Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

27 de enero de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (III)

Y ESO ¿QUIÉN LO DICE?


   En mi juventud siempre me ilusionaba la palabra “cita”, especialmente cuando iba precedida de la palabra “primera”. La primera cita siempre era esperanzadora, sobre todo si quedaba con un chico que me gustaba mucho; luego las siguientes citas ya eran otro cantar, pero esa es otra historia que ahora no viene al caso. Obviamente me estoy refiriendo al tipo de cita que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define como “Reunión o encuentro entre dos o más personas, previamente acordado” (1).

   Pero no solo me gustaban las citas con algún chico en concreto, también me ilusionaba reunirme con mis amigos: cuando teníamos una cita para acudir al cine, para ir de copas o para juntarnos simplemente y echar unas risas. Me encantaban las citas. 

   Lo digo en pasado porque ahora ¡las odio! Para ser exactos odio la palabra, y es que el DRAE también tiene otra definición para ese vocablo: “Nota de ley, doctrina, autoridad o cualquier otro texto que se alega para prueba de lo que se dice o refiere” (1). Ahora me pone de muy mal humor la palabra “cita” especialmente si viene seguida de la palabra “bibliográfica”.

    En la anterior entrega comenté que sin una “p” significativa un investigador no tiene futuro. Bien, hoy añado que sin citas bibliográficas un investigador no tiene manera de defender su labor.

   Cuando se escribe sobre un trabajo de investigación (aquí también se incluye una tesis doctoral) siempre hay que citar otros trabajos previos para sustentar y basar el propio. Cuando se explica una teoría, una hipótesis o unos resultados hay que relacionarlos con otras teorías, hipótesis o resultados ya publicados, de manera que leer un texto científico supone abarcar el trabajo de mucha gente, no solo de los que escriben ese artículo sino de los referentes que anteriormente trabajaron en el tema a tratar. En lenguaje llano sería: tengo razón porque esto ya lo dijo fulanito y menganito.

   A mí, personalmente, esta fase de la escritura me resulta muy engorrosa. Poseo una memoria muy mala y aunque leo bastante tengo mucha dificultad para recordar los detalles, y aquí incluyo quién escribió qué en qué momento. Es decir, sé de algunos conceptos y de investigaciones realizadas con unos resultados interesantes, pero soy incapaz de recordar quién las hizo o dónde se publicaron. Por eso escribir la tesis (2) y hacer continua referencia a los autores que previamente hablaron sobre lo que yo cuento me resulta arduo y agotador. Odio las citas.

   Además, a mí esta ley no escrita de dar credibilidad a un trabajo porque otro ya encontró algo parecido me parece que resta fuerza a la investigación y resulta paradójico con ese interés desmedido de las revistas científicas por publicar cosas “novedosas”. ¿Cómo puede ser algo novedoso si se tiene que fundamentar en que otro ya obtuvo un resultado parecido? Así no hay manera de descubrir nada.

   Si a Colón se le hubiera aplicado la misma norma no habría descubierto América (3), o mejor dicho, no se lo habrían creído. Quizás Colón no sea el mejor ejemplo en este caso porque antes que él a ese continente llegaron otros navegantes (4), aunque no dejaron testimonio escrito y eso es muy importante, que conste. 

   Pensemos mejor en Vasco Núñez de Balboa (5), ese sí que descubrió algo: el océano Pacífico (6). Imaginad que de vuelta a España y cuando informa de su descubrimiento le preguntan qué otro europeo antes que él llegó allí, para corroborar lo que cuenta, y entonces Vasco dice que nadie, pero que él puede probar que ha llegado a ese lugar, y le contestan que como no tiene base bibliográfica ese descubrimiento no vale. Absurdo, ¿verdad?

   Tengo una compañera que escribió un artículo con resultados muy innovadores y se lo rechazaron en varias revistas antes de conseguir publicarlo. Luego resultó ser un buen artículo y muy útil. Ella creía, y con razón, que ese rechazo previo era porque, al no haber ningún trabajo anterior que sustentara todo lo que ella había conseguido, sencillamente no se creían lo que ponía.

