El olor a
humedad era desagradable pero es en el sótano donde Susana decidió guardar la
caja de herramientas.
Nunca he sido
un manitas con las chapuzas de la casa, pero cuando algo se estropea siempre me
toca a mí arreglarlo. O lo intento, porque la mayoría de las veces el resultado
consiste en llamar al técnico de turno.
Aquel día tenía
que reparar el ventilador del techo que está en el salón, necesitaba un
destornillador para abrir el pequeño cajetín de la máquina y éste se encontraba
en la caja de herramientas.
El ventilador
llevaba roto desde hacía tiempo pero Susana decidió que había que arreglarlo ya
y solventar la quietud insistente del aparato. No entendí por qué debía ser precisamente
ese día, se estaba levantando viento y los truenos anunciaban una buena
tormenta; si queríamos aire no teníamos más que abrir la ventana. Pero cuando
Susana se pone farruca…
Odio esa caja
de herramientas porque tengo cierta tendencia a lesionarme con los utensilios
que en ella se encuentran. La última reparación me supuso un moratón en un
antebrazo y un corte en el dedo índice de la mano izquierda.
Además, aquel
día tenía un mal pálpito.
Me dispuse a
bajar la caja de herramientas de la estantería y, entonces, la única bombilla
que alumbraba la habitación se apagó. Me imaginé que se habría fundido. ¡Maldita
sea!
Oí a Susana
chillar en el piso de arriba.
—¡Manolooo! Coge
la linterna, se ha ido la luz.
Así que la
oscuridad reinante no era exclusiva del sótano; en toda la casa no se veía un
carajo.
Entre mis múltiples
carencias se encuentra una absoluta falta de orientación. Si ya me cuesta
ubicarme con una buena visibilidad, a oscuras la cosa puede adquirir tintes de
tragedia griega. Empecé a hiperventilar.
Antes de que la
luz se fuera tenía en mi campo de visión la caja de herramientas que a oscuras
se me presentaba de otra manera distinta: ya no era sinónimo de daños físicos
sino tabla de salvación, pues en ella se encontraba la linterna que daría alivio
y solución a la ceguera que tan nervioso me estaba poniendo.
Extendí los
brazos hacia arriba esperando tocar con las manos la ansiada caja pero,
incomprensiblemente, no hallé nada. Pero nada de nada. Moví las manos haciendo
círculos y de arriba abajo —si hubiera sonado una sevillana me habría sentido
menos ridículo— pero no palpé ni la caja, ni la estantería.
Empecé a
marearme; la ansiedad dio paso a un ataque de pánico. Me obligué a respirar más
pausadamente. Puse todos mis sentidos alerta —aunque el de la vista poco me
ayudó—, tenía que reproducir en el cerebro la disposición de los pocos muebles
que había en el sótano.
Calculé mal,
porque donde no debería haber nada tropecé con algo. Era la estantería. Como
consecuencia del empellón la caja de las herramientas se cayó y me golpeó la
cabeza para, seguidamente, estrellarse contra el suelo desparramando todo su
contenido por el suelo.
Aturdido por el
dolor del tremendo golpe, me agaché y a gatas me dispuse a tantear en busca de
la linterna. Tras varios hallazgos equivocados que consistieron en un clavo que
se incrustó en la palma de la mano derecha, unos alicates que me hicieron un
buen tajo en la otra mano y una sierra que casi me rebana un dedo, hallé, por
fin, la linterna.
Maldiciendo en
voz alta le di al interruptor al mismo tiempo que decía:
—¡Hágase la
luz!
Atónito
comprobé que se iluminaba todo el sótano. No recordaba que la linterna fuera
tan potente. Cuando esto cavilaba oí a Susana chillar de nuevo en el piso de
arriba.
—¡Manolooo! Ya
no busques la linterna, ha vuelto la luz.
Jajaja, me encanta y me siento muy identificada con Manolo. Yo no me oriento y con la oscuridad lo paso fatal. Hace muchos años, la noche del cinco de enero, estábamos mi marido y yo bajando regalos del desván para ponerlos debajo del árbol de Navidad cuando se apagó o fundió la única bombilla que hay en el pasillo de los trasteros. Me puse tan nerviosa que en lugar de ir despacio palpando las paredes hasta la zona de la escalera principal me levanté(es un piso antiguo y los altillos tienen unas vigas de hierro por todas partes y además bajas) y me di tal golpe con una de esas vigas que me hice una brecha en toda la cara, justo en una ceja. Mi madre y mi hermana estaban en casa vigilando a mis hijos, que dormían, mientras bajábamos los regalos y al verme entrar con la cara llena de sangre(hay zonas que sangran mucho) se quedaron pálidas. Me pasé la noche del cinco de enero en urgencias y el regalo fue, entre otras cosas, la vacuna del tétanos.
