Pestañas

13 de junio de 2025

Conversaciones con una druidesa (y IV)

 

Al día siguiente mis compañeros de viaje y yo nos fuimos a visitar el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil.

El grupo que conformábamos era numeroso, pero entre esos compañeros no se encontraba Aira. Mientras que la guía nos contaba el origen del monasterio (siglo XII) y nos señalaba las características arquitectónicas del edificio yo no hacía más que mirar en derredor por ver si aparecía mi druidesa preferida. Pero, por más que miré entre la vegetación e, incluso, detrás de las columnas y recovecos del monasterio, no la encontré.

La que sí apareció con puntualidad británica fue la lluvia, esa no se perdió la visita. Con el chubasquero puesto y cierto hartazgo ante tanta humedad, intenté apreciar la belleza del lugar.



Cuando la lluvia comenzaba a arreciar llegamos a Parada do Sil tras subir un empinado sendero que a punto estuvo de dejarme tirada en el camino porque la cuesta era de tomo y lomo. Nos dispusimos a comer en el pueblecito, con el inconveniente de que esa idea, la de comer, la tuvieron muchos otros más y dado que el pueblecito era un lugar pequeño (de ahí lo del diminutivo de pueblo) y muchos los que deseábamos comer, la cosa se tradujo en que no había un hueco en ningún restaurante.

Pero no todo fue mala suerte porque mientras me tomaba un vino de la tierra, en uno de los tres bares del pequeño pueblo, una mesa quedó libre y ahí pudimos sentarnos para comer mi pareja y unos amigos que iban en el grupo de excursionistas.

La comida fue deliciosa y la charla entre los comensales distendida. Tras el condumio, y dado que seguía lloviendo a cántaros, decidimos visitar la ciudad de Orense.

Durante toda la visita estuve buscando con la mirada a Aira con el mismo resultado que durante la mañana. Ni en las termas, ni en la catedral, ni en las empedradas calles la encontré. Aunque las explicaciones de nuestra guía eran muy buenas yo echaba de menos los comentarios sarcásticos de la druidesa. A pesar de lo cascarrabias que podía llegar a ser la añoré y no disfruté de la visita.

Me fui a la cama apesadumbrada.

El último día de mi estancia en Galicia nos dispusimos a visitar otro monasterio de los muchos que se hallan en la Ribeira Sacra.

Nada más bajar del autobús, al pie del camino que íbamos a recorrer, había un dolmen. Sabiendo que ese tipo de construcción megalítica puede ser de origen celta, y a pesar de tener ya claro que Aira era castreixa y no céltica, me acerqué a mirar con la esperanza de encontrármela.

Y ahí estaba. Recostada en una de las piedras gigantes me miraba con socarronería.

—¡Aira! ¡Qué alegría verte! ¿Dónde te metiste ayer? Eché de menos tu presencia. Tenía muchas ganas de verte. ¡Qué bien que hayas aparecido, por fin!

Mientras soltaba todas esas frases de sopetón me acerqué a ella con los brazos abiertos, pero antes de llegar siquiera a rozarla ella extendió los suyos en un ademán de rechazo a ese contacto físico. Pero qué arisca es, pensé a la vez que la sonreía.

—¿Ya sabes por qué se llama Ribeira Sacra a esta zona? —me preguntó a modo de saludo y sin ningún tipo de preámbulo.

Como una estudiante pillada en falta en un examen, bajé la cabeza porque no tenía ni idea. Aira esperaba mi respuesta con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Pues… Ribeira porque está entre ríos y… sacra… porque… ¡está llena de monasterios!

Mi contestación fue repentina y sin pensar, pero según lo dije me di cuenta de que tenía bastante sentido. Esperé el dictamen de mi examinadora con ilusión en la creencia de que había acertado.

—Creía que después de los momentos pasados juntas habías aprendido a interpretar las señales, pero falto un día y ya vuelves a utilizar el discurso oficial y conservador. No tienes ni idea —fue el lapidario veredicto que me espetó.

—Pues ilústrame —le contesté bastante mosqueada.

—Vamos a ver —dijo con el mismo tono que una maestra emplearía con un alumno medio tonto—: Antiguamente a los robledales se les llamaba roboyras.

—Roboyra… Ribeira. Sí, te sigo —contesté cabeceando y en mi papel de estudiante lela.

—Por tanto, lo de sacra, será por…

—… ¡los monasterios! —exclamé interrumpiéndola.

—¡Que no! ¡Qué manía con inmiscuir a los cristianos en todo!

