Pestañas

22 de marzo de 2021

Un mal trago


 

Atribuyen a Oscar Wilde una frase que dice «Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad». Por desgracia, tuve ocasión de comprobarlo y también de darme cuenta cómo el destino cuando se pone a jugar con los sueños se cachondea de ti y encima te lo hace pasar muy mal.

Entre mis deseos para el año 2021 pedí viajar, y casi, casi, mi deseo se cumple de manera tajante y definitiva porque me faltó muy poco para hacer un largo viaje, pero solo de ida, sin retorno posible; casi me voy de viaje al otro barrio, al más allá, al otro lado o como quiera llamarse a lo de estirar la pata. Vamos, que estuve a punto de espicharla.

Como siempre he pregonado que el humor es una buena terapia, vaya esta publicación como una forma de conjurar el mal rollo y la angustia que me generó una situación tonta y banal, pero que, como ya he anunciado, a punto estuvo de darme matarile.

En mi casa es tradición tomar un aperitivo en la cocina mientras hacemos la comida o la cena. El refrigerio suele consistir en un vinito o una cerveza acompañados por unas aceitunas o algo de jamón. Muy de tarde en tarde, el picoteo consiste en otro tipo de alimentos como patatas fritas o cortezas. Hace unas semanas mi media naranja se trajo, junto a la barra de pan para comer, una bolsa de cortezas y nos dispusimos a comérnoslas con la bebida correspondiente ―vino él, cerveza yo― mientras se terminaba de hacer el asado que estaba en el horno.

No sé si fue la primera corteza o la segunda que me metí en la boca, pero una de ellas ―puede que las dos― se me quedó atorada en la garganta. Intenté tragar haciendo esfuerzo y lo único que conseguí es que se atascara más: ni para arriba, ni para abajo. En principio no me preocupé demasiado, decidí beber un trago de mi cerveza para arrastrar la corteza maldita, sin embargo, lo que ocurrió fue todo lo contrario, la corteza se esponjó con el líquido, se hinchó y ahí ya la lié parda.

Que algo se atasque ya se intuye incómodo, pero que lo haga en el lugar donde pasa el aire y, por tanto, que impida respirar es muy, pero que muy peligroso. No voy a entrar en pormenores fisiológicos, pero creo que todos sabemos lo que pasa si nos quedamos sin aire.

Empecé a boquear como pez fuera del agua y aunque algo de aire sí entraba no era el suficiente y la angustia fue creciendo. Mi marido, con la cara desencajada, intentaba ayudarme, aunque no sabía muy bien cómo. Cuando, pasados unos segundos, yo seguía sin respirar bien con aquello atravesado en la garganta, él decidió llamar a urgencias.

Recuerdo que, mientras le veía llamar al 112, yo intentaba respirar con estertores agónicos que sonaban fatal. Me había convertido en una Darth Vaden de andar por casa y “flamenca” para más señas porque la desesperación de no conseguir respirar me hizo marcarme una especie de zapateado raro donde mis patadas eran la manifestación de la angustia.

El médico que atendió la llamada, y al saber qué es lo que estaba pasando, pidió a voces que intentara toser. El problema es que para toser se necesita coger aire y eso era precisamente lo que yo no podía hacer. Como el médico de la línea de emergencias no me oyó toser empezó a gritar histérico de forma que hasta yo le escuchaba, y esto me puso más nerviosa porque que un médico avezado en experiencias difíciles pierda los papeles es síntoma de que la cosa está jodida.

Dicen que cuando llega la hora final, tu vida pasa rápidamente ante tus ojos. A mí no me ocurrió nada de eso. Yo solo me dije: «Menuda manera más estúpida de morirme». Siempre pensé que moriría de alguna enfermedad, como el cáncer, o por un ictus o un infarto, o incluso por un accidente de tráfico, pero ¿por un atragantamiento? ¿en serio? Además, atragantada con una corteza, y encima del Mercadona. ¡Qué poco glamour! Si al menos hubiera sido con un trozo de jamón ibérico…

A partir de ese momento ya no sé muy bien qué pasó, me pareció escuchar a mi marido decir que una ambulancia del SAMUR estaba en camino, pero yo sabía que, si seguía sin poder respirar bien, para cuando quisieran llegar me encontrarían en parada cardiorrespiratoria porque los efectos de la hipoxia ya se estaban haciendo notar y empezaba a marearme. Creo que también pensé que ojalá llegaran a tiempo al menos para poder reanimarme.

