—¿Qué te
pasa, Lola? Llevas toda la mañana de aquí para allá, hecha un manojo de
nervios.
—No sé…
estoy inquieta, hay algo… raro que flota en el ambiente. Tengo un mal pálpito.
—Ya
estamos. Sabes que esos estados de ansiedad anímica son fluctuantes y no debes
hacerlos caso.
—Mira,
Manolo, no me vengas con la palabrería del psiquiatra, que me la sé de memoria,
pero ese tarugo no tiene ni idea de cómo soy yo, por mucho que me repita que me
conoce.
—Mujer,
después de quince años tratándote… algo sí que te debe de conocer.
—No me
conoce en absoluto. Llevo casada contigo veinte y tampoco sabes entenderme así
que…
—Venga,
tranquilízate. ¿Por qué dices que tienes un mal pálpito?
—No sé. Es
como si algo en mi interior se agitara, como una vibración.
—¿Una
vibración?
—Sí, empezó
anoche, en el baño.
—¡Lola!
¿Pero qué haces tú en el baño para que vibres? Oye, no estarás usando un
aparatito como ese que le pillé a la niña.
Manolo empezó a sudar copiosamente según recordaba aquel incidente
ocurrido meses atrás cuando, buscando en la habitación de su hija un cargador
para el móvil se encontró con un consolador.
—Si no
fisgonearas donde no debes, te habrías ahorrado el mal rato —replicó su
mujer sonriendo porque aún se acordaba de la escena.
Lola podía recordarlo como si hubiera ocurrido el día anterior. Su
marido con un vibrador en la mano preguntando a su hija qué era aquello y ella
diciendo, con algo de apuro en el rostro, que era un monote de la clase de
urología de la facultad de Medicina donde estudiaba. Al principio, el muy pavo
se lo creyó, pero cuando fue a dejarlo donde lo había encontrado le dio al
interruptor y aquello se puso a moverse. Lola no pudo evitar soltar una
carcajada cuando se reprodujo, de nuevo, la cara de su esposo y cómo su hija le
quitaba el artilugio de la manos para guardarlo en un cajón.
—No te
rías, Lola, y contéstame. ¿Has estado usando una cosa de esas?
Lola siguió riéndose y Manolo empezó a mosquearse. Cuando
consiguió serenarse, su mujer le siguió explicando su malestar, pues, recuerdos
aparte, lo cierto es que no se encontraba bien.
—No,
Manolo, no, No he utilizado ningún vibrador. Cuando hablo de vibraciones me
refiero a algo… interior.
—Bueno,
según me han dicho, esa… cosa os la metéis por… el interior —replicó su
marido con un escalofrío.
Lola no pudo evitar reírse de nuevo, a pesar de que estaba
preocupada, pero es que su marido a veces parecía un troglodita de lo simple
que podía llegar a ser.
—¡Que no!
Que lo que yo siento es diferente. Noto como si todo a mi alrededor vibrara,
como si el entorno estuviera preparado para atacarme o algo así.
—¿Te estás
tomando las pastillas que te recetó el doctor?
—Mira,
contigo es imposible hablar. Cuando algo no te cuadra, ya sales con que no me
estoy tomando la medicación.
—Es que
sabes que si no sigues las indicaciones del médico luego vienen los problemas…
—¡Que no me
des más la tabarra!
Lola, se fue indignada hacia el balcón de la casa que daba a un
fértil valle de la isla en la que vivía desde hacía más de cuarenta años. A los
pies de pequeños cráteres que festoneaban la cordillera volcánica, cultivos de
plátanos, aguacates y vides verdeaban una llanura que acababa abruptamente en acantilados
de piedra negra junto al mar.
De repente, una sacudida hizo vibrar el edificio.
—¿Lo has
notado, Manolo?
—¿El qué?
—¡La
vibración!
—¡Qué
pesada estás! Habrá sido algún camión que ha pasado por la carretera, algunos
hacen mucho ruido y retiembla todo. Deja de ver amenazas por todas partes,
Lola. O vete al médico a que te suba la dosis.
Manolo se fue enfurruñado al comedor y se puso la televisión. En
ese momento, las imágenes que aparecieron en el noticiario hicieron que diera
un brinco en el sillón.
