Pestañas

8 de septiembre de 2023

Esto es una maldición

 


—¡Esto es una maldición!

Rigoberto echaba chispas. Le habían asignado el puesto en la excavación de la nueva línea de metro y todo eran problemas. La ampliación de la línea 3 desde Villaverde a El Casar estaba siendo un incordio. No podía más. Dos semanas atrás un cortocircuito dejó sin iluminación el túnel que estaban horadando, el día anterior la tuneladora había dejado de funcionar, la pieza que se había roto debía llegar de Alemania y como había huelga de transportistas el proveedor les dijo que antes de un mes no creía poder suministrarles el repuesto.

Todo comenzó con aquel maldito hallazgo.

—¿En serio me estás diciendo que habéis encontrado restos arqueológicos? —le espetó bruscamente al operario que le acabada de dar la noticia.

El obrero se rascó la nuca por debajo del casco de seguridad y con timidez le contestó:

—Sí, don Rigoberto. Es un pedrusco…

—¿Pedrusco? —le interrumpió iracundo el capataz— Pues claro que hay pedruscos. ¡Estamos excavando a cuarenta y cinco metros bajo tierra! ¿Qué pretendes ver ahí? ¿El jardín botánico?

—Ya, don Rigoberto, ya sé que al excavar se ven rocas, pero este pedrusco tiene dibujos raros y en algunos sitios hay pegados como trocitos de azulejos, muy chiquititos, una miaja ¿sabe usté?, y paece que forman figuras. El Nicolás dice que son delfines, el Rubén que ballenas, a mí me parecen peces, no sabría decirle cuáles porque a mí los documentales de la 2 me aburren un poco, me sirven solo para echar una cabezadita en el sofá los domingos por la tarde…

—Para ya, Higinio. No me interesa tu vida. ¿Unos dibujos con azulejos? ¡La madre que me parió! Como sean mosaicos me voy a cagar en todo lo cagable.

—¿Mosaicos? Pues no lo sé con certeza ciertamente, a mí me parecieron peces, pero lo mismo eran otro tipo de bichos, ya le digo que a mí los documentales… prefiero el fútbol, la verdá.

Rigoberto ya se imaginó lo que se le venía encima. Si lo que habían encontrado los operarios era algún resto arqueológico de cualquier tipo, la obra se paralizaría y los jefazos se la iban a montar gorda. Dar parte a los de Patrimonio era entrar en el infierno, todo quedaba parado hasta que cuatro pintamonas con un título de historiador bajo el brazo dictaminaran que aquello era la casa de vete tú a saber quién que vivió hace miles de años. Daba igual si de la vivienda quedaban cuatro piedras mal contadas, eran «históricas» y no se podían tocar. Menudos petardos los de Patrimonio.

El capataz se planteó silenciar aquello. A lo mejor, se estaba alarmando sin necesidad; puede que lo que se hallaba allí tan solo fuera el resto de la reforma de una cocina que alguien simplemente había decidido enterrar para no pagar el contenedor. Bien era cierto que esconder escombros ilegales a tanta profundidad era algo raro, pero él en la construcción ya había visto de todo y estaba curado de espanto.

—Venga, Higino. Llévame allí a ver si son delfines, ballenas o la sirenita de Disney.

Los dos hombres tomaron un pequeño ascensor que los introdujo tierra adentro hasta donde estaban los demás operarios.

Varios obreros se encontraban alrededor de un pequeño montículo y discutían entre sí.

—Yo te digo que esto es de los moros.

—¿Moros? ¡Quiá! Desde el 11M tú ves moros en todas partes. Esto es de los primitivos, los cavernícolas.

—Tú sí que estás hecho un cavernícola. ¿Desde cuándo los primitivos hacían alicatao? Porque eso de ahí son azulejos, pequeños, pero azulejos, te lo digo yo.

—¿Y los moros alicataban?

—¡Ya lo creo! En Granada hay unos sitios la mar de bonitos con azulejos chulísimos que son un primor, lo vi yo en un viaje que hice con la Mari y mis cuñaos.

—Yo también estuve allí, pero las baldosas eran más grandes, estos son muy chicos.

—Pues yo creo que son restos romanos —se incorporó a la conversación el obrero más joven, un estudiante de Filosofía y Letras que se pagaba la carrera trabajando en las obras del metro a tiempo parcial.

—¿Cómo van a ser de Roma si estamos en Madrid? ¡No digas tonterías!

—¡Parad ya, cojones! —gritó el capataz que había escuchado la conversación según se acercaba al grupo.

Rigoberto se agachó para ver más detenidamente aquellos restos. Lamentablemente, el universitario iba a tener razón, eso tenía toda la pinta de un mosaico como los que se pueden ver en el suelo de la villas romanas que se conservan en algunos lugares. Cerca de su propio domicilio, en Alcalá de Henares, había un yacimiento arqueológico que atraía muchos turistas.

