El autocar nos dejó a los pies del embalse del río Guadalhorce, desde
allí anduvimos hasta el centro de visitantes donde se nos dieron unos cascos para
protegernos la cabeza y unos auriculares para escuchar al guía que nos llevaría
por El Caminito del Rey.
El Caminito del Rey es una senda construida por una sociedad
hidroeléctrica que tenía dos saltos de agua en sendos lados del desfiladero de
los Gaitanes y necesitaba un acceso entre ambos para facilitar el paso de los operarios,
así como del transporte de material para el mantenimiento de las infraestructuras.
Del nombre, lo ‘del rey’ se debe a que Alfonso XIII asistió a la inauguración,
y lo de ‘caminito’ es porque se dio un garbeo de no más de cincuenta pasos y se
largó enseguida tras recibir las reverencias acostumbradas en estos casos.
Con mi casco, mi móvil en ristre y los auriculares prestos para escuchar
las explicaciones, me dispuse a disfrutar de unas vistas espectaculares.
― El desfiladero de los Gaitanes está situado en la parte occidental de
la Cordillera Bética ―dijo el guía mientras nos señalaba con el dedo las
llamativas formaciones rocosas―. El cañón cuenta con paredes de más de 300
metros de altura y con anchuras de menos de 10 metros. Está excavado
básicamente en calizas y dolomías del Jurásico, existen también afloramientos
rocosos del Mioceno. Poco a poco, con el transcurrir de los milenios el río
Guadalhorce ha ido profundizando en la roca, taladrando los diferentes estratos
para, finalmente, crear el desfiladero.
―¡Qué tontería! ―dijo alguien detrás de mí.
Dado que el paisaje era extraordinario y las explicaciones del guía muy
interesantes, no me giré para ver quién opinaba así. Supuse que sería el
listillo escéptico que siempre hay en todo grupo de turistas: ese que todo lo
sabe y que siempre quiere corregir a los demás.
―De entre las diversas unidades presentes ―continuó nuestro cicerone― se
encuentran formaciones de conglomerados y calcarenitas, sedimentos miocenos con
bellas estructuras sedimentarias, algunos restos fósiles de ballenas y también
unos promontorios redondeados de arenisca en los que la erosión ha excavado una
cueva o abrigo. Esto que van a contemplar a lo largo del camino es, señoras y señores,
el resultado de la erosión del agua.
―¡Ya! ¡El agua! ¡Ja! Menuzo zoquete, el tío este ―volví a oír detrás.
Parecía que el “listillo” quería guerra y que me iba a dar el viaje,
porque, aunque yo lo oí con bastante claridad, no lo decía suficientemente alto
como para que lo oyeran los demás ya que nadie hizo amago de haberlo escuchado.
Decidí pasar de él: si lo ignoraba era posible que se diera por vencido y se
callara, aún quedaban cuatro kilómetros por delante y quería tener la fiesta en
paz.
―¿Desde cuándo el agua tiene tanta fuerza y poder? ¡Anda ya! ¡Cómo se
puede mentir de manera tan descarada! ―volvió a insistir la voz.
Esta vez lo dijo más alto, pero nadie de mi alrededor dio muestras de
oírle.
Intrigada, y siendo consciente de que me podría arrepentir, decidí
girarme y averiguar quién era el que refunfuñaba.
Me topé con un hombre muy alto, me sacaba casi dos cabezas ―yo no soy
muy espigada, pero tampoco soy bajita, así que el tío era un grandullón―. Su
estatura, con ser mucha, no fue lo que más me sorprendió. Lo más llamativo fue
que iba muy ligero de ropa. La mañana era soleada y cálida, pero estábamos en
pleno mes de diciembre y la temperatura no debía de superar los diecisiete
grados. Aun así, el tipo iba con una especie de camiseta de redecilla, sin
mangas y unos pantalones ceñidos que dejaban muy poco trabajo a la imaginación
porque los relieves eran más que sugerentes sobre lo que había debajo; además, calzaba
unas sandalias muy poco apropiadas para andar por la zona. Para rematar, era
moreno de piel y lucía una larga melena castaña que le llegaba hasta los
hombros.
