—¡Esto
es una maldición!
Rigoberto echaba
chispas. Le habían asignado el puesto en la excavación de la nueva línea de
metro y todo eran problemas. La ampliación de la línea 3 desde Villaverde a El
Casar estaba siendo un incordio. No podía más. Dos semanas atrás un
cortocircuito dejó sin iluminación el túnel que estaban horadando, el día
anterior la tuneladora había dejado de funcionar, la pieza que se había roto
debía llegar de Alemania y como había huelga de transportistas el proveedor les
dijo que antes de un mes no creía poder suministrarles el repuesto.
Todo comenzó con
aquel maldito hallazgo.
—¿En serio me estás diciendo que habéis encontrado restos arqueológicos? —le espetó bruscamente al operario que le acabada de dar la noticia.
El obrero se
rascó la nuca por debajo del casco de seguridad y con timidez le contestó:
—Sí,
don Rigoberto. Es un pedrusco…
—¿Pedrusco? —le interrumpió iracundo el capataz— Pues claro que hay pedruscos. ¡Estamos excavando a cuarenta y cinco metros bajo tierra! ¿Qué pretendes ver ahí? ¿El jardín botánico?
—Ya,
don Rigoberto, ya sé que al excavar se ven rocas, pero este pedrusco tiene
dibujos raros y en algunos sitios hay pegados como trocitos de azulejos, muy
chiquititos, una miaja ¿sabe usté?, y paece que forman figuras.
El Nicolás dice que son delfines, el Rubén que ballenas, a mí me parecen peces,
no sabría decirle cuáles porque a mí los documentales de la 2 me aburren un
poco, me sirven solo para echar una cabezadita en el sofá los domingos por la
tarde…
—Para
ya, Higinio. No me interesa tu vida. ¿Unos dibujos con azulejos? ¡La madre que
me parió! Como sean mosaicos me voy a cagar en todo lo cagable.
—¿Mosaicos?
Pues no lo sé con certeza ciertamente, a mí me parecieron peces, pero lo mismo
eran otro tipo de bichos, ya le digo que a mí los documentales… prefiero el
fútbol, la verdá.
Rigoberto ya se
imaginó lo que se le venía encima. Si lo que habían encontrado los operarios
era algún resto arqueológico de cualquier tipo, la obra se paralizaría y los jefazos
se la iban a montar gorda. Dar parte a los de Patrimonio era entrar en el
infierno, todo quedaba parado hasta que cuatro pintamonas con un título de
historiador bajo el brazo dictaminaran que aquello era la casa de vete tú a
saber quién que vivió hace miles de años. Daba igual si de la vivienda quedaban
cuatro piedras mal contadas, eran «históricas» y no se podían tocar. Menudos
petardos los de Patrimonio.
El capataz se
planteó silenciar aquello. A lo mejor, se estaba alarmando sin necesidad; puede
que lo que se hallaba allí tan solo fuera el resto de la reforma de una cocina
que alguien simplemente había decidido enterrar para no pagar el contenedor.
Bien era cierto que esconder escombros ilegales a tanta profundidad era algo
raro, pero él en la construcción ya había visto de todo y estaba curado de
espanto.
—Venga,
Higino. Llévame allí a ver si son delfines, ballenas o la sirenita de Disney.
Los dos hombres
tomaron un pequeño ascensor que los introdujo tierra adentro hasta donde
estaban los demás operarios.
Varios obreros se
encontraban alrededor de un pequeño montículo y discutían entre sí.
—Yo te
digo que esto es de los moros.
—¿Moros?
¡Quiá! Desde el 11M tú ves moros en todas partes. Esto es de los primitivos,
los cavernícolas.
—Tú sí
que estás hecho un cavernícola. ¿Desde cuándo los primitivos hacían alicatao?
Porque eso de ahí son azulejos, pequeños, pero azulejos, te lo digo yo.
—¿Y
los moros alicataban?
—¡Ya
lo creo! En Granada hay unos sitios la mar de bonitos con azulejos chulísimos
que son un primor, lo vi yo en un viaje que hice con la Mari y mis cuñaos.
—Yo
también estuve allí, pero las baldosas eran más grandes, estos son muy chicos.
—Pues
yo creo que son restos romanos —se incorporó a la conversación el obrero más joven, un
estudiante de Filosofía y Letras que se pagaba la carrera trabajando en las
obras del metro a tiempo parcial.
—¿Cómo
van a ser de Roma si estamos en Madrid? ¡No digas tonterías!
—¡Parad ya, cojones! —gritó el capataz que había escuchado la conversación según se acercaba al grupo.
