—¡Abrígate ben, rapaza! (1)
Así despedía Genoveva
a su hija mayor cuando esta marchaba corredoira (2)
abajo camino del mercado.
Con el gesto
adusto y la mirada helada, Genoveva ajustaba con brusquedad el abrigo de la
muchacha hasta zarandearla, para así asegurarse de que iba bien protegida del
inclemente tiempo. De madrugada y con todo el suelo embarrado, la humedad lo
ocupaba todo y un mal resfriado podía ser fatal.
Ya habían
pasado más de diez años pero, como si hubiera ocurrido ayer, recordaba cuando hubo de enterrar a su hijo más pequeño en una mañana plomiza, con
aquella lluvia fina que empapaba hasta el alma. Las paletadas de tierra cayendo
sobre el pequeño ataúd resonaron en la cabeza de Genoveva como golpes inmisericordes
dejándola noqueada.
El pequeño Xoán
no pudo resistir la fiebre que le devastó y consumió en apenas cinco días. Ni
los rezos del cura, ni las cataplasmas de Moucha, la curandera, pudieron hacer
nada por el niño. Una tos ronca se instaló en su pecho y acabó llevándoselo del
regazo de su madre.
Desde aquel
maldito día Genoveva aceró la mirada y endureció el gesto. Desde aquel día la
luz de sus ojos grises se apagó. Su pelo rubio se estiró aún más en el moño y
su blanca piel se volvió traslúcida. En aquella pequeña fosa de Xoán, Genoveva
enterró también la dulzura, los gestos amables y el calor de sus manos.
Pero el destino
aún la estaba esperando con más dolor. Agazapado y oculto, como una alimaña,
saltó de su madriguera para asestarle un nuevo zarpazo. Pocos meses después, su
compañero, el padre de los diez hijos que parió, volvió de trabajar en el campo
tiritando y afiebrado. Se metió en la cama para no volver a levantarse.
Otra vez la
maldita humedad que todo lo impregnaba tuvo la culpa. Otra vez la lluvia
persistente, eterna acompañante de los otoños y de los inviernos, de las
primaveras y de la mayor parte del verano, empapó a Genoveva anegándola en una
tristeza infinita que la ahogaba y le nublaba la visión.
Pero nunca se
la vio llorar, ni lamentarse. Las vecinas comentaban que era de piedra, que no
tenía corazón. ‘Non chorar por o seu neno
o polo seu home, non é moi normal’ (3) decían las comadres entre
susurros y cuidándose de no ser oídas por Genoveva pues esta bien podía, en un
arranque de mal genio, reprenderlas en voz alta o, lo que era peor, encararlas
con aquella mirada dura que helaba las entrañas.
Con nueve bocas
que alimentar se volcó en las muchas cosas que hacer: en la pequeña parcela de
tierra que cultivaban ahora los dos chicos mayores, en la huerta, en el
chiquero donde un marrano aseguraba la supervivencia de la familia cuando
llegara la matanza o en el corral donde tres gallinas y una cabra procuraban
huevos y leche. También había que desbrozar las lindes de la casa para que el
bosque no los envolviera con su follaje avasallador, lavar la colada, ordeñar,
limpiar, coser.
Y luchar contra
la humedad. Obtener leña que alimentara la chimenea con un fuego cálido y
potente era para Genoveva tan importante como conseguir comida para sobrevivir.
La lluvia, que todo lo empapaba, podía entrar en la casa para llevarse en un
torbellino de toses y escalofríos a sus habitantes.
Se decía en la
aldea que nunca abrazaba a sus hijos, que nunca les hablaba con amor, que no
los acariciaba. Pero Genoveva se preguntaba para qué servían las caricias. ¡Amor!
¿Acaso podía el amor hacer bajar la fiebre, calmar los roncos espasmos de un
pecho que se ahoga buscando aire? No. El amor solo sirvió para sufrir más la
pérdida, para no poder dormir añorando el calor del cuerpo de su marido en las
frías noches.
A sus hijos les
daba lo único que les servía para vivir: protección. Así lo hizo, hasta aquella
mañana en que comenzó a toser.
(1)
Abrígate bien, chiquilla
(2)
Camino rural
(3)
No llorar por su bebé o por su hombre, no es muy
normal
Ufffff, qué angustia. Mi bisabuela se quedó viuda joven con 10 hijos después de enterrar a un hijo y al igual que Genoveva tuvo que trabajar muy duro. En este caso sí que demostraba amor, pero cuando podía porque trabajó como un animal toda su vida, y cuando sus hijos eran mayores intentaban que no le faltara nada, pero ya sabes qu euna guerra y una posguerra no ayudan mucho.
ResponderEliminarBesos y me ha encantado, y mi abuelo era gallego así que imagínate lo que he sentido.
