iba a dictar.

—Don Cristóbal, antes de ponernos con la burocracia, ¿no creéis que sería mejor explorar la zona, ver si está habitada y de qué talante son sus moradores?

—¿A qué os referís con lo del talante, don Martín?

—Pues que sería adecuado averiguar si los habitantes de esta isla nos van a recibir con los brazos abiertos o con hostilidad.

—¡Mirad allí, señores! Hay gente entre el follaje —exclamó un marinero interrumpiendo los temores del capitán de una de las naos.

Todos dirigieron la mirada hacia el lugar que el tripulante señalaba y, efectivamente, unas veinte personas se encontraban agazapadas entre los arbustos que festoneaban el interior de la playa donde se encontraban los visitantes.

—Que Santa Lucía te conserve esa vista, Rodrigo. ¡Qué tino tienes, quillo! —exclamó otro marinero palmeando la espalda de su compadre—. Primero avistas tierra y ahora ves a esa gente. ¿Qué coméis en Triana para ver tan bien?

—Bueno, yo en realidad soy de Lepe —contestó el aludido.

—¿Y por qué te apellidas de Triana?

—Por lo mismo que tú te apellidas Gallego y eres de Palos.

—Yo me llamo Juan de Medina y soy también de Palos —se incorporó a la conversación otro expedicionario.

—Pues yo me llamo Francisco de Huelva y soy de allí.

—¿De Palos?

—No, de Huelva.

—¿Queréis dejar los orígenes de cada uno y prestar atención a los extraños? —gritó don Martín.

—No son extraños, capitán —intervino el almirante—. Son indios.

—¿Indios?

—Sí. Estamos en las Indias, por lo tanto, sus habitantes son indios.

—Qué listo es nuestro almirante —exclamó uno de los marineros.

—No sabría yo si estar de acuerdo contigo, en el viaje le vi más de una vez algo perdido —replicó otro—. Si no llega a ser por don Martín que le convenció para tomar otro rumbo, todavía estamos navegando y bebiendo nuestros propios orines.

Martín Alonso Pinzón miró a su alrededor. No replicó a su superior, pero él no estaba convencido de haber llegado donde el almirante les decía. Todo el viaje había sido muy irregular y la ruta no le cuadraba nada. El piloto de la nave que capitaneaba era de su misma opinión. Una noche, mientras la escuadra permanecía inmóvil en una zona llena de algas (1), los dos habían fantaseado con un instrumento de navegación que les permitiera orientarse, aunque no pudieran ver las estrellas o no se tuviera tierra a la vista que les ofreciera un punto de referencia.

—¿Te imaginas que existiera un aparato donde poner las coordenadas en las que te encuentras y las coordenadas de donde quieres ir y él solo te indique el camino? —le dijo aquella noche Martín al piloto de la nao.

—¿Y cómo indicaría ese aparato el camino?

—Pues, no sé, dibujando en un mapa la ruta. O mejor, diciéndote con una voz lo que debes hacer: seguir durante diez millas el mismo rumbo, dentro de dos millas girar a la derecha, en la próxima rotonda tomar la segunda salida…

—¿Rotonda? ¿Qué es eso, don Martín?

—No sé, es una palabra que me ha venido a la mente. ¡Bah! No me hagas caso. Esta calma chicha (2) me está afectando la sesera.

—¡Don Luis! ¡Id a parlamentar con los indios!

La voz potente del almirante sacó de sus recuerdos al capitán Pinzón a la vez que el tal Luis acudía hacia los indígenas que se habían acercado al grupo de recién llegados.

—Don Luis, preguntadles cómo se llama este lugar —le ordenó el almirante.

Luis de Torres, intérprete de la expedición, se acercó a los nativos y con cara de pasmo se quedó callado.

—¡Don Luis! ¿No me habéis oído? ¡Haced lo que os he ordenado, pardiez!

El intérprete aún tardó en reaccionar porque los indios que tenía delante estaban tal como su madre los trajo al mundo y tanta desnudez le había dejado aturdido. Una vez recompuesto (más o menos), procedió a preguntarles en latín lo que el almirante quería saber.

Quod nomen est huic loco? (3)

Como los nativos no hicieron ademán de haber comprendido, procedió a hacer la misma pregunta en italiano, con idéntico resultado. Pasó al tudesco, el holandés y hasta el inglés cosechando el mismo fracaso. Al final, procedió a decirlo en castellano, pero gesticulando mucho y señalando el entorno.

Una de las nativas, que parecía bastante espabilada, contestó:

—Guanahani.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el almirante al intérprete.

