—¡Qué mal rollo!
¡Ya llegó el sábado!
—Y a ti qué más
te da que sea sábado que domingo que lunes, ¿tienes algún plan diferente al de
todos los días?
—Hoy es la
final de fútbol y tengo un mal pálpito, me da que van a ganar y vendrán aquí
otra vez. ¡Qué ful!
—Está encapotao, con un poco de suerte llueve
y no vienen.
—Como si a esos
les importara la lluvia. Vendrán y montarán la gorda hasta las tantas, así no
hay manera de descansar. La última vez me pisaron una oreja y aún me duele.
—No te quejes,
a mí me dieron con una lata en todo el hocico y tuve la melena pringosa durante
semanas por la espuma esa que echaron.
—¡Eh!, que la
oreja estuvieron a punto de arrancármela, y luego pegarla duele mazo.
—Me vas a
comparar un poco de cemento en la oreja a un golpe en todos los morros, ¡venga
ya, Hipo!
—¡Que no me
llames Hipo! Sabes que no me gusta ese diminutivo. Con lo bonito que es mi
nombre: Hipómenes. De verdad, Atalanta, cómo te encanta tocarme los bigotes.
—¡Qué quejica
eres! ¡Tooodo el día lamentándote! No sé en qué estaba pensando cuando me enrollé
contigo, mira cómo hemos acabao por
tu culpa.
—Pues no me
decías lo mismo cuando te llevé a aquel lugar apartado del templo. Y lo que fardabas
de ser mi chorba ¿qué? ¿eh? Pero
ahora no, ahora yo soy el julai, el
culpable de este marrón. Tú, como siempre, echando balones fuera y escurriendo
el bulto.
—Y tú, como siempre,
chinchando. No te soporto. Y déjate de balones que atraes el mal fario, aunque
si esta noche vienen los del fútbol espero que te pisen las dos orejas y el
rabo.
La plaza estaba
muy concurrida, numerosos transeúntes circulaban por sus amplias aceras y el
tráfico era intenso. Entre tanto bullicio era difícil escuchar la conversación
que mantenían airadamente Hipómenes y Atalanta. Tan solo una mujer, sentada
cerca de ellos, asistía a la discusión sin intervenir pero con gesto adusto. Su
porte era majestuoso, iba vestida completamente de blanco y en el serio rostro
se adivinaba cierto hartazgo que parecía ser provocado por los dos pendencieros.
—¡Maldita
cazadora! ¡Vete al Hades! Ojalá me hubiera fijao
en tu jefa y no en ti. Qué puntería tenía la tía y qué pibón, toda una diosa la
Artemisa, sí señor. Esa sí que levantaba suspiros por donde pasaba —dijo Hipómenes
evocador.
—¡Ja! Me parto
y me mondo. Que te crees tú que te habría hecho caso de haberlo intentao, no te habrías comío una rosca. Ni de coña, vamos. Mi
señora siempre fue mu casta y mu virgen.
—No como tú —replicó
Hipómenes con mucha sorna.
—Oye, no te
consiento que me hables así, un día de estos… Como me dé el pronto es que no
respondo, mira lo que te digo… No me toques las napias que te…
—¿Qué de qué? ¿qué
me vas a hacer? ¿eh? Venga, ¡dímelo! Tú, mucho fú, fú, fú y poco mili quiqui. ¡Bocas, que eres mu bocas!
—¡¿Os queréis
callar ya?! Yo sí que no os aguanto, a ninguno de los dos. Por todos los dioses
del Olimpo, esto es insufrible. Estáis así todo el día y toda la noche. ¡Sois insoportables!
Quien así
hablaba era la mujer que había estado asistiendo a la discusión. Sin perder ni
un ápice de su majestuosidad dedicó una mirada airada y cargada de
resentimiento a los dos personajes que estaban delante de ella. Nada más
hablar, tanto Hipómenes como Atalanta enmudecieron en un acto de respeto, y también
temor, hacia quien así les estaba reprendiendo.
Una vez que los
dos litigantes se callaron, la dama de blanco se sumió en sus pensamientos. ¿Cuánto
tiempo llevaba allí?. Más de dos siglos. No mucho si se comparaba con toda la
eternidad, pero demasiado si se comparaba con una vida humana.
