—¡Halaaa! ¡Qué
chulo, mami!
Mientras Jorge
miraba embobado cómo una versión dandy de Scooby Doo cantaba una canción
bastante ñoña, su madre estaba pendiente de que Inés no se atragantara con el
churro que con fruición se llevaba a la boca.
Para Marta
acudir con sus dos hijos al espectáculo navideño que unos grandes almacenes
ofrecían todas las navidades en la entrada de uno de sus edificios situados en
el centro de la ciudad, se había convertido en una obligación. Jorge, el mayor,
no se lo quería perder ningún año, e Inés, aunque apenas prestaba atención a la
actuación, parecía disfrutar mirando a otros niños que apretujados bailaban al
son de las canciones que unos muñecos articulados y bastante sosos cantaban
encaramados en la fachada del centro comercial.
Mientras
contaba mentalmente cuánto faltaría para que acabara la actuación musical
autómata Marta intentaba no morir asfixiada entre tanta aglomeración, al mismo
tiempo que procuraba que sus dos retoños no fueran pisoteados por otros padres
o abuelos que al igual que ella vigilaban lo mismo pero con sus propios
pequeños.
¡Qué bonita es
la Navidad! se dijo Marta con sorna. Una vez finalizado el espectáculo, Jorge
quiso ir a ver el árbol navideño que estaba en la Puerta del Sol. Caminar hasta
allí con los dos críos era algo que a Marta le apetecía lo mismo que extirparse
un riñón, pero en estas fechas era lo que tocaba: un pack completo que
consistía en tomar chocolate con churros, comprar nuevas figuritas para el
belén en la Plaza Mayor, asistir a Cortylandia y ver la iluminación navideña. De
entrada no era mal plan, lo malo es que ese mismo plan lo tenían también miles
de familias que acudían al mismo lugar y la excursión se convertía en una
auténtica odisea para recorrer las pocas decenas de metros que había entre unos
sitios y otros.
Mientras Jorge
brincaba de un lado a otro con el consiguiente agobio de Marta que temía
perderlo entre el gentío, e Inés se obstinaba en agarrarse a los abrigos de los
demás transeúntes desde su sillita de paseo, la propia Marta se prometía, como
todos los años, que esta era la última vez que iba al centro en Navidad.
—Señora, por
aquí no puede pasar, esta calle es de subida solo –le dijo un policía municipal
mientras le cortaba el paso cuando intentaba acceder a la calle Preciados.
Después de dar
con la calle adecuada para bajar y tras chocar con un grupo de turistas
ingleses que llevaban unas ridículas diademas con forma de cuernos de reno,
llegaron a la Puerta del Sol.
—Este árbol es
el mismo que el del año pasado, ¿verdad, mamá? –comentó Jorge mientras torcía
la cabeza hacia el lado derecho– ¡Y la estatua!¡También es la misma, mamá! ¡¡Mamá!!
Marta dio un
brinco cuando su hijo le tiró del bolso para llamar su atención porque lo
primero que pensó es que algún carterista le intentaba robar. Cuando se percató
de quién y por qué tiraba de su bolso se recompuso.
—¿Qué quieres,
Jorge?
—La estatua,
mami. Es la misma.
—¿Qué estatua?
—La del señor y
el caballo, es igual que la del año pasado.
—Claro que es
la misma, esa no la cambian, hijo. Ya hemos visto bastantes luces, mejor nos
vamos a casa, ¿vale?
Mientras Jorge
se hacía el remolón tirando de la mano con la que le agarraba su madre e Inés
se chupaba los dedos tras restregarlos por todas las superficies que se ponían
a su alcance, Marta se encaminó con los dos niños hacia la boca del metro. Después
de bregar con el torno de acceso al suburbano con la sillita de Inés y
conseguir que ninguno de los tres acabara en las vías del tren mientras
esperaban en un andén abarrotado de gente, Marta pudo llegar a casa sin
lamentar desgracias personales, pero con una migraña que le iba a durar el
resto de la noche con seguridad. ¡Qué bonita es la Navidad!
Estas fechas
siempre habían sido un martirio para ella. Los preparativos de la cena de
Nochebuena, poner adornos en la casa, hacer las compras… Tan solo preparar el
menú navideño ya le suponía un buen quebradero de cabeza. A Marta cocinar no le
gustaba y menos hacerlo para tantas personas, además su piso no era muy amplio
y mover todos los muebles del salón para acomodar a la familia era engorroso.
En cambio, su
hermana Alicia era una estupenda cocinera, solo había una cosa que se le daba
mejor que cocinar: criticar a Marta. Ni siquiera las fechas navideñas, tan
proclives al amor fraternal y el buen rollito, la impedían poner a caldo a su
hermana pequeña. En Nochebuena el motivo principal de Alicia para atacar a Marta
era el menú. Que si el cordero asado es un plato vulgar, que si el besugo este
año te ha quedado seco, que si el vino blanco se sirve más frío… Menos mal que Marta
ya estaba acostumbrada e ignoraba las críticas de su hermana porque, de lo
contrario, ya habrían sido las protagonistas de la crónica de sucesos de todos
los noticiarios.