El interpelado no contestó porque estaba mirando embobado los turgentes pechos de la espabilada india, además, cuando había dicho esa palabra tan rara —de la que no tenía ni pajolera idea de cómo traducir— la muchacha se había puesto a saltar con lo que la turgencia pectoral se había mostrado más notoriamente, haciendo abrir tanto los ojos a Luis de Torres que a punto estuvieron de salirse de sus órbitas.

—Que, qué ha dicho, don Luis. A ver si estamos más atentos, os veo algo disperso —le reconvino el almirante.

—Estooo… No lo he entendido bien. Perdona, ¿puedes repetirlo? —se dirigió de nuevo a la nativa saltarina haciendo girar una mano y arqueando las cejas en señal de interrogación.

—Guanahani —repitió la aludida demostrando de una vez por todas que era la más espabilada del grupo, incluidos los expedicionarios.

—Guanahani —tradujo el intérprete.

—Don Rodrigo, tomad nota del nombre del lugar:  Guana… guana…

—¿Queréis que se lo vuelva a preguntar? —acudió Luis de Torres en ayuda del almirante viendo que se trababa con el nombre y sin quitar ojo del torso de la amable nativa.

—Creo que no hace falta —respondió Rodrigo de Escobedo haciendo caso omiso de la cara de fastidio que puso el intérprete—. Solo una cosa, Guanahani, ¿es con jota o es con hache?

—¿De donde os sacáis lo de la jota? Ha dicho Guanahani —respondió el almirante

—No sé. Me pareció que pronunciaba una hache aspirada.

—¿Se lo pregunto otra vez? —acudió solícito de nuevo el intérprete.

—Vamos a dejar la ortografía para otro momento —dijo el almirante rascándose la nuca—. Es demasiado complicado el nombre. Don Rodrigo, poned San Salvador, y ya está. O sea, en el día de nuestro señor del doce de octubre del año mil cuatrocientos y noventa y dos, tomo posesión de la isla de San Salvador en nombre de nuestros reyes don Fernando y doña Ysabel.

—¿Pongo Ysabel con y griega o mejor con i latina?

—Con y griega, como siempre don Rodrigo. ¿A qué vienen tantas dudas?

—Es que yo creo que queda mejor con i latina.

—Dejaos de innovar. Además, los pendones vienen con las flechas de Fernando y con el yugo de Ysabel. No me vengáis con novedades que os mando derechito a la Inquisición.

El escribano se encogió de hombros y se calló pensando «Seguro que dentro de unos años Ysabel se escribe con i latina».

—Bien. Ahora que la isla ya es nuestra procedamos a explorar y a evangelizar.

—Mejor explorar, almirante, hay que proveer de agua y alimentos a la tripulación —objetó el pragmático capitán Pinzón—. Ya no nos quedan víveres en las naos.

—Yo también prefiero explorar —argumentó el grumete Bernal al que igualmente se le iban los ojos hacia la desnudez de las nativas—. Vamos a buscar más gente desnuda.

—También podríamos buscar oro —dijo otro marinero al que le faltaban varios dientes y media oreja.

—Pero nuestros soberanos quieren llevar la cristiandad a estas tierras lejanas —insistió el almirante.

—Si tanto interés tienen en que recen padrenuestros y avemarías que se hubiera venido un fráter con nosotros (4) —replicó el maestre Diego, boticario encargado de restañar heridas y pequeñas dolencias de la tripulación de una de las naos—. Pero, claro, ante un viaje tan incierto ninguno quiso embarcarse, por lo que se ve a los sacerdotes no les apetece reunirse con su hacedor antes de tiempo por culpa de una tempestad —añadió con una sonrisa esquinada.

—Tened vuestra lengua, maestre Diego, tanta ciencia os aleja de Dios —le susurró al oído el contramaestre Chanchu mientras se persignaba.

—Maestre Diego, capitán Pinzón, los dos tenéis razón —cedió el almirante—. Será mejor internarnos para recolectar agua y alimentos. Estos pobres indios pueden estar un poco más de tiempo viviendo sin la gracia de la verdadera fe, pero nosotros no podemos permanecer pasando sed y hambre.

Mientras todos se internaban en la selva que se encontraba al fondo, rodeados con gran expectación por los amigables isleños, Martín Alonso Pinzón se sumió de nuevo en la idea que había empezado a germinar la noche de calma chicha en medio del océano: el instrumento para viajar sin necesidad de mirar las estrellas ni la línea de la costa.

En su mente reprodujo un imaginario mapa donde una flecha fuera avanzando por la ruta calculada por el instrumento y donde un punto rojo señalara la dirección final. «Y cuando llegue a las coordenadas elegidas» pensó, «la voz podría decir: “Ha llegado a su destino”».



 




(1)    Mar de los Sargazos

(2)    Quietud del aire, especialmente en el mar donde provoca la inmovilidad de las naves de vela.

(3)    ¿Cómo se llama este sitio?