   Otro motivo por el que detesto las citas bibliográficas es porque hay múltiples formatos para escribir una referencia (7). Todas las maneras vienen a decir lo mismo: quiénes son los autores, cómo se llama el artículo y dónde y cuándo se ha publicado. Sin embargo estos datos pueden ponerse de muchas formas; una forma que no elige quien pone la cita sino quien tiene el poder de decidir si eso se publica o no, es decir, mis amigos los editores de revistas.

   Pongamos que hay que citar un artículo que se titula “Doctoranda al borde de un ataque de nervios”, que la revista donde está publicado se llama “Leer, el remedio del alma” en enero de 2017, que ocupa las páginas 25-26 del volumen 1 de la revista y que la autora se llama María Kirke Libris. Con estos datos la forma de citar puede ser: 

Libris MK. (2017) Doctoranda al borde de un ataque de nervios. Leer, el remedio del alma; 1: 25-26.

Libris, M.K. (2017) Doctoranda al borde de un ataque de nervios. Leer Rem Al; 1: 25-26.

LIBRIS, M.K. Doctoranda al borde de un ataque de nervios. Leer. Rem. Al. 2017; 1: 25-26.

Libris, MK. 2017. Doctoranda al borde de un ataque de nervios. Leer, el remedio del alma; 1: 25-6.


   Hay muchas más combinaciones, porque la separación entre el volumen de la revista y las páginas puede ser con una coma en lugar de dos puntos, o la abreviatura de la revista puede tener un punto o no, o el nombre de la revista puede ponerse en negrita, etc. Y esto es solo para los artículos, cuando hay que citar un libro u otro tipo de publicación hay normas también distintas. Es un auténtico follón.


    La cosa se complica en el caso de los autores españoles porque aquí tenemos dos apellidos, pero allende los Pirineos solo se tiene en cuenta uno, así que algunos autores patrios optan por unir sus dos apellidos con un guion. Otros nos hemos rendido a la evidencia extranjera y solo ponemos nuestro primer apellido; este caso se suele hacer cuando el apellido en cuestión no es muy corriente. El mío es Celada, por lo que aparezco por los índices de autores como “Celada, P”. Creí que no habría más autores con esas señas, pero me equivoqué. Por ahí hay algún autor (o alguna, que no he averiguado si es hombre o mujer) que también publica como “Celada, P.” Esto podría dar lugar a confusión pero en mi caso no es así porque ese (esa) otro que escribe firmando así lo hace sobre artículos de matemáticas y dada mi ineptitud con esa materia ya os digo que yo no soy esa (8).

   Supongo que a estas alturas os estaréis preguntando qué significan esos números que aparecen entre el texto. Son, queridos lectores, las referencias bibliográficas de lo que estoy escribiendo, esas citas las encontraréis más abajo en el apartado de “Bibliografía”; yo cuando me sumerjo en un tema lo hago con todas las consecuencias. Pido disculpas si esto os ha hecho más incómoda la lectura pero que sepáis que en un artículo científico veríais muchas más. Yo me he llegado a encontrar en una frase más números de citas que palabras para describir algo.

   Por todas estas cosas no me gustan las referencias bibliográficas, es un auténtico martirio para mí. Pero escribir es un ocio laborioso (9) y ya lo avisó un escritor (ahora mismo no recuerdo su nombre y no lo puedo poner en la bibliografía):

Los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado”. Fin de la cita.

Bibliografía (*)

1. Real Academia Española. 2014 Diccionario de la lengua española. 23 Ed. Madrid, pp. 544.
2. Celada, P. 2017 Tesis en proceso de escritura. UCM. Madrid; pp. aún sin determinar.
3. Díaz-Trechuelo L. 2006 Cristóbal Colón en su V centenario. Editorial Palabra. 2ª Ed. 
4. Fernández Herrero, B. 1992 La utopía de América: teoría, leyes, experimentos. Anthropos Editorial. pp. 48.
5. Asenjo-García, F. 1991 Vasco Núñez de Balboa: El descubrimiento del Mar del Sur. Madrid: Sílex Ediciones.
6. Rubio A. 1965 La ruta de Balboa y el descubrimiento del Océano Pacífico. Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
7. Principales estilos de citas bibliográficas. 2012 http://www.infobiblio.es/principales-estilos-de-citas-bibliograficas/
8. Mari Trini. 1971 Yo no soy esa. Álbum Escúchame.
9. Von Goethe, JW. 1811 Poesía y verdad. 

