CRÓNICAS ASTURES II
Mientras paseaba por la orilla del Sella, me devanaba los sesos pensando cómo iba a cumplir mi
promesa a Furaco (Legítima defensa (Crónicas astures I)). Yo no sabía nada de xanas, ni de su apariencia, ni
de sus costumbres. Por no decir que son seres mitológicos que se supone no
existen. Pero una al menos sí existía: Ayalga, la que había condenado a un pobre oso a
vagar eternamente por haber matado a un rey. Y yo debía encontrarla para
convencerla de que perdonara al pobre Furaco. ‘Búscala en el río, entre las
rocas…’ me dijo el oso penitente. Y ahí estaba, paseando entre peñascos llenos
de musgo, acompañada del sonido que producía la corriente del agua.
Estaba
anocheciendo, una bruma difusa comenzaba a acariciar el río y le proporcionaba
un halo misterioso que tenía algo de fantasmagórico. Incluso el ruido del agua
al pasar entre las rocas se hizo más tenue. La noche se acercaba pidiendo
silencio y el río obediente se acallaba, se apagaba. La luz, los árboles, el
agua, todo se aprestaba a la quietud, al descanso.
La humedad que
impregnaba las piedras de la orilla las hacía brillar como si fueran de metal.
Cuando estaba concentrada en no resbalar oí unos sollozos. Alguien estaba
llorando. Miré alarmada a mi alrededor creyendo que algún caminante tan
insensato como yo se había decidido a adentrarse en esa zona y se había caído
haciéndose daño.
La poca luz
diurna que quedaba y la niebla que comenzaba a espesarse me dificultaron la
visión y en una primera ojeada no vi a nadie, pero los sollozos seguían
oyéndose.
Me detuve y me
senté para fijarme mejor y para evitar caerme, las piedras estaban completamente
mojadas por lo que la probabilidad de patinar y darme un golpe cada vez era más
elevada. No quería añadir a esos sollozos que escuchaba los míos propios y
acabar haciendo coro con él o la que se estaba lamentando.
El llanto comenzó
a ser más intenso y yo empecé a sentirme peor. Aquellos gemidos me producían
mucha angustia y quería saber dónde se encontraba quien así lloraba para poder
ofrecerle mi ayuda. La bruma que unos momentos antes acariciaba el río, ya
estaba invadiendo toda la ribera y la visibilidad era muy mala. Aun así pude
distinguir la silueta de una mujer agachada en la orilla opuesta, enfrente de
donde me encontraba yo.
Se hallaba
cabizbaja y sentada en una roca muy cerca del agua. Una larguísima melena rubia,
que llegaba hasta el suelo, le cubría el rostro. Las manos reposaban en el
regazo y los hombros se sacudían con cada nuevo sollozo. Aunque no podía verle
la cara, parecía joven. Sus ropas eran extrañas. A través de la bruma pude
vislumbrar una especie de túnica verde muy larga y unas zapatillas finas de
algún tejido que parecía suave. Desde luego la vestimenta era muy poco adecuada
para caminar por ese terreno. Normal que se haya caído, me dije, vestida así yo
me caería hasta por un lugar llano.
Entonces pensé
que ese pelo tan largo, el vestido y un calzado tan peculiar no eran de esta
época. ¡La xana! Tenía que ser ella. A ver quién si no podría andar por el río
con esas trazas.
Me incorporé de
un salto (a punto estuve de caer al agua) y con un movimiento de brazos para
hacerme notar le grité a la mujer.
—¡Hola! ¿Te
puedo ayudar?
La mujer ni se
inmutó, continuó con su llanto desgarrador. A riesgo de terminar en el río seguí
gesticulando con los brazos y grité más fuerte.
—¡Hola! Estoy
aquí. ¡Aquí! Mira enfrente. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué lloras?
Pero la
muchacha siguió ignorándome, no sé si voluntariamente o porque a pesar de mis
gritos no me oyó. Pero yo sí la oía a ella. De hecho, dejó de llorar y comenzó
a hablar. Al principio creí que se dirigía a mí pero en seguida me di cuenta de
que sus palabras eran para otro interlocutor, aunque allí no había nadie más,
por lo que deduje que en realidad estaba hablando sola. A pesar de un par de
intentos por mi parte para hacerme notar, ella siguió con su monólogo sin prestarme atención.
Decidí atender a lo que decía y fue entonces cuando comprendí que no se trataba de la
xana Ayalga. Esto fue lo que habló esa extraña mujer:
Sabía que no te
volvería a ver. Lo sabía. Pero mis ruegos resultaron inútiles. Ni mis abrazos ni mis lágrimas consiguieron retenerte.
