Pestañas

25 de abril de 2022

Vamos de excursión a la playa

 


Los hombres estaban exhaustos, no podían más. Aquellas tierras eran muy poco hospitalarias. Gonzalo pensó en su pequeña aldea en Cáceres y añoró la vida apacible que allí llevaba, llena de estrecheces y penurias, pero menos peligrosa si se comparaba con lo que estaba padeciendo desde hacía tres semanas.

La humedad calaba hasta las entrañas, los mosquitos eran de dimensiones gigantescas con unos picotazos acordes al tamaño. Aquellas selvas estaban infestadas de animales a cuál más peligroso y mortal y las gentes que poblaban la zona eran belicosas e igualmente mortales, disparaban unos dardos envenenados que paralizaban a quien los recibía en sus carnes para luego morir asfixiado cuando los pulmones se negaban a coger aire. Esos malditos indios de Tierra Firme no eran nada amigables, no señor, desde luego no se parecían en nada a los que recibieron unos años atrás a la tripulación del almirante Colón.

Ir al Nuevo Mundo había sido una estafa. Así lo veía Gonzalo. Le prometieron gloria y riquezas, pero había desembarcado hacía más de un año y seguía siendo tan pobre como en su pueblo cacereño y, además, con grave riesgo de perder la vida de muchas maneras siendo todas ellas terribles.

¡Cuerpo a tierra! Indios entre los árboles gritó una voz detrás de Gonzalo.

El muchacho se tumbó cuán largo era y se intentó cubrir la cabeza sin saber muy bien de dónde venía el peligro que acababan de anunciar. Nada más tirarse al suelo una carcajada se oyó por encima de él.

¡Pardiez, Gonzalillo! Mira que eres asustadizo, solo te ha faltado ponerte a llorar.

Quien así se burlaba era Marcial, un viejo soldado al que le faltaba casi toda la dentadura y le sobraba mala leche. Después de matar indios, lo que más le gustaba era abusar de los novatos de la expedición.

Gonzalo se levantó con el rostro enrojecido por la vergüenza de haber sido, una vez más, el motivo de las bromas de Marcial. Antes de que decidiera qué hacer con ese malnacido que tan amargo le estaba haciendo el viaje (como si no fuera suficiente incomodidad lidiar con los peligros de la selva) una voz autoritaria se oyó por encima de las risas de Marcial.

Dejad las chanzas para cuando la ocasión lo permita dijo el capitán Pizarro. Estad atentos porque podemos ser víctimas de una emboscada en cualquier momento.

Todos continuaron avanzando en completo silencio por la trocha que la avanzadilla de los sesenta y siete expedicionarios había abierto entre la exuberante vegetación. Aquel istmo era bastante más ancho de lo que los indígenas le habían dicho al gobernador del Darién. «Otra estafa más», pensó Gonzalo, «Esta selva del demonio no se acaba nunca».

Voy a subir a aquel cerro, a ver qué se divisa desde allí dijo otra voz más potente aún que la del capitán.

Quien eso había dicho era el gobernador del Darién y jefe de la expedición; venía sudoroso y con un machete en las manos, él mismo formaba parte de la avanzadilla que iba desbrozando la maleza para dejar paso a sus hombres.

Señor Balboa ¿no sería mejor que fuera uno de nosotros para no exponeros vos? replicó el capitán Pizarro.

No, Paco. Quiero ser el primero en ver lo que sea que se vea desde allí contestó el gobernador.

Como ordenéis dijo el subordinado inclinando la cabeza y acercándose más a su jefe para susurrarle teniendo cuidado de que nadie más le oyera. Por cierto, señor, os agradecería que no me llamarais Paco, prefiero Francisco, si no os importa.

Pero Paquito, nos conocemos desde hace tiempo.

Ya, sé que os mueve la camaradería que tan generosamente repartís entre vuestros hombres, pero ese diminutivo me resta autoridad y… bueno, si alguna vez descubro yo algo por mi cuenta, pues… no sé, Paco Pizarro queda… como poco serio. No sé si me comprendéis.