Nada más llegar
a la ciudad se sintió como en casa y desde la privilegiada atalaya en la que la
situaron había sido espectadora de desfiles, de bodas reales, de verbenas, de
fiestas populares de todo tipo pues los habitantes de su patria de adopción
eran amigos del jolgorio y la francachela.
También tuvo
que presenciar enfrentamientos enconados entre diferentes bandos. La dama
comprobó que los humanos eran igual de beligerantes y tan caprichosos como los parientes
de ella, los dioses. Aún resonaba en su cabeza el zumbido de los obuses de
aquella guerra fratricida; un sonido amortiguado por los sacos terreros que la
taparon durante toda la contienda, así ni ella ni sus compañeros de carruaje
sufrieron daños pero, por desgracia, no pasó lo mismo con muchos de sus
conciudadanos que dejaron la vida en aquellos crueles bombardeos.
Desde su trono
de piedra vio crecer a la urbe que la acogió como una habitante más y siempre
se sintió querida. Más de dos siglos llevaba compartiendo con sus vecinos las
alegrías y las penas. Con ellos compartía risas como en la fiesta del desfile
del orgullo gay —toda una manifestación de tolerancia y convivencia—. También
lloraba con ellos en los momentos duros, como en aquella marcha triste cuando,
bajo un cielo que lloraba lágrimas de lluvia, más de dos millones de sus convecinos
desfilaron noqueados por el ataque brutal y sanguinario en unas vías de tren.
Ella prefería recordar los buenos momentos,
aunque no todos los disfrutaba por igual. Que se subieran a su carro ciertos
aficionados al fútbol siempre que su equipo ganaba algún trofeo no le hacía
mucha gracia. Al menos, desde hacía unos años solo se subían los jugadores,
pero seguía siendo un incordio. Ahí les daba la razón a Hipómenes y a Atalanta,
pero solo en eso. Y precisamente cuando su pensamiento se centró en sus dos
compañeros, fueron ellos los que rompieron la concentración de la diosa al iniciar
una nueva discusión.
—Que nooo. Que
la culpa de ese choque la ha tenido el pelas.
Se ha tirao en plancha a por un
viajero y le ha endiñao un golpe al de las pizzas —dijo Hipómenes mientras se
formaba un tapón de coches en la esquina de dos de las calles que daban a la
plaza debido al accidente entre un taxi y un repartidor de comida rápida a
resultas del cual el motorista había acabado tirado en el suelo.
—Si el de la
moto no hubiera ido haciendo zigzag no se habría golpeao, pero como iba to
loco s’ha dao el piñazo. ¡Natural!—replicó
Atalanta.
—Claro, tú
siempre defendiendo al sector público. Si el buga hubiera sido de Cabify seguro que le echarías la culpa al
conductor —contraatacó Hipómenes con retintín.
—Qué duda cabe
que el transporte público es la mejor garantía para asegurar un buen servicio —añadió
Atalanta toda docta recordando las consignas que había oído hacía unas semanas
en una de las avenidas aledañas a su emplazamiento.
—Cuando te
pones a hablar en plan reivindicativo no hay quien te aguante.
—A ti no hay
quien te aguante ni cuando no hablas.
—Por lo menos
yo sé dejar de hablar, no como tú que no te callas ni debajo del agua.
—¿Y por qué
debería callarme? ¡No te amuela! ¡Cállate tú!
Mientras Hipómenes
y Atalanta seguían discutiendo, la diosa deseó poder mover los brazos para
atizarles con el cetro de piedra que llevaba en la mano derecha, o con las
llaves que tenía en la izquierda.
Aunque, bien
mirado, solo ella era la responsable de lo que estaba pasando. Maldijo el día que
decidió convertir a esos dos en leones, pero cuando vio que los impertinentes amantes
estaban copulando en su templo se dejó llevar por la ira y, en un ataque de
indignación, los condenó por toda la eternidad a tirar de su carruaje en forma
felina. De haber sabido lo que le esperaba los hubiera convertido en gusanos,
de esos que viven bajo tierra, fuera de su vista y mudos a ser posible.
Por culpa de
esos dos imbéciles su estancia allí era cada vez más penosa. Hacía tiempo que
pensaba en la jubilación, después de tantos años estaba cansada de tirar del
carro. El trono en el que llevaba sentada desde hacía dos centurias empezaba a
ser demasiado duro y los inviernos de la villa eran muy gélidos, por no hablar
de los veranos donde hasta ella, de fría piedra, se ponía a sudar bajo un sol
de (in)justicia. Quería volver al Olimpo, pero sin sus dos molestos compañeros. Es verdad que allí tendría que
aguantar a sus congéneres que también eran bastante especiales.