(4)    En contra de lo que cree la mayoría de la población, en el primer viaje de Cristóbal Colón no fue ningún fraile ni sacerdote. Los cuadros que reproducen la llegada a la isla caribeña donde aparece un clérigo levantando un crucifijo son una falacia.


20 comentarios:

  1. Hola Paloma:
    Me ha gustado. "Tened vuestra lengua" a lo mejor querias decir: "Detened vuestra lengua" si hay algún guiño con los que no sueles deleitar no acabo de pillarlo. Un beso.

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    1. Hola, Pura.
      La expresión es así, tal cual, y no tiene ninguna intención oculta, es que en las novelas de capa y espada suelen aparecer expresiones del tipo "Teneos, voto a Dios", por ejemplo, donde el verbo "tener" tiene la acepción de "sujetar" o algo así. Esa era mi idea cuando puse esa frase, pero si no está claro lo mismo debería cambiarlo por el verbo "actual", ja, ja, ja.
      Me alegro de que te haya gustado esta versión gamberra de la llegada de Colón a las "Indias".
      Un beso grande.

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  2. Genial tu versión libre de los hechos. Pero, bien pensado, podía haber sido como tú lo cuentas, pues ya se sabe que los expedicionarios que logran un éxito suelen exagerar y adornar los sucesos para su mayor gloria.
    A parte de pasármelo en grande leyendo esta especie de parodia humorística, he aprendido algo que no sabía (si lo hubiera sabido no habría aprendido nada, claro está): que en esa primera expedición, la del descubrimiento, no iba ningún fraile o religioso a bordo, con la cruz en mano para evangelizar a los pobres indígenas que no sabían lo que les esperaba.
    Ha sido un placer leer esta nueva lección de historia que merecería una continuación, je,je.
    Un beso.

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    1. Hola, Josep Mª.
      Si te soy sincera yo tampoco sabía que en ese primer viaje no iba ningún clérigo. De hecho, me enteré cuando me estaba documentando sobre la tripulación de las tres carabelas para saber los nombres (todos los que aparecen en el texto son reales y sus orígenes también como Rodrigo de Triana que resulta era de Lepe, mira tú). Tenía en mente un par de escenas donde el supuesto fraile que yo creía iba con Colón tenía un papel protagonista y al buscar su nombre en la lista de tripulantes vi que no había ninguno, indagué más y, efectivamente, no fue nadie en representación de la Iglesia, para que luego nos coman el tarro con ciertas cantinelas...
      Me lo he pasado muy bien escribiendo esta gamberrada y puede que me anime a seguir con el tema, de hecho he etiquetado la entrada con "Crónicas del Descubrimiento" en vista de que siga la historia, no sé si con Colón o con otros descubridores, ya veremos. De paso, aprenderé más cosas de una época que a mí, a pesar de los aspectos negativos, siempre me fascinó.
      Me alegro de que te haya gustado.
      Un besote.

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  3. Genial, Paloma. Y esa idea de que el inventor del GPS, aunque fuera en concepto, fue Martín Alonso Pinzón es una genialidad. Desde luego, cuando solo tienes estrellas y poco más para guiarte (mapa de carreteras por ejemplo, ja, ja), la idea de un aparato que te dibuje un mapa y te vaya llevando no tiene precio.
    Me ha encantado el relato porque está escrito con un lenguaje muy apropiado y porque es sencillo (sin grandes acontecimientos), pero sumamente divertido.
    Un beso.

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    1. No sé si uno de los hermanos Pinzón ideó en esencia el GPS, pero estoy seguro que todo marino de aquella época echaba de menos un artilugio que les ayudara a orientarse en medio del océano cuando no tenían nada para utilizar como referencia.
      De todas las "gestas" que se dieron en el descubrimiento a mí me alucinan más las que se refieren a atravesar un mar, léase el Atlántico o el Pacífico, por primera vez sin tener ni pajolera idea de dónde se está, sin tener una costa a la vista, sin tener estrellas, sin tener... ¡nada! tan solo agua alrededor, y así durante semanas y semanas. Hay que echarle narices para embarcarse en algo así.
      Puede que cuente alguna cosilla más de los descubrimientos americanos, con el mayor rigor posible pero a mí manera, claro.
      Un besote, Rosa.

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  4. Es una parodia pero no tanto. Poco sabían esos nativos la que les venía encima.

    Por los hermano Pinzones, así de aventureros. Un abrazo

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    1. Sí, los pobres nativos si hubieran sabido lo que les acababa de llegar seguro que no los habrían recibido tan amigablemente.
      Según lo que he leído al respecto, Alonso Martín Pinzón era bastante sensato, así lo quise yo reflejar en este cuento, de hecho aplacó un motín contra Colón durante el viaje, por lo que, junto a la nativa espabilada, debía de ser el más inteligente de los que estaban en la playa ese día.
      Un abrazo.