Marchaste montado en tu caballo y con tu ridícula escolta. ¿Cuántas veces te pedí que aumentaras tu
guardia personal, que te rodearas de gente de confianza y leal? Pero tu
carácter bondadoso te impidió ver la magnitud del peligro en el que estabas. No
fuiste capaz de calibrar la codicia de los que te rodeaban.
La sensibilidad y la cortesía que te caracterizaban fueron buenas virtudes para enamorar, pero nefastas para reinar. Sobre todo para regir a un hatajo de ambiciosos que solo quieren
medrar a costa de lo que sea.
Yo me enamoré
de ti. Lo hice con el alma y con el cuerpo. Me entregué por completo a una
pasión que me sorprendió. Ningún trovador me contó cómo el deseo acompaña al
amor. Ese amor que siempre creí era un sentimiento etéreo, intangible, inspirador de bonitas palabras para volcarlas en versos. Nadie me avisó del calor, del fuego que devora sin llama pero que devasta las entrañas.
Ningún romance de
los que mis damas de compañía cantaban en las largas noches de invierno al lado
de la chimenea, contó la dependencia que se crea al amar. No podía imaginar cómo la ausencia del amado, por muy breve que sea, alarga el tiempo, estira las horas y la separación se convierte en un tormento que solo cesa cuando el amante regresa; cómo la añoranza de su cuerpo sume en la desesperación por acariciarlo, besarlo, sentirlo.
Cada vez que te
ibas con tus nobles a cazar yo temía por tu vida. Me daban miedo las bestias
del bosque. Pero mucho más me atemorizaban tus allegados, esos que decían ser
amigos tuyos, aliados contra el infiel que quiso invadir nuestras tierras. Ellos
son las verdaderas alimañas, aves carroñeras que esperan la menor oportunidad
para atacar y rapiñar.
Yo sabía que el
riesgo estaba allí, en tus caballeros. Por eso, cuando volvías de las cacerías
sano y salvo yo te abrazaba y besaba como si hubieras estado ausente años. Sé
que la corte murmuraba sobre mi comportamiento. Mi vieja nodriza no paraba de
reprenderme. Una reina no puede comportarse como una cualquiera, decía, has de
ser recatada, comedida, esas muestras de cariño hacia tu esposo en público son
un escándalo. Pero yo nunca le hice caso. Me daba igual lo que se dijera de mí.
Solo me importabas tú.
En aquellos
banquetes que tanto destestabas, yo me sentaba con las mujeres de los nobles y
sentía sus miradas cargadas de codicia. Vosotros, los hombres, os reuníais para
coordinar la nueva estrategia ante el posible regreso del enemigo. Ese enemigo
que vino de tierras yermas, secas y que en estos montes verdes se sintió como
pez fuera del agua. Esa es su debilidad, me dijiste un día paseando por el puente que cruza el río. Nosotros
nos movemos con soltura por estos parajes pero ellos se pierden, y los
desfiladeros de nuestras montañas son el mejor de los aliados, me contabas
entusiasmado. Como si la guerra fuera solo un juego. Un juego de hombres, donde
se mata y se muere. Un juego en el que las mujeres solo podemos rezar y
esperar.
Pero yo sabía
que el enemigo estaba mucho más cerca. El marido de tu hermana nunca me gustó.
Ese energúmeno engreído no perdía ocasión para fanfarronear y presumir de su
parentesco contigo a través de un matrimonio de conveniencia; de cuán ventajoso
era para todos, sobre todo para él, unir las estirpes cántabras y astures. Por
los cuchicheos a mis espaldas de las esposas de tus nobles, tus falsos amigos,
sabía que conspiraban contra ti.
Intenté
avisarte, pero tú siempre te reías y mientras apartabas un mechón de pelo de
mi cara, con esa mirada dulce que tanto amé, me decías que exageraba, que me
asustaba por nada. Que todo eran cosas de una mujer enamorada y aprensiva, que
estabas a salvo.
El enemigo
estaba en casa y en ti también. Tu inocencia jugó en tu contra.
Por eso, aquel
día, aquel maldito día que te fuiste a cazar yo sabía que algo terrible iba a
suceder. La bruma del río invadió la cama donde yo aún dormitaba. Tú estabas
vistiéndote. El escudero esperaba afuera para acabar de ponerte la impedimenta.
Cuando te observé entre jirones de niebla supe que no te volvería a ver.