ResponderEliminarEnhorabuena, lo has narrado genial, me enganchaste desde el principio.
Besos.
Pero, alma de cántaro, ¿cómo se te ocurre ponerte en pie cuando se va la luz? Según el manual de los apagones hay que quedarse quieto para ubicarse mejor, claro que eso es la teoría yo otra cosa es la práctica.
EliminarA mí la oscuridad no me pone nerviosa pero en cuanto a orientación me pasa lo mismo que a Manolo, no doy una. Además, tengo dificultad para determinar de dónde viene un sonido por lo que el oído en esas ocasiones de falta de luz me ayuda muy poco, porque oigo un ruido y creo que viene del lado opuesto. Un desastre total, como Manolo.
Un besote, guapa.
¡Qué buena eres! Me ha hecho mucha gracia lo de que "si hubiera sonado una sevillana se habría sentido menos ridículo el pobre Manolo.
ResponderEliminarComo lo has narrado con la perfección y el sentido del humor que tanto te caracterizan creo que en cualquier caso hubiera sabido adivinar que se trataba de un texto tuyo.
Y es que, en realidad, ¿a quién no pone nervioso que se le vaya la luz?
¡Muy bueno, Paloma! Te felicito por este relato.
Un beso
La falta de uno de los sentidos siempre nos hace vulnerables, pero el de la vista es el que más nos condiciona y eso hace que algunos se pongan mucho más nerviosos.
EliminarEl que haya cerca herramientas que pueden infligir dolor añade más nerviosismo al tema.
Gracias, guapa, por tan agradable comentario.
Un besote.
Muy bueno, guapa. Yo nole tengo miedo a la oscuridad, pero el agobio de necesitar la caja de herramientas y no saber si está a la derecha o a la izquierda, delante o detrás , me puede poner de muy mala leche; ya no te cuento, si me golpea y derrama su contenido por un suelo invisible.
ResponderEliminarUn relato bueno y con el sentido del humor que ya te caracteriza.
Un beso.
Creo que a mí, de todo lo que le pasa a Manolo, lo que peor llevaría sería tener que buscar por el suelo, con la mala suerte que tengo seguro que la linterna se me colaría por debajo de algún mueble y no la encontraría ni siquiera con luz.
EliminarGracias, Rosa, por tus palabras.
Un beso muy grande.
Ay, pobre Manolo. Y no hubiera sido más fácil y menos arriesgado el usar la linterna del móvil? Porque la del mio tiene potencia como para alumbrar un campo de fútbol, jeje.
ResponderEliminarMuy bueno, Paloma, como todo lo que escribes. Besos, guapa
Seamos claros: Manolo es un torpe y un manta, seguro que se dejó el móvil en el piso de arriba, con Susana.
EliminarDe todas formas, este relato es el fruto de un ejercicio de un curso que estoy realizando. En él se pedía que la acción transcurriera en un lugar oscuro donde había que encontrar una linterna.
Un besote grande, Marina.
Que bueno, sobre todo me ha encantado tú sentido del humor.
ResponderEliminarYo en la oscuridad soy muy torpe, y además mi reacción es quedarme quieta, ahora si estoy sola, voy como puedo apoyarme en las paredes, tratar de acordarme donde he dejado el móvil para usar la linterna y ir al cuadro de luces a ver si es cosa de que se a ido la luz. Recuerdo una noche que estaba completamente sola en casa de mis padres, era verano, y no solo se fue la luz en casa, si no en todo el barrio, todo a oscuras y con truenos, mira no he pasado mas miedo en mi vida, y encima tardo un montón en volver la luz.
Lo de las sevillanas muy bueno.
Felicidades, me ha gustado mucho.
Un besote
A mí la oscuridad y las tormentas, incomprensiblemente, no me dan miedo. Digo incomprensiblemente porque soy de natural miedica.
EliminarEl caso es que ni los truenos ni la falta de luz me asustan, pero sí me dan algo de miedo los golpes que puede acarrear la ausencia de luz. También soy torpe y si ya me tropiezo viendo bien, cuando no se ve nada puedo terminar en urgencias de traumatología. En ese aspecto me parezco mucho a Manolo.
Me alegra saber que te lo pasaste bien leyendo esto, esa era la intención.