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  5. Me gusta mucho el manejo que hacés del humor en tus historias. Es sutil y nada forzado.
    Cuanta gente habrá imaginado cosas que a futuro terminaron existiendo, ¿no?
    Saludos.

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    1. Hola, Raúl.
      Seguro que más de uno ideó cosas que luego otro llevó a la práctica. En el caso de los marinos muchos debieron de desear tener algo parecido a un GPS cuando estaban en medio del mar sin tener ni idea de dónde se encontraban.
      Gracias por tus palabras hacia mi forma de escribir.
      Un abrazo.

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  6. ¡Qué interesante! Me llama mucho la atención el tema. Gracias por deleitarnos.
    Besos.

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    1. Muchas gracias. Este tema da para muchas más historias, puede que escriba más.
      Un beso.

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  7. EL alter ego de Don Martir es Google Maps jajajajajaj muy muy bueno, me reí muchísimo. Sabes, escribir diálogos de la época te quedó fantástico, de hecho, hace poco leí un libro que decía que los indígenas creían que los colonizadores estaban loquitos porque al hablarles les hacían señas, zapateaban el piso, alzaba la voz y viraban los ojos jajajajaajja este es un guión perfecto para una buena parodia en el teatro.

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    1. Qué pensaron los indígenas sobre los europeos y su forma de actuar a mí siempre me ha resultado interesante, pero no hay demasiada documentación sobre ello.
      Creo que, si sigo escribiendo sobre este tema, dé rienda suelta a mi imaginación y ponga en boca de alguno lo que pensaban de esos barbudos y en clave de humor.
      Don Martín era un visionario, lo que habría ganado si hubiera patentado la idea.
      Un abrazo.

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  8. ¡Hola, Paloma! Un relato visual, divertido y con unos diálogos no solo ocurrentes sino con ese tono de otra época que me llevó a aquel ¡Voto a bríos! que leía en El capitán Trueno o El guerrero del Antifaz. Muy buena incursión histórico-paródica. Un abrazo!

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    1. Hola, David.
      Sabes que los diálogos son para mí una herramienta muy útil y que utilizo en cuanto puedo, con ellos ahorro muchas descripciones y el texto se hace más ágil, pero también me dan trabajo porque quiero que sean naturales y creíbles por lo que he de poner en boca de cada uno lo que se ajuste a su "nivel de lenguaje" y eso me trae bastantes problemas con lo que tengo que corregir y volver a corregir.
      Tu comentario me ha dado muchos ánimos.
      ¡Gracias!
      Un abrazo fuerte.

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  9. Desde luego hacer con humor un momento historico no tiene precio y ese lenguaje tan de la época, que bueno. Me lo he pasado muy bien leyéndote sobre todo cuando el interprete quiere que repita el nombre con tal de seguir contemplando a la indigena jejeje.
    Yo te animaría a traernos mas hechos historicos con ese toque de humor tan tuyo y que tanto me gusta.
    Un besote.

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    1. Hola, Tere.
      No eres la única que me anima a seguir con este tema. Mi marido, desde que leyó este relato, ya me ha dado varios momentos históricos sobre los otros descubrimientos que se dieron a partir de este y tengo ya una buena lista, ja, ja, ja.
      Seguramente me ponga con el tema, escribiendo este relato me he divertido mucho y a la vez he aprendido cosas que desconocía mientras me documentaba.
      Un besote.

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  10. Hola Paloma te ha quedado un relato divertido y de lo más creíble, vamos que prefiero tu versión que la de los libros de historia. Me has hecho reír con la conversación sobre los orígenes de los marineros, el uso de los dialogos le da frescura al texto y sí resultan muy realistas (desde mi idea del siglo XXI jajaja)
    Desde luego yo también te animo a seguir con la serie y descubriendo esos hechos menos contados porque conociendo lo bien que te documentas seguro que vamos a descubrir más anécdotas como la falta de cura en el primer viaje. A mi también me gustaría conocer sobre la otra versión, la de los indios que veían llegar a aquellos personajes extraños y emperifollados que tanto dolor les iban a causar. La combinación de oro y religión no prometía.
    Besos guapa

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    1. Hola, Conxita.
      Pienso seguir con esta serie, me lo he pasado muy bien documentándome y versionando este episodio como para resistirme a la tentación de repetir con otros descubrimientos, de hecho, ya he escrito otra "aventura" y he vuelto a enterarme de cosas que desconocía.
      En algún relato intentaré ponerme en la piel de uno de los indígenas para mostrar, más o menos, qué debieron de pensar al ver a esos europeos tan raros y tan peludos. A ver qué me sale.
      Un besote.

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