—Doña Hortensia, debería
descansar, a sus años no es bueno tanto trajín.
—Gracias por tu interés, pero esta
tarde viene mi nieta y no quiero que vea la cabaña desordenada, ya sabes cómo
es, cualquier cosa fuera de su sitio la enfada y no tengo ganas de volver a
discutir con ella.
—Esa muchacha debería… ser más
respetuosa con usted, no es que quiera malmeter, la verdad, pero… la manera de
tratarla… no es de recibo.
—Pobrecilla, vive una situación
delicada. El padre en la cárcel por malversación de fondos y la madre liada con
un narcotraficante. Se ha pasado la infancia de internado en internado y,
ahora, en la adolescencia, no encuentra su sitio.
—Yo creo que no debería defenderla,
doña Hortensia, y no me malinterprete, pero… su proceder con usted… no tiene
disculpa.
—¿Y qué quieres que haga? Es el
único familiar que se preocupa por mí.
—Si por preocuparse se refiere a
que le trae de vez en cuando un túper de comida que le ha sobrado… mejor que no
venga y siento ser tan directo. Además, siempre puede contar conmigo.
—Sí, hijo, ahí te doy la razón. Tú
sí que me acompañas, me das palique y te preocupas por mí de verdad. Ella
quiere que me vaya a una residencia, pero estoy a gusto en mi casa, en el
bosque, rodeada de naturaleza y tranquilidad.
—Tranquilidad… hasta que llega
ella.
—Es cierto. Aun así, es mi
nieta y la sangre es la sangre.
— Bueno, usted verá, doña
Hortensia. Me voy, que tengo que cazar algo, a ver si como.
—Gracias, Mimoso. Vete a tus
quehaceres y no te preocupes.
Nada más salir de la casa de la
anciana, Mimoso cambió la amable sonrisa que le dedicó a su amiga por un rictus
de preocupación. El trato que le dispensaba la nieta a su abuela sacaba a la
superficie el poco coraje que albergaba su apacible alma.
Merodeó por el bosque un buen rato
hasta que se topó con una presa. Maldijo haber encontrado a aquel conejo, ahora
tendría que seguir su instinto y matarlo, algo que le desagradaba mucho. Hacía
ya varios años que la manada le había expulsado por pusilánime y porque no se
cobraba ninguna pieza. Su talante conciliador y proclive a mantener relaciones
cordiales con los humanos le granjearon la antipatía y el rechazo de los suyos,
condenándolo a vagar en solitario por el bosque.
El apelativo de Lobo Mimoso se lo
ganó cuando los habitantes de la zona comprobaron que ese animal salvaje en
realidad era muy sociable, más parecía un perro que un lobo. Con el tiempo se
quedó sólo con el nombre de Mimoso.
Mientras despedazaba con repugnancia
el conejo que había capturado, en su cabeza rumiaba la situación de su amiga
con la nieta que la iba a visitar. Le molestaba que una niña de quince años
tratara así a una mujer mayor, independientemente de que fuera o no familiar
suyo. A él le criaron en el respeto y la admiración hacia los ancianos, máximos
representantes de la manada por su experiencia y sabiduría adquiridas con el
devenir de los años.
Con un escalofrío pensó que
alguien debería enderezar a la adolescente malcriada.
—Esa niña necesita un correctivo.
—Maldita vieja. Más años que Matusalén
y no la casca. Encima vive en medio del bosque y soy yo la que tengo que
llevarle la comida. ¿Por qué no se agencia una peruana o cualquier otro
inmigrante para que la acompañe y le cocine? Un simpapeles cualquiera podría
encargarse de ella por cuatro euros. Encima vive en el bosque, a tomar por culo
en medio de la nada. ¡Joder! ¡Que se vaya a una residencia de una puta vez!
La adolescente abrió la tartera
que portaba en una bolsa y escupió en el estofado que le había preparado la
filipina encargada de cocinar en su casa.
—Buenas tardes, Mariola.
El lobo había surgido como por
ensalmo de entre los árboles y pilló desprevenida a la muchacha.
—¡Coño! ¡Qué susto! Te he dicho
mil veces que no aparezcas así, de repente, me das muy mal rollo, Empalagoso.
—Mimoso. Mi nombre es Mimoso.