Este año, sin
embargo, Marta decidió hacer algo diferente con la cena de Navidad, algo que
fuera memorable, algo original que dejara con la boca abierta a los comensales
–especialmente a su hermana–. Había pensado
en añadir al menú algo exótico, lo primero que le vino a la mente fue cambiar
los manidos langostinos cocidos por un plato de crujientes insectos. Había
visto en un documental de la tele que en algunos países eran un plato
exquisito, pero no sabía muy bien dónde se compraban esos artrópodos y si ya
le molestaba esperar en la cola de la carnicería, tener que irse al quinto pino
a comprar un plato raro se le antojaba más enojoso aún. Insectos, mejor no.
Las algas
también eran otra opción, su amiga Lourdes le contó que eran muy ricas en ácidos
grasos omega3, y aunque Marta no sabía qué eran exactamente esos ácidos sí
sabía que eran muy saludables pues estaban hasta en la leche del desayuno. Pero
luego se imaginó la cara que pondría su padre cuando viera en el plato verdura
gelatinosa y decidió seguir pensando en otra cosa.
—Mamá, ¿y el
buey? –dijo Jorge mientras ella le daba vueltas en la cocina a lo del menú
original.
Buey… no era
mala idea. Ella lo había probado a la piedra en un restaurante y estaba muy
bueno. Pero en casa la única piedra que tenía era media loseta que su marido
Rafa se había llevado de extranjis –e ilegalmente– de unas ruinas griegas en
una isla del mar Egeo como recuerdo de su luna de miel. No creía que esa piedra
sirviera para asar el buey.
—No, buey no,
Jorge. No tengo dónde cocinarlo. Además, tú qué sabrás cómo sabe un buey, si
nunca lo has probado. No es adecuado para la cena.
—¿Qué cena,
mamá? Yo quiero saber dónde está “mi” buey.
—¿Tu buey?
Ante la cara de
extrañeza de su madre, Jorge frunció las cejas y con los brazos en jarras se
plantó delante de Marta en una postura que siempre adoptaba cuando quería
acaparar toda la atención sobre él.
—El buey del
belén del cole. Yo soy el buey este año ¿ya no te acuerdas?
¡Porras, la
función del colegio!, pensó Marta. Con tanta innovación en la cena, se le había
olvidado.
A Marta las
fiestas navideñas ya la predisponían al mal humor, pero lo de las
representaciones de fin de año en el colegio era un plus que llevaba fatal. Si
no se le daba bien cocinar, lo de coser disfraces se le daba peor. Para más
engorro este año Jorge tenía que hacer de buey en el belén y Marta no sabía
cómo iba a hacer para vestir al niño. ¿No podía hacer de pastorcillo como otros
años? O de rey mago. No, este año tocaba de buey. ¿Cómo diablos se hace un
disfraz de buey? ¡Qué bonita es la Navidad!
Mientras
rezongaba para sus adentros y buscaba en YouTube algún tutorial sobre disfraces
de buey para madres torpes, Marta empezó a barajar la idea de cambiarse de religión, no
sabía cuál, pero con que fuera una donde no se celebrara la Navidad le valía.
(Continuará…)
Ja,ja,ja, ¡que bonita es la Navidad! Pues veremos, pero creo que lo mejor está por llegar cuando lleguen las cenas o comidas navideñas para Marta si decides seguir por ahí la historia. Cortylandia, Cortylandia....;-)
ResponderEliminarUn relato muy divertido Paloma y que deja una sonrisa en la cara, un beso.
Hola, Miguel.
EliminarNo me recuerdes el soniquete de Cortylandia, Cortylandia... porque se me mete en la cabeza y no hay manera de que se vaya. Recuerdo que cuando iba allí con mi hija cuando era pequeña, lo peor era estar horas y horas con la cancioncita en la mente.
Tienes razón, lo "mejor" está por llegar con la cena de Marta, y es que la Navidad crea demasiadas expectativas y luego vienen las decepciones.
Un beso.
Dos situaciones clásicas y auténticas de las bonitas Navidades a las que nos estamos aproximando a toda velocidad. Me he reído con ambas y me has hecho rememorar las dos situaciones. Están contadas de maravilla. Pobre Marta, cómo comprendo su desazón.
ResponderEliminarUn beso, Paloma
Hola, Juan Carlos.
EliminarPodría decirse que este relato está basado en un ochenta por ciento en hechos reales, concretamente los que me pasaron a mí, así que puede que la credibilidad tenga su justificación.