En algún momento, supongo que fruto de la desesperación que da la necesidad de aire, conseguí toser débilmente, y algo se movió en la garganta, no se despejó del todo, pero sí noté que el aire llegaba en mayor cantidad que antes. Gateando por el suelo seguí tosiendo con el poco aire que me llegaba a los pulmones. Poco a poco, y entre toses cada vez más estentóreas, empecé a recuperar el resuello. Fue cuestión de unos pocos minutos, pero a mí se me hicieron eternos, y agónicos.

Para cuando llegaron los del SAMUR yo ya estaba sentada en el sofá con una taquicardia de mil demonios y, lo mejor, respirando, agitadamente, pero respirando, al fin y al cabo.

Los sanitarios llegaron cargados con una botella de oxígeno y un desfibrilador para reanimación cardiaca, lo que hizo que mi taquicardia se incrementara porque fui más consciente de que había faltado el pelo de un calvo para no contarlo.

Mientras una enfermera me cogía de la mano e intentaba tranquilizarme ―yo estaba pálida como un cadáver y mis labios apenas tenían color―, dos médicos me examinaron los pulmones, comprobaron la saturación de oxígeno y mirararon con un pequeño endoscopio que ningún trozo de la corteza maldita andaba aún por donde no debía; tras la exploración decidieron que estaba fuera de peligro y me instaron a que abandonara ciertas prácticas de aperitivo poco sanas, consejo que seguí a rajatabla y que se materializó con los restos de la bolsa de cortezas en la basura.

La médica al frente del equipo se paró a explicar qué había pasado y cómo el acto de beber ante la primera muestra de atragantamiento fue el desencadenante de la fase más grave. Nos instruyó qué hacer en casos así y nos enseñó cómo realizar la maniobra de Heimlich, esa que sale en las películas y que parece muy sencilla pero que tiene su intríngulis y que no es tan fácil.

Al final todo quedó en un susto y de los gordos. He tardado en contar esto porque el trauma ha sido difícil de superar ―me tiré un par de días con temblequera en las piernas y aún tengo pesadillas donde sueño que no puedo respirar y me despierto sobresaltada―.

He reflexionado mucho desde entonces, y son muchas las conclusiones obtenidas. Somos frágiles, la vida se te puede torcer irremisiblemente en un instante, no tenemos nada asegurado y la vulnerabilidad es patente; cualquier pequeña cosa, por inocua que parezca, nos puede dar pasaporte al más allá. Doy fe.

Así que hay que disfrutar de cada pequeño momento como si fuera el último: unas risas con tus seres queridos, un paseo por un parque o un aperitivo con tu amor… siempre y cuando no haya cortezas.




NOTA: Mi agradecimiento al personal sanitario del SAMUR que se personó en mi casa. Con la que está cayendo, ellos demostraron, además de ser unos profesionales de tomo y lomo, una excelente calidad humana en el trato exquisito y lleno de cariño que me dispensaron.

 

 

 

 

 

21 comentarios:

  1. Hola Kirke , hija mía que mal rato de viste de pasar , ya que el que te falte el aire es una cosa de lo más
    peligrosa del mundo , me alegro de que todo haya acabado bien y estés mejor no sabes lo mal que lo he pasado leyéndote , por que a mi me paso un caso parecido pero sin atragantamiento de corteza , a mi lo que me paso es que cuando estaba tan mal mucho antes de que me hiciesen el trasplante de pulmón , yo llevaba oxigeno continuo a 15 litros la hora , cuando a media noche el cubo de agua se quedo sin agua , ya que el oxigeno continuo al ser seco , necesita un poco de agua para que la nariz y los pulmones no estén tan resecos y así estén más esponjosos ,la cosa es que estaba cambiando el baso por otro que tenía el barril de oxigeno segundo de 50kilos cada uno, ya que en mi casa dejaban de lunes a jueves 3 y para el fin de semana viernes ,sábado y Domingo me dejaban 2 , pues como te decía fui a cambiar el baso cuando estando desenroscando el baso , empecé a temblar por que no podía poner el baso , empezó a dolerme la cabeza cuando se me cayó el baso , y salió corriendo al comedor que es donde los tenía los 3 barriles , cuando intento ayudarme cuando le dije con hilo de vos que me iba , le dio tiempo de ponerme el baso nuevo cuando me empezó a entrar aire del barril , me tubo que llevar a rastras a la cama por que parecía un fado de paja , mi padre y yo nos asustamos un montón , me alegro de leerte espero que te recuperes pronto , como ves no es solo con una corteza con la que te puedes quedar si oxigeno ,te deseo una feliz noche , besos de flor.