Hera se ponía
insoportable con sus aires de dueña y señora, no era capaz de reconocer que su
estatus se lo debía a estar casada con Zeus, que si no… Afrodita era una
vanidosa estúpida y engreída, todo el día saliendo en cueros de las fuentes y
los estanques para presumir de tipazo. Apolo tenía demasiada mala leche y por
cualquier tontería se enfadaba y lanzaba plagas y pestes por doquier. Claro,
que para belicoso, Ares; ese sí que tenía un pronto muy violento y te montaba
una guerra por un quítame allá esas pajas. En cambio Eros le caía muy bien,
recordaba de él su sonrisa picarona y su constante filtreo, era un conquistador
nato y muy simpático. A Artemisa le tenía algo de manía, por no vigilar bien a
una de sus discípulas estaba ella como estaba, si su cofrade cazadora hubiera
sabido controlar mejor a Atalanta, en lugar de dos leones impertinentes ella tendría
dos elegantes caballos y no se estaría planteando jubilarse y retirarse de la
vida activa.
Quizás regresar
al Olimpo no fuera buena idea. Rememoró sus verdaderos orígenes, y viajó con la
mente a una remota región de Anatolia. Allí, cuando aún no se veneraban a los
dioses del Olimpo, ella nació de la tierra, de los fértiles campos de cultivo.
Ella se encargaba de dar vida en forma de frutos y alimentos. Debería regresar
a donde empezó todo.
Pero le daba
pena dejar de convivir con los ciudadanos que diariamente pasaban por su lado.
Echaría de menos sus conversaciones casi siempre alegres, y a gritos, o sus selfies con ella al fondo. O los colores
con que la adornaban con ocasión de alguna fiesta; de todos ellos su preferido
era el morado, le recordaba el color del cielo al caer el sol. Esos crepúsculos
también los iba a echar en falta, en ningún otro lugar podría disfrutar de una
gama de colores tan bonita, desde el rosa pálido al violeta pasando por
diferentes tonos de naranja. Unos atardeceres siempre acompañados por la melancólica
melodía de la trompeta que sonaba con el arriado de la bandera en un cuartel
cercano: el heraldo musical anunciando la llegada de la noche al son de retreta.
Cómo iba a añorar todo eso. Pero estaba
decidida, tenía que irse.
A pesar del ruido
ambiental o de la sempiterna discusión entre sus leones, y mientras cavilaba sobre
su situación, escuchó con nitidez el rumor del manantial que discurría debajo
de ella. El quedo susurro del acuífero subterráneo era un bálsamo, su cantarina
voz le proporcionaba paz y le recordaba aquellas lejanas tierras de su Anatolia
natal.
Mecida por el
relajante sonido del agua empezó a notarse cada vez más ligera. Apenas sentía
los brazos y las piernas, todo su cuerpo estaba perdiendo consistencia. Los
ruidos del tráfico sonaban cada vez más lejanos y el rumor del agua se había
convertido en estruendo. Notó cómo se diluía
en un líquido cristalino que la arrastraba hacia el interior de la Tierra en un
torbellino de burbujas.
Fundida en agua
y tierra viajó por el subsuelo, recorrió ríos subterráneos, acarició las raíces
de los árboles, respiró la oscuridad y olió las rocas. Se disolvía, y no era
nada y lo era todo. Se sintió libre.
El atasco que
se formó fue monumental. El tapón de coches afectaba a la plaza y a todas las
avenidas que desembocaban en ella, extendiéndose como una infección por las
calles colindantes.
El tremendo
embotellamiento había sido producido por diez accidentes simultáneos, algo
inaudito. Después de bregar con unas calles colapsadas, un par de policías motoristas
consiguió llegar al núcleo del atasco y allí vieron cómo todos los transeúntes
y los conductores que se encontraban en la plaza miraban asombrados hacia la
fuente que estaba situada en el centro de la misma. Muchos de ellos señalaban
con el dedo hacia allí. Estupefactos, los policías comprobaron de dónde venía
el aturdimiento y el origen de los choques múltiples: la diosa Cibeles había
desaparecido. El famoso carro tirado por dos leones no llevaba a su pasajera.