«¡Qué tío más raro!» me dije, «¡Y qué bueno está!». Sonreí. Quizás no
era mala idea ir acompañada todo el caminito con semejante pibón, aunque fuera
un tiquismiquis con las explicaciones del guía.
―Estoooo… ¿tú no deberías llevar también casco? ―le dije por entablar conversación
e iniciar el acercamiento.
―¿Quién? ¿Yo? ―me contestó enarcando una ceja― ¿Para qué?
―Dicen que pueden desprenderse piedras de las paredes.
―¿Y?
―Pues que, si te dan en la cabeza, puedes tener un problema.
―Unas vulgares rocas no suponen ningún peligro para mí ―me dijo con aire
displicente―. ¡Soy un héroe!
El tío además de guapo estaba muy pagado de sí mismo. En fin, nadie es
perfecto.
―Antes me ha parecido oír que no estabas de acuerdo con las explicaciones.
¿A qué te referías?
―El individuo ese ―señaló con el mentón al guía que en esos momentos
estaba hablando sobre algo de unas vías de tren― no tiene ni idea de cómo se
formó todo esto. Dice que fue el agua. Hay que ser estúpido ―añadió riéndose.
―¡Ah! ¿No? Pues el chaval parece que está enterado. ¿Cuál es tu
explicación? ―pregunté por seguir dándole palique.
Estaba dispuesta a escuchar teorías sobre extraterrestres,
civilizaciones procedentes de otros planetas que construían y diseñaban nuestra
orografía. Me imaginé que me contaría algún cuento típico de paranoicos sin
otra cosa que hacer que buscar explicaciones raras en donde no las hay, pero lo
que me contestó me dejó patidifusa.
―El desfiladero lo hice yo.
Enarqué las cejas y no supe qué contestar. El hombretón era guapo, algo
engreído y… estaba como una cabra. Empecé a preocuparme porque los locos tienen
cierto riesgo cuando se ponen violentos y les da por agredir. En este caso,
dada la envergadura del que yo creía loco, con darme una colleja me ponía en la
estratosfera, por no decir que con un simple empujoncito por su parte yo me iba
desfiladero abajo sin posibilidad alguna de contarlo ya que la caída era de
unos doscientos metros en esos momentos.
Como me quedé callada, él prosiguió.
―Se me fue la mano. Reconozco que no tuve buena puntería y fallé el
golpe, le di un puñetazo a la montaña y se abrió de parte a parte ―dijo bajando
la voz y con mirada traviesa―, pero la condenada hidra[1]
se movía mucho ―añadió a modo de disculpa.
―Se te fue la mano con el golpe por culpa de la hidra. Ya, ahora lo
entiendo ―dije yo con los ojos entornados―. Oye, chaval, ¿tú, de dónde vienes?
―añadí pensando que se había escapado de algún psiquiátrico o de algún centro
de desintoxicación.
―De Tebas.
―¿Tebas? ¿La localidad griega?
―Esa misma. La ciudad más grande del orbe.
Estuve en Tebas muchos años atrás cuando visité Grecia y, la verdad, no
me pareció gran cosa, pero no le quise quitar la ilusión a mi interlocutor
porque a cada uno nuestro pueblo nos parece lo mejor del mundo. El tipo, de todas
maneras, debió de ver el escepticismo en mi rostro porque añadió:
―En parte fui yo quien le dio esplendor a la ciudad con mi nacimiento. Hay
otros que se quieren atribuir el mérito, como el esperpento ese de la esfinge[2]
o el psicópata de Edipo[3].
Como yo seguía sin reaccionar ante tanta vanidad (siempre me cayeron mal
los engreídos, por muy guapos que sean), él empezó a impacientarse.
―¡Mi nombre es Heracles! ―dijo en tono solemne e inflando el pecho.
Seguí callada pensando que, a algunos padres, cuando elegían el nombre
de sus retoños, se les iba la olla y luego dejaba secuelas en los niños para toda
la vida.
―Holaaaa ―dijo acercándose a mí y moviendo su enorme manaza delante de
mis narices al ver que yo no respondía―. ¿No sabes quién soy? ¿De verdad? Eres
más tonta que el tipo ese del micrófono.