Rigoberto se
agachó para ver más detenidamente aquellos restos. Lamentablemente, el
universitario iba a tener razón, eso tenía toda la pinta de un mosaico como los
que se pueden ver en el suelo de la villas romanas que se conservan en algunos
lugares. Cerca de su propio domicilio, en Alcalá de Henares, había un
yacimiento arqueológico que atraía muchos turistas.
No solo le iban a
parar la obra, lo mismo se suspendía y los de Getafe se quedarían sin metro.
Aunque si los restos hallados consistían solo en ese «pedrusco», lo mismo
podían hacer como que no había pasado nada. Miró a su alrededor por si hubiera más
restos históricos: parecía que no. Sin embargo, el obrero joven le vino a
fastidiar.
—Don
Rigoberto, un poco más allá parece que hay un hueco, no he entrado, pero creo
que ahí hay urnas funerarias.
—¿Pero qué dices, chaval? —contestó el capataz—. ¿Urnas y encima funerarias? ¿Tú no te duermes con los documentales de la 2? —añadió con retintín.
El aludido se
limitó a encogerse de hombros y no se dignó a explicar el porqué de su
deducción.
El capataz se
dirigió malhumorado al lugar que le indicaba su subalterno haciendo cuenta
mental de no contratar nunca más a universitarios.
—Higinio, trae focos e ilumina esto —ordenó.
Un potente chorro
de luz dejó ver en un pequeño recinto varios recipientes en bastante buen
estado. Todos se quedaron con la boca abierta. El capataz hizo ademán de entrar
en la cámara, pero Higino le agarró del brazo.
—Ni se
le ocurra entrar ahí, don Rigoberto.
—¿Por
qué?
—A ver
si es una tumba de los egipcios y le da una maldición como cuando descubrieron
al Turamón ese, que la espicharon todos por entrar donde estaba la
momia.
—Egipcios.
Aquí. En Villaverde.
—Bueno este —señaló al estudiante de Filosofía y Letras— ha dicho que son restos de Roma y a usté le ha parecío bien.
El capataz hizo
caso omiso del comentario y entró. Allí había cuatro recipientes grandes de
cerámica muy parecidos a los que se podían ver en el yacimiento cerca de su
casa. Maldiciendo por lo bajo decidió afrontar la situación. Este proyecto
debía salir adelante. Acordó dar una paga extra a los obreros presentes para
que callaran y no dijeran nada. Unas cuantas paletadas «accidentales» taparían
esos vestigios antiguos y aquí paz y después gloria.
—Estamos
de acuerdo entonces. De lo visto aquí, chitón. Si la obra se para vosotros
también y no cobráis ni un duro, así que todos salimos ganando si hacemos como
que no hemos visto nada.
Rigoberto pensó
que el universitario podría ser un obstáculo, estos jóvenes eran idealistas y
algo tocapelotas, pero para su sorpresa no se opuso. Le habían subido las tasas
de matriculación y necesitaba la pasta. El que sí puso mala cara fue Higinio.
—¿Y a
ti qué te pasa?
—Ha
hecho usté mal en entrar, don Rigoberto. Y mucho más si se va a cargar
las tumbas, o las urnas o lo que sea eso. Los egipcios son mu chungos
con las maldiciones.
—Y
dale, Higinio. ¡Aquí nunca estuvieron los egipcios!
CUATRO SEMANAS
DESPUÉS
—No somos ná —se lamentó Higinio con un parche en el ojo, resultado de una chispa que saltó de un soldador en la obra y que, inexplicablemente, atravesó la pantalla de protección.
—Y que lo digas, Higinio. ¡Qué mala suerte! —añadió Rubén desde la silla de ruedas en la que tenía que desplazarse después de que un derrumbe en el túnel le partiera la médula espinal.
Los operarios de
las obras de ampliación de la línea 3 del metro salieron del cementerio
cabizbajos después de dar el último adiós a su capataz.
—Parece
que fue ayer cuando nos estaba abroncando por no darle al tajo más rápido —dijo
Nicolás masajeándose el cuello (le acababan de quitar un collarín por una
contractura cervical sobrevenida tras una caída en la obra).
—Es que fue ayer —respondió Higinio—. Lo dijo justo antes de que otro mosaico de azulejos se le cayera encima y le hiciera papilla. ¡Pobre don Rigoberto! Pa mí que esto es una maldición de los egipcios.
—¡Qué pesado estás! —dijo Rubén.
—A ti cuando se te mete una cosa en la cabeza… —dijo Nicolás.
—¡Aquí nunca estuvieron los egipcios! —dijeron los dos.
Ja, ja, los egipcios no, pero las maldiciones están a la orden del día y ¿quién dice que los romanos no tuvieran las suyas? Me ha encantado el relato, Paloma. Con esa facilidad que tienes para los diálogos y ese sentido del humor que suele acompañar a tus relatos, leerlo es una delicia.