Me puse a
llorar y tú, condescendiente, te acercaste a mí. Me enjugaste las lágrimas, me besaste y te
fuiste. Yo salí detrás de ti, medio desnuda. Llegué al patio de armas y allí,
delante de todos tus caballeros, de las chismosas de mis damas y de los
sirvientes, te besé.
Te besé como si
fuera la última vez. Te di el último beso. El beso que selló nuestro amor y nuestra
despedida, la definitiva. El beso que aún puedo sentir en mis labios, el beso
que me quema y me consuela, que me recuerda cuánto te amé y cuánto te echo de
menos.
Con aquel beso
me despedí de ti. Con aquel beso te dije adiós. Te perdí, y contigo perdí todo
lo demás. Ya no tengo nada, tan solo tu recuerdo y el sabor de tus labios
cuando nos dimos el último beso.
Tras decir
esto, la muchacha volvió a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer,
pero me sentí una intrusa. Me resultó embarazoso presenciar un dolor tan
íntimo, así que decidí que lo mejor era marcharme de allí y dejarla con su
pena. Nada ni nadie podría mitigar la tristeza y el desconsuelo que asolaban a
aquella mujer.
Me alejé del río. Aunque ya no podía oír los
lamentos de la joven, sus sollozos y sus palabras resonaban en mi cabeza
dejándome un nudo en la garganta.
Pero yo también tenía mis problemas, bien es verdad que de un cariz menos trágico. Seguía sin encontrar a Ayalga y debía cumplir una promesa. Con el ánimo por los suelos –entre la dama doliente y la xana esquiva las vacaciones se me estaban torciendo un poco– regresé al hotel.
El río era la
única referencia para encontrar a Ayalga pero ir allí no había dado el
resultado esperado. Pensé en regresar al día siguiente a probar suerte de
nuevo, pero la posibilidad de volver a ver a la doncella misteriosa me dio escalofríos.
No sabía qué hacer. Pero yo soy muy cabezota y cuando prometo algo lo cumplo,
así que me fui a descansar con la intención de seguir en los siguientes días
con la búsqueda de la dichosa xana, aunque no tuviera ni idea de dónde buscar.
Pero algo se me ocurriría. Y así fue.
(Continuará…)
NOTA: Esta historia
está inspirada en unos relieves de los capiteles que se encuentran en la
entrada al monasterio de San Pedro de Villanueva. En ellos se ve a Favila y a
su esposa, Froiluba, besándose. Este beso se considera una escena “subida de
tono” para la época y algunos historiadores consideran que reflejaba la pasión de
los dos esposos. Sea como fuere, yo me imagino a Froiluba apasionada y
enamorada. Un amor que le duró bien poco porque se quedó viuda muy pronto.
GALERÍA
FOTOGRÁFICA
Puente romano sobre el río Sella |
Río Sella |
Escenas donde Favila y Froiluba se besan |
GLOSARIO
Crónicas astures I: Legítima defensa
Crónicas astures II: El beso
Pues no son las escenas más subidas de tono del arte sacro medieval. En algunos capiteles, recuerdo ahora los de la colegiata de Cervatos que son famosos por sus escenas pornográficas verdaderamente. Puedes poner en Google "capiteles Cervatos" y dar a imágenes.
ResponderEliminarVeo que los lares por los que te moviste en tus vacaciones estaban llenos de fantasmas. Te está saliendo, a juzgar tan solo por las dos entregas que has hecho, una serie de lo más emotiva y tierna. Con personajes que no se parecerán nada a los que los inspiran, pero que son totalmente literarios, muy atractivos y llenos de matices. Que lo sepas.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarTienes razón en cuanto que hay imágenes mucho más fuertes en el Románico. No me supe explicar bien, lo que quise decir, o eso es lo que me explicaron cuando vi ese relieve, es que para ser la figura de dos reyes ese beso era demasiado íntimo. Lo de la pornografía explícita también la pude ver en el mismo monasterio donde tomé las fotos del beso. En la cornisa del ábside hay escenas difíciles de entender en un recinto sagrado y muy gráficas, sobre todo porque la mayoría son escenas de relaciones homosexuales, algo que llama especialmente la atención en un monasterio de monjes.
Gracias por valorar tan positivamente el perfil de mis personajes. Yo ya les he cogido mucho cariño, los siento cercanos, no sé si serían así en la vida real, o cuando estaban vivos, pero los he mostrado como los percibí yo.
Un beso muy grande.
