Pestañas

4 de diciembre de 2021

Invocación (II)

 

Las mujeres que les dieron la bienvenida acompañaron a Ane y a Águeda hasta el interior de la cueva. En uno de sus recovecos estaba colocada una tabla de grandes dimensiones apoyada en varios caballetes. A su alrededor había más mujeres que, entre risas, comían diferentes viandas sentadas en unos bancos dispuestos a los lados de la mesa. Águeda en cuanto vio la comida comenzó a salivar, las tripas le crujían de hambre.

―Sentaos y reponed fuerzas ―las invitó con un ademán la pelirroja―. Debéis de estar agotadas después de un viaje tan largo.

Águeda no se hizo de rogar; sin mediar palabra se sentó y se puso a comer.

―Cuida tus modales, jovencita ―la recriminó Ane―. No te comportes como un animal salvaje.

―Veo que sigues tan gruñona como siempre ―replicó la pelirroja―. Me llamo Estevania ―continuó dirigiéndose a la niña―. ¿Y tú?

―Águeda ―contestó la interpelada con la boca llena de un pastel de carne que la hizo poner los ojos del revés de lo sabroso que estaba.

Mientras que Águeda comía hasta hartarse, la anciana y la pelirroja se alejaron de la mesa y comenzaron a hablar en susurros, de vez en cuando dirigían la mirada hacia donde estaba la niña comiendo. Águeda estaba convencida de que hablaban de ella. A saber qué le estaría contando la vieja a Estevania, nada bueno, seguro.

―Amigas, ya está bien de tanto parloteo,  hay que ponerse manos a la obra. La reunión será esta noche y aún hay muchas cosas por preparar. ¡Vamos!

Quien así habló era una mujer oronda, con la cara rubicunda y el pelo muy rubio. A pesar del tono recriminatorio sus ojos sonreían con unos ojos azules, casi transparentes de lo claros que eran.

Todas las mujeres se levantaron de la mesa y empezaron a trajinar por la cueva. Águeda, muy a su pesar también se levantó y se quedó parada sin saber muy bien qué hacer. Estevania acudió a su rescate.

―Ven conmigo ―le dijo tomándola cariñosamente por los hombros―. Mientras las demás obedecen a Graciana ―señaló con el mentón a la mujer oronda ― tú y yo vamos a charlar.

Se sentaron en el suelo, al lado de una pequeña hoguera que desahogaba el humo por uno de los agujeros que en la cueva había.

―Ya me ha dicho Ane que tienes el don y por eso vives con ella.

―Sí, eso dice mi madre, pero yo no sé qué es ese don, ni esa doña ―contestó la niña encogiéndose de hombros.

―¿No te lo ha explicado Ane?

―No. Ella no explica, solo me manda hacer cosas y me dice los nombres de las plantas y para qué sirven, pero se me olvidan porque no puedo recordarlo todo y entonces ella se enfada y yo me agobio y me cuesta aún más aprender lo que me dice y…

Águeda se echó a llorar; era la primera vez desde que había dejado su casa. Ganas no le habían faltado, pero se había propuesto que no le daría esa satisfacción a la vieja porque dejarse llevar por el llanto le parecía una manera de claudicar y darle la razón a Ane cuando decía que era una inútil. Sin embargo, delante de Estevania sintió que podía sincerarse, aquella mujer era todo lo contrario de la anciana.

―Tranquila, niña. No te pongas así ―la reconfortó Estevania abrazándola―. Conozco a Ane y sé que no es precisamente la alegría personificada, pero es buena aunque a veces no se le note ―rio su propia gracia―. Es cierto que no se anda con rodeos y que no es muy amiga de hablar, pero estás con la mejor maestra. Si no te ha explicado en qué consiste el don y qué implica, lo haré yo.

Estevania dobló las piernas y, mientras atizaba el fuego, comenzó a hablar con una dulce cadencia.

―A lo largo de miles de lunas han nacido mujeres que tienen una capacidad especial para distinguir cosas que pasan desapercibidas a la mayoría. Esas mujeres pueden comunicarse con otros seres vivos diferentes a los humanos: entienden el rumor del agua en un río, los signos que aparecen entre las nubes o el lenguaje de las plantas.