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    1. Uf, los que tenéis problemas de pulmón no me lo puedo ni imaginar el riesgo que corréis con un percance o algo parecido al que cuentas. Tuve una compañera asmática y también lo pasaba mal cuando le sobrevenían ataques de asma y el broncodilatador no le hacía todo el efecto deseado.
      En fin, lo mío fue puntual y espero que no se repita más porque es horrible la sensación de querer respirar y no poder.
      Un beso, Flor, y cuídate mucho.

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  2. Jolines Paloma menudo susto, yo sabía que la historia acababa bien,(de otro modo no habrías escrito este post). Lo que tu dices; disfrutar de los pequeños-grandes placeres de la vida, que no sabemos cuando nos visitará la parca. Cuídate y un beso muy grande.

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    1. Hola, Pura.
      La verdad es que fue un mal trago en todos los sentidos porque lo pasé fatal. En mi vida lo he pasado tan mal. Al menos he podido contarlo y a partir de ahora tendré mucho más cuidado con lo que como y cómo lo como (me ha salido una trabalenguas).
      Gracias por preocuparte, guapa. Un besote.

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  3. Todos deberíamos seguir un cursillo de primeros auxilios, porque está demostrado que la mayor siniestralidad se da en casa. Los accidentes domésticos acaparan la lista de accidentes fatales. Menos mal que pudiste recuperar la respiración a tiempo. Me imagino la angustia de ver cómo te estás quedando sin oxígeno y que, si nada ni nadie lo remedia, te vas al otro barrio. También me pongo en la piel de tu marido, impotente ante esa situación tan dramática. Mi adre, sin ir más lejos, murió asfixiado al aspirar, en un acceso de tos por un resfriado, la sopa que staba tomando y quedó sin oxígeno el tiempo que tardó al ambulancia en llegar a la residencia geriátrica en la que estaba ingresado. No hubo froma de reanimarlo y quedó como un vegetal hasta que falleció al cabo de unas horas de estar en la UCI. Pero, claro, él tenía 99 años y a esa edad no se tiene fuerza para expulsar de los pulmones un elemento extraño, en esta caso líquido.
    Realmente somos muy frágiles y muchas veces no somos conscientes de ello. En unos segundos podemos pasar de estar vivos a muertos, de estar sanos a enfermos, de tener trabajo a estar en el paro (esto, en todo caso, afecta a la salud económica y mental, pero no deja de ser muy chungo), por lo que tenemos que tomar precauciones y, sobre todo, como bien dices, vivir el momento. Y ya de paso, decir que es recomendable masticar mucho la comida antes de tragarla. Creo que hay que hacerlo unas veinte veces, así nos aseguramos de que el alimento pase por el esófago camino del estómago hecho papilla. Y no comer y hablar al mismo tiempo, je,je.
    Me alegro mucho que todo acabara en un susto, por gordo que fuera.
    Un beso y salud.

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    1. Donde he escrito "mi adre", quería escribir "mi padre". Me he comido la p sin querer.
      Otro beso.

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    2. Mi marido también lo pasó muy mal, al principio le pasó como a mí, que creyó que solo era cosa de dejar que tragara bien y ya está, pero cuando vio que a pesar de beber aquello no se movía y que no me recuperaba, ahí ya se alarmó. Que el médico del 112 se le pusiera a pegar voces tampoco le ayudó mucho porque no me oía a mí si estaba respirando algo o no. Para más inri, el pobre estuvo varios días cabizbajo porque la idea de comprar las malditas cortezas fue suya y se sentía culpable.
      Como bien comentas, la mayor siniestralidad se da en casa, un lugar donde todos nos sentimos seguros y puede que por eso bajemos la guardia. No cuento el número de veces que mastico una cosa antes de tragarla pero te aseguro que desde ese percance tengo mucho más cuidado, y sobre todo no hablar y comer a la vez, eso es fundamental. De cualquier manera, está claro que somos vulnerables y que no hay nada seguro, aunque tampoco hay que estar muerto de miedo, pero sí alerta.
      Lo que le pasó a tu padre es una muestra de que esos atragantamientos pueden tener consecuencias fatales. Lo siento mucho.
      Intentaré recuperarme del susto y tener más cuidado a partir de ahora.
      Un besote.