―Oye, sin insultar, ¿vale?
―¡Ah! ¡Ya sé lo que te pasa! Seguro que me conoces por mi otro nombre,
Hércules. Ahora sí, ¿verdad?
―¿Y qué… Hércules? ¿Estás haciendo turismo? ―dije cambiando de tema y para
evitar la discusión sobre si le conocía o no, que era que no porque a ese tío
no le había visto yo en mi vida.
―No ―respondió más calmado―. Es que, de vez en cuando, me gusta regresar
a los sitios donde trabajé. De los doce curros[4]
que he tenido, el que hice por aquí fue uno de los mejores, por el clima, más
que nada. Aquí se está mucho mejor que en el inframundo cuando fui allí para
llevarme un chucho[5].
Prefiero esto, incluso a Creta, demasiado árida la isla para mi gusto cuando
acudía a domar un toro[6].
―Ya, ya… ―añadí yo separándome un poco del gachó que daba muestras de
estar en todo lo alto con lo que fuera que se había fumado.
―Aquí solo tuve que robar unas vacas a un monstruo[7]
con malas pulgas, pero un poco tonto. No me costó demasiado ―dijo envarado y
con una sonrisa de suficiencia.
―¿Y lo de la hidra? ―pregunté por seguirle la corriente y también por
curiosidad.
―Eso fue un problemilla que me surgió cuando iba de camino. Esas bichas
me tienen mucha manía desde que me cargué a una de ellas en un lago[8],
pero yo solo cumplía órdenes ―añadió encogiéndose de hombros―. La que me
encontré aquí no quería dejarme pasar, así que tuve que pelearme con ella.
Aunque intenté aparentar normalidad, por eso de que a los locos es mejor
no contradecirles, estaba muy nerviosa porque con tanta cháchara los dos nos
habíamos quedado rezagados del grupo. Me encontraba en una pasarela suspendida a
cientos de metros en medio de una pared rocosa con un tarado que se creía un
héroe mitológico. La cosa no pintaba bien y mi nerviosismo lo notó mi acompañante
lo que hizo que él también se pusiera nervioso.
―Por cierto, aún no me has dicho tu nombre. Me gusta saber con quien
hablo porque a veces intentan engañarme ―me dijo suspicaz―. Algunos tienen la
costumbre de adoptar otras formas para hacerse pasar por quienes no son. Mi
padre[9]
dejó preñada a mi madre así ―añadió frunciendo el ceño―. ¿Cómo te llamas?
―Kirke ―contesté utilizando mi alias bloguero por no darle demasiadas
pistas a quien bien pudiera ser un desequilibrado mental.
―¿En serio eres tú, Kirke? No te había reconocido, debe de ser por ese casco que llevas. ¡Qué alegría volver a verte! ―exclamó el tío
abriendo los brazos y rodeándome con ellos donde literalmente desaparecí.
Tuve miedo de que me asfixiara, pero el caso es que no se estaba nada
mal. El pecho del fanfarrón era acogedor.
―Perdona, ¿nos conocemos? ―le dije una vez deshecho el abrazo.
―Tú, como siempre, tan bromista. Que sepas que me pareció fatal lo que
te hizo tu padre[10],
eso de mandarte a una isla a tomar por saco solo por desobedecer... ¡Qué
cabrones son los dioses! ¿Verdad?
¡Madre mía! Por no dar mi nombre real la había terminado de liar, ahora
el tipo creía que yo era Circe de verdad, la hija de Helios. Ese tío estaba
flipando. Y yo más.
―Oye, y ¿tú qué haces por aquí? ―me dijo con el semblante más relajado―.
¿Andas buscando algún pardillo para convertirlo en cerdo[11]?
―rio su propia gracia.
―Estooo… Bueno… Yo…
No sabía qué contestar. Tanto tiempo utilizando el nombre de una medio
diosa hechicera en el blog no me había dado la capacidad de ponerme en su piel para
seguirle la corriente a aquel chiflado. Una cosa es utilizar un alias y otra es
creérselo, además, a mí se me da fatal actuar, siempre hacía el ridículo en las
obras de teatro del colegio.