ResponderEliminarUn beso y que sepas que es un placer tenerte de nuevo por el blog.
Hola, Rosa.
EliminarCon lo de las maldiciones se cumple el refrán de unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Es posible que los romanos también se mosquearan si les removían los muertos y así les fue a los del metro.
Gracias por tu cálida bienvenida, me está costando mucho retomar las viejas costumbres, sabes que he pasado unos meses muy duros y tuve que alejarme de este mundo bloguero que tantas alegrías me da por otra parte.
En fin, tú siempre has estado ahí.
A ver cuándo me pongo al día porque ahora, además, se junta el inicio de curso y este año tiene novedades que me están descolocando bastante (éramos pocos...)
Un besote.
Los malos momentos como el que tú has pasado (estás pasando) te pueden alejar de tus aficiones por falta de ganas o de concentración, o te pueden acercar a ellas como modo de escapar al dolor. Sea como sea, lo mejor es hacer lo que le pidan a una el cuerpo y el alma. Recibe un beso muy fuerte.
EliminarMuy buen relato. Que en Tarrgona, sin Metro, ha sucedido muchas veces, porque Tarraco era una población romana muy extensa.
ResponderEliminarLas maldiciones tal vez existan, quién sabe. Me gustó. Un abrazo
Hola, Albada.
EliminarYo no sé si las maldiciones existen, pero por si acaso mejor dejar a los muertos tranquilos no sea que la líen.
Excavar tiene sus inconvenientes en lugares con historia donde vivieron muchas generaciones.
Gracias por tus palabras.
Un saludo.
Esto podría ser aquí en Sevilla, lo he disfrutado mucho!!!
ResponderEliminarAl lado d casa han encontrado ruinas tb, algo q es muy común aquí, cuantas habrán tapado los Higinios de turno!!!
Yo también creo que más de un constructor habrá hecho la vista gorda y no informó de algún que otro hallazgo. Sin ánimo de disculpar esa actitud, es cierto que muchas veces el hallazgo son cuatro piedras mal contadas que solo saben valorar quienes entienden del tema.
EliminarGracias por la lectura y el comentario.
Un saludo.
Hola, Paloma! Qué bien que hayas regresado con tu sempiterno sentido del humor para deleitarnos con este relato tan entretenido como interesante. Sabes poner la voz adecuada a cada personaje, de modo que los diálogos resultan muy naturales.
ResponderEliminarTambién describes una situación que seguramente se habrá planteado en más de una ocasión: tratar de silenciar un hallazgo arqueológico para no perjudicar una obra importante para algunos. A esos individuos, hacerlo les costó caro.
Yo no soy supersticioso porque dicen que trae mala suerte, ja, ja, ja.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarYo tampoco soy supersticiosa por las mismas razones que tú. No obstante, a la vista de esta historia yo no tocaría ningún resto sea egipcio, romano o madrileño, por si las moscas.
Ahora en serio: debajo de una estación del metro de Madrid, la de Tirso de Molina, dicen que hay un cementerio donde reposan los restos de los monjes de un convento que había en la zona siglos atrás. No se sabe qué pasó con los operarios que construyeron ese tramo del túnel (se hizo esa línea hace 100 años) pero no parece que haya pasado nada raro aunque algunos dicen que cuando se hace el silencio en el andén se oyen lamentos. No suelo subir en esa estación a menudo, pero cuando lo hago no hay silencio por lo que ni confirmo ni desmiento esa información.
Un besote.
Excelente!! Excelente!!! Aunque a los muertos y sus cositas hay que dejarlos donde esten.
ResponderEliminarGracias por compartirla, saludosbuhos.
Y de nuevo, felicitaciones!
Yo también creo que a los muertos hay que dejarlos tranquilos, independientemente de que te manden una maldición o no. Saludos.
EliminarTenía que haberme pasado por aquí antes, me hace falta tanto unas risas, pero mira nunca es tarde si la dicha es buena no? y si esas risas vienen de una buena amiga más.
ResponderEliminarLa verdad da gusto leer tus relatos, cierto en este caso, porque yo he leido que alguna obra que otra se ha parado por el hallazgo de restos pero desde luego tu sentido del humor, hace que este relato basado hechos reales que hayan podido suceder se vea desde otra prespectiva, el humor.
Enhorabuena y un besote
Buen comienzo de curso.
Hola, Tere.
EliminarMe alegra saber que mis gamberradas te hacen reír, porque para llorar ya están los noticiarios.
La prolongación de la L3 es real, se está haciendo un nuevo tramo para llegar a un barrio de Getafe, aunque no sé si han encontrado o no restos romanos (o egipcios, por raro que parezca), pero de ser así espero que no los hayan destruido si la integridad de los trabajadores ha de estar salvaguardada.
Un besote y gracias por tus buenos deseos.