—Se ha ido por
tu culpa, pedazo mendrugo —dijo Atalanta compungida.
—No, se ha ido
por ti, que eres una petarda —replicó con la voz entrecortada Hipómenes.
—Que no, que
has sido tú con tus lloriqueos y tus quejas.
—¡Fuiste tú!
—¡No! ¡Es culpa
tuya! —contestó Atalanta sollozando—. No te pienso hablar más en la vida.
—Pues mira qué
bien. Ya ves tú, qué disgusto. ¡Fetén!
—¡Es que ni una
palabra te voy a decir!
—Pues ya estás
tardando.
—Hipo… ¡Que te
den!
—¡Que no me
llames Hipo!
NOTA
HISTÓRICO-MITOLÓGICA
La diosa
Cibeles era adorada ya en el Neolítico en la región turca de Anatolia.
Simboliza la fertilidad y la Naturaleza, se la considera también la Diosa Madre.
Los griegos, muchos años después, se encapricharon de ella y se la llevaron al
Olimpo con el resto de sus dioses. A la capital de España llegó en forma de
fuente a finales del siglo XVIII y de la mano de Carlos III, el rey considerado
el mejor alcalde de Madrid (con perdón de don Enrique Tierno Galván).
Hipómenes era
un guapo mozo griego que se ligó a una cazadora llamada Atalanta y seguidora
del culto a Artemisa, que también era cazadora y además diosa. Atalanta tenía
la casta intención de permanecer virgen por estar consagrada a la citada diosa,
pero el guaperas de Hipómenes se la cameló mediante una apuesta en la que el
griego hizo trampas (para más información consultar la Wikipedia). El caso es
que se hicieron amantes y un día se lo montaron en el templo de Cibeles, cuando
la diosa los pilló en plena faena, ésta se agarró un buen cabreo por tamaña
blasfemia y los transformó en leones a la vez que los condenaba a tirar
eternamente de su carro, con las consecuencias fatales que se han podido
comprobar en este relato.
Buenísimo relato el que hoy traes, Paloma. Se nota tu madrileñismo por los cuatro costados y también, ¡cierto!, que el fútbol no es lo que más tira de ti (ja, ja...). Me ha gustado mucho esa desaparición de Cibeles de la plaza que tiene su nombre, y es que los dos leones son unos plastas. Me encanta esa manera que tienes de difundir la mitología que está en la base de esta fuente madrileña tan hermosa.
ResponderEliminarPara mí tu relato es de diez.
Un besazo
Hola, Juan Carlos.
EliminarAunque no lo parezca con este relato, soy madridista, aunque del equipo de baloncesto porque el fútbol no me gusta. A pesar de mi afición por el Real Madrid, lo de subirse encima de la diosa no me parece bien. Creo que hay otras maneras de celebrar un campeonato y utilizar un monumento tan antiguo y emblemático no es la mejor.
Tengo cierta querencia con esa fuente, y como paso a menudo delante de ella le he cogido cariño.
Con lectores como tú y comentarios así, da gusto escribir. Muchas gracias, profesor, por esa nota tan alta, me das muchos ánimos.
Un beso muy grande.
Paloma has utilizado de forma muy graciosa para este relato la mitología griega. Además como dices conoces la fuente y su historia de primera mano y tu nos has deleitado con un relato muy entretenido. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarGracias por tu buena valoración. Adoro esa fuente y la diosa es muy querida en Madrid, quise hacerle un pequeño homenaje porque, además, la señora es muy pintona y todo un símbolo.
Un besote grande.
Vaya, sí que se entera una de cosas leyendo tus entradas. Desde Ciencia hasta mitología, aprendo un montón. No tenía ni idea de los nombres de los leones que tiran del carro de Cibeles y mucho menos sabía de la maldición que arrastran.
ResponderEliminarUn relato muy bien escrito, con ese lenguaje castizo que has sabido lograr de maravilla, y con el humor que te caracteriza.
Felicidades. Me ha encantado.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarYo sabía que los leones eran una pareja de amantes a los que la diosa había echado una maldición, pero los detalles los averigüé cuando me preparé el relato, las cosas como son.
Me encanta que te haya encantado.
Un besote.
"¡De las glorias deportivas, que campean por España, va el Madrid con su bandera, limpia y blanca que no empaña!"
ResponderEliminar-Oye, Hipo, que ya están éstos por aquí.