Tras recomponerse la melena con un gesto de fastidio, Aira volvió a la explicación.

—El roble es un árbol sagrado en nuestra cultura. Donde hay robles nosotros esperamos encontrar a los dioses, por eso solemos realizar rituales sagrados en ese tipo de bosques.

—¡Aaaah! Ahora lo pillo. O sea, Ribeira Sacra quiere decir Robledal Sagrado ¿no? —comenté en voz baja porque no las tenía todas conmigo.

—Efectivamente —contestó Aira sin pizca de entusiasmo.

Entre tanto palique el grupo de viajeros se había separado de nosotras camino del monasterio de Santo Estevo. Aira y yo comenzamos a caminar más deprisa para alcanzarlos.

—No te apures —me dijo la druidesa—. Sé perfectamente dónde se encuentra ese antro de superstición. Conmigo, además, irás más segura porque te protegeré de las mouras que suelen andar por la senda.

—¿Mouras?

—¿Tampoco sabes qué son? Tu ignorancia no tiene límites —contestó enfadada —. Las mouras son seres vanidosos y perversos que viven debajo del suelo, en cuevas y túneles subterráneos. Siempre llevan encima montones de joyas y adornos. Son chabacanas, petulantes e insidiosas. Les gusta aparecerse a los caminantes en sendas como la que vamos a recorrer. Si ves alguna, ignórala, no escuches su palabrería, lo único que pretenden es burlarse de quien las presta atención para embaucarlo con promesas engañosas.

­—Unos angelitos, vamos.

—No. Todo lo contrario, te estoy diciendo.

Entre las virtudes de Aira no se encontraba entender el sarcasmo. Ni la de reírse, porque siempre estaba con el ceño fruncido, permanentemente enfadada.

Como si de un conjuro se tratara, cuando llevábamos un pequeño trecho caminando entre helechos y musgo esmeralda, un ser diminuto, con la piel muy pálida y largos cabellos rubios surgió del suelo. A pesar de la poca luz que el cielo cubierto dejaba pasar, su figura brillaba como si de una luciérnaga se tratara. Tal fulgor se debía a la cantidad de collares y pulseras con piedras preciosas que llevaba encima.

—Buenos días, caminante —me saludó educadamente.

—Buenos días —contesté pasando de largo y haciendo caso al consejo que me había dado hacía unos instantes Aira, la cual, nada más aparecer la moura, había hecho mutis por el foro.

—Tengo un regalo para ti —me dijo la pequeña criatura caminando a saltitos al lado mío.

Ignoré su comentario y seguí andando.

—Vaya. No quieres escucharme, ¿eh? Alguien te ha prevenido contra mí. Tú te lo pierdes, pero yo podría hacerte muy famosa.

Con la curiosidad rondándome las entrañas seguí pasando de aquel ser tan extraño. Entonces, la moura se paró en seco y con el rostro congestionado me espetó:

—¡Que te entre o mal do ollo!

No entendí lo que dijo, pero por el tono supuse que nada bueno. Seguí caminando impertérrita y la dejé atrás. Nada más perderla de vista, Aira apareció de nuevo.

—La moura te ha lanzado un meigallo.

Meigallo. ¿Un hechizo? ¿En serio? —dije yo riéndome.

—No es cosa de broma.

—¡Venga ya! Eso son cuentos de viejas.

Nada más decir esto, y cuando aún seguía riéndome, tropecé con una raíz y me caí cuan larga era en medio de un charco. Me empapé el pantalón y acabé con barro hasta en las orejas. Me levanté lanzando maldiciones a la puñetera moura. Por desgracia, como no tengo poderes mágicos, mi particular meigallo no tuvo ningún efecto sobre la duende con malas pulgas.

—¡Te lo advertí! —fue la reacción de la druidesa ante mi infortunio.

Entre exabruptos míos y sonrisas irónicas de Aira llegamos, por fin, al monasterio de Santo Estevo. Sumergida entre árboles se alzaba una construcción imponente que brotaba de repente, como un encanto, entre la espesura. Recordando las palabras que había pronunciado cuando se refirió a ese lugar le pregunté:

—¿Por qué es un antro de superstición?

—Allí se encuentran los anillos de varios obispos que fueron enterrados en el monasterio. La gente cree que tienen poderes sanadores. Pura superstición.

—¿Esto sí es superstición? Pero lo del meigallo de la moura, no. No tiene sentido, reconócelo.

Aira, según de dónde viniera la historia, era más proclive a creerse ciertas cosas.