Me temo que las desventuras de la pobre Marta no han hecho más que empezar.
Un besote.
Leyéndote me he agobiado mogollón. No soporto las aglomeraciones, ni los festivales infantiles en los centros comerciales, ni andar por la calle con una sillita (y no quiero ni pensar lo que tiene que ser si a la sillita le añades un tierno infante agarrado de la mano), ni las funciones navideñas de los colegios. Ahora que lo pienso no sé cómo mi hijo aún me quiere. Toco madera para que siga siendo tan buen tipo y no se convierta con los años en un psicópata (aunque con 31 que tiene, ya se le habría manifestado).
ResponderEliminarSolo me he sentido en mi zona de confort, decidiendo el menú navideño. Bueno y disfrutando del relato, porque aunque las situaciones me produzcan rechazo, una buena narración siempre es de agradecer.
¡¡Qué ganas de leer la continuación...!!
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarPues si las aglomeraciones te agobian, mejor no te acerques a Madrid en estas fechas.
A mí la muchedumbre ni me disgusta ni me agrada. Vivo en una gran ciudad y lo tengo asumido. Ir a los sitios y estar rodeada de un montón de gente es lo habitual y me da lo mismo.
Lo que sí llevo mal es ir con niños pequeños a lugares con tanto trasiego, ahí ya me pongo algo nerviosa. Y lo de los disfraces también lo llevé fatal, no los de las funciones del colegio porque tuve suerte y le tocaban papeles "normale" (bola de navidad, pastorcilla y hasta de la Virgen María le tocó un año), en cambio en las funciones de ballet... eso sí que era una tortura china para mí.
Lo del menú a mí tampoco me preocupa, básicamente porque de eso se encarga mi marido que es un cocinero excelente.
Un besote, guapa.
Es un agobio pasear cuando hay mucha gente, en Madrid se ve muchas gentes en las fotos que han sacado mis hijos de los lugares adornados del centro. Pasear con una sillita y un niño de la mano es lo peor. Tiempos aquellos cuando los niños eran pequeños. Me gusta tu ¿Qué bonita es la Navidad? Esperamos la continuidad. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarComo le comento a Rosa, a mí las aglomeraciones no me importan demasiado, pero con niños pequeños ya es otro cantar. El caso es que cuando mi hija era pequeña la llevaba al centro (y hacía un recorrido muy similar al de Marta) y nunca la perdí, ni me la pisotearon ni nada parecido, pero sí que era estresante. Claro, que ella se lo pasaba tan bien, y ver su carita de ilusión con las luces me recompensaba de todo el nerviosismo, las cosas como son.
Un besote.
¡Qué bonita es la navidad! Jajaja ;)
ResponderEliminarNo quiero ni pensar que le espera a la pobre Marta!
Hola, Norte.
EliminarPues el particular calvario de Marta no ha hecho más que empezar. Ya verás, ya.
Un abrazo.
Pobre Marta, pobrecilla que agobio por favor, no me extraña que entre tanta cosa este meditando cambiarse de religión jejee.
ResponderEliminarMe he reído mucho con tú relato y me ha venido muy bien para dseestresarme de modo qeu te lo agradezco infinitamente.
Otra de las cosas que me han gustado son los nombres, Jorge se llama mi hijo como bien sabes y tengo una sobrina que se llama Inés, de modo que me ha gustado mucho también por ese hecho.
Como tendré vacacioens de mis cursos, te leeré en algún rato que tenga de distensión, aunque entre que empiezo las comidas navideñas el 23 en casa de mi madre y el 24 por la noche tengo a mi hijo en casa , voy a ir un poco liada, pero supongo que los dias restantes podré tener algún ratito para leer tú segunda parte, que ganas.
Besote.
Hola, Tere.
EliminarVaya casualidad eso de los nombres, ¿no? Me alegro que te haya desestresado leer esta historia. Si consigo arrancar una simple sonrisa ya me doy por satisfecha.
Tú no te agobies por leer y pasar por el blog, los relatos no se van a mover de aquí, así que disfruta de tu familia y de tus vacaciones y no te preocupes de nada más.
Un beso grande.
Jajajaja, me encanta, a ver como lo arreglaa todo.
ResponderEliminarYo soy un bicho raro porque fui varias veces a Madrid con mis hijos precisamente para ver todas esas cosas que nombras...aunque confieso que era un poco estresante.
Feliz domingo.
Hola, Gemma.
EliminarComo le comento a Mamen, ir a esos sitios con niños agobia pero ellos se lo pasan tan bien... Mi hija desde luego disfrutaba mucho y aunque, al igual que Marta, todos los años me prometía que esa era la última vez, al año siguiente volvía a picar en cuanto mi hija me decía que quería ver a los muñecos y las luces (y el chocolate con churros, que la volvía/vuelve loca).
Un besote.
