Sonia estaba enfadada. No había podido quedar con sus amigas porque ese fin de semana tocaba reunión familiar. Cada dos o tres meses su abuela insistía en realizar algún tipo de actividad que sirviera de excusa para reunir a sus dos hijos con sus respectivas esposas e hijas. Normalmente esas actividades se basaban en una comida en algún restaurante del centro de la ciudad y en una sobremesa que no se prolongaba demasiado, algo que le permitía a Sonia apuntarse a cualquier otra cosa que hubiera planeado su pandilla, en cualquier caso, un plan siempre mucho más interesante que reunirse con sus padres, tíos, prima y abuela.
Sin embargo, en esta ocasión su tía se
había lucido con una nueva propuesta. Nueva y estrambótica al parecer de Sonia:
ir al bosque a recolectar setas.
—Ya que estamos en otoño, podíamos salir
de la ciudad y recoger setas —propuso
la tía Blanca desde la vídeo llamada del grupo de wasap.
Según oyó la proposición, Sonia empezó a
hacerle gestos a su padre, cuidándose muy bien de que no se vieran en la cámara
del móvil, para que dijera que no.
¿Bosque? ¿Había bosques cerca de Madrid?
Seguro que sería necesario desplazarse muchos kilómetros fuera. La naturaleza
no le gustaba demasiado, aguantaba malamente los paseos cuando precisamente su
tía la llevaba al Retiro, pero ir a un bosque le pareció una putada muy grande.
Encima a buscar setas.
—La seta es un alimento muy nutritivo —recalcó su tía por la vídeo llamada—. Contienen vitaminas, hierro, fósforo,
magnesio y fibra, entre otras cosas. Además, se pueden preparar de muchas
maneras a cuál más rica.
La tía Blanca, además de pesada con lo
de andar, era profesora de nutrición en la universidad y se solía arrancar
bastante a menudo sobre las bondades de este o de aquel alimento. Sonia ya
estaba acostumbrada a sus discursitos sobre las propiedades nutricionales de los
víveres, pero lo de las setas… No solo había que comerlas, había que recogerlas
también. Lo próximo qué iba a ser: ¿comer conejo al ajillo, pero antes ir a
cazarlo en el monte?
A pesar de sus gestos, su padre aceptó
la original propuesta y quedaron en el puerto de la Fuenfría, un paso de
montaña que atraviesa la sierra de Guadarrama. Resultó que sí había bosques
cerca de Madrid.
Con unas cestas de mimbre que le recordaron
el cuento de Caperucita Roja, se fueron todos a recoger setas. Y ahí estaba
Sonia, buscando hongos y con un enfado de mil demonios.
La premisa era hallar cualquier tipo de hongo,
pero siguiendo unas «pautas de seguridad» (así lo definió la pelmazo de la tía
Blanca).
—Hay que tener cuidado, antes de
arrancarla, preguntadme a mí —advirtió
Blanca—, no vaya a
ser que la seta sea venenosa.
—¿Cómo que venenosa? ¿Es que pueden estar
mal? —preguntó
Sonia con el ceño fruncido.
—Sí, pero no te preocupes que yo sé
diferenciarlas. Mi abuelo era un crack reconociendo setas. A su pueblo
de Burgos se acercaban muchos para consultarle sobre algunos especímenes —contestó ufana su tía.
Sonia cruzó los brazos y decidió callar.
Sin embargo, y aunque no sabía mucho sobre el tema, dudaba mucho que lo de
reconocer si una seta era comestible o no, viniera en los genes. Puede que el
abuelo de su tía fuera una eminencia, eso no quería decir que ella tuviera esa
capacidad.
La niña se alejó del grupo con la
intención de sentarse en alguna roca no demasiado húmeda y dejar pasar el
tiempo. Sin embargo, cuando buscaba un lugar medianamente seco divisó, debajo
de un enorme pino, una seta bastante grande y con unas pintitas blancas muy
chulas.
Se acercó para arrancarla, sin preguntar
antes como le habían advertido. Total, si no servía para comer, se la quedaría
de recuerdo, se haría un selfie con ella y lo colgaría en Instagram. Puede que
ir hasta allí no fuera una pérdida de tiempo, después de todo.
Cuando Sonia se agachó para arrancarla, la
seta se meneó.
—¡Tiene un bicho dentro! ¡Agg! ¡Qué asco!
Se separó del hongo con una mueca de desagrado.