―Venga, confiesa. ¿Le has echado el ojo a alguno de los que están por
aquí para llevártelo a tu isla? ―me dijo guiñándome un ojo a la vez que me daba
un codazo cómplice que a punto estuvo de echarme de la pasarela.
―Bueno, no exactamente ―dije con una risa nerviosa y agarrándome a la
barandilla con las dos manos.
―¿O sigues pensando en tu Ulises[12]?
La verdad es que sí estaba pensando en “mi” Ulises, o sea mi marido: a
lo mejor se había dado cuenta de que faltaba y volvía a buscarme. Pero por la
senda no apareció nadie. Los héroes nunca están cuando se les necesita (y los
maridos, menos).
―De todas maneras, si buscas otro héroe, aquí estoy yo ―me dijo como si
me hubiera leído el pensamiento y señalándose ufano. El tal Hércules estaba
encantado de conocerse.
En otras condiciones aquel ofrecimiento me hubiera halagado, pero a
tantos metros alejada de tierra firme y con un precipicio a mis pies, el
vértigo me impedía valorar lo que aquello implicaba. Yo solo quería salir de
allí.
―Oye, ¿te puedo pedir un favor?
―Claro que sí, Kirke. Estoy a tu disposición.
―¿Podemos ir un poco más rápido para alcanzar al grupo que ya va muy por
delante?
―Vale. ¿Por dónde quieres llegar?
―¿Por dónde? Por aquí, por la pasarela ―señalé el inestable entarimado
en el que estábamos.
―Lo digo porque, si quieres, puedo pegarle un puñetazo a esta pared,
tiro las rocas de aquella curva, le doy un sopapo a la cresta de allí y vamos
más rectos.
―No, gracias por el interés, pero con andar más rápido es suficiente ―le
contesté con los ojos desorbitados e intentando mostrarme serena.
Afortunadamente, Hércules me hizo caso y realizamos el camino a paso más
ligero sin ocasionar ningún derrumbe. Me estuvo contando cosas de su infancia,
como que mató un león cuando era un niño y que anduvo con la cabeza del bicho
puesta a modo de sombrero durante muchos años.
―Al final me la tuve que quitar porque daba bastante calor y olía muy
mal. Además, se acercaban muchas moscas.
Me enteré de más cosas sobre su vida que era bastante agitada. Me aturdí
mucho cuando me habló de su familia porque era muy promiscua y algunos eran hijos
y nietos entre sí y a la vez. Un lío.
A pesar de la charla, no me olvidé de las fotos, de hecho, nos hicimos
un selfie, pero no sé qué paso con esa instantánea porque solo salí yo. Caminando
y charlando llegamos al puente que cruzaba el desfiladero y al final del mismo
divisamos al grupo.
―Bueno, ya hemos alcanzado a tus compañeros. Ha sido un placer charlar
contigo, Kirke. Yo voy a dar la vuelta, me ha parecido ver una culebra en el
fondo del río ―me guiñó un ojo―. Ya nos veremos en otra ocasión.
―¿Es una promesa o una amenaza? ―me eché a reír y le di un abrazo, o lo
intenté, porque mis brazos no consiguieron abarcarlo por completo de tan
corpulento como era.
Antes de que mis acompañantes se percataran de mi llegada, Hércules se
dio la vuelta y desapareció tras un recodo del camino. Aunque ya no le podía
ver le grité:
―¡Ten cuidado con lo que haces! ¡No rompas nada!
[1]
Según la mitología griega, la hidra es una serpiente gigantesca con tres
cabezas.
[2]
Ser mitológico con cabeza y medio cuerpo de mujer, alas y medio cuerpo de león.
[3]
Rey mítico de Tebas que, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su madre.
[4]
Hércules mató a parte de su familia y fue condenado a realizar doce trabajos.
[5]
El trabajo número doce consistió en raptar al perro Cancerbero del inframundo.
[6]
El séptimo trabajo de Hércules consistió en capturar un toro que causaba estragos
en Creta.
[7]
El décimo trabajo de Hércules consistió en robar el ganado de Gerión, un
monstruo que habitaba en lo que hoy es Cádiz.