Bonita historia, la verdad es que no recuerdo tampoco un beso así en el arte medieval. Escenas pornográficas, como dice Rosa, sí, pero para representar la lujuria como pecado que conduce de cabeza al infierno. Pero ese beso representa más un amor romántico. O quizá es lo que queremos ver, resulta difícil interpretar la escultura de épocas tan lejanas sin contrastar con otras fuentes y aún así.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Gerardo.
EliminarEso que comentas del beso romántico lo dijo también quien me enseñó y explicó el relieve. De todas las escenas que aparecían representadas las de los dos besos, siempre según la persona que me lo contaba, eran llamativas por esa 'pasión', sobre todo si se trata de un rey y una reina. En fin, como bien comentas, cuando ha pasado tanto tiempo es difícil conjeturar y acertar, más si se trata de Favila, un rey del que se desconocen muchas cosas, incluso la fecha exacta de su nacimiento.
Pero para eso estamos los que nos gusta pergeñar historias, para inventar ahí donde los libros de Historia dejan huecos.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Qué buena continuación, Paloma. ¡Ay! Que me encanta mucho, mucho.
ResponderEliminarY ese amor, tan profundo y sentido que ha quedado condenado por la desgracia de su pérdida. Precioso.
Espero la continuación, tus vacaciones han sido mejores y más moviditas que las mías.
Un beso grande.
Hola, Irene.
EliminarMis vacaciones fueron bastante movidas, no siempre en el buen sentido porque tuve algún sobresalto, como que al lado del hotel cántabro donde me alojé (estuve en Asturias y en Cantabria) se había escapado un tarado con una escopeta y andaba a tiros con la Guardia Civil. De todas formas, el balance general fue muy positivo y se me ocurrieron estas historias que voy contando aquí. Encima, te gustan, así que más no puedo pedir.
Un beso muy grande y gracias por tu encantadora visita.
Vaya cambio de ritmo. Yo me esperaba otro personaje parecido al oso y me traes una mujer que añora a su amante.
ResponderEliminarMe ha encantado esta historia, aunque triste.
Estoy enganchada a estas crónicas, los personajes que aparecen son originales y por lo que yo sé de Historia bien fundamentados. Enhorabuena.
Al final vas a conseguir que me abra una cuenta en gmail.
Un besín.
Lucía.
Hola, Lucía.
EliminarEn esta segunda entrega quise cambiar un poco el registro y ponerme 'seria', aunque ya te avanzo que a mí la seriedad me dura poco y en las próximas publicaciones vuelvo al mismo tono de la primera entrega.
Gracias por esos piropos. Te debo un café ;)
Y sí, deberías abrirte ya de una vez una cuenta en gmail, porque cuando veo "Anónimo" me mosqueo un poco.
Un besote.
Bueno, veo que tu inspiración sigue en niveles muy altos,... una historia que va tomando cuerpo a medida que transcurren los capítulos,... enhorabuena!
ResponderEliminarHola, Norte.
EliminarGracias por lo que me dices. Espero seguir manteniendo el nivel en las siguientes entregas y no defraudar.
Un abrazo.
Y entonces, si no es Ayalga ¿quiés es la plañidera?
ResponderEliminarAl principio pensé que la ausencia era la causa de los llantos, luego se adivina muerte. A mí los besos siempre me parecen imprescindibles y el desamor culpable.
¿La buscapina pasa por Asturias? ¿Los vivos (genéricos) terminan siendo xanas?
Hola, Paco.
EliminarLa plañidera es Froiluba, la mujer de Favila. Lo explico en la nota aclaratoria del final. Creo que ese nuevo proyecto que estás diseñando te está provocando déficit de atención, ja, ja, ja.
No sé si el agua de Asturias tiene buscapina disuelta, pero seguro que le echan algo porque a mí estas cosas no me ocurren en otros sitios.
Un beso.
Acabo de leer las dos primeras partes de esta historia de un tirón. Un magnífico relato de fantasía basado en historias reales. Tu viaje por el norte ha resultado muy fructífero e inspirador, ¡pardiez! :)
ResponderEliminarMe ha encantado, no solo la historia en sí, que atrapa desde un buen inicio, sino también el estilo "Kirkeniano" que lo engalana y lo convierte en una pequeña joya literaria. Los relatos de ficción con un trasfondo histórico siempre me han gustado y esta no podía ser una excepción.
Espero con gran curiosidad e interés la continuación.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
Eliminar¡Cómo me gusta ese calificativo de Kirkeniano! Con tu permiso, me lo quedo. Me encanta.