La seta volvió a sacudirse y debajo de ella salió un ser, pero no era ningún
bicho. Se trataba de un hombrecillo muy, pero que muy diminuto. Iba todo
vestido de verde, en la cabeza llevaba un gorro con un cascabel en el extremo
superior y del que sobresalían unas orejas puntiagudas.
Sonia se quedó con los ojos abiertos de
par en par. ¿Qué era eso? Recordó de las peroratas de su tía que algunos hongos
desprendían sustancias alucinógenas y creyó que aquella seta era de esa clase.
Estaba flipando en colores.
—¡Hola! —exclamó el hombrecillo.
La chiquilla parpadeó estupefacta.
«Aquello» también hablaba.
—Hola —contestó con un hilo de voz Sonia aún
atónita.
—¿Qué te trae por aquí? ¿Por qué te has
acercado a mi humilde morada?
La niña no supo muy bien qué contestar.
Al parecer la seta era la casa de ese señor tan bajito, y decirle que su
intención era arrancársela no le pareció ni educado ni prudente.
—Esto… yo… Estaba paseando.
—¿Y esa cesta?
—¿Qué cesta?
—La que llevas colgada del brazo —contestó el hombrecillo con recelo
frunciendo el ceño.
—¡Ah! ¡Esta cesta! Pues… es para llevar
la merienda.
—¿La merienda? ¿A las doce de la mañana?
—Bueno, es que no es para mí. Se la llevo
a otra persona para que se la coma más tarde.
—¿Y a quién le llevas esa… merienda?
—Pues… a alguien que vive por aquí… a…
¿mi abuelita?
Sonia estaba empezando a aturullarse.
Encontrarse a aquel ser era ya extraño, pero encima la estaba sometiendo a un
interrogatorio muy incómodo y ella mentía muy mal. Al menos, desde la posición
donde estaba el hombrecillo no podía ver que la cesta ni llevaba merienda ni
cena, estaba completamente vacía.
—De acuerdo —aceptó el enanillo dando por buenas las
explicaciones de la chica— ¡Menos mal! Creí que eras una de esas personas a las que les da por recoger
setas. Estoy hasta el gorro de que vengan a incordiarme. No veas el trabajo que
me dan. Hacer conjuros para invisibilizar mi casa es agotador; muchas veces me
pillan con la guardia baja, como tú hoy, y no me da tiempo a hacer el hechizo.
—¿Sabes hacer magia? —preguntó Sonia con los ojos como platos.
—Pues claro. Esa es una de las virtudes
que tienen los de mi condición.
—¡Ah! Ya. Y… Tú… ¿Tú qué eres,
exactamente?
—¿No sabes quién soy? ¿No me reconoces? —esta vez era él el sorprendido.
—Me da que no. Que yo sepa, es la primera
vez que nos vemos. Si te hubiera visto con anterioridad, seguro que me
acordaría.
—Ya sé que es la primera vez que nos
vemos tú y yo. Pero, de verdad ¿no sabes qué soy? —exclamó abriendo los brazos para
mostrarse mejor.
Ante el encogimiento de hombros de la
niña, el hombrecillo hizo un gesto de abatimiento y el color verde de su
vestimenta empezó a oscurecerse.
—Esto va a peor. Ni los niños saben
reconocernos ya. Seguro que si fuera un Pokémon me habrías identificado al
instante. ¡Soy un duende!
—¿Cómo los de los cuentos antiguos? ¡Qué
fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte!
—¿Cuentos antiguos? Dirás tradicionales. O
sea, los que tienen seres mágicos y en los que suceden cosas extraordinarias,
donde las princesas duermen cien años esperando un príncipe azul que las
rescate. En fin, los cuentos de toda la vida.
—Bueno… ahora eso de que las princesas
duerman esperando que venga un príncipe a salvarlas… no está bien visto. Tú no
te has enterado del empoderamiento femenino, ¿verdad?
—¿Qué?
—Que ahora, son las chicas las que toman
las decisiones y no deben supeditarse al arbitrio masculino. Debemos acabar con
la sociedad patriarcal que impera desde siglos para que la mujer ocupe su lugar
rompiendo moldes preestablecidos por un orden orgánico determinado por los
hombres.
—¿Qué?
Sonia sonrió satisfecha. Si la hubiera
visto su profe de Igualdad de Género seguro que le subía la nota.