―El día que me perdí en el bosque me hablaron unas hayas ―la interrumpió Águeda excitada.

Estevania sonrió y continuó con su explicación.

―La comunicación con la Naturaleza es tal en estas mujeres que eso las permite aprovechar todo lo que Ella nos regala. Nosotras ―señaló con un gesto a todas las mujeres que por allí pululaban, a sí misma e incluso a Águeda― utilizamos ese don para ayudar a los demás. Elaboramos todo tipo de preparados para curar dolencias, vaticinamos desastres leyendo las nubes o escuchando lo que el bosque nos advierte. Ponemos a disposición de los demás nuestros conocimientos, pero esto no siempre es bien aceptado por quienes se benefician de nuestra capacidad.

―En mi aldea me empezaron a mirar mal en cuanto se enteraron de lo de las hayas ―interrumpió otra vez Águeda.

Estevania volvió a sonreír ante la nueva intervención de la niña.

―Hay que ser cautas y tener precaución. Por eso solemos vivir aisladas y nos reunimos de vez en cuando para disfrutar de la compañía de otras como nosotras. No obstante, el don no es suficiente, hay que desarrollarlo, debe madurar.

―¿Y eso cómo se hace?

―Aprendiendo de otras mujeres que ya lo han perfeccionado.

―¿Como Ane?

―Por ejemplo. Es la que más sabe de todas las que estamos aquí. Estás con la mejor, tienes mucha suerte, niña.

Águeda no se quedó muy convencida. Que tenía que aprender lo podía asumir, pero que Ane fuera la mejor manera… Esa vieja era antipática y como maestra dejaba mucho que desear. Si los meses que había pasado con ella eran tener suerte no quería ni pensar lo que le tocaría vivir cuando no la tuviera.

―Puede que creas estar pasándolo mal ―prosiguió Estevania como si le hubiera leído el pensamiento―, pero te aseguro que si sigues con ella podrás desarrollar todo tu potencial que, lo percibo muy bien, es mucho. Estás empezando, debes ser paciente. Cuando aprendas a invocar te será revelado mucho conocimiento. Y hoy mismo puede que ya comience tu aprendizaje en ese aspecto porque, supongo que Ane aún no te ha enseñado cómo invocar, ¿verdad?

La cara de incomprensión de Águeda le dio la respuesta a Estevania.

―No te preocupes. Esta noche invocaremos su nombre y puede que seas afortunada ―prosiguió con tono enigmático.

Águeda miró a su alrededor y en un susurro le dijo a la pelirroja:

―Vosotras… vosotras… ¿sois brujas?

Águeda recordó lo que se decía en su aldea, que la brujas se reunían en cuevas o en lo más profundo del bosque para invocar al diablo y acostarse con él ―cuando las comadres llegaban a esta parte Águeda no entendía muy bien a qué se referían aunque sospechaba que lo de acostarse no era para dormir―.

―Bueno, ese es uno de los nombres que nos dan, pero eso no tiene importancia ―contestó Estevania sonriendo.

―Ya, pero eso de invocar… ¿Váis a llamar al demonio? ―replicó la chiquilla con angustia en la cara―. Yo no quiero estar presente, me da miedo y… un poco de asco ―añadió pensando en lo que sería acostarse con un ser con la forma de un macho cabrío.

Estevania estalló en una estentórea carcajada que resonó en las paredes de la enorme cueva.

―Nosotras no tenemos relaciones ―hizo un mohín pícaro― con el diablo. Supongo que te han llenado la cabeza de muchas historias horribles sobre nosotras, pero en nuestras reuniones no aparece ningún ente oscuro. Aunque te confesaré que sí hay algo de… fiesta ―repitió el mohín de picardía―, pero con hombres de carne y hueso ―rio―. Aún eres muy joven para entenderlo.