—¡Lola!
¡Loooooola! ¡Corre! ¡Ven! ¡Salimos en la tele!
Lola entró desde el balcón para mirar lo que su marido le
señalaba.
Una mujer con un micrófono en la mano conectaba con los estudios
centrales desde donde se emitía el informativo. La periodista aparecía rodeada
de plataneras y cultivos de aguacate, al fondo se veía nítidamente la casa de
Manolo y Lola.
—Buenas
tardes —decía la
reportera micrófono en ristre—. Desde ayer se han detectado múltiples seísmos en toda la isla de
La Palma. Los expertos sospechan que pueda ser indicativo de que una erupción
volcánica se esté gestando.
—¿Lo ves,
Manolo? ¡Las vibraciones! Ya te dije que algo se estaba preparando, algo malo.
—¡Sí,
claro! ¿Una erupción volcánica? Esta tía —señaló a la periodista— está igual de chalada que tú. ¡Cómo les gusta alarmar!
—Manolo,
vivimos en una zona volcánica. La alarma tiene fundamento.
—Sí, ya lo
sé. ¿Pero un volcán? Saldrá algo de humo por algún cráter de los que hay por
aquí y ya está. Que no estamos en el Jurásico, mujer.
—Yo lo noto,
Manolo. Hay vibraciones, hay…
—¡Basta ya!
Que aquí no va a pasar nada, te lo digo yo. Me voy al bar de Tino, a tomar unos
chatos con mis compadres, a ver si me alejo de tanta histérica.
Manolo abrió la puerta de la calle y salió mientras con una
sonrisa cínica dijo mirando hacia el perfil de cráteres que en la lejanía se
veían desde su casa:
—¡Erupción
volcánica! ¡Venga ya! ¡Qué tontería!
Muy divertdido, y sí, capaz que el volcán entrara en erupción pronto. Pero Manolo es muy prosáico, parece :-)
ResponderEliminarUn abrazo, y felices fiestas
Hola, Albada.
EliminarManolo, desde luego, como profeta no tiene futuro ninguno.
Un abrazo y felices fiestas también para ti.
Hay vibraciones, vibraciones y vibraciones. Confundir unas con otras es signo de poca inteligencia. La niña y Lola tienen bien claritas las diferencias; Manolo es un poco mastuerzo (ja, ja...).
ResponderEliminarDivertido, muy divertido, Paloma
Hola, Juan Carlos.
EliminarEstá claro que, de esa familia, el más tarugo es Manolo, muy cerril él y con pocos conocimientos.
Gracias por tu valoración.
Un beso.
Vaya pareja, ella super-mega-hipersensible y él un cretino descreído y negacionista, je, je. Desde luego, ese Manolo no serviría ni para pronosticar el tiempo que está haciendo. Si hubiera una continuación a esta historia, me gustaría ver la bronca que le arrea su mujer, acompañada del típico ya te lo dije, Manolo, que nunca me haces caso, ja, ja, ja.
ResponderEliminarUn beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarLa verdad es que esos dos hacen una pareja peculiar. Entre la sensiblería de la una y la ignorancia del otro, mala convivencia les veo, sobre todo cuando el volcán empiece a expulsar lava y se queden sin casa.
Un besote.
Es que viviendo en una isla volcánica no sé cómo no se dieron cuenta antes de lo que podían significar esas vibraciones, ja, ja. Vale que ella esté medicada y en tratamiento psiquiátrico, pero hay que confiar más en los presentimientos femeninos, sobre todo cuando hay vibraciones al pie de un volcán. Y no sabían lo que se les venía encima, pobrecitos.
ResponderEliminarMuy bueno el relato, Paloma. Veo que en Bremen estáis ya preparando nuevo libro.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarEl Bremen no descansa. Tenemos reuniones cada quince días y se proponen temas de lo más variopinto. Sí que queremos publicar un nuevo libro, pero nos gustaría tener un hilo o tema común que hilvanara los relatos y eso es algo complicado. Con todo y con eso, seguimos escribiendo sin parar.
Lola, a pesar de estar medicada, supo muy bien detectar los signos externos, no como el bruto de su marido.
Un beso.