(*) He puesto la bibliografía con el formato que me ha dado la gana, ya que yo soy mi propia editora. Para una vez que puedo me he dado el gusto.







19 de enero de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (II)

En busca de la significación perdida


    Para que un ser humano pueda vivir necesita fundamentalmente oxígeno, agua y alimentos. Si ese ser humano se dedica a la investigación científica entonces necesita otro elemento más: la significación estadística. Un investigador sin esta última cualidad se muere, o no existe que para el caso es lo mismo.

   En estadística que un resultado sea estadísticamente significativo quiere decir que no es probable que dicho resultado sea debido al azar. O sea, que lo que ha salido en un experimento no ha sido por pura coña.

   La significación se representa con la letra “p”. Normalmente se escribe con minúscula pero algunas revistas científicas la representan con mayúscula, otras con minúscula y en cursiva y otras con mayúscula y cursiva, todas estas posibilidades pueden ser también en negrita; de momento se queda ahí pero yo no descarto alguna otra combinación más con tal de marear al personal a la hora de adaptar formatos. 

   Esa “p” puede tener diferentes valores, no voy a entrar en detalles técnicos porque sería engorroso pero para aquellos masoquistas a los que les gusten los galimatías, la terminología exacta es esta: 

“El valor p (en inglés p-value) se define como la probabilidad de obtener un resultado al menos tan extremo como el que realmente se ha obtenido (valor del estadístico calculado), suponiendo que la hipótesis nula es cierta, en términos de probabilidad condicional”

 En román paladino quiere decir que el p-value (en inglés, en mi propia jerga es la p de los cojo...) indica si los resultados obtenidos son buenos o no; si te sale una p menor de 0,05 es bueno, si te sale mayor de 0,05 ya te puedes dar por jodido (con perdón). Dentro de estos valores inferiores a 0,05 hay categorías y estas se señalan con asteriscos. De tal manera que una p < 0,05 es un asterisco; una p < 0,01 son dos asteriscos y una p < 0,001 son tres. 

 Como los hoteles, estas "p" cuantas más estrellas tengan mejor. Por lo que la clasificación podría interpretarse así:

p< 0,05  (*)  = No está mal
p< 0,01  (**)  = Está bastante bien
p< 0,001  (***) = Está genial 

   En mi caso, y dado que los tres asteriscos me salen con muy poca frecuencia, ese “Está genial” va acompañado de “oé, oé, oé, oé”.


 Los resultados de la investigación en la que se basa una tesis doctoral se ven refrendados de manera más firme si previamente han sido publicados en revistas científicas. Así que una servidora antes de escribir la tesis, que en estos momentos me agobia, tuvo que pasar por el martirio de publicar en las susodichas revistas. Y aquí es donde se demuestra que si no tienes significación estadística no tienes nada que hacer, o lo que es lo mismo, no publicas ni en el “Hola”. Estás muerto.

   Para que un artículo resulte interesante debe tratar temas de actualidad, presentar los hechos correspondientes con ecuanimidad y rigor, demostrar que lo que se cuenta es verdad y, en el caso de un artículo científico, tener significación estadística.

   Es decir, a una revista científica le puedes mandar un artículo bien hecho, con temas actuales y con una fase experimental rigurosa y bien realizada, pero como tus resultados no tengan una "p" significativas o, lo que es lo mismo, muchos asteriscos no te lo publican ni por casualidad.  Dicen que en las editoriales hay una persona encargada de hacer una selección previa de los artículos que reciben, en función del interés del tema tratado los reenvían para que sean revisados o los desechan. Yo creo que esa persona lo que hace es simplemente contar asteriscos; si hay bastantes lo pasa a la siguiente fase –la de los revisores, tema que trataré en otro capítulo de esta sección– y si no tiene muchos asteriscos directamente lo manda a la papelera. Así de cruda es la realidad.

   Por este motivo yo llevo mucho penado, cada publicación que he conseguido ha sido después de ímprobos esfuerzos. Recuerdo con pavor las horas pasadas en el laboratorio haciendo muchas mediciones, recogiendo multitud de datos para, cuando se vuelcan en un programa estadístico, comprobar que no hay significación estadística. Resultado del experimento: no sale nada.