—Bueno, no te entristezcas. Tampoco es
para tanto —replicó la
niña intentando animar al hombrecillo—. Vale que no te he reconocido, pero sí
que me acuerdo de algunas historias que me contaba mi abuela cuando era pequeña
donde los duendes hacíais cosas muy molonas. Por ejemplo, el cuento de
Blancanieves, tus compis eran muy majos, ya sabes, Gruñón, Dormilón, Mudito… —recitó Sonia cerrando los ojos para
recordar a duras penas aquel cuento tan… antiguo.
—Primero —contestó el duende pinzándose la nariz
con dos dedos—, en ese cuento
no salen duendes, son enanos. Segundo, esos nombres tan estúpidos se los
pusieron los americanos cuando hicieron la película que es una patada en las narices a los pobres hermanos Grimm.
—Enanos… duendes… da igual, ¿no? —replicó Sonia mientras el hombrecillo se
quitaba el gorro y lo estrujaba entre las manos al oírla—. Por cierto, ¿quiénes son los hermanos
Grimm? ¿Familiares tuyos?
—Los enanos buscan piedras preciosas en
el interior de las montañas y nosotros, los duendes, nos dedicamos… Mira, vamos
a dejarlo —contestó
abatido y el tono verde de su ropa se apagó un poco más.
—Os dedicáis a hacer magia ¿a que sí? —añadió Sonia para animarlo; le caía
bien, pero, sin saber por qué, cada vez que ella abría la boca él se entristecía—. Antes has dicho que puedes hacer
invisible tu casa, eso mola mogollón, colega.
—Sí, supongo que sí. Aunque a este paso,
seremos invisibles sin necesidad de hechizos, nos borraréis de la memoria y eso
sí que es desaparecer para siempre.
—Al menos no tendrás que temer a los
idiotas que les da por recoger setas —dijo Sonia reproduciendo mentalmente la
imagen de su tía Blanca.
—No te creas, una cosa es que nadie se
acuerde de ti y otra que destruyan tu vivienda y te echen a la calle.
—¡Stop desahucios!
—El mercado inmobiliario en el bosque
está muy mal —prosiguió
el duende haciendo caso omiso del arranque reivindicativo de la niña—. Los otoños son cada vez más secos,
apenas brotan setas y las que salen son demasiado pequeñas. Hace cien años yo
tenía una casa con un porche y cinco habitaciones. Ahora mira dónde vivo, en un
apartamento de una sola estancia con cocina americana. Una birria.
—¿Tu magia no puede hacer nada?
—¿Contra el cambio climático? ¿Quién te
crees que soy? ¿Merlín?
—Merlín… ¿otro familiar tuyo?
El duende pareció encogerse y hacerse
más pequeño tras oír a la chica. Sonia ya no sabía qué hacer, estaba claro que
todo lo que decía empeoraba el estado de ánimo de su nuevo amigo. Era un duende
con tendencia a la depresión.
—Venga, va. No puedes hacer que llueva,
pero puedes cambiar los colores de las cosas, tú mismo te estás poniendo de
diferentes tonos de verde. Me he dado cuenta de que ahora el verde de tu ropa
es más feo que antes. Lo he pillado. Se me ocurre que podrías hacer con las
setas algo parecido, que tengan un aspecto desagradable, o que huelan mal, así
nadie las querrá y os dejarán las casas tranquilas.
—A mí se me ocurre que los humanos
podríais dejar de fastidiar tanto. Desperdiciáis mucho. Usar y tirar es vuestra
manía. Reciclar, reutilizar y reducir, eso es lo que debéis hacer. Comer
productos de cercanía, desplazarse con medios no contaminantes, caminar más.
Ahí está la «magia».
Sonia no supo qué replicar. Al parecer
el duende era depresivo y militante ecologista también. Aunque debía reconocer
que lo que decía era muy sensato.
—Vale, tienes razón. El mundo está muy
mal. ¿Qué voy a hacer yo?
—¡Te lo acabo de decir!
—Ya, pero yo no soy nada más que una niña
y…
—El cambio se produce como resultado de
millones de pequeñas acciones que pueden parecer insignificantes. El viaje de
mil millas comienza con el primer paso.
Un duende depresivo, ecologista y
seguidor de la filosofía zen. Un tipo curioso.
—De acuerdo. Prometo ponerme las pilas
desde ya mismo —respondió
animada Sonia—. Para
empezar, le voy a decir a mi tía que nada de recoger setas. Que las coma de
granja… ecológica, claro.
—¿Pero tú no estabas aquí para entregarle la merienda a tu abuela?