No solo le iban a parar la obra, lo mismo se suspendía y los de Getafe se quedarían sin metro. Aunque si los restos hallados consistían solo en ese «pedrusco», lo mismo podían hacer como que no había pasado nada. Miró a su alrededor por si hubiera más restos históricos: parecía que no. Sin embargo, el obrero joven le vino a fastidiar.

—Don Rigoberto, un poco más allá parece que hay un hueco, no he entrado, pero creo que ahí hay urnas funerarias.

—¿Pero qué dices, chaval? —contestó el capataz—. ¿Urnas y encima funerarias? ¿Tú no te duermes con los documentales de la 2? —añadió con retintín.

El aludido se limitó a encogerse de hombros y no se dignó a explicar el porqué de su deducción.

El capataz se dirigió malhumorado al lugar que le indicaba su subalterno haciendo cuenta mental de no contratar nunca más a universitarios.

—Higinio, trae focos e ilumina esto —ordenó.

Un potente chorro de luz dejó ver en un pequeño recinto varios recipientes en bastante buen estado. Todos se quedaron con la boca abierta. El capataz hizo ademán de entrar en la cámara, pero Higino le agarró del brazo.

—Ni se le ocurra entrar ahí, don Rigoberto.

—¿Por qué?

—A ver si es una tumba de los egipcios y le da una maldición como cuando descubrieron al Turamón ese, que la espicharon todos por entrar donde estaba la momia.

—Egipcios. Aquí. En Villaverde.

—Bueno este —señaló al estudiante de Filosofía y Letras— ha dicho que son restos de Roma y a usté le ha parecío bien.

El capataz hizo caso omiso del comentario y entró. Allí había cuatro recipientes grandes de cerámica muy parecidos a los que se podían ver en el yacimiento cerca de su casa. Maldiciendo por lo bajo decidió afrontar la situación. Este proyecto debía salir adelante. Acordó dar una paga extra a los obreros presentes para que callaran y no dijeran nada. Unas cuantas paletadas «accidentales» taparían esos vestigios antiguos y aquí paz y después gloria.

—Estamos de acuerdo entonces. De lo visto aquí, chitón. Si la obra se para vosotros también y no cobráis ni un duro, así que todos salimos ganando si hacemos como que no hemos visto nada.

Rigoberto pensó que el universitario podría ser un obstáculo, estos jóvenes eran idealistas y algo tocapelotas, pero para su sorpresa no se opuso. Le habían subido las tasas de matriculación y necesitaba la pasta. El que sí puso mala cara fue Higinio.

—¿Y a ti qué te pasa?

—Ha hecho usté mal en entrar, don Rigoberto. Y mucho más si se va a cargar las tumbas, o las urnas o lo que sea eso. Los egipcios son mu chungos con las maldiciones.

—Y dale, Higinio. ¡Aquí nunca estuvieron los egipcios!

CUATRO SEMANAS DESPUÉS

—No somos  —se lamentó Higinio con un parche en el ojo, resultado de una chispa que saltó de un soldador en la obra y que, inexplicablemente, atravesó la pantalla de protección.

—Y que lo digas, Higinio. ¡Qué mala suerte! —añadió Rubén desde la silla de ruedas en la que tenía que desplazarse después de que un derrumbe en el túnel le partiera la médula espinal.

Los operarios de las obras de ampliación de la línea 3 del metro salieron del cementerio cabizbajos después de dar el último adiós a su capataz.

—Parece que fue ayer cuando nos estaba abroncando por no darle al tajo más rápido —dijo Nicolás masajeándose el cuello (le acababan de quitar un collarín por una contractura cervical sobrevenida tras una caída en la obra).

—Es que fue ayer —respondió Higinio—. Lo dijo justo antes de que otro mosaico de azulejos se le cayera encima y le hiciera papilla. ¡Pobre don Rigoberto! Pa mí que esto es una maldición de los egipcios.

—¡Qué pesado estás! —dijo Rubén.

—A ti cuando se te mete una cosa en la cabeza… —dijo Nicolás.

—¡Aquí nunca estuvieron los egipcios! —dijeron los dos.

 


 


 


13 comentarios:

  1. Ja, ja, los egipcios no, pero las maldiciones están a la orden del día y ¿quién dice que los romanos no tuvieran las suyas? Me ha encantado el relato, Paloma. Con esa facilidad que tienes para los diálogos y ese sentido del humor que suele acompañar a tus relatos, leerlo es una delicia.
    Un beso y que sepas que es un placer tenerte de nuevo por el blog.