   Durante la carrera muchos profesores nos dijeron que el que no saliera nada también era un resultado, y que ese resultado abría la puerta a hacer el experimento de otra manera o bien a replantear la hipótesis original y por eso mismo ese resultado era también válido. Pienso que tienen razón, pero por desgracia los editores de revistas científicas no asistieron a clase el día que explicaron eso.

   Creo que los editores de este tipo de publicaciones buscan artículos impactantes, que muestren descubrimientos deslumbrantes y que proclamen innovaciones llamativas. Quieren que todos los días se descubra la penicilina. Estoy tan segura de esto que dada la poca significación que yo alcanzo he pensado en asistir a una sesión de ouija a ver si se me presenta el espíritu de Fleming y me puede dar un par de consejos para descubrir algo. Después de tanta pelea editorial ahora también tengo en mente contactar con el espíritu de Ramón y Cajal, pero para que me aconseje cómo recuperar las neuronas perdidas en el proceso de publicar y en el de escribir la tesis.

   Es deprimente comprobar que, tras muchas horas de trabajo y de procesar datos, confecciono una tabla de 18 columnas por 15 filas y solo hay en todos los datos que la rellenan dos asteriscos. Dos solitarios y tristes asteriscos que invitan a la compasión del que los ve (y al suicidio de la que ha hecho la tabla, o sea, yo). 

   Pero así de ingrato y desmoralizador es el trabajo científico. Si os creéis que todo es cuestión de cacharrear en el laboratorio mezclando polvos para obtener líquidos de colores, estáis muy equivocados. La labor científica es una labor de caza; la caza y captura de un buen p-value, una "p" que vaya acompañada de muchos asteriscos.




12 de enero de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (I)

    


    Hace unas semanas anuncié que cierta aventura me tendría apartada de estos lares blogueros, si no apartada sí algo desconectada. Esa aventura consiste en escribir una tesis doctoral y, como si de un parásito invasor se tratara, está quitándome tiempo libre y energía. También me está desquiciando por lo que no solo mi ocio se ve resentido sino que también mi salud mental está empezando a flaquear.

   Como hace tiempo descubrí  que escribir en este blog me reportaba mucha serenidad he decidido iniciar una serie de relatos y/o reflexiones a modo de terapia para combatir el estrés. Esta serie de publicaciones se llamarán “Doctoranda al borde de un ataque de nervios”.

   Ya que tomaré esta serie de publicaciones como un lenitivo contra el agobio y el nerviosismo iniciaré la primera de las entradas como se suelen empezar muchas terapias de grupo: reconociendo el problema.

- Hola, me llamo Paloma y… soy doctoranda.

   No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí y tampoco sé cómo he podido acabar así pero lo que sí sé es que necesito ayuda y que yo sola no podré salir de esta situación. Quizás sea esclarecedor contar cuáles fueron los primeros pasos que terminaron enviándome a este infierno en el que vivo.

   Mis padres siempre fueron cariñosos conmigo y tuve una infancia feliz; eran gente de orden y de letras pero aun así desde joven me sentí atraída por la ciencia y la investigación. Mis primeros escarceos tuvieron lugar en el instituto, fueron tan solo un par de visitas al laboratorio de biología donde vimos cómo se diseccionaba un corazón de vaca y donde nos enseñaron un esqueleto humano. En aquella ocasión recuerdo que no tomé ningún tipo de precaución, entré en el laboratorio con la confianza que me inspiraba mi profesora y ni siquiera me puse guantes ni bata.

   Sin embargo debí de contagiarme con el virus de investigar pues decidí estudiar una carrera de ciencias y experimental: Farmacia. En la Universidad sí que me aficioné a visitar el laboratorio y, aunque procuraba protegerme, cada vez me gustaba más asistir a las prácticas llegando a preferir ir al laboratorio que acudir a las clases teóricas. Cuando acabé la carrera y ante la falta de ocupación laboral me reenganché en la facultad para hacer una tesina. Se supone que lo hice para mejorar mi currículum pero la verdad es que no podía estar sin investigar y la realización de la tesina era una excusa perfecta para seguir con mi adicción.