Tras oír la aclaración de la pelirroja, Águeda se relajó. La verdad es que la imagen que tenía sobre las brujas adquirida por las historias contadas alrededor de la lumbre en las noches de invierno, nada tenía que ver con Estevania, puede que con Ane, pero con aquella mujer… era muy guapa, y simpática.

―Invocamos a la diosa Mari ―prosiguió la mujer―. Es a ella a quien debemos nuestro poder y queremos que siga enseñándonos. Nada de seres malignos ni espíritus oscuros, de hecho le pedimos que nos proteja de ellos. Ella nos hizo un regalo atendiendo nuestros ruegos: el eguzkilore.

―¿La flor del sol es un regalo de Mari? ―preguntó Águeda asombrada―. Mi madre siempre se ocupaba de tener uno de esos cardos en la puerta. Aunque el cura decía que eran tonterías, que era mejor colgar un crucifijo.

―Pues sí, el eguzkilore nos lo entregó Ella para ahuyentar los seres que habitan en la oscuridad. Pero a nosotras nos regala muchas cosas más, por eso la invocamos en nuestras reuniones. Cuando vinculamos todos nuestros poderes, conseguimos que venga y nos acompañe proporcionándonos sabiduría y protección.

―Entonces ¿esta noche va a venir la diosa Mari?

―Lo intentaremos. Bueno, ya basta de cháchara, vamos a arrimar el hombro o Graciana vendrá a atizarnos con… una escoba ―se carcajeó la pelirroja.

Estuvieron toda la tarde limpiando y organizando diferentes lugares de la cueva. En la zona más amplia, donde el techo era más alto, dispusieron unas piedras formando un círculo y amontonaron leña en el interior para hacer una gran hoguera. Águeda no entendía a qué venía preparar un fuego tan potente porque en el interior de la cueva la temperatura era muy agradable.

―Esta noche danzaremos alrededor de la hoguera en honor a Mari. Con nuestros cánticos y la luz del fuego la invocaremos. Estate atenta, aprenderás.

La voz de Estevania le llegó nítidamente aunque la pelirroja estaba bastante alejada de ella, sin embargo la había oído muy bien y, lo más extraño, parecía que le había leído el pensamiento. Cuando la miró asombrada, Estevania le guiñó un ojo desde la distancia.

Al caer la noche vinieron más mujeres y algunos hombres también aunque en clara minoría, pero a Águeda le llamó la atención que eran fornidos y muy atractivos. Todos traían algún presente: comida, barriles de vino o de cerveza. Allí había cerca de medio centenar de personas. Águeda lo observaba todo con asombro: los ropajes de los asistentes ornamentados con bordados coloridos o los adornos florales que la mayoría llevaba en el pelo, incluidos los hombres.

Tras comer, y sobre todo beber, alrededor de la gran mesa, los reunidos se acercaron a la gran hoguera que ardía majestuosamente en el centro de la cueva. La rodearon formando un gran corro y cogidos de las manos empezaron a cantar. Águeda no entendía las palabras, era un idioma extraño, pero enseguida empezó a moverse al son del cántico que, poco a poco, iba adquiriendo un ritmo más acelerado e intenso. A medida que la canción ganaba en intensidad el baile fue enardeciéndose hasta que el corro se deshizo y cada uno bailaba a su aire en solitario o bien en parejas. Muchos de los presentes empezaron a desnudarse; al principio Águeda pensó que como consecuencia del calor emanado por la gran fogata, aunque eso no explicaba que tras quitarse la ropa algunos empezaran a acariciarse entre sí.

De lo que sí estaba segura Águeda es que aquello era fruto de la gran cantidad de bebida que todos habían consumido, pero ella, que apenas había probado el vino ni la cerveza, también sentía recorrer una excitación por todo su cuerpo. Se agitó frenética y completamente desinhibida saltó y gritó.