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  4. Veo por lo que cuentas que padeces estrés postraumático. Yo lo padecí una vez que atravesé una puerta de cristal que, milagrosamente no me toco la cara, aunque casi me quedo sin una teta. Eso de las pesadillas es típico. O estar quedándote dormida y pegar un brinco porque se te representa otra vez toda la escena (o en plena vigilia).
    Tal y como lo cuentas pone los pelos de punta. No quiero pensar en lo mal que lo tuvisteis que pasar tu marido y tú.
    Creo que todos deberíamos saber hacer la maniobra de Heimlich, así como un masaje cardiaco y respiración boca a boca. Atragantarse, como creo que ya hemos hablado es el precio que pagamos por poder hablar y por la disposición anatómica de la garganta para ello que hace que las vías digestiva y respiratoria se crucen. No es mucho consuelo, pero en fin, con algo hay que hacerlo. La hija de una amiga que es Química y trabaja para una empresa de cáterin, no sé si en Irlanda o en Reino Unido, me contó que en su empresa viene sucediendo entre tres y cinco veces por año, con resultado de muerte en muchos casos. Considérate afortunada.
    Un beso, guapa, y gracias por compartir tu experiencia.
    Un beso.

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    1. Puede que yo sea una blanda y por eso aún me estremezco cuando lo recuerdo, pero cuando se pasa por algo así el estrés y el trauma le viene al más pintado. Hace unos días vi una película donde a uno de los personajes le daba un ataque de asma y no podía respirar, cuando vi cómo intentaba coger aire y se ahogaba tuve que apagar la tele porque me empecé a poner muy nerviosa.
      Los sanitarios que me atendieron también me dijeron que atragantarse era más habitual de lo que creíamos y que la maniobra de Heimlich deberíamos saberla hacer todos (ya comenté que nos enseñaron a mi marido y a mí cómo se hacía, aunque no tengo muy claro que yo la pudiera hacer correctamente si se me presenta la ocasión). Además nos dijeron que siempre hay que llamar a emergencias, porque aunque haya pasado cuando ellos lleguen, como fue mi caso, tienen que asegurarse de que los pulmones no han sufrido daño ni que aún queda algo por el esófago y se regurgite dando otra vez problemas. En fin, que uno piensa en infartos, en traumatismos craneoencefálicos como las cosas típicas que llegan de repente para darte pasaporte y resulta que hay otras más "tontas" pero igual de peligrosas.
      Un besote, Rosa.

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  5. Hola, Paloma.
    Madre mía, qué horror y miedo debiste pasar, y tu marido al no saber qué hacer para solucionarlo. No sabes cómo me tranquiliza que puedas explicárnoslo. Qué susto más terrible. Entiendo que tengas miedo en estos momentos, y estoy contigo, el humor o intentar reírse de situaciones tan aterradoras sirve para restarle un poquito del poder que estas te dejan. Me quedo con lo de aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, estas son las que nos aportan los recuerdos más bonitos, y nos hacen vivir la vida con más alegría. Y es que es como dices, hoy estamos, mañana quién sabe. Mucho ánimo, todo esto acabará por ser un mal recuerdo.
    Un abrazo enorme, Paloma, y muchos besos.

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    1. Hola, Irene.
      Supongo que con el tiempo el recuerdo será más difuso y no me causará tanta angustia, pero aún me estremezco al recordarlo y si he querido escribir en plan de humor ha sido para convencerme a mí misma que una vez pasado el trance hay que desdramatizar y no anclarse en el mal rollo que ocasionó.
      Siempre he defendido que la felicidad con mayúsculas no existe, que los pequeños momentos, esos que a veces no les damos importancia, son los que nos dan la medida de ser feliz, pero ahora lo tengo más claro que nunca, e intento saborear cualquier "pequeña" cosa que me haga sentir bien, como un paseo por un parque, estar charlando con mis seres queridos o tomarme un vinito (sin cortezas, eso sí) con mi chico. Lo único seguro es que, tarde o temprano, nos vamos a morir, y como nadie sabe cuándo será, lo mejor es aprovechar mientras tanto.
      Un besote, guapa, y disfruta tú también de esas pequeñas cosas que en realidad son tan grandes.

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  6. La historia ya la conocía porque la compartiste en otro foro más personal. En el escrito no obstante has transmitido la angustia vital que sentiste.
    Me quedo sobretodo con la reflexión final.
    "Carpe Diem" y a disfrutar lo que podamos mientras nos dejen.
    Besos, y respira, respira.

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    1. Creo que la parca vino a verme aquel día pero al final se lo pensó mejor y no me llevó con ella (lo mismo se asustó de mí). Mientras vuelve otra vez, que tendrá que volver algún día aunque espero que sea dentro de muuuuchos años, yo voy a disfrutar lo que pueda, y cuando llegue definitivamente que me quite lo "bailao".
      Un besote.

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  7. Si que lo has pasado mal. Es que nunca se sabe que nos puede pasar por un descuido. Lo importante es que lo has podido contar. ¡Cuídate! Un abrazo.