[8]
El segundo trabajo de Hércules consistió en matar la hidra del lago de Lerna.
[9]
Zeus yació con la madre de Hércules adoptando la forma de su esposo.
[10]
El padre de la hechicera Circe (Kirke), Helios, la desterró a vivir en la isla
Eea.
[11]
En la Odisea, Circe convierte en cerdos a los tripulantes que iban con Ulises.
[12]
Ulises y Circe fueron amantes cuando el griego estuvo en la isla Eea.
NOTA PARA LOS PURISTAS: Según la mitología griega hubo solo una hidra y estaba en Lerna. A esta hidra se la cargó Hércules en su segundo trabajito ordenado por el Olimpo. Cuando el héroe recaló por Andalucía para hacer el décimo encargo, la hidra ya no existía, pero según el guía que nos explicó el origen mitológico del desfiladero de los Gaitanes, una se peleó con Hércules y este, al dar un mamporro, originó una brecha en la montaña. No sé si era una hermana de la de Lerna, o qué, pero eso es lo que me contaron. Las reclamaciones al encargado de documentación mitológica del Caminito del Rey.
Es buenísimo, Paloma. Me ha encantado y he disfrutado mucho con el humor que te caracteriza y tu conocimiento de la mitología.
ResponderEliminarVeo que va a haber varias crónicas que esperaré expectante.
Cuando fuimos a la zona, Iñaki preguntó y le dijeron que entre semana no había problema para hacer el Caminito del Rey y que no había que reservar. Conclusión: no había plaza y nos quedamos sin verlo. Lo vimos de lejos y parecía impresionante. Aunque después de tu encuentro casi me alegro. No me gustan mucho lo héroes ni los superhéroes.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarLa mitología siempre me ha llamado la atención por esa forma de contar el origen de algunas cosas de una manera tan imaginativa.
Cuando estuve en Málaga para hacer el Caminito del Rey comprobé que Hércules había dejado su impronta cuando se fue a Andalucía a realizar su décimo trabajo (lo de robarle el ganado a un monstruo) y pensé que era buena idea contarlo en forma de relatos en el blog. Habrá dos entregas más y por ser tú te avanzo que los escenarios serán Gibraltar y Antequera..
Yo hice el caminito con una agencia de senderismo que se encargó de reservar, pero, según entendí, las reservas hay que hacerlas con meses de antelación, sea laborable o fin de semana. Merece la pena verlo, es espectacular y si, además, te encuentras con Hércules, ya ni te cuento ;)
Un besote.
¡Menuda historia! La verdad es que no me gustaría encontrarme con un loco en semejante lugar, menos mal que todo quedó en nada. Muy grato de leer y muy entretenido.
ResponderEliminarUn beso, Kirke
Hola, Rita.
EliminarLa verdad es que el loco, al final, fue una buena compañía porque contaba unas historias muy amenas y entretenidas, llenas de dioses, seres monstruosos y muy raros. Estuvo bien ;)
Gracias por la lectura y la visita.
Un besote.
¡Hola, Palo...! Quiero decir, Kirke!! Qué manera más entretenida de recordarnos la Mitología griega en general y a este Hércules en particular. Estupendos diálogos y, de paso, una descripción orográfica de un lugar que desconozco pero que he conseguido visualizarlo como si lo hubiera visitado. ¡A ver cómo sigue la serie y que nuevos enredos nos aguardan! Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarHola, David.
EliminarEsta gente de la mitología la verdad es que tiene unos argumentos para sus vidas de lo más atractivos, hay de todo: pasión, crimen, líos de familia, violencia, sexo... en fin, un filón para cualquier novelista. Si, además, el escenario donde se desarrolla alguna de esas cosas es tan espectacular como el desfiladero de los Gaitanes, la inspiración es casi automática.
Habrá dos entregas más y, como ya te supones, Hércules hará su particular y genuina aparición.
Un abrazo grande.
Qué historia tan engañosa y divertida, Paloma. Engañosa porque al principio creí que ibas a contar una anécdota real y el individuo ese me parecía un perfecto imbécil y un ignorante rematado. Luego, viendo los excesos verbales del susodicho, ya me olí que la cosa iba de cachondeo.