Este texto corresponde a un ejercicio del curso que estoy realizando, había que describir un personaje de tu infancia.
EliminarYo me basé en mi abuela materna pero no todo es real en el relato. Sí perdió a mi abuelo (que no fue labrador) y a un hijo por infecciones pulmonares. Ella sobrevivió y sacó adelante a todos sus hijos, murió con 90 años.
Pero la dureza del carácter siempre la acompañó, aunque mi recuerdo de ella es el de una mujer protectora y siempre atenta de que a los niños, sus nietos cuando yo la rememoro, no les pasara nada, que no se caigan, que no se acerquen al fuego, etc.
El nombre de Genoveva también es inventado pero la foto es real, son mis abuelos de Galicia ;)
Un besote, Gemma, que tengas un buen día.
Te iba a preguntar si la foto era real y se me olvidó. Me ha encantado, he vuelto a releerlo y me alegra que os propusieran este ejercicio porque he podido disfrutar de la historia.
EliminarBesos.
Simplemente genial, Paloma. Estás sacando el arte de escribir que llevas dentro y llevándolo muy exitosamente al terreno del relato. Me ha encantado tu forma de relatar esa dura vida rural de años pretéritos y con un final que me ha dejado helado. Cuán cierto es que las estrecheces y la dureza de una vida como la que describes tan bien suele, por desgracia, llevar aparejada una falta de calor humano y de demostraciones afectuosas, por considerarse estas secundarias a lo realmente importante como es la supervivencia.
ResponderEliminarLeo en tu respuesta a Gemma que te has basado en tus abuelos maternos. Las experiencias personales son, sin duda, las más inspiradoras. Si sigues así serás, si no lo eres ya, la primera de la clase, jeje
Un abrazo.
En cierta ocasión leí que la enfermedad de la depresión era más abundante en sociedades con buen nivel económico, mientras que en lugares deprimidos apenas se registraban casos.
EliminarEsto podía deberse a que en esas zonas no había costumbre de detectar esos síntomas. Yo creo que cuando uno tiene que dedicar todos sus esfuerzos a buscar alimento y procurar protección para los suyos no hay lugar para la melancolía enfermiza, esa que te deja tirado en la cama, hay que levantarse y luchar.
La verdad es que de mis vivencias infantiles podría contar muchas cosas. Tanto de mi familia materna (la gallega) como de la paterna (castellana recia del norte de Burgos) tengo recuerdos de veranos pasados muy entrañables. Puede que me base en esos recuerdos para seguir escribiendo (cuando no se tiene inspiración hay que buscarse las mañas).
No creo que llegue a la primera de la clase porque tengo unos excelentes compañeros con una calidad estupenda.
Un abrazo, Josep Mª, y gracias por tus piropos.
Que buena es tu narrativa, estos ejercicios te van a motivar a escribir más y más y al final, con el tiempo, se convertirá en esa droga dura sin efectos secundarios que te hará viajar por mundos imaginarios.
ResponderEliminarBesos a la competencia.
Tengo muchos motivos para estar contenta con este curso que estoy realizando, y uno de ellos consiste en que te dan "el pie" para empezar una historia. Primero te explican cómo es mejor hacer algo (presentar un personaje en esta ocasión) y luego te dan unas bases de las que partir.
EliminarSiempre me he quejado de falta de imaginación, mi marido me dice que lo que me faltan son ideas, pero que cuando me dan una yo pongo mucha fantasía. No sé, el caso es que hasta yo me sorprendo de lo que me va saliendo.
Muchas gracias por tus palabras, y tú nunca serás la competencia sino un referente.
Un beso.
¡Genial! Me ha resultado atractivo el nombre del post porque no es habitual y yo tengo una tía y una prima hermana que se llaman así.
ResponderEliminarAdemás, lo que es la historia me ha embelesado, dentro de la crudeza. Se te nota que vas adquiriendo "experiencia" y agilidad.
El sutil toque que proporcionan las palabras o frases en gallego dan prestancia al relato, o esto me ha parecido a mí.
Solo me queda una duda tonta, ¿quién comenzó a toser, Genoveva? Supongo que sí, que cuidaba de todos menos de ella.
Un superbeso, compi.
Mi abuela no se llamaba Genoveva, pero la vecina que vivía en la casa más cercana a la suya, sí. Quise hacer un guiño a esta mujer que también pasó lo suyo en cuanto a penalidades. Fueron tiempos muy duros, en Galicia y en cualquier parte de España.
EliminarAl final, Genoveva empieza a toser, ella también se vio atrapada por la fatalidad (mi abuela, en quien me basé para esta historia en gran parte, vivió hasta los 90 años).
Muchas gracias por tu comentario tan bonito.
Un besote, compañera.