Te comprendo, Paco, te comprendo. Lo que no comprendo es qué vas a descubrir tú si se puede saber le contestó el gobernador achicando los ojos.

Aún no lo tengo pensado, pero me da que más al sur hay muchos sitios por encontrar y descubrir. Imaginad que me encuentro con un pueblo con una organización administrativa extensa, con cultivos en terrazas sobre las laderas de las montañas, con ganado de alpacas y llamas, con…

Para, Paco. ¿De qué estás hablando? ¿Qué es eso de alpacas? ¿Cultivo en terrazas? Demontres, a ti te ha picado algún bicho y te está haciendo desvariar contestó el gobernador alzando el morrión para rascarse la cabeza. Habla con el cirujano y que te eche un vistazo. Te necesito a mi lado ahora que ya estamos llegando.

¿Seguro que ya hemos llegado? preguntó a su vez el capitán saliendo de la ensoñación en la que sus ansias de conquista le sumían en los momentos más inoportunos imaginando imperios fantásticos.

Si dejamos la cháchara y me subo a ese cerro, ya te lo diré. Pero como no haces más que entretenerme… (1)

Finalmente, el gobernador Vasco Núñez de Balboa dejó al capitán Pizarro junto a los demás expedicionarios para subir él solo la loma que tenían frente a sí. La explicación a esa subida en solitario fue que él y solo él debía ver por primera vez el mar del que los indígenas le hablaban desde hacía unos cuantos años, la realidad era que las aguas inmundas que estaban bebiendo le habían provocado unos retortijones espantosos y necesitaba soledad y tranquilidad para aligerar las tripas que llevaban horas dándole la tabarra.

Empezó a subir mirando hacia atrás a sus hombres, en cuanto los perdiera de vista se agacharía tras algún matorral y aliviaría el intestino, sin embargo, el capitán Pizarro no quería dejar de verlo por si recibía algún tipo de agresión y le siguió a cierta distancia, Balboa apremió el paso y Pizarro hizo lo mismo. «¡Cáspita, Paco!, ¡qué terco eres!» pensó el gobernador. Al final llegó a la cima y, mientras maldecía por no poder evacuar como él había pensado, levantó la cabeza y contempló en el horizonte una extensión inmensa de agua. Un mar desconocido. Los indígenas tenían razón.

Con los ojos anegados en lágrimas se quedó contemplando el paisaje desplegado ante él y se arrodilló dando gracias a Dios por la hazaña conseguida, después llamó por señas a sus capitanes. Estos llegaron corriendo, el primero fue Pizarro, y unos cuantos metros más atrás el resto de la expedición.

Cuando todos estuvieron en la cima miraron al frente donde Núñez de Balboa no hacía más que llorar (los retortijones le estaban matando). Quién lo iba a decir, tan arrojado en la lucha y ahora se ponía sensible ante la visión del mar.

¿Dónde está el oro? dijo uno de los expedicionarios con extrañeza.

Eso, ¿dónde están los tesoros? dijo otro. Yo no veo nada más que agua.

Este es el tesoro contestó Núñez de Balboa aún con lágrimas en los ojos y señalando el océano.

¿Eso? ¿Hemos pasado las de Caín para ir a la playa? ¿En serio?

Quien así hablaba era Gonzalo, él nunca había visto el mar hasta que se embarcó para ir al Nuevo Mundo, y aunque tuvo que reconocer que ver tanta agua junta le impresionó, el océano no le agradó, demasiado vaivén y demasiada humedad para su gusto, además la sal lo acababa impregnando todo. Andar durante semanas atravesando selva, ríos infestados de bestias y zonas llenas de indios belicosos, para ver mar… eso sí que era una estafa. En qué hora se le ocurrió salir de su pueblo.

El capellán comenzó a entonar un Te Deum mientras que los hombres se persignaban. El escribano Andrés de Valderrábano se dispuso a tomar nota de lo que allí ocurría rogando para su coleto que el nombre que le pusieran a aquello fuera sencillito (conocía las peripecias de otros colegas y sabía que los nombres locales eran muy difíciles de transcribir).