Sonia se dio cuenta de que el entusiasmo
ecológico-reformista le había hecho olvidar la mentira que le contó al
hombrecillo.
—Bueno… verás… es que…
—Tranquila, no me tragué esa excusa —le guiñó un ojo el duende.
—A partir de ahora voy a cambiar y,
además, lo voy a colgar en mis redes sociales, y voy a contarlo en el cole, y…
—Vale, vale, vale. No te aceleres.
Tómatelo con calma. Poco a poco, pero sin pausa.
En ese momento se empezaron a escuchar
voces. Eran los padres de Sonia que la estaban llamando para que regresara con
ellos.
—Tengo que irme. Me gustaría volver a
verte, voy a guardar la ubicación para encontrarte otro día —dijo la niña sacando su móvil.
—Bueno, si funciona el cambio… puede que
cuando vengas ya no esté aquí. Quizás me haya mudado a otra seta con jardín y
ático —sonrió el
duende recuperando el brillo en el color de su ropa—. Cuida mi hogar —señaló el bosque— que también es el tuyo.
Sonia se despidió de su amigo y cuando
se estaba alejando el duende la llamó de nuevo.
—¡Niña! ¡Otra cosa más!
—Tú dirás.
—Hazme un favor: lee más cuentos…
antiguos.
Precioso cuento. No es muy tradicional, pero es muy acertado. Pobres duendes. Ahora la recogida de setas está de moda y los bosques se llenan de gente con cestas arrasando con todo lo que pillan. Alguno de habrá llevado a casa la seta con el habitante hasta se los habrá comido juntos.
ResponderEliminarMuy acertado el relato.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarEn algunas zonas es necesario un permiso para recoger setas, desconozco si en el puerto de la Fuenfría es así porque, aunque algunos personajes de esta historia son "reales", el alter ego de la tía Blanca no ha recogido setas en su vida.
Me alegro de que te haya gustado este cuento no-antiguo que he dedicado a mi sobrina.
Un beso.
Un cuento realmente apasionante. Hay hasta un duende sabe que el cambio climático es ya apabullante.
ResponderEliminarMuy divertido y didáctico para leer a cualquier niño. Así que fue bien esa reunión familiar, Muy bueno. Un abrazo
Gracias, es un cuento dedicado a mi sobrina de parte de la pesada de su tía ;)
EliminarMe alegro de que te gustara.
Ahora a los niños ya no les cuentan tantos cuentos como antes y de leerlos... pues tampoco mucho. Ahora los críos prefieren jugar con el móvil o la tableta de sus padres o ver estupideces por televisión. Claro que los gustos han cambiado. A mi nieto de 3 años le encanta que le ponga Blananieves, la Cenicienta y otros cuentos clásicos en Disney Plus, pero mi nieta, de 8, ya pasa de ellos y prefiere otras historias más propias de adolescentes.
ResponderEliminarYo nunca he practicado la búsqueda y recogida de setas y, aparte de los níscalos (rovellons en Cataluña) que son muy apreciados en casa, el resto me resulta muy confuso, Prefiero fiarme de los entendidos y del super, je, je. La única vez que fui con mi hermana mayor a la caza de setas, llenamos un pequeño canasto y se lo llevamos a un campesino para que nos dijera si eran comenstibles. Se llevó la cesta para, según dijo, inspeccionarlas y nos la devolvió vacía, diciendo que todas las setas eran malas y las había tirado. No sé si era cierto o nos engañó, quedándose con el preciado botín, ja, ja, ja.
El cuento que nos has contado, aparte de muy bien narrado, es muy interesante por el mensaje que da, tanto a niños como a mayores. Hay que leer más y respetar el medioambiente-
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarYo tampoco entiendo de setas y eso que mi abuelo, al igual que el de la tía Blanca, era un experto en reconocerlas (Sonia tiene razón, esa cualidad no es genética), por eso, aunque me gusta mucho comerlas, las adquiero en la tienda para evitar males mayores. El señor ese que os devolvió la cesta vacía... no sé, no sé, me da que alguna sí era buena y se la quedó para él.
El revisionismo que está sufriendo la literatura, incluidos los cuentos infantiles, me parece tan ridículo que dan hasta ganas de reír. No creo que el origen del machismo esté en esos cuentos, hay otras actitudes que hacen mucho más daño y ahí siguen. Esas cosas se aprenden con el ejemplo que los niños ven en casa y a su alrededor, además, son mucho más listos de lo que creemos y disciernen muy bien.