—Lo que tú digas, da igual. ¡Que
no me asustes, hostias! ¿Qué quieres, petardo? No me entretengas que tengo
prisa, a ver si le llevo esto a la vieja —señaló la bolsa que llevaba colgada
del hombro— y me largo que he quedado.
—No deberías hablar así de tu
abuela. Está muy mayor, necesita que la cuiden, no que la alteren.
—¡Ya estamos! Eres un brasa, tío.
Siempre con la misma cantinela. ¡Déjame en paz! Yo trato a mi abuela como me da
la gana, y tú deberías dedicarte a lo tuyo, a cazar bichos y a aullar cuando
hay luna llena. No te metas donde no te llaman.
—Yo aprecio mucho a tu abuela —contestó
Mimoso con un hilo de voz y algo intimidado por la actitud agresiva de la chica—
y tú deberías hacer lo mismo.
—Mira, tío, no estoy para
discursitos. Haz el favor de pirarte —contestó Mariola apartando de su camino a
Mimoso—. ¡Hasta nunca, Dulzón!
—Mimoso, mi nombre es Mimoso —replicó
el lobo débilmente.
Ante la tímida respuesta, Mariola
se limitó a encogerse de hombros mientras que, dándole la espalda, le hacía una
peineta con la mano izquierda.
—Te mereces un escarmiento —añadió
Mimoso asegurándose de que Mariola no podía ya oírle.
—¡Doña Hortensia! ¡Doña Hortensia!
Mimoso no conseguía que la anciana
volviera en sí. Cuando se la encontró desvanecida en el suelo revuelto de su
cabaña pensó que estaba muerta, pero un débil temblor en los párpados le sacó
de su error. Aun así, la mujer presentaba un estado preocupante.
Tras aventar aire delante del
rostro de la anciana, ésta reaccionó.
—Hola, Mimoso —le saludó
débilmente al abrir los ojos.
El lobo suspiró aliviado.
—¿Qué le ha pasado, doña
Hortensia?
—He debido de desmayarme, no
recuerdo nada, tan solo que Mariola vino a verme y… creo que discutimos, como
es habitual, pero… no sé, todo es confuso.
—¡¿La ha agredido?! ¡Esto es el
colmo! ¡Lo que le faltaba a esa niñata!
—No, creo que no. La verdad es que
no me acuerdo. Cálmate, Mimoso —replicó la anciana mirando de hito en hito a su
amigo pues la reacción tan visceral la había sorprendido mucho.
—Esto… Sí, perdone, es que pienso
en Mariola y… no sé, me pongo…
La mujer no era la única que se
había sorprendido de esa reacción, el propio Mimoso estaba pasmado por su
manera de responder al enésimo ataque de la nieta descortés.
—Venga, doña Hortensia, acuéstese
un rato. Ya me encargo yo de cuidarla. Pero debe reflexionar sobre Mariola. Hay
que hacer algo, así no puede seguir.
—Ya, hijo, si tienes razón. Pero
qué puedo hacer yo, no tengo fuerzas para regañarla, además, en cuanto la
llevan la contraria se pone aún más violenta y, te confieso, me da un poquito de
miedo. Un día vino con un par de amigos, tenían una pinta intimidante, llenos
de tatuajes con esvásticas y calaveras. Daban escalofríos, a punto estuve de
decirle que debería cuidar con quién se rodea, pero no me atreví.
Mimoso sabía que la propia Mariola
tenía unos tatuajes similares en la cabeza, pero la capucha de la sudadera roja
que siempre llevaba ante su abuela los tapaba; decidió ocultar esa información
para no atribular más a su vieja amiga.
—Hijo, ayúdame a levantarme y a
recoger este estropicio. Mariola dijo que volvería pasado mañana con los
papeles para ingresar en una residencia. No quiero ir a ese lugar, Mimoso, pero
cada vez me cuesta más oponerme —se lamentó llorando la anciana.
—Si usted no puede, lo haré yo.
—¿Cómo? ¿Te vas a enfrentar a
ella?
—No. Me disfrazaré con sus ropas y
me haré pasar por usted. Si se pone violenta siempre podré… salir corriendo,
tengo mucha más agilidad —contestó Mimoso al que ya se le había pasado el arranque
de ferocidad que había tenido hacía solo unos instantes—. La entretendré un
rato dándole largas para que se vaya y ganar tiempo mientras pensamos qué hacer
para que no acabe en esa residencia que pretende Mariola.