Hola Paloma, un relato sobrecogedor que apoyado en una perfecta ambientación hostil climáticamente, ahonda aún más en el dolor y el sentimiento de pérdida de Genoveva. Ciertamente en aquella época se tenían muchos hijos y lamentablemante no es extraño de escuchar a las gentes de la época, que algunos pequeños no sobrevivían por unas razones u otras. Magnifico ejercicio de estilo. Un gran abrazo.
ResponderEliminarDentro de lo que cabe, Genoveva, no tuvo tan mala suerte. De diez hijos "solo" perder a uno... Sé de más casos donde la mortalidad infantil fue mayor.
EliminarTambién te digo que ese cruel destino, y ahora estoy hablando de mi abuela completamente, se cebó más adelante. Perdió a tres hijos más antes de morir ella, pero ya adultos: una hija murió de parto, otro atropellado por un coche y otro de un infarto fulminante.
Muchas gracias, Miguel, por tus palabras hacia mi forma de escribir. De todas formas, aún me queda mucho que pulir y mejorar.
Un beso.
Maravilloso relato Paloma, has reflejado el clima hostil de la Galicia rural y ambientado en una época de la postguerra y la pobreza, con lo difícil poder sobrevivir con la enfermedad. Si sigues así vas a desbancar a todos los escritores que nos rodean. Presenta este relato al concurso de David. Un abrazo.
ResponderEliminarSí que fueron años duros en toda España, para las clases menos favorecidas, claro. De hecho, mi madre siempre se lamentó de que la penicilina, el medicamento que habría salvado la vida de mi abuelo por lo menos, llegó a España un año después de morir él.
EliminarSigo en mis trece en no participar en concursos, me llevaría un tiempo que no tengo el leer y comentar a todos los demás concursantes, porque David Rubio tiene tanto tirón que la convocatoria es multitudinaria.
Un abrazo, Mamen.
Es verdad que cuesta mucho leer todos los relatos, yo ahora los voy leyendo según salen cada día. Los puntúo según me gustan. Dejo para el final releer los mas puntuados y valorar cual de todos se merecen las mejores puntuaciones. Pero de todas formas hay mucho nivel y son todos muy buenos. Yo aprendo mucho de todos. Un abrazo
EliminarTú misma me estás demostrando, con todo esto que cuentas, del trabajo que supone participar en ese concurso si se quiere hacerlo de manera seria, como lo haces tú.
EliminarAlgún día espero poder liberarme de otras tareas y entonces participaré, que me dais envidia y siempre es bueno conocer buenos escritores.
Besos.
Precioso, Paloma. No tanto el contenido, que también, como la forma que me ha parecido sublime. está contado con la naturalidad y falta de drama con que aquellas mujeres vivían lo que les tocaba. Me recuerda a mi bisabuela que quedó viuda con seis hijos y embarazada del séptimo.
ResponderEliminarNo sé qué te habrá dicho el profesor, pero el relato es muy bueno. Por cierto, te pareces muchísimo a tu abuela gallega.
Un beso.
El profesor me hizo ver un par de fallos, no de sintaxis sino de método: cuando se presenta a un personaje es mejor hacerlo "mostrando" antes que "contando" y aunque algún párrafo no sigue las premisas completamente cambié un poco otro donde era más el narrador quien decía cómo era Genoveva que los actos de ésta.
Eliminar¿De verdad crees que me parezco a mi abuela? En Galicia siempre me dicen que me parezco más a mi abuelo por las pestañas largas que nos caracterizan a algunos de mis primos y a mí y que son el referente de los Rodríguez Rouco.
Puede que los ojos claros sí que sean herencia de mi abuela. Mi madre también tenía los ojos grises como mi abuela, realmente bonitos los de ambas. Mi hija también los tiene preciosos, pero más azules. En cambio a mí me tocó menos, un verde caqui, con más caqui que verde. ¡Qué mala suerte!
Un besote grande, guapa.
¡Viento en popa, a toda vela, Paloma vuela...! Bueno, hasta aquí llega mi arte poética. un relato de un realismo tan duro como resignado. Cuando las obligaciones aprietan no hay lugar para amor ni gaitas. Un sentido de la responsabilidad que en la sociedad actual se ha perdido. Un lienzo no solo bien dibujado, sino bien narrado. Bien apuntado lo que te ha comentado Rosa respecto a no melodramatizar. Si Genoneva no lo hace, ¿por qué debería hacerlo el narrador? Fantástico. Un abrazo!!
ResponderEliminarNo sabes cómo me alegra tu comentario, David, y lo tranquila que me deja. Cuando se describen situaciones tan duras y dramáticas es fácil caer en la exageración y eso hace poco creíble el relato.
EliminarQuería plasmar cómo fue mi abuela, dura pero sin aspavientos. Una mujer práctica que asumió la vida que le tocó vivir sin darle más vueltas.
Muchas gracias por tu comentario y tu "verso", me ha encantado.