Un besote grande, guapa.
Ja,ja,ja, creo que no voy a llamar a Manolo en el caso de que haya que reparar algo. Ya me las apaño yo mismo para autodestruirme cuando se trata de "reparaciones técnicas". Creo además, que una de las peores sensaciones de un hogar es cuando decimos "Tendré que llamar a un técnico", ja,ja,ja, creo que ahí empieza el verdadero drama...
ResponderEliminarUn beso Paloma y muy ingenioso ejercicio escrito.
Yo tengo muy claro que cuando algo se rompe hay que llamar al profesional que sabe del tema, en ese aspecto no soy nada autodidacta. Zapatero, a tus zapatos.
EliminarAunque, teniendo en cuenta a cómo facturan la hora de mano de obra muchas veces me planteo que es mejor comprar un aparato nuevo que arreglar el estropeado, en cuyo caso sí que me arriesgo a intentarlo yo por mi cuenta, total, de perdidos al río.
Un beso, Miguel, gracias por tu comentario y me alegro mucho de que te haya gustado este mini relato.
Buen ritmo para un relato de humor sobre una situación cotidiana.
ResponderEliminarLos hay muy torpes en algunas cosas como lo del bricolaje casero.Muy bien desarrollado, creo que el ejercicio está superado.
Besos
El ejercicio en sí tuvo algunos fallos que subsané tras seguir las indicaciones del profesor. Escribir en primera persona es una opción arriesgada y yo me tiré de cabeza a la piscina; incurrí en errores de los que no era, ni remotamente, consciente. Pero para eso voy al curso, para aprender y enmendar.
EliminarUn besote, Francisco.
jaja pobre Manolo, creo que ese día hubiera hecho mejor en no levantarse de la cama. Recurres a recursos del humor típicos pero efectivos, caídas, golpes... la torpeza en grado extremo, acompañados por una narración en primera persona con un lenguaje muy coloquial que nos acerca a la cotidianidad de la escena. Ritmo ágil que consigue que la lectura se nos pase volando. Muy divertido Paloma. Un abrazo.
ResponderEliminarEste es el primer ejercicio de un curso que estoy realizando. Como me estrenaba con él decidí moverme en el campo que más a gusto me encuentro, el humor.
EliminarEspero ir cambiando de registro e ir, poco a poco, realizando textos más elaborados. De hecho, ya estoy en ello porque para la próxima semana voy a escribir en plan nostálgico (o eso quiero, luego ya veremos qué me sale).
Un abrazo, Jorge.
Hola!! Lo que te digo siempre, me encanta tu manera de narrar, ágil, conversacional. Eso es innato, como quien sabe contar chistes. Es un relato muy simpático y divertido. A veces los elementos se confabulan de manera sádica, je, je, je... Aprovecha ese curso al máximo. Un abrazo!
ResponderEliminarPor desgracia, algunas de las cosas que le pasan a Manolo, me pasan a mí también. No soy tan pupas como él pero alguna vez sí que me he lesionado al meter la mano en la caja de herramientas.
EliminarCuando no se tiene mucha imaginación, como es mi caso, uno ha de recurrir a vivencias propias o ajenas y de ahí tirar.
Como le comento a Jorge, la próxima semana cambiaré de registro, a ver cómo me queda.
Un abrazo grande, David.
Me ha parecido genial.Saludos
ResponderEliminarMe alegro mucho. Un abrazo, Betty.
EliminarHola Kirke,
ResponderEliminarHabía una canción que simulaba la escena de la sevillana y no me acuerdo ahora pero me ha hecho reír mucho. Además, parece que a veces, el universo se pone de acuerdo para que todas las bombilllas se fundan al mismo tiempo jeje! Quería ver, como escribías otras historias tras El tintero y vengo desde el Cuaderno de Bitácoras a tu blog. Me gustado mucho tu relato. Un saludo!
Como le comenté a David, cuando no se tiene imaginación hay que recurrir a las vivencias. Hace bastantes años se fue la luz en mi casa, entonces yo no tenía un móvil con linterna, ni siquiera uno con pantalla grande que pudiera iluminar, por lo que tuve que buscar una vela, esta se encontraba en un armario superior de la cocina, no atinaba a dar con él y me encontré moviendo las manos más o menos como Manolo, fue entonces cuando se me ocurrió cantar "Sevilla tiene un color especiaaaal" de lo idiota que me sentí.
EliminarGracias por tu visita, sé muy bienvenida y considera este blog como tu casa.
Un abrazo, Keren.