   Así estuve dos años pero esta adicción es muy cara y mis ingresos en aquella época eran nulos –carecía de beca y no cobraba un duro-. Al principio mis padres se encargaron de costear tan caro vicio pero llegó un momento en que mis progenitores empezaron a demandar más responsabilidad por mi parte. Con todo el dolor de mi corazón hube de abandonar la investigación y procedí a mi reinserción en la sociedad. Conseguí un empleo en una empresa privada y hasta llegué a ostentar un buen cargo bien remunerado. Me compré una casa, fundé una familia. Tenía amigos y era respetada en mi profesión.

   Pero la crisis me afectó cuando aún no se hablaba de ella, es más, el presidente del gobierno de aquel entonces decía que España iba muy bien. Por desgracia la empresa en la que yo trabajaba no era española y supongo que por eso quebró y nos mandó a todos los empleados a la calle. Me vi en el paro y con un montón de horas de ocio por delante. Como entonces tenía una hija pequeña me dediqué a su crianza y no fui muy consciente del abismo que ante mí se abría.

   Sin embargo, unos años después y con muy pocas expectativas laborales, la tentación volvió a llamar a mi puerta. Me ofrecieron participar en un proyecto de investigación; me ofrecieron volver a investigar. La investigación, como la droga que es, una vez que la pruebas y aunque lleves años alejado de ella no se olvida nunca. Después de más de veinte años sin pisar un laboratorio volví a recaer y esta vez sin remisión. Me comprometí con aquel proyecto con la ilusión de un novato pero con la experiencia de un ex convicto. Me entregué en cuerpo y alma a mi nueva misión. De tal manera me he implicado que, con la inconsciencia que da la euforia de hacer algo que te gusta y a lo que no puedes renunciar, me dejé convencer para escribir una tesis doctoral.

   Y aquí estoy. Ahora apenas tengo tiempo para ver a mis amigos, me he convertido en una extraña para algunos miembros de mi familia y me paso días encerrada en casa sin ver la luz del sol. A mi marido y a mi hija solo los veo a la hora de cenar y en las pocas frases que nos cruzamos van palabras como “LDL oxidada”, “arilesterasa”, “factor de necrosis tumoral” o “proteína C reactiva”. 

   Ya no soy la misma. Yo antes me reía, disfrutaba de los pequeños placeres que la vida nos da, cuando leía un libro me sumergía en la historia que contaba, en cambio, cuando ahora estoy leyendo una novela entre las líneas veo gráficas con baja significación estadística y logaritmos neperianos. No puedo más, necesito ayuda.

Continuará...


8 de enero de 2017

El sueño de Hipatia

   En esta novela se cuentan dos historias completamente diferentes y muy distanciadas en el tiempo.

   Por un lado estamos en la Alejandría del siglo V después de Cristo, "la ciudad más egipcia de la ciudades griegas y la más griega de las ciudades egipcias". Una ciudad que se vanagloriaba de dar cabida a todo tipo de credos e ideologías y donde la sabiduría era la seña de identidad. Su famoso Serapeo era la muestra de ello y la Biblioteca donde se encontraban ejemplares de lo más variado del saber y del conocimiento era la envidia del mundo civilizado.

   Sin embargo todo esto está cambiando, una creencia religiosa está alcanzando cotas altas de popularidad. Los cristianos empiezan a ser numerosos y sus dirigentes no aceptan ningún credo ni ninguna forma de entender la vida que no se pliegue a las normas de su religión. Es una religión relativamente nueva que incluso tiene que dirimir qué textos se han de dar por válidos para sustentar sus principios. En el Concilio de Hipona se estableció la lista oficial que comprendía los libros de la Biblia (el Antiguo y el Nuevo Testamento) y en esta lista no se encuentran algunos de los evangelios escritos por discípulos que conocieron en persona a Jesús, -en cambio sí se aceptan como buenos los de otros que vivieron en épocas muy posteriores a Jesucristo-. 

    El poder creciente de los cristianos y su intransigencia hacen difícil mantener las formas de vida que no se basan en esa religión, por lo que los no creyentes o los que profesan otro tipo de creencias empiezan a ser acosados y perseguidos. En este "bando" se encuentra Hipatia. 