Un beso grande.
Hola Kirke,
ResponderEliminarEs un duro relato. Es además la "mala suerte" de la vida. A veces, no se sabe muy bien porque las enfermedades acaban con todo lo que uno siente. Perder a un hijo no tiene que ser nada fácil. Y ese final, desgarrador. Aun con todo, me ha gustado leerte. ¡¡Un saludo!!
Por desgracia la vida no siempre nos da finales felices y no todo es color de rosa.
EliminarMuchas mujeres como mi abuela tuvieron que ver morir a sus hijos y no se me ocurre peor dolor que ese, la verdad.
Muchas gracias por tu visita y tu comentario.
Un abrazo.
Hola Paloma, tus clases de Creación Literaria están dando sus frutos. Entras en la psicología del personaje principal, la madre abnegada, luchadora por sus nueve hijos. El destino pareciera que se cebó en ella, a veces la realidad es dura, muy dura. Hay personas que se crecen ante la adversidad, y encaran el futuro con la fuerza que da la desesperación, y salir victoriosa.
ResponderEliminarTe sigo leyendo... me encantan tus letras, cada vez de más calidad literaria.
En Genoveva podemos ver muchas mujeres del siglo pasado que en un ambiente hostil, social y ambiental, deben luchar para sacar adelante a los suyos.
EliminarGracias por tus palabras, Lola, me animan muchísimo a seguir escribiendo.
Un beso muy grande.
Qué duro tu relato, Paloma, ¡y qué bien escrito! Esa lluvia pertinaz, esa humedad que todo lo impregna, esa tristeza que puebla el texto, el sonido de las toses, todo me ha transportado al mismo centro de tu historia. Estoy segura de que Genoveva quiere a sus hijos, pero a veces hay que encontrar mecanismos de defensa que nos impidan sucumbir definitivamente ante la pena. La protección es también una forma de amor, aunque se perciba menos dulce...
ResponderEliminarCada día me gustan más tus relatos de ficción, ¡enhorabuena! :)
¡Un beso y feliz finde!
Genoveva está inspirada en mi abuela, aunque no todo es real sí perdió a un hijo muy pequeño (luego, de adultos perdió otros tres más) y se quedó viuda antes de cumplir los cuarenta años. Mi abuela siempre fue una mujer muy seria (aunque en ciertas ocasiones era muy socarrona) pero su manera de cuidar de mí y de mis primos siempre la percibí como una muestra de amor.
EliminarGracias por tus palabras, con comentarios como el tuyo ¡¡cómo no voy a seguir escribiendo!!
Un beso grande y buen sábado.
Muy buen relato, la ambientación que rodea la tristeza de esa mujer que cree que no da amor, pero que lo entrega con cada parte de sí misma. Me gustó. Entiendo que sigues las recomendaciones de un taller de escritura creativa, pues los resultados son excelentes. Saludos
ResponderEliminarEste relato es un ejercicio de un curso que estoy realizando. En esta ocasión había que presentar un personaje de nuestra infancia y yo recurrí al de mi abuela materna para caracterizar, en algunos aspectos, a Genoveva.
EliminarMuchas gracias por tu palabras mariaÉ.
Un abrazo.
Muy bien narrado Paloma. Nos has acercado a la esencia de esa Galicia profunda y rural que en mi caso tan de cerca he vivido. Mis abuelos eran del interior de Lugo y la Coruña y allí pase muchos meses en mi infancia. También perdieron hijos siendo niños, algo desgraciadamente común en aquellos tiempos en los que los mas pobres vivían abandonados a su suerte. Visitar a un médico era un lujo que no podían permitirse. Nos has acercado muy bien al personaje y a su entorno. Un abrazo.
ResponderEliminarEl gesto adusto de mi abuela es algo que la caracterizaba y los recuerdos de la niñez de mi madre me sirvieron para recrear esos tiempos oscuros donde muchas familias habían de luchar para sobrevivir y donde una pequeña infección podía ser mortal.
EliminarTengo recuerdos entrañables de mis veranos en la casa de mi abuela; el paisaje lluvioso, la vivienda rodeada de helechos y muchas cosas más están ligadas a aquellos meses de verano. ¡Ah, y las filloas que ella hacía en la chimenea!
Me alegra mucho tu estimación tan positiva de este texto, viniendo de un gallego tiene doble valor.
Un abrazo, Jorge.
Una mujer dura para una época dura. Sobreponerse a los problemas y luchar por los que quieres es fundamental, en cuanto a lo del amor... no demostrarlo, no ser cariñoso, no llorar por alguien, no significa que no quieras.
ResponderEliminarMe gustó.
Un abrazo.
El amor se puede manifestar de muchas maneras y no siempre hace falta ser cariñoso.
EliminarGracias, David, por tu comentario.
Un abrazo.