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    1. Sí, Mamen, un descuido que pudo salir muy caro, menos mal que se superó. Gracias por tus deseos.
      Un besote grande.

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  8. ¡Hola, Paloma! Jo, leí la entrada la otra noche, de madrugada y me espabilé de golpe. Si es que no hay otra, nunca podemos saber qué nos va a pasar a la vuelta de la esquina, y es que aún en casa y en una situación tan cotidiana como la que vivías antes de atragantarte no estamos libres de cualquier cosa. No hay que darle más vueltas y, como muy bien has hecho, pasar el susto de la mejor manera posible: con humor. Una vivencia que desde luego será una anécdota que contarás a tus nietos. Aunque madre mía qué momento más angustioso debiste pasar, hace años siendo un quinceañero tuve un sustillo en el mar. Me había alejado de la orilla, había mucho oleaje y de repente me di cuenta que ni avanzaba y comenzaba a estar muy cansado, la verdad es que me vi muy apurado, pero desde luego nada comparado con esto. Un fortísimo abrazo y a seguir con fuerza!!

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    1. Hola, David.
      Situaciones como la que yo viví o la que tú pasaste en el mar, nos hacen ver lo vulnerables que somos y cómo esa seguridad en la que a veces creemos estar instalados tiene los pies de barro. Sin embargo, y al mismo tiempo, esa fragilidad da más valor a todo lo que nos pasa porque podemos darnos cuenta de que es todo un lujo seguir respirando (en mi caso la expresión tiene un valor añadido, ja, ja, ja).
      Una anécdota es lo que quiero que sea definitivamente y contarlo por aquí ha sido una especie de conjuro contra el mal rollo que a veces me sobreviene, pero que, estoy segura, acabará desvaneciéndose.
      Gracias por tus deseos y un abrazo fuerte.

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  9. Hola, Paloma. Me alegra mucho que hayas pasado el mal trance con sentido del humor. Con tu narración nos has hecho sentir esa angustia y desesperación del momento. Me ha pasado atragantarme con algo, muy levemente, así que sé que lo tuyo ha sido para película de terror. Tuve que buscar en google a qué llaman en España "cortezas", porque pensé que era pan, pero resulta que es piel de cerdo frita. Sea lo que sea, lo tendré en mi lista negra. Te mando un gran abrazo y que cesen los malos sueños.

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    1. Hola, Mirna.
      Las cortezas son, como te ha explicado muy bien Google, piel de cerdo frita. Como te imaginarás no es un alimento muy sano por la grasa que contiene, ahora también porque se puede atorar en la garganta y, encima, se esponja con el líquido (otra cosa que aprendí es que no hay que beber cuando te atragantas). El caso es que yo las he descartado para siempre de mi dieta, es solo pensar en ellas y se me revuelve el estómago.
      De todas formas, otra cosa que hago desde este percance es masticar muy bien todo lo que como, ya no me fío ni de mi sombra.
      Espero que las pesadillas vayan, poco a poco, espaciándose en el tiempo hasta desaparecer.
      Un abrazo.

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  10. Así es, cualquier minucia nos saca del corral de los vivos y nos lleva al de los quietos, como decimos en La Mancha. Reconozco tu agobio, con mis hijos he tenido algún sustillo. Recuerdo una vez cenando con mis padres, ocurrió en un restaurante de la costa. Un alemán enorme casi se asfixia con un trozo de entrecot medio crudo y sus acompañantes, hartos de vino, no paraban de reír. Creo que fue un camarero el que le hizo la famosa maniobra de Heimlich y el hombre siguió con su filete como si nada. En fin, quizá lo de las cortezas es un aviso para llevar una dieta más sana, jeje.
    Un abrazo, me alegro mucho que todo quedara en un susto.

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    1. Efectivamente, Gerardo, cualquier chuminada por tonta que parezca es capaz de hacernos traspasar esa delgada línea entre los vivos y los quietos.
      Tienes razón en que quitarme de la dieta las cortezas, además de evitar sustos como el que viví, me ayudará a reducir la ingesta de grasas saturadas, así que doble beneficio, aunque no es que yo fuera una consumidora habitual de esos productos, un consumo que ahora se ha reducido a cero patatero.
      Lo que cuentas de los alemanes tiene guasa, qué duros son, o qué brutos, porque ya no sé dónde está la diferencia con esta gente.
      Esperemos que nunca tenga que repetir una experiencia parecida porque aún tengo cierto acojone cuando lo recuerdo.
      Un abrazo.

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