Muy ágil y entretenido este cuento de aventuras caseras. Un beso, Kirke.
ResponderEliminarUn relato para pasar un rato divertido, nada más. A ver si me voy puliendo con el curso que estoy realizando y me pongo con escritos algo más enjundiosos.
EliminarUn besote, guapa.
Jajaja pobre Manolo, lo he podido imaginar perfectamente. Pobrecito, si ya le daba a él un mal palpito esa caja de herramientas y es que los que no son manitas, no lo son, por mucha buena intención que le pongan.
ResponderEliminarBesos y feliz fin de semana
Al pobre Manolo se le podría aplicar ese refrán de "A perro apaleado todo se le vuelven pulgas". No se le da bien arreglar cosas, se lesiona con las herramientas y encima se le va la luz. Un poco pupas sí que es.
EliminarGracias por tu visita, Conxita, que tengas un buen sábado.
Un besote.
Pobrecito Manolo, ¡qué torpe! Yo creo que es incluso peor que yo, y eso que soy manazas para las reparaciones y carezco por completo de sentido de la orientación.
ResponderEliminarUn relato muy divertido, Paloma. Casi he podido ver a Susana con los brazos en jarras al pie de la escalera que baja al sótano y gritándole al pobre Manolo :))
¡Un beso y buen finde!
Creo que la penita que despierta Manolo se hace mayor cuando uno se imagina a Susana, mándándole siempre hacer cosas que él no quiere. Aunque puede que sea ella la que tome el mando porque el pobre es torpe, torpe.
EliminarMe alegra saber que te gustó, Julia.
Un besito y pasa un buen sábado.
Muy ingenioso, ocurrente y simpático tu relato Paloma. Me ha gustado mucho, he pasado un buen rato leyéndote.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Si has pasado un buen rato leyendo este relato puedo decir 'Misión cumplida', porque esa era la intención. Es un texto ligerito y sin demasiada complicación, pero lo que pretendía era arrancar una sonrisa, nada más.
EliminarUn besote, Mer.
Jajaja. Una historia muy divertida. Y es que es lo que yo siempre digo: si hace falta un "manitas", que venga un profesional. Y no solo por lo desastre que soy reparando cosas, sino por esos accidentes domésticos que pueden tener malas consecuencias, jeje
ResponderEliminarVeo que los relatos ya empiezan a cuajar en tu quehacer de escritora bloguera. Me alegro.
Un abrazo.
Como ya he comentado anteriormente, 'zapatero, a tus zapatos'. Cada uno estamos preparados para una cosa y cuando nos metemos en el campo de otros, además de ser intrusismo profesional, pueden derivarse daños irreparables en las máquinas, si se trata de arreglar algo, o en nosotros mismos si no somos muy hábiles con las herramientas.
EliminarAhora, con el curso, tengo que escribir más y reconozco que no me importa nada, todo lo contrario, estoy disfrutando mucho. La semana que viene publicaré la nueva tarea de clase.
Un abrazo, Josep Mª, y espero que ya estés completamente recuperado. Me alegro de verte por aquí.
Muy bueno el relato, y con la gracia que tú lo cuentas ni te digo. Jajajaja. pobre manolo que torpe se le ve con las herramientas. Mientras que leía y al apagarse la luz me ha venido un caso que me pasó a mi en mi trabajo. Voy a intentar contarlo pero no sé si con esa gracia que a tí te caracteriza en tus escritos. Me voy ahora a dormir que es tarde , pero pensaré con mi almohada a ver como puedo contar yo esa anécdota. Un abrazo
ResponderEliminarEsperaré el relato de tu aventura con la falta de luz en el trabajo. Creo que todos, de una manera u otra, nos hemos tenido que enfrentar alguna vez al brete de un apagón y, si se mira bien, la situación siempre es cómica.
EliminarUn besote, Mamen.
Hola Kirke, todo escritor tiene su estilo propio que lo diferencia de los demás. En tu caso, el género de humor lo bordas. ¡Vaya aventura la del pobre Manolo! Me he reído con ganas, en los tiempos que corren lo mejor es el humor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegra mucho saber que arranco sonrisas pues, como bien comentas, en los tiempos que corren la risa no es un bien común.
EliminarUn beso grande, Lola.
Pobre Manolo!!! El gracioso de Murphie no dejará nunca de machacarnos.
ResponderEliminarMe hiciste sonreir.
Un abrazo
Es verdad que la ley de Murphy se ensaña con quienes más torpes son. Desde luego, el pobre Manolo tiene muy mala suerte.
EliminarUn abrazo, David.