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    1. Hola, Rosa.
      Con lo de las maldiciones se cumple el refrán de unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Es posible que los romanos también se mosquearan si les removían los muertos y así les fue a los del metro.
      Gracias por tu cálida bienvenida, me está costando mucho retomar las viejas costumbres, sabes que he pasado unos meses muy duros y tuve que alejarme de este mundo bloguero que tantas alegrías me da por otra parte.
      En fin, tú siempre has estado ahí.
      A ver cuándo me pongo al día porque ahora, además, se junta el inicio de curso y este año tiene novedades que me están descolocando bastante (éramos pocos...)
      Un besote.

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    2. Los malos momentos como el que tú has pasado (estás pasando) te pueden alejar de tus aficiones por falta de ganas o de concentración, o te pueden acercar a ellas como modo de escapar al dolor. Sea como sea, lo mejor es hacer lo que le pidan a una el cuerpo y el alma. Recibe un beso muy fuerte.

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  2. Muy buen relato. Que en Tarrgona, sin Metro, ha sucedido muchas veces, porque Tarraco era una población romana muy extensa.

    Las maldiciones tal vez existan, quién sabe. Me gustó. Un abrazo

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    1. Hola, Albada.
      Yo no sé si las maldiciones existen, pero por si acaso mejor dejar a los muertos tranquilos no sea que la líen.
      Excavar tiene sus inconvenientes en lugares con historia donde vivieron muchas generaciones.
      Gracias por tus palabras.
      Un saludo.

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  3. Esto podría ser aquí en Sevilla, lo he disfrutado mucho!!!
    Al lado d casa han encontrado ruinas tb, algo q es muy común aquí, cuantas habrán tapado los Higinios de turno!!!

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    1. Yo también creo que más de un constructor habrá hecho la vista gorda y no informó de algún que otro hallazgo. Sin ánimo de disculpar esa actitud, es cierto que muchas veces el hallazgo son cuatro piedras mal contadas que solo saben valorar quienes entienden del tema.
      Gracias por la lectura y el comentario.
      Un saludo.

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  4. Hola, Paloma! Qué bien que hayas regresado con tu sempiterno sentido del humor para deleitarnos con este relato tan entretenido como interesante. Sabes poner la voz adecuada a cada personaje, de modo que los diálogos resultan muy naturales.
    También describes una situación que seguramente se habrá planteado en más de una ocasión: tratar de silenciar un hallazgo arqueológico para no perjudicar una obra importante para algunos. A esos individuos, hacerlo les costó caro.
    Yo no soy supersticioso porque dicen que trae mala suerte, ja, ja, ja.
    Un beso.

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    1. Hola, Josep Mª.
      Yo tampoco soy supersticiosa por las mismas razones que tú. No obstante, a la vista de esta historia yo no tocaría ningún resto sea egipcio, romano o madrileño, por si las moscas.
      Ahora en serio: debajo de una estación del metro de Madrid, la de Tirso de Molina, dicen que hay un cementerio donde reposan los restos de los monjes de un convento que había en la zona siglos atrás. No se sabe qué pasó con los operarios que construyeron ese tramo del túnel (se hizo esa línea hace 100 años) pero no parece que haya pasado nada raro aunque algunos dicen que cuando se hace el silencio en el andén se oyen lamentos. No suelo subir en esa estación a menudo, pero cuando lo hago no hay silencio por lo que ni confirmo ni desmiento esa información.
      Un besote.

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  5. Excelente!! Excelente!!! Aunque a los muertos y sus cositas hay que dejarlos donde esten.
    Gracias por compartirla, saludosbuhos.
    Y de nuevo, felicitaciones!

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    1. Yo también creo que a los muertos hay que dejarlos tranquilos, independientemente de que te manden una maldición o no. Saludos.

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  6. Tenía que haberme pasado por aquí antes, me hace falta tanto unas risas, pero mira nunca es tarde si la dicha es buena no? y si esas risas vienen de una buena amiga más.
    La verdad da gusto leer tus relatos, cierto en este caso, porque yo he leido que alguna obra que otra se ha parado por el hallazgo de restos pero desde luego tu sentido del humor, hace que este relato basado hechos reales que hayan podido suceder se vea desde otra prespectiva, el humor.
    Enhorabuena y un besote
    Buen comienzo de curso.

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    1. Hola, Tere.
      Me alegra saber que mis gamberradas te hacen reír, porque para llorar ya están los noticiarios.
      La prolongación de la L3 es real, se está haciendo un nuevo tramo para llegar a un barrio de Getafe, aunque no sé si han encontrado o no restos romanos (o egipcios, por raro que parezca), pero de ser así espero que no los hayan destruido si la integridad de los trabajadores ha de estar salvaguardada.
      Un besote y gracias por tus buenos deseos.

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