—Tiene todo el sentido del mundo. Tú misma acabas de comprobar que las mouras existen y tienen poderes —añadió mirando con insistencia mis pantalones empapados de agua y barro—. Ahora, entra ahí —señaló con el mentón el monasterio— y prueba a ver si se te cura el catarro que vas a agarrar con el remojón en el charco.

No dudada que iba a pillar un buen resfriado por culpa de la moura maldita, pero tampoco dudaba que los anillos de unos obispos no me iban a servir de nada para curármelo, aunque, si somos honestos, no se puede curar lo que aún no se padece, por lo que dejé en suspenso el supuesto poder sanador de esos anillos.



Dejando a un lado indisposiciones y meigallos me dispuse a admirar el monasterio construido entre los siglos XII y XVIII y que ahora también es un parador.

—¿A ti qué te parece que un templo cristiano se convierta en un hotel? —pregunté a Aira mirando embobada el claustro.

Al no recibir respuesta miré en derredor para comprobar que la druidesa había desaparecido. Supuse que su ausencia se debía a la repulsión que le provocaba todo lo relacionado con el cristianismo y, por tanto, había decidido permanecer fuera. Busqué en el exterior y tampoco la vi. Durante el resto de la mañana seguí con mi grupo de senderistas y Aira siguió ausente.

Empecé a sospechar que se había despedido a la francesa, o sería más conveniente decir a la gallega. Cuando me subí al autocar que esa misma tarde me devolvería a mi ciudad, y sin señales de Aira por ningún lado, me resigné a perderla de vista sin una despedida.

Justo cuando el autobús abandonaba la comarca de Ribeira Sacra oí una voz que en susurros me dijo:

—Cuídate mucho. Especialmente el catarro.

Reconocí inmediatamente la voz de Aira, pero no la vi. A lo lejos solo quedó el eco de una risa. Vaya, me dije, Aira sí sabe reír.

FIN






4 comentarios:

  1. Muy bueno este final de las conversaciones con la druidesa. Estuve hace un montón de años en Santo Estevo alojada. Lo recuerdo con mucho placer. Los desayunos eran magníficos; las habitaciones, muy agradables y el monasterio en sí, precioso. Pero creo que no paró de llover. Era finales de octubre y también estuvimos en las termas de Orense pasando de agua muy caliente a agua a temperatura ambiente... Fue toda una experiencia. Solo me faltó la druidesa, pero creo que yo no atraigo a esos seres míticos. Soy muy insociable, ja, ja.
    Da pena que se haya terminado, pero espero que pronto nos ofrezcas alguna crónica nueva que seguir y esperar con impaciencia.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa.
      Que llueva en Santo Estevo es lo esperable porque la vegetación que lo rodea no sale en zona de secano. Es un lugar muy bonito, incluso con lluvia. A nosotros nos llegó a nevar, que eso ya no es tan normal, al menos en el mes de abril, pero...
      En general, el tiempo fue muy variable durante mi estancia en la Ribeira Sacra, hubo momentos de sol espléndido y otros de lluvia torrencial, es lo que tiene la primavera.
      Las termas de Orense son dignas de ver. Yo no me llegué a bañar pero desde luego son espectaculares.
      No sé cuándo me volveré a encontrar seres raros por ahí. Quizás este verano tenga suerte porque me voy a una zona llena de castillos así que...
      Un beso.

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  2. Una bonita e ilustrativa visita a la Ribeira Sacra. Me pregunto, sin embargo, que si voy algún día por allí y le pregunto a alguien de la zona si sabe dónde está el Robledal Sagrado, conocerá el significado y sabrá indicarme, je, je.
    Cuando viajo por lo largo y ancho de este mundo, me preocupo mucho por la climatología, pues un frío intenso, una lluvia torrencial y pertinaz, o un calor sofocante puede dar al traste con la gracia del viaje. Y no sé qué es peor, el calor o el aguacero, je, je.
    Pero si uno quiere conocer lugares excepcionales, como los que has decrito, tiene que aguantar lo que le caiga.
    Un beso.

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    1. Cuando un se va por ahí, la climatología es un factor más a tener en cuenta. En la Ribeira Sacra es normal que llueva, pero si no lo hace no hay mucha sombra en algunas zonas así que el que te achicharres está casi asegurado, sobre todo en verano. Yo tampoco sabría elegir qué prefiero. Me tocó lluvia y ya está, aunque también tuvimos momentos de sol espléndido para apreciar mejor el paisaje, así que tampoco me puedo quejar.
      Lo de robledal sagrado es una nueva versión del nombre, aunque la oficial es la que yo le propuse a la druidesa.
      Un beso.

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