-Ya, hija, ya. Y Cibeles sin aparecer.
-Me han contado que la han visto irse de cañas con una tal Kirke a uno de esos Museos del Jamón que hay desperdigados por Madrid.
-De Madrid al Cielo.
-Ya ves.
Un relato entretenidísimo, Kirke. Ameno y divertido. Y original. Tres de mis adjetivos favoritos en un mismo relato. Enhorabuena.
Un saludo.
Hola, Pedro.
EliminarPues mira, no me importaría irme de cañas con Cibeles, aunque me da que ella es más de ambrosía si hacemos caso a lo que nos contaba nuestro común amigo Homero ;)
El caso es que podríamos tener, ella y yo, cierto 'feeling' pues mi alias se basa en una colega suya a la que le gustaba también convertir al personal en animales, especialmente en leones y lobos, o en cerdos si eran los marineros de Ulises (Kirke es la transliteración del nombre en griego de Circe).
Qué bien me han sentado esos tres adjetivos que le has dado a mi relato. ¡Gracias!
Un abrazo.
Muy divertido Paloma.
ResponderEliminarMe ha gustado conocer esas notas históricas. La mitología siempre me ha parecido de lo más fascinante, las historias de esos dioses griegos y romanos y mira tú que aparece en el castizo Madrid. Entiendo perfectamente que la diosa desapareciera, vaya dos plomos todo el día a la gresca y cuando van los de las celebraciones...Jajaja y ahí lo dejo que una es del Barça.
Besos guapa
Hola, Conxita.
Eliminar'El' Hipo y 'la' Atalanta se imbuyeron tanto del ambiente madrileño que se acabaron convirtiendo en dos personajes de zarzuela. Cosas de la interacción entre culturas y de la inmigración, ja, ja, ja.
Tú, como culé, ¿no te imaginas la cara de alelado (más de la que tiene habitualmente) que pondría Sergio Ramos cuando fuera a ponerle la bufanda a la diosa y se encontrara la silla vacía? Sería de foto.
Un besote grande.
Una forma diferente de repasar la mitología griega, Paloma, con inventiva y humor. Siempre me han encantado esas historias.
ResponderEliminarParece que hasta las diosas de piedra sienten nostalgia a veces, y es que la eternidad, sobre todo en mala compañía, puede hacerse muuuy larga :)) Espero que el resultado de ese partido de fútbol les fuera favorable, ji, ji.
¡Un beso!
Hola, Julia.
EliminarEl resultado de los partidos del equipo que va allí a celebrar sus triunfos es de lo más dispar, tan pronto pierden contra un equipo corriente como ganan contra un equipazo de la Champions. Con esos jugadores uno no sabe a qué atenerse, cosas de los "dioses" del fútbol, tan volubles, caprichosos e impredecibles como los del Olimpo.
La diosa se dejó llevar por la ira al maldecir a Hipo y a Atalanta y luego tuvo que sufrir ella misma las consecuencias. Que se lo hubiera pensado mejor.
Un besote, guapa.
Genial relato con unos diálogos muy graciosos, y castizos que son un puro recreo literario.
ResponderEliminarAún recuerdo cuando a la pobre Cibeles le arrancaron un brazo en una celebración futbolera y después apareció en una bolsa tirado en una calle de Madrid. Menos mal que lo pudieron restaurar, y no dejaron manca a la pobre diosa. Hoy en día por lo menos se la trata de proteger en dichas celebraciones. El tema de los bombardeos que hubo sobre la capital es muy fuerte, y precisamente lo estaba comentado hace unas horas con unos amigos. Pese a todo, ahí resiste uno de los símbolos favoritos de todos los madrileños (bueno no sé si ahí entran los atléticos ja,ja,ja).
Un gran abrazo.
Hola, Miguel.
EliminarLo de que la Cibeles fue cubierta con sacos terreros durante la Guerra Civil me enteré al preparar este relato. Siempre me llamó la atención que ella no hubiera sufrido desperfectos y en cambio la Puerta de Alcalá, que está a cien metros de ella, tuviera unos boquetes como puños a consecuencia de los tiros.
Pero lo que no hicieron los obuses lo hizo un grupo de animales futboleros al arrancarle la mano. Tienes razón en que ahora se la protege y solo se sube el capitán del equipo, aún así a mí no me hace gracia y eso que me considero madridista aunque solo sea aficionada al baloncesto.