Aprender a cuidar el medioambiente es otra tarea pendiente en la que hay que aplicarse y ponerse las pilas, pero ya.
Un besote.
Creo en los duendes y su magia!!! Hermoso cuento.
ResponderEliminarYo también creo en ellos. Un saludo.
EliminarAhora con el nieto estoy reviviendo y recordando multitud de cuentos. Prefiero los tradicionales más que las versiones acomodadas de éstos que hacen algunos. Los niños no son tontos y por mucho duende, enanito, príncipes azules o cenicientas guapísimas ellos saben que lo que yen es eso, un cuento, una ficción. Si desde el mundo adulto a esa edad les empezamos a hacer creer y a confundir lo real con lo inventado mal vamos y mal les hacemos. Eso de querer vivir por ellos es absurdo. A todos nosotros nos leyeron esos cuentos y no por eso hemos resultado seres defectuosos.
ResponderEliminarTu cuento, muy bien Paloma. ¿Es un cuento de otoño o de veroño? Ja, ja...
Un beso
Paloma un cuento muy entretenido y reinvidicativo. Una mezcla de duende y de realidad. Hay que mostrar a los niños muchos cuentos, leerselos desde muy pequeños y no darles los móviles para que los utilicen con los juegos. Un abrazo
ResponderEliminarYo también creo que hay que leer más cuentos y dejarse de tanto juego virtual (que también está entretenido, pero en la variedad está el gusto).
EliminarUn besote.
¡Hola, Paloma! Acertado cuento y la crítica que lleva consigo. Como tengas la desgracia de que caiga por aquí un woke capaz será de enviarte un mail pidiendo que elimines la palabra "enano" y la sustituyas por "personita pequeña, ser mágico, o vete a saber... Creo que en la nueva adaptación de Disney ya no son enanos como a los Oompa Lumpas de la Fábrica de chocolate. Son la nueva inquisición moral y un ejemplo de que, al final todo es cíclico. Antes la censura y la moralina venía de sectores conservadores, ahora de sectores de izquierda... y siempre de Estados Unidos. Allá por los sesenta crearon el código Hays en el cine, más tarde el Cómic Code en los cómics... Y el discurso siempre el mismo: proteger a los niños y preservar su inocencia con valores, etc... Como si a los niños les importara un pimiento las tonterías de los adultos.
ResponderEliminarEn realidad todo es política y a toda esta gente les importa un pimiento la literatura, el cine o el cómic. Van con sus gafas ideológicas haciendo sangre y retorciendo argumentos para reinterpretarlos según su paranoia.
El problema es quedarse solo con el revisionismo. Leo mucho el argumento de que no se puede mirar al pasado con los ojos de hoy y que no es de recibo la cultura de la cancelación. Por supuesto estoy de acuerdo, pero que eso no signifique que eso sí pueda aplicarse a los autores de hoy obligándolos a unas reglas morales artificiales bajo pena de ostracismo o campañita en las redes.
Bueno, ya me he desahogado, ja, ja, ja... Un cuento muy de tu estilo en el que el pasado o la magia, son descubiertos por el presente y la razón y con unos diálogos muy bien llevados. Ese ¿qué? del enano cuando escucha esas proclamas ideológicas es la misma que pongo yo cuando escucho a los políticos. Un abrazo!
Hola, David.
EliminarJobar, pues lo mismo tienes razón y me cae la del pulpo por llamar enanos a los enanos, digo a los afectados de acondroplasia. Madre mía, que retrógrada soy.
Entiendo que te quieras desahogar y aquí tienes todo el espacio del mundo. Hemos llegado a unos niveles de rigor con lo políticamente correcto que, en lugar de ser correctos hacemos el ridículo.
Estoy en contra del machismo en cualquiera de sus manifestaciones, pero no creo que se combata cambiando los cuentos. Si queremos que nuestros niños crezcan en la igualdad hay que educarlos con el ejemplo, censurar que la Bella Durmiente necesitó de un príncipe para ser rescatada no va a conseguir nada al respecto.
Algo parecido ocurre con el cambio climático. Creo que estamos ante una situación extrema y debemos ponernos las pilas, pero echar la culpa del calentamiento global a los pedos de las vacas y promulgar que hay que dejar de comer carne es de una estulticia supina.
Deberíamos ir más al bosque a buscar duendes tan sensatos como el de este cuento para que nos aconsejen debidamente.
Gracias por la visita.
Un fuerte abrazo.