—¿Qué pasa, vieja? ¿Cómo estamos
hoy?
Mariola se adentró en la cabaña
extrañada por el silencio y la oscuridad del recinto. Cuando sus ojos se
adaptaron a la poca luz vio un bulto en la cama.
—¿Estás enferma? —dijo mientras se
dirigía al camastro.
Por una rendija del embozo de las
sábanas asomaron dos ojos enormes con las gafas de su abuela.
—Hola, hijita. Me he debido de
resfriar y por eso me encuentras así. Lo mejor será que vuelvas en unos días,
no te vaya a contagiar lo que tengo.
—Lo que tienes que hacer es ir de
una puta vez a la residencia, ahí hay médicos y gente que te quite los
resfriados. Igual has cogido una neumonía y eso es chungo —replicó Mariola
fingiendo preocupación por su abuela—. Por cierto, tienes una voz muy rara.
—Es que estoy resfriada, hija, ya
te lo he dicho.
—Apenas te veo con tan poca luz y
tan tapada como estás.
—Tengo mucho frío y me duele la
cabeza, la luz me molesta.
La muchacha no insistió porque, al
fin y al cabo, el bienestar de su abuela le daba igual.
—Aquí tengo los papeles para
ingresar en la residencia, abu.
—Ay, hija, ahora no puedo ni
moverme. Mejor me los traes otro día.
—¡Joder, abuela! Ya estoy harta de
tanto paseo al bosque. Firma de una puñetera vez.
—La próxima semana. Hoy estoy muy
débil.
—¡No! Poner un garabato en un
papel no necesita esfuerzo. ¡Firma! ¡Coño! —insistió Mariola mientras tiraba de
las mantas que cubrían a la que ella creía que era su abuela.
Tras un pequeño forcejeo la
frazada que tapaba la cama cayó al suelo y Mimoso quedó al descubierto.
—Pero… ¡¿qué cojones haces tú
aquí?! —exclamó Mariola.
Mimoso se quedó callado muerto de
miedo ante la reacción de la chica.
—¿Dónde está mi abuela? ¡Habla!
Voy a llamar a los del SEPRONA, pero ya, para que te acribillen a tiros —dijo
la adolescente sacando el móvil y dispuesta a buscar en Google un número de
contacto—. ¡Mierda! No hay cobertura.
Mientras la chica trajinaba con su
teléfono, Mimoso se bajó de la cama y quedó agazapado en un rincón de la cabaña
temblando de pezuñas a cabeza.
Mariola, viendo que no podía
contactar con nadie, decidió tomar la iniciativa. Agarró un grueso leño que
estaba al lado de la chimenea y se fue a por el asustado animal.
En el momento en que iba a golpear
al lobo, éste emitió un sonoro gruñido. La chica amagó el golpe porque el
sonido la asustó, pero solo fue un segundo, tras reponerse del sobresalto
volvió a la carga. Antes de que el madero alcanzara la cabeza de Mimoso él se
abalanzó sobre la chica con las fauces abiertas.
Con sus potentes mandíbulas
aprisionó la garganta de Mariola, le clavó los dientes y la zarandeó como un
pelele. Un seco chasquido anunció la rotura del cuello. El cuerpo inerte de la
chica cayó al suelo en medio de un gran charco de sangre.
Mimoso observó atónito el cadáver
de Mariola; de repente, alzó la cabeza y un potente aullido salió de su
garganta alborotando las ramas de los árboles del bosque.
Las batidas organizadas por los
vecinos de la zona han sido inútiles. Todos los intentos por localizar y
aniquilar las alimañas que asolan la zona desde hace meses no han servido de
nada. La gente está atemorizada y los rebaños esquilmados; el bosque se ha
convertido en un lugar peligroso en el que nadie quiere internarse.
Una manada de lobos tiene en jaque
a la población. Como sombras oscuras atraviesan la espesura del bosque y se
internan en los rediles y los chiqueros causando masacres que alimentan las
historias de terror que las madres cuentan a sus hijos para asustarlos si no
obedecen.