Además,no me gusta que símbolos carismáticos que pertenecen a todos (en el caso de la Cibeles a todos los madrileños) se los apropien ciertos grupos, ya sean de tipo deportivo, político/ideológico o religioso.
Un beso.
No te ha faltado nada en este relato pero sobre todas las cosas "Humor" eso es lo más difícil de conseguir cuando se escribe. Me ha parecido fabuloso, tal como la diosa en su carruaje.
ResponderEliminarComo curiosidad añadiré una nota histórica con tu permiso. Los sacerdotes que se consagraban a esta diosa se emasculaban voluntariamente ofreciendo su masculinidad como símbolo de fertilidad.
Un beso y a seguir escribiendo.
Hola, Javier.
EliminarCaray con los sacerdotes de Cibeles. Se podría decir que ellos también ofrecieron su virginidad (como lo hacían las sacerdotisas de Artemisa) pero a lo bestia. ¡Qué drásticos eran los griegos, caramba!
Gracias por tu buena valoración.
Un beso grande.
Jajaja,... solo espero que Neptuno no se meta y desencadene una terrible tormenta!
ResponderEliminarSaludos!
Hola, Norte.
EliminarCreo que Cibeles no se lleva bien con Neptuno, lo digo porque es romano y no griego ;)
Aunque la diosa puede que sienta cierta envidia ya que Neptuno suele estar bastante más tranquilo en cuanto a visitas de aficionados al fútbol pues la frecuencia con que celebran trofeos es considerablemente menor a la de su vecina de al lado (sí, soy muy mala, y que me perdonen los colchoneros, pero es lo que hay).
Un abrazo.
Estupendo relato histórico-humorístico, con lecciones de mitología griega incluidas. También se adivina cuán adaptados al casticismo madrileño están esos dos leones pendencieros solo con oír su estilo lingüístico, jeje.
ResponderEliminarNo puedo imaginarme convertido en una estatua pétrea por el resto de mis días y más allá, haciendo de simple observador. No me extraña la mala leche acumulada por los dos leones, con lo bien que se lo tenían montado en la antigua Anatolia.
Y en cuanto a los molestos hinchas del Real, que le pregunten a Neptuno por los del Atlético, jeje. A mal de muchos...
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarYo tampoco puedo imaginar pasar la eternidad en forma de estatua, sin poder moverme. Debe de ser horroroso y para las articulaciones un martirio, además.
A la pobre Cibeles le tocó, encima, unos compañeros cascarrabias. Pero al menos la pusieron en un lugar concurrido y con movidas de todo tipo, así estuvo distraída.
Yo creo que Neptuno no debe de estar tan agobiado como la Cibeles en cuanto a celebraciones futboleras porque, ejem, el ritmo de campeonatos ganados es bastante más pausado (tengo un par de amigos del Atleti que me leen y sé que esto, y lo que le he contestado a Norte, me va a pasar factura).
Un beso.
Ay me has hecho viajar a 7º de EGB.Mi profe era un loco de la mitología y un día a la semana o dos, nos hacía un dictado de mitología, primero la griega y luego la romana.
ResponderEliminarHe disfrutado mcuho con la lectura, rápido, ameno y ágil, además de simpático.
Muy feliz día.
Hola, Gemma.
EliminarYo también me crié con un loco de la mitología: mi padre. Aunque él es más fan de la romana pues estudió en Italia y ahí le convencieron. Aunque en cuanto a gustos futboleros le tira más la Cibeles que Neptuno, por muy griega que sea.
Un besote.
¡Ay, que me da el soponcio! ¿Cómo que Cibeles se marchó? Se confirman los malos presagios que los madridistas tenemos este año, je, je, je... Un relato castizo y muy divertido para rendir homenaje a uno de los símbolos de Madrid. ¡Qué no habrá vista desde su trono de piedra? Tal y como estamos hoy día no me extraña que haya decidido tomarse un respiro. Brillantes diálogos, Paloma. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarHola, David.
EliminarSergio Ramos esta temporada lo va a tener difícil para ponerle la bufanda a la diosa, pero me temo que no solo porque la Cibeles se haya ido...
Hoy en día, con el Estatuto de los Trabajadores en la mano (aunque cada vez está más vapuleado el pobre) todo el mundo tiene derecho a jubilarse, así que Cibeles también.
Gracias por la visita.
Un beso.