De repente una intensa luz la cegó, apenas podía distinguir nada de lo que había en la cueva; una enorme y difuminada sombra se acercó a ella, entre brumas le pareció ver el rostro de una mujer rubia, muy hermosa, que le sonreía. Antes de que Águeda pudiera discernir qué estaba viendo, la imagen desapareció, sintió cómo sus pies se despegaban del suelo y comenzó a flotar. Aturdida por lo que le pasaba cerró los ojos un instante y cuando los volvió a abrir comprobó que se hallaba fuera de la cueva, a sus pies, a cientos de metros, vio el valle por el que ese mismo día Ane y ella habían llegado. El corazón le latía con fuerza en el pecho. ¡Estaba volando!

CONTINUARÁ…




10 comentarios:

  1. Menudo relato nos estás ofreciendo y además es una relectura de los hechos de Zugarramurdi y sus brujas. Me está gustando mucho. Por cierto ¿Has leído Los Buenos, de Hannah Kent? Creo que te gustaría mucho. Trata también de una mujer con dones especiales y de muchas más cosas. está ambientada en la Irlanda más profunda.
    Bueno pues a esperar la parte 3.
    Un beso.

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    1. Sí que leí Los buenos, y lo hice siguiendo tu recomendación el blog. Aquella novela explicaba muy bien el ambiente rural y de superstición de la Irlanda más profunda. Me gustó además que cada capítulo tenía el nombre de una planta medicinal.
      En este relato mío doy otra versión a lo que hacían esas "brujas" realmente. No lo sabemos con certeza, pero yo creo que eso de invocar a un macho cabrío para, encima, acostarse con él... pues como que no.
      Me alegro que te esté gustando. Ya solo queda una parte más para finalizar.
      Un beso.

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  2. Me gusta. Espero la siguiente entrega.

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    1. Gracias, Pura, por tu fidelidad con esta historia. El final ya ha llegado porque solo quedaba una parte y ya está publicada ;)
      Un abrazo.

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  3. Vaya pedazo de historia que te has montado. Parece como si en una vida anterior hubieras vivido esas experiencias, je,je.
    Leyendo esta segunda parte, casi me dan ganas de volver a la cueva de Zugarramurdi para ver si hallo algunas pruebas de esos encuentros festivos. No serían brujas, tal como las concebían los ignorantes aldeanos, pero que tenían algún "poder" especial, de eso estoy seguro.
    En plena naturaleza, no hay nada mejor que conectar con lo que nos rodea para sentirnos distintos a cómo somos en casa. Seguro que también sentiríamos nacer algo nuevo dentro de nosotros.
    Un beso.

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    1. Entre el cielo y el suelo hay algo más de lo que somos capaces de percibir, algunas personas como Ane o Águeda, consiguen captarlo y emplear ese conocimiento con buenos fines, aunque en algunos momentos, la diversión también tiene un hueco, porque no todo va a ser hacer pócimas para curar la tos o un dolor.
      Yo estuve en Zugarramurdi hace muchos años, fue la noche de San Juan, y tenían montado un buen sarao a propósito de la fiesta, estaba petada de gente. Tengo que volver, pero de día y con más tranquilidad, cuando lo haga también buscaré restos de las fiestecitas de aquellas mujeres.
      Un besote.

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  4. Si la primera parte me gusto esta mucho más que la anterior y todavía queda la tercera ya tengo ganas de leerla.
    Y vaya encuentros se montan las brujas jeje, lo veía venir más o menos jeje con lo picara que era la bruja jeje.
    Un beso.

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    1. Tere, ya está publicada la tercera parte, es el final de la historia, más o menos porque... bueno ya lo verás cuando lo leas, ja, ja, ja.
      Un beso y gracias por ser tan fiel con este blog.

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  5. Esperando ver la tercera parte. De momento las brujillas se han montado una buena fiesta jajaja desde luego la bebida y el buen conocimiento de plantas alucinógenas puede haber ayudado. Muy bien logrado el ambiente y mantener la expectación.
    Un beso

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    1. Como le comento a Josep Mª, aquellas mujeres tenían conocimientos sobre muchas plantas que utilizaban para sanar y paliar dolencias, pero me imagino que también utilizarían sus propiedades para otros fines más lúdicos, porque divertirse de vez en cuando no tiene nada de malo, todo lo contrario.
      Un besote, guapa.

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