Otra forma de ver la Navidad, mucho menos romántica pero más realista, jeje. Pobre mujer, lo que tiene que soportar en soledad, porque yo me pregunto ¿qué papel juega en todo ello su marido, aparte de ser un ladrón de losetas arqueológicas?, jajaja.
ResponderEliminarPero, seamos sinceros, esa es la cara desagradable de esas fiestas tan entrañables, unas fiestas que solo disfrutan los más pequeños porque no tienen que bregar con todas esas incomodidades e inconvenientes.
Has logrado un relato muy verosímil, tratando, desde la ironía, esos "pequeños" detalles de esta festividad, sin dejar títere con cabeja. Aquí, en lugar del consabido cuñado tocapelotas, aparece una hermana que no se queda atrás.
Me ha encantado el relato y verme reflejado en esa época en la que me tocaba, junto a mi mujer, pasar por esos trances. Y cuando vivimos en Madrid, muchos años atrás, hicimos ese mismo recorrido, jeje.
Me ha encantado.
Un beso navideño.
Hola, Josep Mª.
EliminarEl marido de Marta la va a liar parda en la próxima entrega, así que ya verás qué papel tiene el tipo.
La verosimilitud puede que se deba a que lo que cuento en esta publicación está basado casi en su totalidad en mi propia experiencia (lo de la próxima entrada ya no) y las sensaciones que intento plasmar son las mías propias.
Creo que estar en Madrid en Navidad y no hacer lo que hace Marta es como ir a París y no ver la Torre Eiffel. Es un clásico.
Me encanta que te encante. Espero que las próximas entregas también te gusten.
Un beso.
Bueno la navidad no es tan mala por lo que veo, al menos si dan lugar a estas humoradas tuyas que me gustan tanto.
ResponderEliminarespero la segunda parte que de seguro me hace pasar otro buen rato. Tienes un don especial para sacar punta a las situaciones cotidianas.
Besos navideños.
Hola, Javier.
EliminarA mí la Navidad también me estresa bastante. Tanta compra y tanta cena con la familia me agobia, pero lo llevo como puedo. Creo que reírse de estas situaciones es la mejor terapia para superar el trance y, además, se le quita dramatismo. Hay cosas peores, y tampoco hay que exagerar porque la Navidad solo es una vez al año ;)
Un beso grande.
¡Ay! ¡Acabé agotado, Paloma! Desde luego existen muchas navidades a lo largo de una vida. Las que vivimos de niños, llenas de ilusión y esperanza. Las disfrutamos de adolescentes. Las que nos "agotan" como padres; y las que nos llenan de nostalgia cuando las sillas empiezan a quedarse vacías o el belén permanece en una caja. Las que nos pillan con alegría, las que nos cogen con desencanto... Yo siempre, en Nochebuena, cuando me quedo solo veo ¡Qué bello es vivir! y es entonces cuando el espíritu navideño, más interno que externo, me embarga. ¡A ver qué nos tienes preparado para la continuación! Una abrazo!!
ResponderEliminarHola, David.
EliminarCada etapa de la vida hace vivir la Navidad de una manera diferente.
Lo de ver sillas vacías en la mesa es muy doloroso, a mí ya me toca vivir esa fase y bueno, intento sobrellevarlo. Desde luego en esta serie de relatos de Escenas navideñas voy a recurrir al humor, al absurdo, para dar otro enfoque quizás no tan habitual a estas fechas tan señaladas. Las nostalgias y las añoranzas de quienes se nos fueron, esas me las dejo para mí sola ;)
En la próxima entrega asistiremos a la cena de Nochebuena de Marta y familia. Una cena y una familia bastante peculiar.
Un abrazo.
Navidad, dulce Navidad :) :) :) :)
ResponderEliminarHola, Manuela.
EliminarSi nos ponemos estrictos yo creo que lo único dulce de la Navidad son los mazapanes ;)
Un abrazo.
Jajaja Paloma qué agobio más grande me ha cogido, he recordado esos tumultos, esos disfraces...todas esas obligaciones y me has hecho reír amiga y sí prefiero las risas y ese humor un tanto esperpéntico para ver la navidad de otra manera. Deseando leer la continuación de la aventura que promete...
ResponderEliminarUn beso enorme
Hola, Conxita.
EliminarYo recuerdo la Navidad de cuando mi hija era pequeña con una mezcla de sensaciones encontradas. Por un lado la ilusión de mi hija me gustaba mucho, su carita ante las luces o los belenes o los saraos de esas fechas era encantadora. Pero por otro me agobiaba la compra de los regalos, los juguetes que se agotan y no encuentras y el mogollón de gente por todas partes.
Ahora me lo tomo con un poco más de calma y siempre intento ver el lado divertido del asunto (aunque a veces me cuesta bastante, ja, ja, ja).
Un beso muy grande, guapa.