Siempre me quejado de falta de imaginación, necesito un punto de partida que yo sola no soy capaz de encontrar. En la Historia de Asturias he encontrado un filón y gracias a ella puedo contar estas crónicas astures.
Me alegra mucho saber que te han gustado estas dos entradas. Espero que sigas opinando lo mismo con las otras tres que faltan.
Un besote.
Tu producción de historias de fantasía complementando con la historia asturiana, no deja de sorprenderme. Le das una gracia Kirkeniana (es la palabra para ti muy adecuada) porque tienes esa gracia autentica de contar estos relatos. Sigues muy bien inspirada en las historia y en la mitología cántabra y asturiana. Espero la continuación que seguro que nos sorprenderá como estos dos partes. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarMe encanta que te esté gustando mi versión de las historias asturianas.
Cuento contigo para la continuación.
Gracias por tu fidelidad.
Un besote.
En las iglesias románicas predominan en los capiteles y canecillos imágenes de alto contenido erótico y por lo que se ve en su día la iglesia los permitía.
ResponderEliminarEn el caso que nos narras es muy romántica la escena y es normal si pensamos que es el beso de unos enamorados aunque como tu mismo apuntas en el relato ella enviudó pronto.
El románico asturiano está cargado de belleza y simbolismo.
Te felicito Kirke por lo bien que encuadraste la historia.
Un abrazo
Puri
Hola, Puri.
EliminarEl monasterio de San Pedro de Villanueva es una preciosidad, los relieves tienen una gran belleza, especialmente los que representan escenas de la vida de Favila. Y los que muestran el amor de los dos esposos, Favila y Froiluba, son muy llamativos.
En el ábside, en la cornisa, ahí hay otro tipo de representaciones de escenas de sexo muy explícitas, pero no tienen nada que ver a las del beso.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo fuerte.
¡Qué bonita la historia del beso! Como dicen varios comentaristas la Edad Media no era melindrosa para nada sino más bien al contrario. En cresterías y capiteles se puede con frecuencia contemplar escenas de lo mas escatologico, algunas fantasiosas pero otras muy muy humanas.
ResponderEliminarPero lo importante, Paloma, es lo bien que escribes y por ello lo bien que se te lee. Da gusto hacerlo.
Un beso
Hola, Juan Carlos.
EliminarYo no entiendo de arte medieval, bueno no entiendo de arte en general, pero lo que me contaron cuando vi el relieve de las fotos es que ese beso era "raro". Lo de las escenas pornográficas o escatológicas lo pude comprobar en el mismo monasterio donde estaba este beso, ahí se veían dos hombres "dándose placer el uno al otro" por decirlo de una manera suave, en otras estaba un hombre "dándose placer" él solito sin necesidad de otro compañero... En fin, que escenas fuertes había unas cuantas, pero el beso de tornillo entre Favila y su mujer era muy llamativo, mira tú por dónde.
Gracias por esos piropos, profesor, me suben muchísimo la moral, de verdad.
Un beso grande.
Me encanta Paloma ese fabular a través de una escultura y es que de eso se trata y es la gracia de esto tan nuestro de escribir, ese imaginar e inventar historias y mundos como el que tú has creado a partir de ese beso apasionado y siendo esa época tan triste (esto es de mi invención pero tanta lucha, sangre y matrimonios de conveniencia) ver ese beso me parece precioso y tu historia le hace justicia.
ResponderEliminarMe alegra ver que tu viaje al Norte ha estado cargado de inspiración. Como te decía ayer en la primera crónica, poquito a poco espero ponerme al día de tanta lectura.
Besines
Hola, Conxita.
EliminarCuando vi ese beso en el relieve enseguida pensé en dar vida a esos dos amantes, Favila y Froiluba. Al igual que a ti, esa escena me pareció muy tierna y apasionada también para la época tan dura en la que se desarrolla.
Me alegra mucho saber que disfrutas con esta serie de crónicas.
Como te comenté en la entrada del oso Furaco, no te apures por estar al día.
Un besote muy grande.
P.D. Ese "besines" me ha encantado, guapina ;)
Bueno me estoy poniendo al día y esta me ha encantado.
ResponderEliminarSigo leyendo,pero creo que lo que viene me va a gustar todavía mas lo intuyo, y lo que me alegra es que tu viaje te haya servido para inspirarte para escribir no solo para desconectar que a todos nos viene muy bien.
Besos.
Hola, Tere.
EliminarEsta segunda entrega es la más seria de todas las crónicas (aunque la última también tendrá su puntito de seriedad), así que las siguientes te harán reír, o eso espero.
Gracias por tu visita.
Un besote.