ResponderEliminarGastas un humor tan natural y a uno le parece casi real lo que cuentas, je,je.
Esos desfiladeros y el caminito del Rey los que visto en vídeo y ya dije en su día que nunca me verían por allí. Mi vértigo me lo tiene prohibido. Y, además, no quiero tentar a los dioses, ja,ja,ja.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarA lo mejor lo que cuento suena tan real porque... me pasó de verdad. ¿Tú tampoco me crees? No lo cuento en la entrada, pero cuando me reuní con mi marido y le dije con quién había estado caminando no se lo creyó. Desde luego, qué poca fe tenéis, ja, ja, ja.
Bromas aparte, el caminito merece la pena hacerlo. No te preocupes por tu vértigo porque las medidas de seguridad son muy buenas y una vez allí, la cosa no es para tanto. Te lo digo porque mi marido y yo fuimos con otro matrimonio amigo donde ella tenía vértigo y lo superó fenomenal, tenía mucho miedo y estaba muy nerviosa antes de empezar la caminata, pero luego vio que las vistas eran tan bonitas que yo creo se olvidó de sus miedos a las alturas. Anímate.
Si vas, me avisas antes e intento hablar con Hércules para que no se pase y así no te asuste. El fortachón y yo hemos hecho amistad porque nos vimos dos veces más y, ya sabes, el roce hace el cariño, ja, ja, ja.
Un besote.
Mira leyéndote he llegado a la conclusión de que las risas son la mejor medicina y hoy leerte han sido un bálsamo, me encanta tú sentido del humor Kirke jeje.
ResponderEliminarMenudo encuentro, como para ir yo al caminito del rey, que por mis circunstancias va a ser que no, y encontrarme con Hercules jeje, ahora por lo que he visto es precioso pero en fin son una de esas cosas que no podre hacer, eso si, como a mi hijo este tipo de cosas le encantan se lo recomendaré, que a él las alturas le encantan, trepar desde bien pequeño le chifla.
Un besote y espero con mucha atención la segunda parte, ains que ganas.
Hola, Tere.
EliminarEs cierto que se alcanzan alturas de vértigo en algunos tramos, pero también te digo que hay muchísima seguridad, todo el entarimado está en perfecto estado y hay barandillas muy altas, incluso con mallas de seguridad, vamos que caerte es casi imposible. Reconozco que impresiona, pero el camino es súper seguro.
Otra cosa es que te encuentres un héroe mitológico y te dé la murga, o te amenice el camino porque a mí, al final, Hércules me resultó simpático ;)
Un besote.
Muy buena esa caminata con encuentro de Hércules por pasarelas a una altura de vértigo. Siempre me haces reis aunque la historia sea mitológica muy bien contada, ja,ja,ja. Esperamos la 2º parte. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarEl buenazo de Hércules me amenizó el camino, pero aunque no cuentes con un compañero así, le caminito es digno de recorrer y de disfrutar.
Me alegro de que te hayas reído con esto, esa era la intención.
Un besote.
He tardado en venir a leer tu fantástica historia. Ciertamente querida, tu humor sarcástico te antecede y define en cada escrito, cosa que me tiene cautivado. esa manera tan natural de interactuar con semidioses en lugares tan emblemáticos y parajes tan cautivadores. Haces de tus escapadas gracias a tu imaginación, toda una aventura. Estás despuntando como una escritora avezada en temas de realismo mágico-mitológico.
ResponderEliminarTodo un placer leerte, me lo paso la mar de bien con tus historias.
Besos.
Jo, Javier, me has hecho sonrojar. Si yo simplemente cuento lo que me pasa cuando viajo, que me encuentro cada personaje más raro... O será que cuando me entero de la historia del lugar, mi mente los crea? No sé, como tengo la cabeza llena de grillos, puede que sea esto último.
EliminarLa verdad, siempre que viajo por sitios donde pasaron hechos importantes en el pasado (aunque sean de leyenda) me gusta recrear el lugar lleno de gente de la época en cuestión, es una forma de viajar no solo materialmente sino también con la imaginación.
Gracias por tus palabras, padrino.
Un besote.