A la cabeza del grupo va un
espléndido macho, algunos dicen que se parece a aquel lobo mimoso que solía
acercarse a los humanos, pero la ferocidad que lo caracteriza no hacen creíbles
esas murmuraciones.
Las noches de luna llena un
potente aullido sacude el bosque, el mismo que se oyó la tarde en que una chica
desapareció cuando iba a dar de cenar a su abuela.
Tan solo una cabaña permanece
habitada por una anciana, los servicios sociales intentan convencerla para
llevarla a un lugar más seguro pero la octogenaria se opone alegando que ella
está a salvo y protegida. Lo cierto es que nunca ha sido atacada por la manada,
mientras que otros enclaves habitados o donde hay ganado han sufrido feroces
asaltos de esos animales salvajes. Pareciera que un encantamiento amparase la
cabaña de la anciana mujer.
Tras aullar largamente como
siempre que hay luna llena, Mimoso baja de una roca para reunirse con el resto
de la manada que le espera expectante.
—¿Dónde atacaremos hoy, jefe?
—El rebaño de ovejas que hay en el
valle será nuestro festín de esta noche. No dejéis una viva. Y no me llaméis jefe:
yo soy Feroz, mi nombre es Lobo Feroz.
¡Ay, Paloma, qué versión del cuento tan buena y divertida! Me lo he pasado fenomenal leyéndolo. Esa adaptación a la modernidad es genial. me encanta eso de ver las historias desde otro punto de vista en el que los buenos no sean tan buenos (ni siquiera buenos) y los malos sean menos malos. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn beso.
Ya sabes que a mí me gustan más las brujas que las princesas, así que en los cuentos el malo me atrae mucho más que los buenos. En este caso, además, Caperucita siempre me pareció una ñoña y quise darle la vuelta, a lo mejor me he pasado, ja, ja, ja.
EliminarYo también me he divertido mucho escribiendo esto, me alegra compartir diversiones.
Un besazo.
Hola, Paloma.
ResponderEliminarMe he reído mucho, pero muchísimo es buenísimo de verdad. Las adversidades endurecen, nos hacen cometer actos que repelemos y demuestra que por mucho que creamos en algo, nunca se sabrá realmente de lo que seríamos capaces. Y como un único acto, puede cambiar el resto de nuestra vida.
¡Genial!
Un beso.
Hola, Irene.
EliminarMi madre siempre decía "que no te encuentres en la necesidad de..." porque en situaciones extremas podemos reaccionar de una manera inesperada. Este lobo creo que, por defender a su amiga, encontró su verdadero lugar y naturaleza.
Gracias por la visita y la lectura.
Un beso grande.
Has creado una versión del archiconocido cuento muy buena, y hasta diría que edificante, pues podría sevir para amedrentar y educar al mismo tiempo a los críos malcriados, rebeldes y con malas intenciones, para que sepan lo que vale un peine, je, je.
ResponderEliminarY por otro lado demuestra que la cabra siemrpe tira al monte y que los instintos básicos no se olvidan. El lobo siempre será un lobo, por mimoso que sea, ja, ja, ja.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarQuizás se debería enviar a muchos adolescentes al bosque para que los lobos se encarguen de ellos viendo que sus padres no son capaces, ja, ja, ja.
Cuando escribí este relato me centré en la segunda observación de tu comentario: la cabra tira al monte, o el lobo es un lobo siempre, pero en lugar de mostrar a este animal (tan querido por Félix Rodríguez de la Fuente) como un ser abyecto quise darle una "excusa" para explicar su proceder.
Dada la gran cantidad de Caperucitas/Mariolas que hay en nuestra sociedad creo que el ser humano no se merece que ningún animal cambie su naturaleza para poder convivir con nosotros, la verdad.
Un besote.
Hola Kirke, como dicen algunos, tanto monta que monta tanto... El lobo por mucho que intente ser mimoso, siempre será un lobo feroz.
ResponderEliminarMe encanta esta versión del cuento que has creado, tan irónica como genial, pobrecitas las ovejitas del valle. Un abrazo grande
Dicen que la cabra tira al monte y... este lobo se decantó por pertenecer a la manada de la que nunca debió salir.
EliminarGracias por la visita y el comentario, Nuria.
Un abrazo.