   Hipatia es la hija de un conocido y respetado astrólogo y además imparte clases de filosofía y matemáticas en el Serapeo. Cuando este es destruido por la facción más fanática de los cristianos continúa su labor docente en su propia casa. Hipatia defiende la libertad de elección y el uso de la razón por encima de cualquier creencia. Su manera de pensar y su especial querencia por manifestarlo públicamente y sin ninguna cortapisa la hacen ser objetivo a abatir por parte del poder eclesiástico de la ciudad que se personifica en el patriarca Cirilo. 

   Entre esta historia se intercala otra que se desarrolla en 1948 entre Londres y El Cairo. Un periodista inglés, su novia -una ex-espía de los servicios secretos británicos- y un viejo profesor de Historia viajan hasta Egipto para evaluar la autenticidad de un códice escrito en copto que un anticuario cairota quiere vender. Este códice parece ser uno de los evangelios "desechados" en el Concilio de Hipatia, está escrito por Felipe, un discípulo que sí conoció a Jesús por lo que su testimonio en principio debería considerarse válido pero que cuenta ciertos detalles de la vida de Jesús que parecen no casar muy bien con lo que pregona la Iglesia oficialmente.

   Con estas dos historias, la de Alejandría en el s. V y la de El Cairo en el s. XX, se desarrolla esta novela que es mitad crónica histórica, mitad trhiller

   Uno podría preguntarse, a tenor de lo ya contado. cómo se relacionan dos historias tan distintas. Yo me lo estuve preguntando durante casi toda la lectura. Hipatia es el hilo conductor pero de una manera endeble y muy traída por los pelos. Sin ánimo de destripar nada tengo que comentar que el papel de la mujer, representado por Hipatia, antes del fanatismo cristiano cambió irremisiblemente con la ocultación de los evangelios gnósticos. Y hasta aquí puedo contar.

   Siento especial predilección por el personaje de Hipatia, por lo que representa y por lo que hizo en el campo de la ciencia esta mujer. Tuvo una mente privilegiada que la convirtió en todo un referente de las matemáticas y la filosofía. Además vivió en una época en la cual la fe sustituyó a la razón, siendo el inicio de tiempos convulsos y oscuros donde el conocimiento y la sabiduría fueron reemplazados por el fanatismo y la intransigencia.

   Pero Hipatia además de simbolizar el pensamiento libre realizó importantes aportaciones en álgebra, llegó a explicar las órbitas irregulares de los planetas o a diseñar varios instrumentos científicos. Sin embargo de todo esto en la novela no se hace mención. Y es en este punto donde el libro me ha decepcionado. Sé que es una novela y no un tratado de ciencia, pero creo que el autor ha obviado aspectos de la vida de Hipatia que son importantes y solo se ha centrado en sus desencuentros con Cirilo y que tan trágicas consecuencias le reportaron (si queréis saber más de esta excepcional mujer os recomiendo que leáis algo sobre su vida o, en su defecto, la publicación que realicé sobre ella en Demencia, la madre de la Ciencia, pinchando aquí). 

   Me ha parecido curioso que el autor no se haya detenido a hablar -aunque solo fuera someramente- sobre los temas científicos que Hipatia estudió y en cambio sí haga un repaso de las normativas que regían los burdeles alejandrinos o los romanos. Desde luego es mucho más atractivo el modus vivendi de una prostituta que el álgebra, pero no entendí muy bien a cuento de qué había que explicar eso.

   Otra cosa que me llamó la atención fue que uno de los personajes de la acción que se desarrolla en 1948 es profesora de matemáticas y sin embargo no sabe quién fue Hipatia. Parece ser que el desconocimiento, desde el punto de vista científico, de esta mujer no solo afectó al autor de la novela.

   En resumen, esta es una novela histórica y de acción, donde se hace una crítica a la intolerancia y la intransigencia. Un canto a la libertad de expresión y una defensa a ultranza del sueño de Hipatia:

 Creo en otro mundo donde las ideas no sean perseguidas, donde las gentes puedan expresarse sin miedo y donde pensar de otra forma no sea un delito abominable. Sueño con un mundo donde el pensamiento sea respetado y la ideas sometidas a discusión. Sueño con un mundo sin fanatismos donde expresarse libremente sea algo cotidiano. Sueño con un mundo donde ser diferente no sea delito. 

    Un sueño que, 1600 años después, aún no se ha visto realizado.
   





Hada verde:Cursores
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