Don Andrés, registrad todo lo que aquí está aconteciendodijo con solemnidad Vasco Núñez de Balboa. En el día veinte y cinco de septiembre del año de mil quinientos y trece tomo posesión en nombre de nuestra reina Juana y su padre el rey Fernando de este nuevo mar que llamaré… ¡Mar del Sur!

El escribano no pudo reprimir un gesto de alivio cuando oyó el nuevo nombre, aunque le pareció algo soso. Después de todo lo que habían penado para llegar hasta allí, llamar Mar del Sur a aquella extensión enorme de agua era algo decepcionante.

Para decepción la que tenía Gonzalo. A él también le parecía un nombre tonto. Ya que no había oro, al menos le podían poner un nombre más rimbombante para, cuando volviera a su pueblo, poder fardar de hazañas que tuvieran renombre. «¿Y tú qué hiciste por el Nuevo Mundo?» «Pues participé en el descubrimiento del Mar del Sur» «¿Y para eso tanta historia? Tu primo Marcelo se fue a La Coruña y estuvo en el Mar del Norte». Sentado en el suelo, Gonzalo se puso a mirar el mar; parecía una superficie sólida de tan calmo como estaba. «Qué pacífico está» pensó. Pacífico…  ese sí que era un nombre adecuado. «¿Y tú qué hiciste por el Nuevo Mundo?» «Pues participé en el descubrimiento del océano Pacífico». Esa sí sería una buena historia que contar, no lo del Mar del Sur, vaya chasco. Definitivamente, el Nuevo Mundo era una estafa.








 

(1)    El diálogo entre Francisco Pizarro y Núñez de Balboa es pura invención de la que esto escribe, pero lo que no es inventado es que Pizarro participó como capitán en la expedición que acabó descubriendo lo que hoy llamamos océano Pacífico. La mayor extensión de agua del planeta.


20 comentarios:

  1. Me ha encantado. Es posible que hubiera algún diálogo similar, porque fue ardua tarea, pero llegaron al mar.

    Un abrazo

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    1. Lo que se dijeron los expedicionarios no quedó registrado así que hay que tirar de imaginación para reproducirlo, pero yo casi estoy segura de que a Pizarro más de uno le llamaba Paco, aunque le molestara.
      Desde luego atravesar el istmo de Panamá debió de ser dificilísimo.
      Un abrazo.

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  2. Es una historia que pude ser verdad, el dialogo de tu pluma le da la gracia que te caracteriza y se hace muy divertida. Un abrazo,

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    1. Gracias, Mamen, me alegro de que te haya gustado. Un beso.

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  3. Que bonito! Hacia rato que no me acercaba por aquí y ahora parto feliz de leerte.

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  4. JEstaba deseando leerte y la verdad no me has decepcionado como siempre.
    Ese toque de humor y esa conversación que quien sabe.
    Y desde luego a mi me gusta más Océano Pacifico que Mar del Sur.
    Besotes

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    1. Yo también creo como tú y Gonzalo, que eso de llamar al Pacífico Mar del Sur era muy soso, menos mal que luego rectificaron. Un besote.

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  5. Qué buena esta segunda parte. Te has despachado a tus anchas a la hora de rememorar, a tu libre albedrío, las proezas de esos duros aventureros y descubridores. Me ha encantado, una vez más, el "hermoso" vovabulario que has utilizado, muy propio de la época. Esas expediciones tuvieron sus encantos y desencantos, pero yo, en su lugar, habría vuelto a casa en la primera ocasión y dejaría la gloria para los demás, je,je.
    Un beso.

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    1. Estoy segura que entre mis antepasados ninguno se fue allí porque si la valentía se hereda yo no tengo ninguna así que no tendrían futuro. Hay que echarle mucho valor para irse a la buena de Dios a ver qué se encontraba uno, y lo cierto es que muchos se enriquecieron pero la mayoría pasó calamidades y nada más.
      Me alegra que te gusten estas crónicas.
      Un beso grande.

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  6. Ay, Paloma, que buenísima y bellísima narración del descubrimiento del Pacífico. De verdad que «se non è vero, è ben trovato». Me ha encantado. Enhorabuena.
    Un beso.

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    1. Yo no descarto que entre Balboa y Pizarro tuviera lugar una conversación parecida, y las razones por las que el gobernador quiso subir solo a aquella cima... quién sabe, ahora se dice que quería ser él el primero en ver el nuevo mar, pero lo cierto es que no estaban muy seguros de dónde se encontraban así que... ahí lo dejo.
      Gracias por tus palabras, Rosa.
      Un besote.

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  7. Esta historia en entregas promete, Paloma, ya te lo dijimos en el Bremen. Habrá que ver cómo se lo monta Paco Pizarro para marchar hacia el sur y conseguir el descubrimiento por el que hoy día se le recuerda.
    Muy simpáticos los diálogos y el 'problemiilla' de Vasco Núñez de Balboa.
    Un beso

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    1. La buena acogida del texto de Colón en el Bremen me animó a seguir, a ver si puedo encajar alguna crónica más en el taller, aunque el próximo tema... está complicado pero lo mismo os sorprendo (y me sorprendo a mí misma porque ahora mismo no tengo ni idea sobre qué escribir).
      Un beso grande, Juan Carlos.

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  8. Muy divertido a la vez que didactico. Un beso.

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    1. Gracias, Pura.
      Me alegro de que te haya gustado.
      Un besote.

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  9. ¡Hola, Paloma! Ojalá la asignatura de Historia se diera así en nuestras aulas, quizá lograríamos que muchos jóvenes se aficionaran a descubrir que existe más vida y más historia que la que le muestra la vida digital. Sin duda que no se rompieron la cabeza bautizando el Mar del sur, je, je, je... Un relato muy ameno, divertido y muy respetuoso en sus diálogos verosímiles y tan contextualizados. Un abrazo!

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    1. Muchas gracias, David.
      Aunque mi visión de la historia es algo gamberra intento ser lo más fiel posible con los hechos reales. Además, al documentarme sobre el hecho en cuestión yo también aprendo cositas. Por ejemplo, en este caso yo no tenía ni idea de que Pizarro formaba parte de la expedición de Balboa para encontrar el Pacífico, ni tampoco lo que hizo Paco después con su exjefe (eso lo cuento en la próxima publicación, atentos a sus pantallas).
      También es cierto que me vengo arriba y doy explicaciones algo peregrinas, pero en cierta manera creíbles, como eso de que el verdadero motivo para subir Balboa solo a la cima de ese monte (esto es verídico, subió solo) fuera un apretón por otra parte plausible porque a saber qué estarían comiendo y bebiendo por ahí perdidos en la selva.
      ¡Un fuerte abrazo!

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  10. Que buen relato Paloma. coincido con David en que la asignatura de historia tendría que ser impartida como cuentas tú las batallitas; con esos diálogos tan inteligentes.
    Gonzalo opina que el nuevo mundo es una decepción. Balboa opinaría que a parte de eso, es un mojón; como del que no se pudo desprender por la inoportunidad de un mar tan antagónico de los peleones indios.
    Besos

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    1. Si te lees el próximo relato (aún no está publicado, pero ya falta poco) verás que Balboa tendría muchos más motivos para pensar que el nuevo mundo es un mojón (la que le lio el Paco...).
      Independientemente de las tropelías que se cometieron en la conquista de América, creo que algunos le echaron mucho valor; irse a la buena de Dios, sin mapas, sin apenas referencias, a ver qué había por ahí, afrontando condiciones adversas de todo tipo (animales, clima, pueblos mosqueados por la invasión, etc.) es para ser muuy valiente o estar o loco de remate (posiblemente las dos cosas).
      Me alegro que te gusten estas crónicas. Vendrán más.
      Un besote.

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